VERANILLO DE SAN LORENZO
No es que no me interese el debate que se ha generado en este blog. Lo comprendo poco, pero lo voy siguiendo. Es sólo que ya no estoy allá porque me he venido aquí. Estoy de vacaciones, y he consagrado mis capacidades a la comprensión de enigmas de alto calado. Concretamente, estoy tratando de dilucidar qué gracia le encuentra la gente a los pantalones de pitillo. Después de haberme probado más de una docena, sigo sin pillarlo, y comienzo a sentirme realmente excluida. Nótese que mido 1,65 y no llego a los cincuenta kilos, lo que me da una cierta seguridad en el probador (la malnutrición en el Primer Mundo es fashion). Pues me sacan culo. Mucho. Y raro.
Como soy una persona de intereses polivalentes, también estoy tratando de comprender el estilismo en materia de calzado. Si tolerar apreciar las manoletinas me llevó varios meses, ahora estoy concentrada en contener la carcajada ante el despliegue de zancos, bisutería, metales varios y abundantes correas que encuentras cuando bajas la mirada los sábados por la noche. Ha vuelto Roma, y lo ha hecho acompañada de Lady Gaga, Serena Van der Woodsen y la troupe de extras de un porno de serie B.
Disfruto de las pequeñas y grandes cosas: la eficacia con la que parecen trabajar los chicos que cambian la caldera de mi casa, el ordenado vaciado de los contenedores de basura clasificada, el olor de los niños limpios, las cervezas de botellín pequeño.
Ya hace varios días que he recuperado la costumbre de caminar por las aceras, y he reinstalado en mi mente el concepto de “preferencia” como regla universalmente respetada entre conductores (me pasé dos días pitando a diestro y siniestro, y explicando a mis aterrorizados acompañantes “si ya me ha visto, pues frenará, ¿no?”).
Me dejo cuidar por la gente que se alegró de verme los primeros dos minutos, y que ahora soportan mis acentuadas manías. Debería hacerme una camiseta que dijera: “tranquilos, que me voy en un mes”. Pero se ofenderían, porque ponen su mejor empeño en quererme.
Cuando estoy allá, siempre pienso que tengo suerte: la Santa Infancia nunca me deja sola. Siempre estoy acompañada, siempre querida, siempre necesitada. Ahora me doy cuenta de que aquí también.