HOPE OF DELIVERANCE
Hace algunos meses, M. (16 años) faltó durante toda una semana. Nos preocupamos, porque lo último que supimos de ella es que le dolía la tripa. Con la psicóloga, fuimos una tarde a su casa. No la encontramos, pero hablamos con la señora que le alquila la habitación donde vive. Nos dijo que ella veía a M. bien de salud, pero bastante embarazada.
Así, vinimos a saber que M. se había echado un noviete, que el noviete era militar, que el noviete se desapareció, y que, en el trauma posterior, M. se dio cuenta de que, además del noviete, se le había desaparecido también la regla. Como M. a sus dieciséis, no ha llegado a acabar Cuarto de Primaria, se hizo un lío con los números, y pensó que estaba de cuatro meses, cuando en realidad estaba de ocho. Y nosotros pensando que eran lombrices, tú.
Anticipando el ciclo de la vida, organicé toda una Operación Parto (¿de la risa?). Preparamos con M. la mítica bolsa que tienen las embarazadas para ir a los hospitales y le dejé mi número de móvil con instrucciones claras y concisas: sólo tenía que llamarme, coger la bolsa, y esperar a la puerta de su casa.
El día de autos, M. empezó a sentir los dolores de parto. Decidió bañarse bien (ponerse bragas no se le ocurrió) e, ignorando mis dos sencillas instrucciones, se echó a la calle para venir andando hasta el centro. Por supuesto, sin mítica bolsa de parturienta. Para entonces, las contracciones eran considerables y acabó sentadita en una piedra en mitad del chabolerío, llorando como la huérfana que es, y con la ropa empapada. Así la encontró una de las mayores de la Santa Infancia que, aunque no conocía la Operación Parto, sí entendió que debía llamarme.
Acabamos en el Corea Hospital, que es un sitio fetén para parir. Entré en el paritorio en calidad de padre de la criatura. Ahí me empecé a emocionar, porque me dieron unos zuecos y una camisola como las que salen en Grey’s Anatomy. Pedí un gorrito de operar, pero me dijeron que no tenían. Lástima.
La criatura nació a las nueve y media de la noche, al mismo tiempo que caían por tierra para mí todos los tópicos acerca de la mística del parto. Casquería fina, oiga. Lo demás, poesía para sobrellevar el trago, supongo.
Yo pensaba que habíamos pasado ya la parte heavy, pero no. Me quedaba toda la noche por delante. Durante las siguientes tres horas, a M. seguía doliéndole todo y no hacía más que revolverse en la cama, manchar las sábanas abudantemente con todo tipo de fluidos y gritar cada vez que las enfermeras la sometían a torturantes masajes para sacar “todo” fuera.
Allá a las dos de la mañana, se le pasaron los dolores. Como era el único padre mujer, las enfermeras me pusieron una camilla pegada a la cama de M. para que pudiera echar un sueñecito. Tenía la ventaja de que M. sólo tenía que darme un codazo cuando necesitara algo. Y empezó a necesitar de todo: tengo sed, tengo calor (al final acabé girando la cabeza y soplandole en la cara), mira que la niña ha abierto los ojos, mira que la niña ha hecho un ruido raro… Y así durante un rato. Cuando yo conseguía cerrar los ojos, M. me cogía de la mano, y parecíamos los Amantes de Teruel.
Luego, cuando ya estaban satisfechas sus necesidades físicas y le habían dejado de extrañar los imperceptibles ruidos de la criatura, le dio un subidón de hormonas y se puso a hablar por los codos. Cuatro de la mañana. Y no era un monólogo. Hablaba conmigo. Que si el parto duele mucho, que si a quién crees que se parece la niña… Yo, que ya estaba un poquitín exhausta y no disponía de hormonas para mantenerme high, le dije que se dejara de tópicos sociales: yo no conozco ni al padre de la criatura, ni a la familia de M (porque no tiene), con lo que, consecuentemente, yo hubiera podido encontrarle más parecido con cualquiera de las enfermeras que con las personas conectadas biológicamente con ella. Así, estuvimos hablando hasta que salió el sol, momento en el que le dije: M., cari, que me voy a desayunar.
_ Ah, ¿que ya es de día?
_ Sí, son las siete de la mañana
_ Uy, pues se me ha hecho la noche super corta
Y yo que me alegro, honey. Como M. no había cogido la bolsa, pues sólo teníamos para vestir a la niña una camiseta y una especie de mantita verde fosforita que la propia M. había elegido, con lo cual el bebé nos quedó un poco Gusiluz. Me consolé pensando que una amiga me dijo que en este blog tan cuqui habían anticipado que este verano vuelven los tonos flúor.
Por haber nacido en el mes de Mayo–Ginbot, la niña se llamará Mariamawit (aquella en la que se refleja María). Como si la hubieran llamado Mari, pero maqueado con el barniz cultural, que siempre queda más propio. Nueva vida, nueva esperanza y, a lo mejor, un futuro distinto. A lo mejor esta vez sí.