TRIBUS URBANAS: LOS SEVEÑÁS
En Etiopía todos los recintos y edificios tienen su correspondiente guardián (o guardianes, si el recinto es grande). En amárico, se les llama seveñá. Lógicamente, entre los seveñás hay de todo, pero la variedad no es tan divertida como el tópico.
El seveñá medio tiene más de sesenta años, funge como soldado o policía retirado y presenta distintos niveles de discapacidad física y/o intelectual. Suele ser analfabeto, y le encanta escuchar la radio. Ocasionalmente, le da al drinking.
Los seveñás visten de forma curiosa. De día, pueden parecer normales (pantalones, camisa, zapatos más o menos originales). De noche… de noche es cuando verdaderamente se liberan. La noche del altiplano abisinio, en contra de la opinión generalizada en Europa, es fresqueta. Vamos, que hace rasca. Y ahí los seveñás sacan lo mejor de sí mismos: abrigos hasta los pies, botas militares con calcetinetes hasta la rodilla por encima de los pantalones, gorros de piel heredados del Zar Nicolás y, por supuesto, el gabi* coronando las diez capas de ropa. Parece milagroso que puedan moverse con tanta ropa encima, pero lo hacen. Cubren absolutamente cada pulgada de su cuerpo con al menos cinco centímetros de tejido (si es lana, mejor). Sólo se les ven los ojos. De noche, a una cierta distancia, es imposible adivinar si están de espaldas o de frente, porque son como un muñeco inflable, totalmente amorfos.
El complemento por excelencia del seveñá es la goma: un trozo de manguera que llevan en la mano para cascar al que se tercie. Los más atrezados llevan hasta bastón, pero al seveñá medio, con la goma le basta. Nuestros seveñás son bastante variopintos. Tenemos una decena, y al que no le falta un ojo, tiene media cara paralizada por un ictus, cojea o está como unas maracas. Hay un par que hablan solos bastante a menudo. Más o menos normales tenemos dos. Hay uno que además no es feo y es bastante simpático, que la Santa Infancia dice que es una pena que esté ya casado, porque si no -dicen- sería ideal para mí. Saben que busco un hombre de provecho.
Es bastante típico de los seveñás que, de vez en cuando. se presenten borrachos al trabajo. Entonces se meten en su garita y no los despierta ni el Apocalipsis. Es bastante típico también que vayan con un transistor pegado a la oreja, un poco como los jubilados españoles. Sólo que el seveñá lleva este transistor a todo volumen cuando pasea por debajo de tu ventana a las tres de la mañana, y es un gozo escuchar las emisoras ortodoxas a esa hora.
Pero lo más característico del seveñá es su sabiduría. Porque, amiga, un seveñá no sólo custodia el recinto, no. Un seveñá lo mismo te descuartiza una oveja que te aconseja sobre un drama familiar. Un seveñá, reina, te soluciona la vida. Nosotros aprovechamos a fondo esta infalibilidad, especialmente Brother House, que les pide consejo sobre los temas más variopintos: desde si ese dedo marchito puede ser lepra hasta el tiempo adecuado para sembrar tomates en el huerto. El seveñá es como el libro gordo de Petete en versión iletrada. Y esto no sólo lo pienso yo. Que los seveñás tienen siempre razón lo saben hasta los niños de pecho. Lo saben hasta los propios seveñás. Yo puedo tener opiniones más o menos fundadas, más o menos válidas, en base a mi cualificación universitaria y a mi variado curriculum laboral, argumentos ambos totalmente vacuos ante la autoridad del seveñá. Porque en ciertos asuntos, amiga, se hace, simplemente, lo que dice el seveñá. Y si te gusta bien, y si no, hazte seveñá y podrás opinar.
A pesar de mi aparente disciplencia hacia el colectivo, no vayan ustedes a creer que no los tengo en consideración. Dios me libre de enemistarme con los seveñás. El otro día les compré chupa chups para todos. Porque ellos lo valen (y lo saben).
Gabi: Netelá, versión masculina. El tejido es más grueso y el chal más grande.