DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
La Santa Infancia está preocupada: “Estás demasiado delgada”, me dicen.
_ No es para tanto, más delgados estáis vosotros -respondo, apoyándome en la evidencia.
_ Ya, pero tú tienes la muñeca igual que la mía, y yo tengo doce años -alega A., que también es muy empírico él.
A la Santa Infancia le gusta analizar cualquier mínima incidencia en mi físico. Y comienzan a hacer hipótesis:
_ Tienes la tripa hacia adentro, como los tuberculosos
_ No toso. No tengo tuberculosis
_ Tienes las mejillas marcadas, como los del HIV/AIDS
_ Tengo la vida emocional de una piedra de río. No puedo tener Sida.
B., con su habitual pragmatismo, ha sentenciado:
_ Es que piensas demasiado. No tienes que pensar tanto.
A B. le gustaría que me volviera tonta, feliz y ortodoxa. Por ese orden.
Al final, A. ha dado con la solución:
_ Ya lo tengo. Tú te vas a tu casa, con tu familia, y ahí te engordas.
Los demás lo han mirado raro. Al fin y al cabo, hace sólo tres meses que me pillé cuatro días libres para ir a Harar.
A. se repone rápidamente:
_ Y, una vez que te hayas engordado, tolo nei (ven deprisa).
Y ahí sí hemos encontrado el quórum. Sobre todo yo, porque las señales comienzan a acumularse: hace un mes se me paró el reloj y hace dos días se me rompieron las gafas
Pues eso, a engordarme voy. Que a todo cerdo le llega su San Martín. Y su San Lorenzo, en mi caso. Nos vemos en los bares.