COSMOPOLITA
Hoy me ha tocado guardar turno. En la Immigration Office. Me ha encantado.
Y es que hay sitios donde hacer cola da gusto. Yo mantengo que, en este país, la cola de inmigración es, con mucho, la más divertida de todas. Obviamente, no es la primera vez que tengo que resolver trámites de inmigración. Pero es que cada vez que voy me lo paso mejor. Nunca me decepciona.
Para empezar, es un lugar único donde apreciar la variedad de la fauna de todas las nacionalidades que se mueve por aquí. Además, como la cola suele ser bastante larga, la gente te da un montón de conversación. La cola la haces en un banco, y te vas moviendo hacia uno de los lados cada vez que alguien se levanta porque le toca entrar en la oficina. Es decir, tus compañeros de banco son siempre los mismos, lo que se presta a entablar relaciones. Y, curiosamente, la gente allí siempre tiene mogollón de ganas de hablar. Sería un lugar ideal para terapias de grupo (sugerencia).
La pena de hoy ha sido que, por mi actual situación migratoria, tenía que fingir que era una turista de las de verdad. Al principio me ha dado algo de penita, pero, una vez metida en el papel de “sin la Lonely Planet estaría muerta”, he descubierto que, cuando la gente piensa que te está ilustrando sobre algo que tú desconoces, te cuenta cosas mucho más interesantes.
Hoy, por ejemplo, he conocido a una enfermera jamaicana, ciudadana estadounidense, que desde hace seis años vive a caballo entre New York y Sashamane. Su marido vive siempre en Sashamane, pero ella pasa largas temporadas en Addis Abeba, porque la hija de ambos va al cole en Addis. Todos ellos son rastafaris (de los de verdad, no de los de Pirineos Sur). Así, esta señora me ha contado algunas cosas interesantes sobre el rastafarismo y la vida cotidiana en la comunidad de Sashamane. Luego me ha contado cómo había celebrado el triunfo de Obama con champán, y todo esto me lo relataba con un acento genial, como el de Bailey de Anatomía de Grey. Y yo estaba encantada de la vida.
Nuestro vecino de banco era un chino de la China que no hablaba ni una palabra de inglés, y cuya única contribución a la conversación ha sido cuando, por gestos, nos ha hecho notar las diferencias entre los dibujos que ilustran las hojas interiores de nuestros pasaportes: en el mío figuran animales migratorios (ballenas, langostas, golondrinas…) y sus respectivas rutas all around the world, en el de la señora jamaicana, que era pasaporte del Tío Sam, figuran los lugares más bonitos del Tío Sam: unos cowboys en Texas, el edificio del Parlamento y la Estatua de la Libertad. En el del chino sólo sale el sol naciente en todas las hojas.
A la señora rastafari, que tenía todos los papeles caducados no, lo siguiente, la han hecho pasar delante de mí. Y así he conocido a un señor francés que ha vivido un web de años en toda Latinoamérica y que ahora cultiva rosas cerca de Addis. Y que, para ilustrarme sobre el innegable poderío que la China del sol naciente está adquiriendo, ha sentenciado: “los chinos se están comiendo África”. Es una suerte que los chinos sean poco dados al aprendizaje de otras lenguas, porque si no los cinco que estaban haciendo fila con nosotros creo que se hubieran enfadado (creo).
Había también, caído de no se sabe dónde, un señor de algún país africano de habla francesa, que pretendía la renovación por un mes de una visa de tránsito aeroportuario. A la oficinista ni siquiera se le ha torcido el gesto, con que no debe ser una situación tan insólita como a mí me lo ha parecido.
En cualquier caso, a mí lo que más me gusta son los vestidos de las señoras del África francófona, donde tienen mucha más gracia para vestirse y los estampados son mucho más bonitos que aquí. O al menos esa es la impresión que me he formado en la Immigration, porque yo, más allá de Etiopía, no me he aventurado jamás. La próxima vez que me vengan ínfulas viajeras -decidido lo tengo- directa me encaminaré a pasar el día en la Immigration. Para sentirme viajada. Cosmopolita. Ciudadana del mundo. Whatever.