Y YO CON ESTOS PELOS
Vivir en Etiopía es bastante difícil. Y, si llevas el pelo corto, un poquito más difícil todavía. Supongo que por eso, hay muchos frenjis que cuando viven aquí se dejan y parece que estén permanentemente de camping: sin depilar y armados de complementos del Decathlon. Yo no. Yo saco lo mejor de mi misma en mi batalla cotidiana contra la desidia estética.
Si por la Santa Infancia fuera, yo me cortaría únicamente el pelo cuando empezara a tropezarme con él. No les gusta el pelo corto. Como mis amistades saben, durante mucho tiempo tiré de home made en lo que a estilismo capilar se refiere, pero no funcionó del todo (la Santa Infancia no es todo lo habilidosa que parece, y la Doctora sabe coser cabezas pero no arreglar el pelo que crece en ellas), y el año pasado me decidí a empezar a ir a la pelu.
Animada por La Doctora, nos fuimos a la armenia, que es una señora de Armenia (por si alguno lo dudaba) que tiene una peluquería enfrente del Gandhi Hospital donde va lo más granado del frenjerío local (esta palabra me la acabo de inventar, me temo). Mola bastante, en primer lugar porque tiene revistas de cotilleos en inglés, francés e italiano. Eso sí, son revistas del año del catacrac, con lo cual te tienes que conformar con ver a Lourdes María cuando todavía no tenía vello facial.
Lo mejor de la armenia, en cualquier caso, es la propia armenia, que es una señora que ha crecido en Addis y, mientras te corta y peina, te cuenta historias de la cuidad de hace mil años, en varias lenguas. Yo la oí hablar en francés, inglés, armeno e italiano, mientras recordaba cómo una vez intentaron mover el matadero de sitio y lo tuvieron que dejar ante el aluvión de serpientes que salían al remover los restos animales que hay alrededor, y que todavía hoy el visitante puede apreciar cuando pasa por Kera. Además, te sirve para enterarte un poco de los avatares de la comunidad armenia, que son un poco como lo judíos, que se han quedado esparcidos por todo el mundo.
Centrándonos en el terreno estético, la señora armenia está especializada en melena plisada con bucle al final, por lo que encuentra cierta dificultad -ella también- en los estilismos cortos, siendo los flequillos todo un desafío que no siempre solventa con éxito. Yo no salí descontenta del todo, porque me dejó un poco como la rubia de los Ángeles de Charlie. El problema es que llegué a casa y alguien me dijo que no parecía un ángel de Charlie, sino Camilla Parker Bowles. Y eso me dolió.
Con lo cual, la vez siguiente, la Doctora y yo nos encaminamos a Miki, una pequeña peluquería en frente del Club Griego, donde la dueña (que supongo que será Miki) sólo habla amárico. El resultado no fue malo (sobre todo teniendo en cuenta que cuesta tres veces menos que la armenia), pero, tras haber vuelto una segunda vez, tengo que decir que Miki es bastante independiente, y siempre me acaba plantando el estilismo “hongo nuclear”. Porque tú llegas a Miki y más o menos le dices lo que quieres, señalando los pósters de la pared. Como los pósters tienen pinta de ser de mediados de los ochenta, no escoges el que más te gusta, sino el que menos grima te da. Y luego Miki te hace el peinado “hongo nuclear” y a correr. Como esta vez se le fue la mano cortando -“esto te crece enseguida, ya verás”, me consoló ella misma- una vez que me deshice el hongo me ha quedado una cosa a medio camino entre Julie Andrews y Amelie. O eso creo yo. La Santa Infancia, como siempre que me corto el pelo, ya me ha dicho que estoy horrible. Me gusta la épica de las batallas perdidas.