ECONOMÍA APLICADA
Este puede ser el primer artículo serio sobre economía de toda mi carrera. Seguramente, también el único. Me he preparado concienzudamente: me he abierto una cerveza. Como ejemplo de lo que intentaré explicar.
Yo es oír la palabra “economía” y me viene un sopor mortal. Desde siempre he pensado que la economía era una cosa que sólo afectaba a las personas mayores. Me aburre tanto la economía que, para no tener que lidiar con nada remotamente relacionado con ella, hace años que no tengo sueldo. Hasta que el otro día fui al súper y no me llegó el dinero que llevaba para pagar la compra. Y me dije, “tate, me he hecho mayor”. Por eso y porque decidí quedarme con el jabón de lavadora y renunciar a las cervezas, decisión que hace algunos años me hubiera parecido absurda.
Esta somera introducción (imaginen cómo será de largo el post) ejemplifica el momento que estamos atravesando en Etiopía: la gente va a comprar y, oh my God, no le llegan los centavitos para pagar nada. El gobierno decidió, en un afán por promover la alegría y el regocijo permanentes, incrementar los sueldos nada menos que un cuarenta por ciento el pasado Enero. La casa por la ventana. La subida de sueldos de los trabajadores gubernativos no obligaba a hacer lo mismo a las empresas privadas, pero sí era muy aconsejable si no querías que tus trabajadores te lincharan. Porque había una cosa que era muy difícil de explicar a los trabajadores del sector privado y social: el gobierno llevaba años sin subir un céntimo, pero las empresas privadas sí habían subido regularmente sus sueldos cada año. De esto súbitamente, nadie se acordó. Amazing cómo se logra el consenso en ciertas ocasiones.
Con la subida de sueldos llegó una falsa sensación de riqueza, hasta que, algunas semanas más tarde, dicha subida empezó a repercutir en los precios de los productos básicos. Y entonces, sólo un mes después del alegrón, la gente se encontró con que era igual de pobre que antes, si no más, dado que todos los trabajadores de la economía sumergida la subida de sueldos no la vieron ni de lejos.
Y entonces el querido gobierno, para intentar prolongar este júbilo permanente, decidió controlar los precios. Siguiendo con el ejemplo que tengo en la mesa, decidieron que la cerveza tenía que costar cinco birr el botellín. Toda la cerveza. Todas las marcas de cerveza. Sólo que hay marcas de cerveza que los comerciantes habían comprado con anterioridad a esta decisión a más de cinco birr el botellín. Y ahora el gobierno, prácticamente, les hacía perder dinero. Aquí la gente no es muy descontenta, pero como ya he dicho alguna vez, es bastante tozuda. Lo que los comerciantes hicieron fue no vender. Y así, en las últimas semanas, un día te levantabas y no había cerveza (Apocalipsis). Al otro ibas a comprar y no había aceite, y la semana siguiente lo que faltaba era el jabón en pastillas o la mantequilla. Y así con todos los productos básicos: hemos llegado a tener que comprar azúcar en el mercado negro. Azúcar. Como en la guerra.
Paulatinamente, el gobierno ha ido liberalizando de nuevo los precios de algunos de los artículos regulados anteriormente, con lo cual los comerciantes han vuelto a vender al precio que les sale de los huevos. De ahí la cerveza de mi mesa. En la actualidad, sólo se mantienen las restricciones para productos básicos como el azúcar, la harina o el aceite, que, o pagas un ojo de la cara por los importados o se los compras al gobierno. Porque ésa es otra: ante la escasez de ciertos productos, el gobierno tomó las riendas de la distribución de algunas cosas, como el azúcar, el aceite, la harina o la pasta de producción nacional. Bueno, el azúcar la hicieron venir del Brasil. Entonces, tú vas con tu tarjeta al Ayuntamiento de tu zona, haces cola tres horas, y puedes comprar un kilo de azúcar y un litro de aceite por persona. De nuevo, como en la guerra.
Para acabar de redondear la situación, está la construcción de la presa del río Abay, que es un proyecto que podéis apreciar en toda su magnitud aquí . Según el gobierno, esto hay que pagarlo entre todos. La versión local de “toca apretarse el cinturón”. O “toca sacar la cartera”. Y han pedido a los ciudadanos que contribuyan a la construcción de la presa libremente. Así, en las escuelas públicas, libremente los estudiantes tenían que dar dinero (500 birr en cada clase, unos ocho-diez birr por estudiante, según el número de alumnos en la clase). Si no los dabas, libremente, no te daban las notas a final de curso o, libremente, no te dejaban presentarte a los exámenes de estado de final de grado.
En este ejercicio de libertad, también los trabajadores estatales y privados han sido animados a contribuir regularmente con una parte de su salario, que va de los veinte a los cincuenta birr mensuales. Puedes no darlos, pero el gobierno libremente te informa que, si quieres comprar aceite, azúcar, jabón, pasta o harina de los almacenes del gobierno, tienes que certificar la libertad de tu entrega a la causa nacional con una tarjetita que atestigua que tú contribuyes mensualmente a la construcción de la presa en el río Abay. Y si no, pues ya puedes empezar a comer piedras o a comprar las cosas al doble de su precio.
Y aquí estamos, comprando el jabón que parece que estás contratando sicarios –“estoy dispuesta a pagar”-, mientras el gobierno recientemente se solazó en la celebración del aniversario de su llegada al poder (el 20 de Ginbot, cuando se derrocó al gobierno comunista de Mengistu Hailemariam) con una celebración pública en Meskel Square para decenas de miles de personas, perlada de banderas, camisetas y demás parafernalia que cuesta dinero, y otra celebración privada al anochecer, en el Sheraton para varios miles de invitados (concretamente tres mil, según las malas lenguas), que también cuesta dinero.
¿La salida a todo este caos? Hasta Amaral lo sabe, tía. Y creo que ellos entienden de economía tanto como yo. Falta que se dé cuenta un número suficiente de gente que sepa organizarse, para que, finalmente, se den cuenta los que se tienen que dar cuenta.
Como me vuelvan a quitar la cerveza, a las barricadas que vamos.