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Archive for julio, 2009

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Jul 31

¿DÍA DE LA MADRE?

Estás sentada en mitad del barullo de la hora de comer. Niños que van y vienen con platos, cáscaras de plátano por los aires, olor a pan abeshá. De pronto, una mano (pequeña), se desliza entre las tuyas. Te giras y lo ves ahí, sentado, a tu lado, y te preguntas cómo se ha infiltrado entre todo el jaleo. Reconoces la capucha, los pantalones, los agujereados zapatos. La misma ropa de ayer. La misma de mañana.

No le ves la cara, escondida, pero ya sabes lo que te va a decir. Sabes que eres la primera en enterarte, porque él siempre te cuenta todo.

  • _ ¿Todo bien?
  • _ Mi madre se ha muerto


Besas la capucha, aprietas la mano (pequeña, tan pequeña).

  • _ Lo siento, S.
  • _ ¿Me puedes acompañar a casa esta tarde? Tengo miedo
  • _ Sí, cariño, no te preocupes

Así de sencillo, así de simple.

Voilá. Ya tienes otro hijo.

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Jul 29

ESO NO ES ASÍ

En esta mi labor de denuncia de las pequeñas (y grandes) injusticias cósmicas, hoy quiero desenmascarar una gran mentira que el pueblo etíope grita al mundo en los famosos cartelitos con gente vestida de regional: Thirteen months of sunshine. Venga ya.

El eslógan, supongo, fue elegido por el tema de los trece meses del calendario etíope. Vale. Es curiosón. Pero, ¿de sunshine? Ni de coña.

Porque uno lee el eslógan antes de venir y, a poco emocionado que sea, se llena la maleta de pantalonetas del Coronel Tapioca y camisas de lino (yo tengo tres). Y, cuando llegas a la tierra de Teddy Afro tras dejar atrás el tórrido verano de la piel de toro, ¿qué te encuentras? Que más te hubiera valido traerte el Barbour*, porque esto parece Londres.

Durante diez-once meses al año el sol brilla en el cielo de Addis, es verdad. Pero los otros dos-tres meses tu vida se convierte en un sobrevivir entre el fango y un tender las bragas en la ducha con la esperanza de que se sequen en menos de tres días.

Este año el Krampt** ha tardado bastante en llegar. La Santa Infancia rezó durante más de un mes para que llegaran las lluvias y, al final, parece que Dios les escuchó. Cuando las lluvias comienzan, todos nos alegramos: el agua es vida, es cosecha, es futuro… Se nos llena la boca de tópicos sobre las bondades del agua y nos convertimos en stands ambulantes de la Expo de Zaragoza. Esta fase nos dura unas dos semanas. Exactamente lo que tarda el barrio en convertirse en un cenagal inmundo y resbaloso, donde las bolsas de plástico se mezclan con el estiércol, el fango y la tristeza de no tener dónde guarecerte.

Y es que las cosas mojadas son siempre más tristes. La Santa Infancia, cuando se moja, parece más sucia, más pobre y, sobre todo, mucho más olorosa (y ya, de por sí, la Santa Infancia huele que alimenta). Además, dejan de usar el baño y se mean por todas partes, con la escusa de que el agua “se lo lleva todo”, y comienza a ser usual verlos caminar por el campo de fútbol despreocupadamente mientras mean.

Ayer nos pilló la lluvia mientras bordeábamos Koshe, y, no es por ser alarmista, pero luego la ropa me a.p.e.s.t.a.b.a. Yo creo que era lluvia ácida. Lo menos.

*Jamás he tenido un Barbour, pero siempre me ha tentado. Soy débil, lo sé.
** El Krampt (escrito así o de otra manera) es la estación de las lluvias, el veranito, vamos
.

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Jul 17

RITMOS AFRICANOS

    Hoy he dado dos horas de inglés, desatascado cuatro lavabos, hecho diez camas, participado en una terrible charla con la madre de M., jugado una hora al pañuelo, otra hora arbitrando torneos de ping-pong, buscado zapatos para una pierna con elefantiasis y rellenado un quaterly report.

    Y habrá quién diga que la vida en el África es relajada.
    Tocotó.

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Jul 14

DRAMATIS PERSONAE 1: LA SANTA INFANCIA

Yo crecí en un tiempo en el que todavía existían las fronteras. Para pasar a Francia te pedían el pasaporte, teníamos los consabidos dos canales de televisión y nuestro concepto del fashion incluía los calentadores. Lo poco que conocíamos del África era lo que nos contaban los misioneros que venían al cole de vez en cuando, y, cada año, nos recorríamos la ciudad solicitando donativos para la Santa Infancia. Así lo decíamos: por favor, un donativo para la Santa Infancia.

Esta Santa Infancia se nos aparecía como una serie de caritas oscuras que atravesaban desgracias sin fin y que morían de hambre por culpa de lo que nosotros no nos queríamos comer. La Santa Infancia eran niños mucho mejores que nosotros, dónde iba a parar, y que realmente se merecían nuestra vida más que nosotros, sólo que la injusticia cósmica les había dado a ellos una vida sin zapatos y a nosotros la posibilidad de decir “no me gusta”.

A la Santa Infancia se le presuponía siempre una altura moral más allá de cualquier duda. La Santa Infancia eran niños perfectos con una vida mayormente imperfecta. Por eso ellos eran santos y nosotros no.

La Santa Infancia pertenecía a culturas ancestrales, habitaba entre leones y elefantes y, según la imagen que nos inculcaron, venía con un imprescindible cántaro de barro en la cabeza como complemento todoterreno. Esta era mi idea de la Santa Infancia.

En la realidad real, la Santa Infancia no ha visto un león en los días de su vida. De vez en cuando los llevamos a Furry* y se entretienen un rato persiguiendo hienas. En vez de cántaros en la cabeza llevan a la espalda garrafas de plástico, que duran más. Y de su cultura ancestral se acuerdan entre poco y menos.

A la Santa Infancia, más que las historias sobre la reina de Saba y el rey Salomón, lo que les fascina es la película Crepúsculo y sus vampiros adolescentes de anémica tez. Tú a la Santa Infancia le pones una película concienciada, tipo La Misión, y la Santa Infancia se mea de la risa. Porque a la Santa Infancia ver indígenas acribillados le parece una cosa súper graciosa. Eso y que no se acaban de creer que la película transcurre en América, porque a ellos los indígenas esos les parecen China (pronunciado chaina, como en inglés). Y es que, para la Santa Infancia, los habitantes del mundo mundial se dividen en abeshá, frenji y china, y en este último contenedor meten todo lo que no cabe en los dos anteriores, incluidos Pocahontas y los polinesios.

Si la Santa Infancia viniera a nuestro mundo, ni se fijarían en lo que nosotros dejamos en los platos, porque en la cultura de la Santa Infancia es de buena educación dejar algo en el plato, aunque también es verdad que la Santa Infancia pasa bastante de los buenos modales y se come todo, hasta la mayonesa. En nuestro mundo, lo que les alucinaría de verdad de la buena serían los contenedores de basura, porque para la Santa Infancia no existen objetos desechables. Todo tiene una utilidad, por lo que van acaparando porquerías todo el día que al final acaban perdiendo a través de los múltiples agujeros de sus bolsillos: tapones de botellas, tazas descascarilladas, trozos de alambre… Lo que sea. Para algo servirá. La Santa Infancia, con la basura de uno de nuestros contenedores, se construiría un adosado de dos plantas con chimenea, trastero y catálogo del Ikea en la mesilla del salón.

Como proyectos de vida, la Santa Infancia se decanta básicamente por dos opciones: futbolista o piloto de avión. Entre los siete y los diez años, ésas son sus metas. Luego pasan a querer ser doctores, científicos o maestros, para acabar estudiando peluquería, electricidad y secretariado. Todo muy africano y muy ancestral y muy distinto de la Infancia No Santa Consumista.

La Santa Infancia son niños y, como tales, de vez en cuando, crueles. Se dirigen insultos tan pérfidos como “desgraciado”, “perro” o “leproso” sin que se les tuerza el gesto. Presentan también una preocupante tendencia a la pedrada impulsiva y desproporcionada, por lo que no es tan raro que una pelea entre niños de ocho años por una partida de canicas acabe con tres puntos de sutura.

Al final, lo que distingue a la Santa Infancia de la Infancia No Santa Consumista no es lo que tienen o lo que comen o cómo se visten. Es lo que sufren y los motivos de su sufrimiento. Porque no es lo mismo llorar porque mamá y papá se están separando, que llorar porque no tienes ni mamá ni papá ni perro que te ladre. No es lo mismo que te discriminen por llevar pantalones de cintura alta (que sepas que te discriminan con toda la razón del mundo) que por ser hijo de un leproso. No es lo mismo que La Ciudad de la Alegría te impacte por la dureza de su argumento o que te quedes flipado de lo mucho que se parece a tu barrio. No es lo mismo.

Yo no sé si son santos o no. Sé que cada día me sorprenden. Que son distintos, pero no por vivir aquí, sino porque son ellos. Sé que su capacidad de vivir, de reír, de jugar, de perdonar y de sufrir no tiene límites. Como la de todos los demás niños del mundo.

* Furry es el nombre de la montaña que tenemos enfrente de la misión

P.D: Sí, plagio al ex marido de Jaydi Michel. Pero no pongo la canción, que me da asquito.

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