NOMINADOS
Cuando conocí al pequeño Y. hace tres años, se llamaba Ybakal, que quiere decir algo así como “es bastante” o “tengo bastante”. Se ve que su madre pensaba que, con cuatro hijos aportados, había cumplido con creces su deber cívico para con la sociedad como dadora de vida, y expresaba con ese nombre su deseo de ser relevada de esta función. Se ve también que el día de sus oraciones estaba de guardia San Josemaría Escrivá, por lo que, a día de hoy, el pequeño Ybakal es el cuarto de seis hermanos que sobreviven como buenamente saben y pueden.
Cuando Ybakal llegó a nuestro centro decidió cambiar de vida. Y comenzó por el nombre. Ahora se llama Ybeltal, que suena casi igual y quiere decir “el mejor”. No se acuerda que yo lo conocí cuando todavía se llamaba Ybakal, y está convencido de que todos creemos que, después de parirlo, su madre decidió que era lo mejor que le había pasado jamás y le dio un nombre acorde con su valía personal.
Ybeltal no es el único que ha cambiado de nombre. El pequeño Yared (nombre de profeta) se llamaba Taschekeg (diste problemas). Ahora, como digo, sigue la estela del profetismo nominal, tratando de olvidar lo que probablemente fue un parto infernal para su madre.
Al orfanato de la Doctora llegó hace algún tiempo Selasebeum (porque no lo pensé). Esa misma tarde figuraba en los papeles como Philipos (Felipe). A Tewalegn (le dije que no me tocara) no nos hemos atrevido a cambiarle el nombre, pero hubiéramos debido animar a su madre a hacerlo en cuanto llegó. Sólo que estábamos demasiado ocupados curándole su malaria de gueter y su pulmonía.
El pequeño Hulumayew tiene un nombre precioso: he visto todo. Su madre tiene un raro sentido del humor. Además de graciosa, la madre de Hulumayew es ciega.
Entre los cuatrocientos niños que componen la Santa Infancia, el nombre más popular, con ocho adeptos, es riqueza y sus derivados (rico, mi riqueza, su riqueza). Estamos petados de Haftes y Haftamus (o Habtes y Habtamus, que cada quien lo escribe como le sale del interior). Hasta una Hafta tenemos, y eso que es un nombre que no suele verse en niñas. Entre el sector femenino, gana por goleada Tiggist (paciencia), seguida de cerca por Abeba (flor) que, a decir verdad, son nombres que no denotan un gran alarde de imaginación. A mí, particularmente, el nombre que más me gusta es Tesfalem (la esperanza del mundo). Me parece todo un augurio. Una lástima que a nuestro Tesfalem todo el mundo lo llame Abiti, que es un diminutivo cariñoso que se usa mucho para los niños pequeños, y al que responden indistintamente todos los niños menores de diez años.
La riqueza nominal etíope, como puede intuirse, es amplia como la vida misma. De hecho, les cuesta concebir un nombre sin significado. Tanto es así, que la Santa Infancia suele modificar los nombres de los frenjis que conoce para darles su correcto significado. Yo, por ejemplo, tengo un nombre completamente normal, con su onomástica y todo. Todo el mundo tiene una tía que se llama como yo. La Santa Infancia, ya desde un primer momento, acortaba una de las vocales del nombre. La palabra resultante quiere decir “ella fue olvidada” o, con una levísima variación en una de las vocales, “dejad que ella olvide”. De hecho, al principio, me consideraban una persona bastante desgraciada y solitaria, y hubo quién me preguntó por qué yo tenía un nombre abeshá en vez de uno frenji.
Han elaborado todo tipo de teorías sobre mi nombre, resultando la más plausible la que cuenta que yo he acabado aquí cuidando niños porque todo el mundo se había olvidado de mí en mi ciudad natal. No me he atrevido a contradecirlos.