INTERIORIDADES
_¡Kaktus, Kaktus!, ¡G. se ha sacado una lombriz del culo en el patio!
Una conversación que comienza así sólo puede mejorar. Me dirijo a comprobar el hecho denunciado. Efectivamente, en el fondo de una de las acequias de desagüe que bordean el patio, reposa el cuerpo sin vida de una lombriz blanca, de unos veinte centímetros de largo. La Santa Infancia y yo guardamos silencio ante los restos del animal.
_ Perdona -yo soy muy educada- ¿cómo coño te has sacado semejante serpiente del culo? – también soy muy clara hablando, porque el amárico tampoco lo domino tanto.
_ Se la he sacado yo -señala orgullosamente M.- Me he ganado un caramelo, ¿no?
_ No, te has ganado un lavado de manos en profundidad
_ No, no hace falta -replica- he cogido un papel del suelo para agarrarla
Las arcadas me recorren de pies a cabeza, y mientras superviso el correcto lavado de manos de G. y M., quién sabe por qué, me viene a la cabeza una canción que aprendí en el cole y que decía: “Mi corazón es una caja de música donde Dios colocó su canción”. Mientras pongo el piloto automático para comenzar la charla de “está totalmente prohibido sacarse cosas del culo los unos a los otros”, reflexiono (polivalente soy) sobre las diferencias culturales: mientras las niñas de colegio femenino católico crecimos convencidas de que nuestro interior albergaba un artefacto mecánico musical depositario de canciones celestiales, la Santa Infancia vive con un terrario en sus entrañas que les proporciona bastante más distracción que nuestra cajita de música católica.
A veces, yo sé que se me va la olla.