Entre mis labores figura la de gestora del cine que montamos los domingos por la tarde. Básicamente, selecciono la película, apaño todas las cuestiones técnicas (proyector, sonido…) y, la mayoría de los días, hago la traducción simultánea del inglés al amárico con un micrófono. Los días que no estoy yo, tengo ya entrenado a uno de los mayores que, en la tira de años que lleva con nosotros, se ha visto la mayoría de las películas y puede traducirlas bastante bien. Si no todos los diálogos, al menos sí traduce la idea general de la historia.
Hace algunas semanas me apetecía ver algo nuevo, y así, al azar, seleccioné V de Vendetta. Lo único que yo sabía de la película era que salía Natalie Portman y que estaba basada en un cómic. “Pues será como los X-Men”, pensé, imaginando a Natalie tipo Kate Beckinsale en Underworld, disparando rayos ultrasónicos y ataviada con vestidos ridículamente ajustados salidos de la mente del John Galiano de turno. Y resultó que no. No era como los X-Men.
Para los que no la hayan visto, V de Vendetta es una parábola atemporal sobre cómo los gobiernos explotan los terrores más profundos del populacho para uniformizar mentalidades y ahorrarse esas molestas ideas propias. Una película ligerita, vaya. Facilita de ver. A eso, súmale mi deber de adaptar mensaje y diálogos a un público suburbial de entre cinco y veinticinco años con mi precario amárico como única herramienta, añade la trepidante verborrea del protagonista principal (V) y completa el cóctel con todo el simbolismo que la película rezuma. Escalar el Chogori en chanclas tiene por fuerza que ser más fácil. A los diez minutos de película ya estaba sudando.
Más o menos me las ingenié para transmitir la mayoría de diálogos y las tramas principales, hasta que Natalie Portman acaba en una extraña cárcel donde, en uno de los recovecos de su celda, encuentra una carta de una prisionera anterior, encarcelada por homosexual. Y ahí me quedé un poco atrancada, porque la homosexualidad no entra mucho en el panorama vital de mi Santa Infancia (ni de la población etíope en general):
_ La carta que ha encontrado es de una prisionera que estuvo antes en la misma celda por…– en la pantalla comienza un flash back donde la chica de la carta se besa con más chicas-… porque pensaba distinto… porque era diferente, y en vez de casarse con un marido, tenía muchas, muchas amigas, y esto al gobierno no le gustó un pelo, y la metieron en la cárcel.
Soy perfectamente consciente de que no es el modo más adecuado de explicar la homosexualidad, pero en el momento era eso o quedarme callada ignorando lo que sucedía en pantalla, que es algo que no me gusta hacer porque la Santa Infancia se cosca y me echan la bronca.
Yo pensé que la Santa Infancia se pondría a aullar, que es algo que hacen cuando salen besos en las películas, pero no. No dijeron ni pío. Se portaron bastante bien durante toda la peli. Supongo que porque, al igual que yo, estaban intentando entenderla.
Después de casi dos horas de vadear lingüísticamente en el atolladero ideológico de la película, se atascó el DVD, con lo que nos quedamos sin ver los diez minutos finales. A pesar de eso, tanto a la Santa Infancia como a mí nos gustó la película mucho. Lo que pudimos entender, claro (tampoco verla en inglés es súper fácil).
Lo mejor del caso es que al final me dí cuenta de que había conectado mal el DVD al proyector, y la estábamos viendo en blanco y negro, cuando realmente era en color. Yo le veía totalmente sentido a que la peli fuera en blanco y negro. Hasta se lo expliqué a la Santa Infancia: “los gobiernos, a veces, no nos dejan ver los colores”. Toma ya. Menos mal que el permiso de trabajo no me toca renovarlo hasta Marzo, porque, si había alguien afín al gobierno en la sala, me arriesgaba a tener que pasar las Navidades en casa. Y eso, nunca.
Niña… te me imagino en la situación… estoy deseando que lo escenifiques en persona