A. es un niño que me encanta. Es rubio. Tiene cinco años y una pelusilla rubia súper cuqui en la cabeza. Es como un muñeco. Literal, tiene cara de duende. Hasta hoy, me parecía sumamente fashion tener un abeshá rubio. Lo veía ya en las pasarelas. Me encanta cómo le brilla la cabeza cuando le da el sol. Además, de vez en cuando, me mira y me comunica que es genial que los dos tengamos el pelo más o menos igual.
La Doctora me ha dicho que me deje de fantasías estéticas, y comience a darle vitaminas. Afirma que el rubio no es natural, que es carencia vitamínica.
A veces la vida real puede ser tan, tan decepcionante.