TEKUR AMBESSA
A mí lo que verdaderamente me gustaría visitar sería Lalibela o Harar, como hace la gente normal. En lugar de eso, mi particular agencia de viajes -esto es, el azar que trae de la mano diariamente la Santa Infancia- me lleva a sitios tan curiosos como Koshe o el Black Lion.
El Black Lion (en amárico, Tekur Ambessa) es el hospital de referencia para toda Etiopía. Para que nos entendamos, dentro de la sanidad pública, el más mejor de todos. La Santa Infancia y yo solemos ir cuando presagiamos intervención quirúrgica o cuando se nos rompe algún hueso (a la Santa Infancia, que a mí, como soy frenyi, no me atienden).
A pesar de ser un hospital importante, el ambiente en las urgencias de pediatría (a Dios gracias, están separadas de las generales) es bastante informal. Una vez fui en una jornada especialmente intensa, y aquello parecía una postal de Unicef. El pasillo de espera era un compendio de tópicos sobre los dramas del subdesarrollo que hubiera hecho las delicias de cualquier consorte real europea: niños malnutridos durmiendo sobre cartones, adolescentes asmáticos tumbados en bancos medio descuajeringados con los goteros sujetados con celo a la pared desconchada, dobletechos inexistentes y cables al aire, olor general a orina… En aquel momento, el corredor de espera me pareció lo más parecido a la antesala del infierno, si es que los niños pueden ir al infierno, cosa que dudo seriamente. Como digo, debía ser aquella una jornada muy intensa porque las demás veces que he vuelto la cosa no era tan dramática.
La informalidad del ambiente la da el caos organizativo. Básicamente tú llegas, asomas la nariz por la puerta de la consulta -así, sin previo aviso- y tratas de captar la atención visual de alguien que lleve bata blanca. Como soy frenyi, esta primera parte del trámite es bastante fácil para mí. El señor o señora de bata blanca te hace un gesto para que entres a una habitación que parece el trastero de una botica bombardeada en la Segunda Guerra Mundial (y que nadie hubiera jamás rehabilitado), todo gris, con las cortinas de las ventanas caídas, la pintura de las paredes presente únicamente de forma parcial, una camilla sin sábanas y una mesa tras la que pasan consulta tres doctores al mismo tiempo, que hacen preguntas a varios pacientes simultáneamente. El concepto de intimidad en esa habitación es como la mencionada pintura: que destaca más por su ausencia que por otra cosa.
¿Que por qué yo, una frenji hecha y derecha, con una cuenta bancaria en euros, lleva a la Santa Infancia a ese trastero sin luz? Porque, dentro de la melma sanitaria etíope, no está mal. El Black Lion es el único hospital donde siempre encuentras un traumatólogo y un pediatra, donde hay doctores las 24 horas del día y, al final, los tiempos de espera, son los mismos o menores que en los hospitales privados. Al ser gubernativo, es barato y prescriben y ejecutan sólo aquello estrictamente necesario (es verdad que a veces ni siquiera eso ejecutan). Y los doctores y enfermeras, que cobran bastante miserablemente, son gente normalmente concienciada, que ha visto de todo, y que frecuentemente sabe lo que se hace (no siempre, pero sí frecuentemente). De vez en cuando hacen (grandes) cagadas, sí, pero al menos esas grandes cagadas no te salen tan caras como las grandes cagadas que también perpetran en los hospitales privados.
En la última visita, no había demasiada gente y durante al menos cinco minutos tuvimos a los tres médicos para nosotros solos. Bueno, algunos parcialmente. Uno de ellos empezó a preguntarme si yo sabía quien era Chris Brown, a la sazón novio de Rihanna. Acto seguido, ante mi perplejidad, sacó un móvil que parecía más un portátil y me puso el último video de Chris Brown. Yo, amablemente, sugerí que era mejor focalizar nuestra atención en T. (miembro de la Santa Infancia), que tenía síntomas de apendicitis. Por las caras de los tres doctores, deduje que había incurrido en tremenda descortesía, y, recuperándome con rapidez felina, le pregunté si tenía en el móvil algo de Beyonce, que a mí me encantaba (mentira cochina), y que, una vez atendido T. yo volvía a contemplar con el señor doctor el último video de Beyuca. En el volante para los análisis escribieron “URGENT, PLEASE”.
Siguiendo con las informalidades, fuimos a los análisis. Asomamos el hocico en mitad del laboratorio y, una vez extraída la sangre, nos fuimos a recoger la muestra del segundo análisis que, como podéis imaginar, eran heces (soy afortunada, lo sé). Como T. estaba bastante flojeras y me daba miedo que se cayera en el baño (también me daba miedo que cogiera unas heces que no fueran las suyas, posibilidad no tan remota como pudiera parecer) entré con él, conteniendo el aliento (por la emoción). Cuando volvimos con nuestra muestra, no había luz en el laboratorio. Me dí una vuelta por las cercanías y volví para informar que en la parte de la farmacia sí que había luz, por lo que era un problema exclusivo del laboratorio. Con una de las técnicos abrimos el cuadro de luces y ella -que, al fin y al cabo, estaba cubierta por un seguro profesional y llevaba guantes de goma- le dio al automático y retornó la luz. Yo aplaudí de la emoción, pero nadie me secundó. A veces me ilusiono demasiado. Estoy trabajando en ello.
Así volvimos a la consulta de los tres doctores, y nos tocó esperar un poco más, porque aquello estaba lleno de musulmanes. Normalmente, en la pediatría del Black Lion uno suele respetar bastante los turnos, más que nada porque todos los pacientes que son admitidos para examen suelen ser casos humanos de cierta gravedad, y una cosa es colarse y otra matar a alguien en la espera. Esta elemental norma de respeto no aplica para el colectivo islámico que -de esto hablaremos otro día- muestra una reticencia natural a la fila, y suele colarse siempre. Así, nos tocó esperar a que velos y chilabas resolvieran sus cuitas y, cuando pudimos pasar, ya no estaba el doctor del móvil de Chris Brown (no hay mal que por bien no venga).
Al final, T. no tenía apendicitis. Me sugirieron que puede tener tuberculosis, pero también me sugirieron que la tuberculosis no es una urgencia y que fuera al médico de cabecera (T. no tiene médico de cabecera, pero esto no se lo dije). De momento, infección de orina y a casita, que ya era casi de noche. En total, tres horas de esperas y trámites, donde, la verdad sea dicha, hubo un montón de gente -enfermeras, pacientes, familiares de pacientes…- que me ayudaron a orientarme. Me gusta el ambiente informal del Tekur Ambessa. Además, te da tema de conversación cuando cenas con otros frenjis que nunca tendrán la oportunidad de ir al Tekur Ambessa. A Conchita le daría para un recopilatorio con versiones de grandes clásicos de la depresión y la ansiedad, pero a mí me da sólo para tema de conversación, y para este bonito blog.