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Archive for junio, 2009

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Jun 29

A LA ÚLTIMA

    En las últimas semanas, hay dos cosas que se han puesto de moda en Etiopía. La primera, estas manoletinas:

Etiopía | Manoletinas

    La mitad de la población femenina etíope se las compró en varios colores para la pasada Pascua por 25 – 30 birr, que a mí me parece un atraco a mano armada para un cacho de plástico de dudosa calidad, dado que por la mitad de esa cantidad te puedes comprar otras sandalias tan bonitas como éstas:

Etiopía | Sandalias

    La otra cosa que se ha puesto de moda modísima es el shortage (escasez). Al igual que las manoletinas, lo encuentras un poco por todas partes, en varias modalidades. Shortage de luz, que a pie de calle quiere decir que te cortan la luz día y medio sí, y medio día no. La Yeshi está que brinca del gozo. Shortage de agua, dado que los cienes de miles de ratoneras edificios construidos en todas las esquinas de Addis Abeba no disponen de las infraestructuras mínimas, y la gente se encuentra con que por primera vez en su vida tiene baño, pero ni una gota de agua. Shortage de moneda extranjera, lo que deja a todo el país en bragas: por un lado no hay para pagar a los chinos del sol naciente que están haciendo las carreteras, y por otro los comercios no pueden importar ná de ná, con la consiguiente subida de precios de todo lo importado. Y sobre todo, queridos míos, el shortage de mentalitá, porque manda huevos que estemos más de la mitad del tiempo sin agua y sin luz y nadie alce la voz para decir al gobierno que dejen de echar agua -metafóricamente hablando- al pozo en que vivimos, que nos estamos ahogando.

    P.D: En vez de “No woman no cry” (San Bob Marley, aquí en Etiopía), la Santa Infancia se ha inventado “No water, no light”, que creo que se ajusta mucho mejor a la cultura local.

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Jun 24

WENE (Tengo)

Tengo.

Tengo una llamada en mitad de la noche. Tengo el aullido herido de tu hermano, que me dice que te has ido.

Tengo su segunda llamada insistente, para avisar al jefe del heder*, decidle que ha muerto una hija de los pobres.

Tengo la mirada alucinada de tus otros hermanos y tus amigas, cuando te llevo de vuelta a casa, metida en una caja, tu cuerpo envuelto en algodón y plástico, siempre plástico, con el amanecer comiéndonos el alma.

Tengo la memoria de las flores que recogieron y compraron para ti la Santa Infancia. Nadie lleva flores a los pobres, dijeron. Para nosotros, nunca lo fuiste.

Tengo la cinta que los mayores pintaron sobre las coronas, que te identificaba, sin lugar a dudas, como una de los nuestros. Se oía por las calles del barrio: “Se murió una niña de House”.

Tengo la mirada perdida de Brother House, sentado en el colchón que te compró para que sufrieras (un poco) menos. Tengo su estupefacción, los proyectos que, a lo largo de los años, construyó para ti. Porque tú sí, tú ibas a conseguirlo. Eras una de las pocas.

Tengo el grito desgarrado de tu madre: “Ven, Zewde, que han venido a verte tu otro padre, tu otra madre y todos tus hermanos”, cuando ayer fuimos a velarte.

Tengo el silencio triste de las mañanas, cuando rezamos por ti, cuando nos damos cuenta de que ya no vendrás más.

Tengo a tu hermana M., que, de repente, ya no sabe cómo vivir sin tenerte cada día a su lado.

Tengo también a G. y a F., que se pasan aquí el día, porque les da miedo tu velatorio. Todavía no han entendido que no volverás a venir con ellos, que su presencia es lo último que nos has dejado.

Tengo las caras exhaustas de tus amigas, que de vez en cuando vienen a descansar. Llevan dos días apostadas en tu casa, cuidando de que nada falte a los que te lloran.

Tengo una oración apenas musitada, ayer, a la puerta de tu casa, todos juntos, los niños de House.

Tengo el cariño de los que sí entienden que la diferencia entre 399 y 400 puede ser brutal. Es brutal. Y que no cabe en ningún formulario.

Tengo la comprensión -inútil, ya- de los que en su momento me criticaron por saltarme reuniones y trainings para llevarte de hospital en hospital.

Tengo un sobre lleno de análisis y pruebas, que leo y releo, buscando en qué me equivoqué, en qué se equivocaron.

Tengo un post escrito hace un mes, hablando del miedo que me daba perderte, que nunca publiqué porque, como te dije, yo no iba a dejar que nada de esto pasara.

Tengo un mar de porqués, de “y si…”.

Tengo palabras vacías, consuelos vanos, tristeza sólida y espesa.

Tengo, tengo, tengo. Y tú,… tú no tienes nada.

Tú estás muerta.

Wene, Zewdiye, wene.

Heder: Asociación tradicional a la que las familias pagan cada mes para poder tener un funeral digno cuando uno de sus miembros fallece.

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Jun 24

GOBIÑOCH

    La semana pasada, aprovechando que estaba descojoná del cansancio, me tomé cinco días libres, así por la fly, y me fui de turisteo. Como por circunstancias de la vida cotidiana estaba sin pasaporte, elegí un destino al que se pudiera llegar por tierra sin estar más de un día en el transport. La fortuna calló sobre Harar, ciudad tenida como el exponente de la cultura musulmana en Etiopía.

    A mí, como no vivo allí, el gueter me encanta. Y, para qué engañarnos, me fascina hacer la frenji de vez en cuando. Con mi Lonely Planet incluida y tó. Y así partí con mi mejor humor, rumbo al gueter musulmán.

    Puestos a viajar en transport, el Selam Bus es definitivamente la mejor opción. Es una compañía que parte de Addis Abeba con destino a las principales ciudades etíopes, con autobuses con estándares europeos (de hace diez años, pero europeos al fin y al cabo). Te dan una cocacolilla a las dos horas de trayecto y, lo más importante, paran a mear cuando la gente lo necesita. Te paran en mitad de la nada, y los hombres van hacia un lado de la carretera y las mujeres hacia el otro. Muy organizao. Inconvenientes (nunca todo el monte es orégano): ponen música a todo volumen durante todo el trayecto. Después de once horas de música etíope, de haber sido presidenta, no hubiera dudado en abolir el uso del organillo en todo el país. Nauseas me daba.

    Harar es una de esas ciudades con encanto. Hay que saber verlo, eso sí. Tiene el encanto de lo que fue y ya no es, de un tiempo pasado en el que el comercio florecía en sus calles, antes de que el trazado del ferrocarril la dejara fuera de juego en favor de Dire Dawa (que tampoco es que sea New York, todo hay que decirlo).

    La casa-museo del protector de Rimbaud, que recuerda la vida del poeta en la ciudad, es, sin lugar a dudas, lo mejor del viaje. Aquí os pongo la fachada:

Etipopia | Gobinoch | Viaje

    Nosotros nos alojamos en el Belaineh Hotel, pegadico a los muros de la ciudad vieja. El hotel en sí era bastante apañao, dentro de que la frase más escuchada en la ciudad es “mebrat yellem” y “wuha yellem” (no hay luz, no hay agua). Como sitios para comer, recomiendo el Fresh Touch (en la parte nueva, en la calle principal, al que van todos los turistas, pero que no es muy caro) y el Hirut Restaurant, al que se llega por la calle que sale a la derecha de la iglesia ortodoxa (Selassie, creo que era) y que, además de bastante apañao…¡tiene generador! (y, hermana, eso es un plus muy plus en Harar).

    De mi breve estancia en Harar saqué la impresión de que yo hubiera podido ser una persona bastante popular allí, vista la sorpresa que causaba mi precario amárico entre los locales. A mí lo que me sorprendió fue encontrar tanta gente que hablara amárico, porque yo pensaba que en Harar se hablaba sólo oromo, que es esa lengua que tiene casi tantas vocales como el fotolog de Edurne (Beeessiiicooosss!!!!!!). Como ejemplo, un ejemplo:

Etiopia | Gobinoch | Viaje

El oromo es la segunda línea

    A la vuelta de Harar nos paramos en Awash, una ciudad que debe los pocos visitantes que recibe al cercano parque nacional. El autobús nos tiró allí a la una de la tarde. Lo más relevante de la ciudad, como estructura, es la estación de tren, ya en desuso:

Etipopia | Gobinoch | Viaje

    Como veis, el aire era de cierta desolación y definitiva tristeza. Pero allí, justo al lado de la estación, está el Bouffet Aouach, que en la ciudad llaman “El bouffet de la madam”, que es un hotel, abierto en 1904 por franceses, regentado después por una pareja griega en el que se paraba el emperador a comer cuando iba en tren a Djibouti. El señor griego se murió, y la leyenda cuenta que su mujer, Madam Kiki, seguía hasta hace pocos años viviendo en el hotel. Cuando nosotros llegamos, el hotel estaba desierto, y así pudimos dormir en las habitaciones presidenciales donde durmió el mismo Haile Selassie. Todo muy Tomates Verdes Fritos.

Y después de esta breve parada, de nuevo al transport, esta vez normal (estándar abeshá), para llegar a Addis Abeba solamente cinco horas y tres trasbordos después. Sólo os digo que, una vez en casa, encontré plumas de gallina hasta en la bolsa de la ropa interior que iba DENTRO de la mochila.

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Jun 22

LA PIEDAD

    Cuando llevamos ayer a Z. a la clínica, en la habitación, se produjo un momento de gran belleza plástica. Ella, en la cama, brillante, con la mirada lúcida de los que ya lo han aprendido todo, en brazos de su madre, con su padre y sus hermanos al lado de la cama.

Como una Piedad.

La Piedad

Detalle: en las representaciones de la Piedad, el Cristo está muerto.

Esta noche se ha completado el cuadro.

Hoy, la Santa Infancia y yo estamos muy, muy tristes. Porque se nos ha ido Zewde.

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Jun 18

TRIBUS URBANAS: LOS SEVEÑÁS

    En Etiopía todos los recintos y edificios tienen su correspondiente guardián (o guardianes, si el recinto es grande). En amárico, se les llama seveñá. Lógicamente, entre los seveñás hay de todo, pero la variedad no es tan divertida como el tópico.

    El seveñá medio tiene más de sesenta años, funge como soldado o policía retirado y presenta distintos niveles de discapacidad física y/o intelectual. Suele ser analfabeto, y le encanta escuchar la radio. Ocasionalmente, le da al drinking.

    Los seveñás visten de forma curiosa. De día, pueden parecer normales (pantalones, camisa, zapatos más o menos originales). De noche… de noche es cuando verdaderamente se liberan. La noche del altiplano abisinio, en contra de la opinión generalizada en Europa, es fresqueta. Vamos, que hace rasca. Y ahí los seveñás sacan lo mejor de sí mismos: abrigos hasta los pies, botas militares con calcetinetes hasta la rodilla por encima de los pantalones, gorros de piel heredados del Zar Nicolás y, por supuesto, el gabi* coronando las diez capas de ropa. Parece milagroso que puedan moverse con tanta ropa encima, pero lo hacen. Cubren absolutamente cada pulgada de su cuerpo con al menos cinco centímetros de tejido (si es lana, mejor). Sólo se les ven los ojos. De noche, a una cierta distancia, es imposible adivinar si están de espaldas o de frente, porque son como un muñeco inflable, totalmente amorfos.

    El complemento por excelencia del seveñá es la goma: un trozo de manguera que llevan en la mano para cascar al que se tercie. Los más atrezados llevan hasta bastón, pero al seveñá medio, con la goma le basta. Nuestros seveñás son bastante variopintos. Tenemos una decena, y al que no le falta un ojo, tiene media cara paralizada por un ictus, cojea o está como unas maracas. Hay un par que hablan solos bastante a menudo. Más o menos normales tenemos dos. Hay uno que además no es feo y es bastante simpático, que la Santa Infancia dice que es una pena que esté ya casado, porque si no -dicen- sería ideal para mí. Saben que busco un hombre de provecho.

    Es bastante típico de los seveñás que, de vez en cuando. se presenten borrachos al trabajo. Entonces se meten en su garita y no los despierta ni el Apocalipsis. Es bastante típico también que vayan con un transistor pegado a la oreja, un poco como los jubilados españoles. Sólo que el seveñá lleva este transistor a todo volumen cuando pasea por debajo de tu ventana a las tres de la mañana, y es un gozo escuchar las emisoras ortodoxas a esa hora.

    Pero lo más característico del seveñá es su sabiduría. Porque, amiga, un seveñá no sólo custodia el recinto, no. Un seveñá lo mismo te descuartiza una oveja que te aconseja sobre un drama familiar. Un seveñá, reina, te soluciona la vida. Nosotros aprovechamos a fondo esta infalibilidad, especialmente Brother House, que les pide consejo sobre los temas más variopintos: desde si ese dedo marchito puede ser lepra hasta el tiempo adecuado para sembrar tomates en el huerto. El seveñá es como el libro gordo de Petete en versión iletrada. Y esto no sólo lo pienso yo. Que los seveñás tienen siempre razón lo saben hasta los niños de pecho. Lo saben hasta los propios seveñás. Yo puedo tener opiniones más o menos fundadas, más o menos válidas, en base a mi cualificación universitaria y a mi variado curriculum laboral, argumentos ambos totalmente vacuos ante la autoridad del seveñá. Porque en ciertos asuntos, amiga, se hace, simplemente, lo que dice el seveñá. Y si te gusta bien, y si no, hazte seveñá y podrás opinar.

    A pesar de mi aparente disciplencia hacia el colectivo, no vayan ustedes a creer que no los tengo en consideración. Dios me libre de enemistarme con los seveñás. El otro día les compré chupa chups para todos. Porque ellos lo valen (y lo saben).

    Gabi: Netelá, versión masculina. El tejido es más grueso y el chal más grande.

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Jun 16

EN OTRA PARTE

    Que te crezcan una especie de arbolillos en el culo, tiene su gracia, por aquello de nació con una flor en el culo y demás. Que, después de un breve vistazo, la Doctora te diagnostique sin ningún tipo de dudas una dolencia que viene en todos los libros bajo el epígrafe Enfermedades de Transmisión Sexual, comienza a ser algo sórdido. Que tengas nueve años cuando todo esto acontece, es de una tristeza insondable. A veces, como decía Ismael Serrano en una canción, parece que la vida debe estar en otra parte. Tiene que estar en otra parte.
Hace ya algunos años, este mismo cantautor escribió una canción sobre muchas niñas etíopes. Es ésta:

    Ah, ¿que Ismael Serrano nunca ha estado en Etiopía? Será que estuvo en un sitio parecido, y que conoció a niñas que se parecían a M., pero más mayores. Será.

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Jun 09

NOMINADOS

    Cuando conocí al pequeño Y. hace tres años, se llamaba Ybakal, que quiere decir algo así como “es bastante” o “tengo bastante”. Se ve que su madre pensaba que, con cuatro hijos aportados, había cumplido con creces su deber cívico para con la sociedad como dadora de vida, y expresaba con ese nombre su deseo de ser relevada de esta función. Se ve también que el día de sus oraciones estaba de guardia San Josemaría Escrivá, por lo que, a día de hoy, el pequeño Ybakal es el cuarto de seis hermanos que sobreviven como buenamente saben y pueden.

    Cuando Ybakal llegó a nuestro centro decidió cambiar de vida. Y comenzó por el nombre. Ahora se llama Ybeltal, que suena casi igual y quiere decir “el mejor”. No se acuerda que yo lo conocí cuando todavía se llamaba Ybakal, y está convencido de que todos creemos que, después de parirlo, su madre decidió que era lo mejor que le había pasado jamás y le dio un nombre acorde con su valía personal.

    Ybeltal no es el único que ha cambiado de nombre. El pequeño Yared (nombre de profeta) se llamaba Taschekeg (diste problemas). Ahora, como digo, sigue la estela del profetismo nominal, tratando de olvidar lo que probablemente fue un parto infernal para su madre.

    Al orfanato de la Doctora llegó hace algún tiempo Selasebeum (porque no lo pensé). Esa misma tarde figuraba en los papeles como Philipos (Felipe). A Tewalegn (le dije que no me tocara) no nos hemos atrevido a cambiarle el nombre, pero hubiéramos debido animar a su madre a hacerlo en cuanto llegó. Sólo que estábamos demasiado ocupados curándole su malaria de gueter y su pulmonía.

    El pequeño Hulumayew tiene un nombre precioso: he visto todo. Su madre tiene un raro sentido del humor. Además de graciosa, la madre de Hulumayew es ciega.

    Entre los cuatrocientos niños que componen la Santa Infancia, el nombre más popular, con ocho adeptos, es riqueza y sus derivados (rico, mi riqueza, su riqueza). Estamos petados de Haftes y Haftamus (o Habtes y Habtamus, que cada quien lo escribe como le sale del interior). Hasta una Hafta tenemos, y eso que es un nombre que no suele verse en niñas. Entre el sector femenino, gana por goleada Tiggist (paciencia), seguida de cerca por Abeba (flor) que, a decir verdad, son nombres que no denotan un gran alarde de imaginación. A mí, particularmente, el nombre que más me gusta es Tesfalem (la esperanza del mundo). Me parece todo un augurio. Una lástima que a nuestro Tesfalem todo el mundo lo llame Abiti, que es un diminutivo cariñoso que se usa mucho para los niños pequeños, y al que responden indistintamente todos los niños menores de diez años.

    La riqueza nominal etíope, como puede intuirse, es amplia como la vida misma. De hecho, les cuesta concebir un nombre sin significado. Tanto es así, que la Santa Infancia suele modificar los nombres de los frenjis que conoce para darles su correcto significado. Yo, por ejemplo, tengo un nombre completamente normal, con su onomástica y todo. Todo el mundo tiene una tía que se llama como yo. La Santa Infancia, ya desde un primer momento, acortaba una de las vocales del nombre. La palabra resultante quiere decir “ella fue olvidada” o, con una levísima variación en una de las vocales, “dejad que ella olvide”. De hecho, al principio, me consideraban una persona bastante desgraciada y solitaria, y hubo quién me preguntó por qué yo tenía un nombre abeshá en vez de uno frenji.

    Han elaborado todo tipo de teorías sobre mi nombre, resultando la más plausible la que cuenta que yo he acabado aquí cuidando niños porque todo el mundo se había olvidado de mí en mi ciudad natal. No me he atrevido a contradecirlos.

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Jun 07

OPERACIÓN COLLAR

    La pequeña G. acabó de darse cuenta de que algo no iba bien cuando su madre le estrelló una taza en la cabeza. Porque hasta en la desgracia hay grados, y la pequeña G., que es una persona bastante inteligente, sabe que una cosa es ser pobre y otra estar mal de la cabeza. El día en que la vajilla de la familia de G. voló de lado a lado de la chabola, los rumores que la madre de G. oía en su cabeza se habían transformado en alaridos.
    La mamá de G. tiene un marido borracho, las ya mencionadas voces en la cabeza y cuatro hijos maravillosos que la quieren contra viento y marea. En aquellos días aciagos para la familia de G., hicimos en clase un collar de cuentas de plástico. Cuando fui a anudar el collar de G. a su cuello, se negó:

  • _ Yo se lo regalo a mi madre, que ya verás que así se cura.

    Tengo que decir que esta idea denota en G. una iniciativa inusual por estos lares, dado que lo más normal es confiar tus penas al tzebel (aguas benditas) y esperar que Dios resuelva lo que tú ni siquiera intentas resolver.
Al día siguiente, vino G. excepcionalmente contenta.

  • _ Le dí el collar a mi madre
  • _ ¿Sí?, ¿y qué te dijo?
  • _ Me dijo que era gobes (algo así como buena chica), y no sabes lo mejor
  • _ ¿Qué?
  • _ Me dio un beso

    G. no lo sabe, pero ningún niño del mundo debería poder contar los besos que le da su madre. Como esto a G. nadie se lo ha dicho, G. consideró la “operación collar de cuentas de plástico” todo un éxito. El hecho es que, fuera por el collar de plástico, fuera por la medicación que empezó a tomar, la madre de G., poco a poco (muy poco a poco) parece que vuelve a fijarse en esos cuatro pares de ojos que la escudriñan cada día para saber si la jornada vendrá mal o bien.

    Lo que más llama la atención cuando uno trata con G. y sus hermanos es que son niños excepcionalmente bien educados. Si uno no conociera a la loca de su madre (dicho desde el cariño), uno pensaría que son niños educados en Eton. A mí, salvando las distancias y negando las apariencias, me recuerdan a los niños de Narnia. Sé que de vez en cuando les encantaría encontrar un armario en el que meterse.

    Sin armario y sin faunos, la pequeña G. es, a pesar de estas carencias, una niña alegre y muy despierta, que está convencida de que yo curé a su madre. Yo le dije que a su madre la habían curado los médicos y Dios. Dado que médico no soy, la pequeña G. dedujo que yo soy Dios (muérete de envidia, Aída Nízar). Es lo que tiene G., que de vez en cuando te meas de la risa con ella. De las canciones que a veces le canto mientras bailamos como perturbadas, la que más le gusta es Fame. Yo canto una línea, y luego ella la repite.

    Y es que la pequeña G. sonríe siempre, aguanta siempre, espera siempre. La pequeña G. no llora nunca.

    Y, ¿sabes qué?, she´s gonna learn how to fly. Descarao.

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Jun 03

DECEPCIÓN

    Pensaba que tenía adjudicada la tercera fila de mi ranking, pero no ha sido así. Hoy he tenido la obligación oportunidad de ir al Amanuel Hospital. Para los que no lo sepan (no hay por qué avergonzarse), el Amanuel es el hospital psiquiátrico de Etiopía. El caso es que me apetecía ir, aparte de porque tenía que acompañar a una señora, por completar mi ranking de filas interesantes y/o divertidas, pero no va a poder ser, porque la fila del Amanuel no sólo es aburrida, sino que además es muy, muy triste.

    Yo pensaba que al ser un lugar para enfermos mentales, las historias que normalmente se cuenta la gente en las filas de los hospitales serían de lo más interesantes. Pues no. La gente en la fila del Amanuel está completamente en silencio. De vez en cuando algún grito, algún lloro, algún gesto inapropiado por parte de los enfermos. Nada más. Los familiares no hablan con otros familiares, no te preguntan Where are you from, no te cuentan por qué están allí. La enfermedad mental en Etiopía, al igual que en muchas otras partes del mundo, está rodeada de una fuerte estigmatización social, y esto hace que en la fila del Amanuel todo el mundo adopte tácitamente la táctica del Don’t ask, don’t tell. Te da una cierta tranquilidad, pero le quita atractivo a la fila.

    Además, que tampoco he podido estar mucho en la cola, porque nos han hecho pasar bastante rápido. El Amanuel es un sitio no demasiado frecuentado por los frenjis, y mi presencia llamaba poderosamente la atención. Así, en fila, se me iban acercando algunos pacientes -sé que eran pacientes porque iban en pijama-, unos para saludarme, otros para insultarme, para besarme… Ha llegado un momento en que un enfermero tenía que permanecer a mi lado para reconducirlos a su ubicación correcta y, aunque ninguno ha intentado agredirme, y la situación era más cómica que peligrosa, nos han dejado pasar delante para que se tranquilizase el patio. Los pacientes llevaban escritos en sus pijamas el ala al que pertenecían (ellos y sus pijamas, supongo). Algunos, además, llevaban escrito en la espalda, con rotulador sobre el pijama, indicaciones sobre su peligrosidad y la conveniencia de no dejarlos salir del recinto. Me ha parecido una medida bastante práctica.

    Entre los enfermos no internados, un poco de todo. En el tránsito entre una y otra consulta, en las escaleras, hemos encontrado a una chica joven, bien vestida, con el pelo alisado, aunque muy despeinado, sentada. Al pasar yo, me ha cogido la mano. How are you?, me ha dicho. En sus ojos, la tristeza del prisionero en sí mismo, lágrimas a medio caer y una sorda llamada de auxilio. Me he quedado quieta, paralizada, fulminada por la insondable tristeza de esa chica. Sólo he acertado a balbucear aisósh (ánimo), y a besarle la mano que me había ofrecido. Esto se me ha pegado de los pobres, que son muy de besar manos. Me ha venido a la cabeza la frase de la Madre Teresa sobre la gota en el océano. En los ojos de esa chica fluía todo el océano, toda la tristeza del mundo, toda esa pobreza que hay en Etiopía, que no es sólo económica o material, que es una bruma triste, pegajosa, asfixiante. Su sufrimiento contra mi comodidad, contra cosas como mi estúpido ranking de filas. Su llamada contra mis pies de cemento, contra mi imposibilidad de ayudarla.

    No había decepción en su mirada, tal vez porque nunca tuvo ilusión por nada.

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