EVANGELIZANDO
B. tiene ya diecisiete años y, si todo marcha según lo previsto, será nuestra gran contribución a la Iglesia. A la ortodoxa, se entiende. Porque B., tía, es una radical. Como te lo cuento.
B., como tantos otros, es huérfana, y vive con una tía mentalmente bastante inestable y dos primos más bien desastrados. En medio de todo ese caos y dejadez, B. mantiene una estoicidad admirable, basada en su inquebrantable fe en Dios, la Virgen y los ángeles (Mikael, Gabriel, Rufael y Urael, que es uno que los católicos -se ve- olvidamos por el camino).
En todos los años que lleva con nosotros, son contadas las veces en que ha podido comerse algún caramelo, dado que, para ella, el 60 por ciento del año es tiempo de ayuno. Es de las pocas que van a la iglesia a rezar. El resto de la Santa Infancia va también bastante a las iglesias, pero con el propósito principal de mendigar. Luego, una vez allí, ya que están, se echan dos rezos.
B. no ha tomado una aspirina en los días de su vida. Cuando me aburro, nos embarcamos en discusiones sin rumbo sobre la posibilidad de compatibilizar el tzebel* y las medicinas normales. Digo sin rumbo, porque es como hablarle a la pared. Lo mismo aplica a mis múltiples intentos de ponerle vaqueros, que lleve bragas o darle chaquetas de colores que no pertenezcan a la gama del gris, el negro, el azul marino o el marrón.
Cuando yo volví el noviembre pasado, B. se alegró mucho de que hubiera decidido pasar un tiempo ilimitado en Etiopía. La alegría le duró poco, porque se dio cuenta de que el hecho de dedicar la mayor parte de mi tiempo a la Santa Infancia merma radicalmente mis posibilidades de formar una familia propia. En este sentido, B. es como la iglesia católica, que nos considera a los solteros ramas secas del árbol de la Humanidad. A B. le gustan las cosas bien ordenadas, y una soltera de treinta años con esporádicas tendencias perro-flauteras no cuadra con su concepto de una vida provechosa. Para B., o casada o monja.
Así, me dijo que ella se iba a poner a rezar de inmediato para que Dios me mandara a mi hombre ideal. Olvidándome de con quién estaba hablando, le contesté:
_ Pues ya puedes rezar, maja, porque a mí no me ha escuchado
A lo que ella repuso dulcemente, como quien le explica las cosas a un niño pequeño cortito de entendederas:
_ No, no digas eso. Es pecado – allí perdió un poco el tono comprensivo – Dios te escucha siempre, aunque tú no lo sepas.– completó.
Como digo, B. va mucho a la iglesia. Hace algunos meses, cuando me comunicaba que se iba antes porque se quería pasar a rezar un rato por Abuna Arege (una iglesia dedicada a un santo etíope cuya apasionante historia contaremos otro día), yo siempre le decía “acuérdate de rezar por nosotros”, porque nunca se sabe qué te va a hacer falta en esta vida. Hasta que un día, de repente, se volvió y me soltó:
_ Tú siempre me dices que rece por ti, pero los que estáis limpios de corazón no necesitáis que nadie rece por vosotros. Vuestras obras os salvarán.
En verdad, en verdad os digo que me dejó muerta matá. Ya habla como los profetas.
*El tzebel son las aguas benditas que hay en casi todas las iglesias ortodoxas para curar a los enfermos.