SONRISAS Y…
Este año tenemos un manatí . Obviamente, no es un manatí real. Es un miembro de la Santa Infancia que, a Dios pongo por testigo, tiene cara de manatí. La Santa Infancia al principio decía que tiene cara de rata, porque no saben lo que es un manatí. Ahora, aunque todavía no saben lo que es un manatí (no he encontrado ninguna foto), pues todos lo llaman Manatí. Es curioso, porque los únicos que pillamos el chiste somos los frenjis, que nos encanta decir cosas como, “el Manatí se ha cagado, hay que limpiarlo”, o “el Manatí está berreando en mitad del patio”. Y es que al Manatí, que tiene siete años, antes lo llamábamos Claxon, porque cada dos minutos se ponía a rugir como un becerro y nos mataba bastante los nervios.
Además de la cara, el Manatí tiene piel de manatí. Nunca he tocado un beluga, pero su piel tiene por fuerza que ser igual de suave que la de nuestro Manatí. De verdad que es como alucinante: no es que tenga la piel como el culito de un bebé, es que tiene la piel como una reproducción sintética y perfeccionada, elaborada experimentalmente en los laboratorios de Procter & Gamble, del culito de un bebé. Me paso horas acariciándole las mejillas y el Manatí se ríe sin saber muy bien por qué, porque es algo tonto.
Como digo, el Manatí al principio nos sacaba de quicio, porque a lo mejor estábamos jugando a pillar, y alguien empujaba por error al Manatí, y de repente se tirada al suelo y se ponía a chillar como un lechón al que le están haciendo un tatoo del Entierro del Conde Orgaz en el omoplato, y no había quien lo calmara.
Esto la Santa Infancia lo hace mucho, que por cualquier tontería se pegan jartás de llorar. Yo instruyo siempre a nuestro personal: si chillan, es que no les pasa nada. Es una verdad universal. Cuando a la Santa Infancia le duele algo de verdad de la buena, no dicen ni mú. Cuando a la Santa Infancia algo le hace mal, al máximo les caen dos o tres lágrimas, como gotas de agua de las estalactitas, que llevan meses preparándose a caer, hasta que al final ruedan mejilla abajo. Un poco como en los anuncios de Veri.
Eso nos pasó el otro día con T. (once años), que lloraba bajito porque le da mucha rabia tener que ir a mendigar con su padre que es ciego. Porque a T. no le parece justo que, para dos meses al año que su padre pasa en casa (los necesarios para procrear otro hermanito con la madre de T.), él tenga que cuidarlo todo el tiempo. Porque a T., aunque no lo dice, lo que de verdad le gustaría es que su padre no volviera más. A T., además, le da mucha rabia ser pobre, y, cuando le preguntamos si tiene algún problema, sólo baja la vista y deja correr dos lágrimas. Una y dos.