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Archive for octubre, 2011

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Oct 31

BANDERA

Hoy celebramos el día de la bandera. Si tenemos suerte, ustedes leerán esto después de Meskel, una vez que Míster K., ese poder en la sombra, vuelva de recorrerse Andalucía en bici. Como se ve, no soy la única que ha estado de vacaciones. Esto ya parece el suplemento dominical del País, donde no hay columnista que no se sienta en la necesidad de puntualizar que ellas escriben con quince días de anticipación, y que el mundo da muchas vueltas en quince días.

Como les digo, hoy hemos reunido a todos en el patio, la gente ha desfilado vestida de aranguadi-bicha-key (verde, amarillo, rojo), hemos cantado el himno nacional y todos tan contentos. Es una fiesta que el gobierno se inventó hace un par de años y que plantó en la última semana de Septiembre, que es una semana así como tonta, ya pasado el Año Nuevo y con Meskel aún por venir, y en la que, de no mediar el Día de la Bandera, a lo mejor habría hasta que trabajar.

A la Santa Infancia le asombra bastante mi escasez de orgullo patrio en lo referente a la cuestión simbólica. Léase: nunca me visto con los colores de mi bandera, que tampoco me parecen el colmo de la combinación cromatil. Y que viví en Pamplona cuatro años, y vestirte en cualquier combinación de rojo y amarillo te abocaba a convertirte en involuntaria protagonista de diversos tipos de expresiones de opinión ciudadana, ninguno de ellos placentero.

Para la Santa Infancia, lo de la bandera es súper necesario. Si les das a elegir tres colores del mundo mundial, hasta los niños de teta elegirán, por este orden, araguadi, bicha, key (verde, amarillo y rojo). Para lo que sea: un dibujo de una casa, la pintura para un muro o los colores de una camiseta.

Esta mañana les decía yo a los mayores que la identidad nacional es mucho más que los vivas a un trozo de tela, poniéndoles como ejemplo que, si tanto, tanto quieren a su país, cómo es que casi ninguno de los mayores de 18 años se molestó en ir a votar las pasadas elecciones. Me han contestado que no fueron a votar porque total iba a salir el mismo gobierno, y a ellos este gobierno les encanta. Tal cual.

Y allí hemos empezado con la discusión de “os encanta porque os tiene totalmente controlados y porque no habéis conocido otro”. Ellos saben que yo el alma de periodista todavía la llevo en mi interior (uno de esos lastres que atesoro), y hemos entablado una larga discusión sobre los medios de comunicación en Etiopía, poniendo ejemplos de cómo ven ellos ciertas noticias (percepción basada únicamente en lo que dicen los medios del Gobierno), y cómo veo yo la misma noticia (percepción ligeramente ampliada por mi macarrónico acceso a Internet).

Ellos están convencidos que a la comunidad internacional está exagerando la hambruna en Etiopía, y que realmente nadie quiere aflojar la pasta. Yo les he comentado que el acceso a la zona, hasta hace algunos meses, era bastante limitado (por el gobierno etíope, se entiende) y que en los últimos años las ONGs cada vez encuentran más trabas para trabajar aquí. Y que la pasta ya ha sido aflojada, pero que hay muchos intereses en juego, entre ellos los intereses del gobierno etíope.

Allí se han salido por la tangente, y me han dicho que debería volver al periodismo, porque, según ellos, tengo que ser una gran periodista (¡angelicos!). Les he cazado cuando les he dicho que ese gobierno que les encanta me expulsaría del país si yo me pasara al periodismo así, sin previo aviso. “Hombre, tampoco es tan raro que te expulsaran. Ni siquiera nos haces cantar el himno por las mañanas”. Si al final tendrán razón y todo….

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Oct 16

TÍO MATT

A raíz de la muerte del señor Jobs, leí en un periódico que una de las grandes contribuciones del genio –más allá de discursos de graduación, brand names, manzanas u ordenadores súper cool -, fue el haber contribuido decisivamente a que “todos llevemos Internet en el bolsillo”. Todos, dear.

Este verano, llegué a casa extasiada después de mi vuelo El Cairo-Madrid. “No sabéis lo que he visto en el avión”, expliqué nada más llegar a mi familia, “había gente que tenía como una especie de pantallas súper planas donde miraban cosas. He echado un vistazo a una de ellas cuando mi vecino de asiento se ha ido al baño y ¡estaba leyendo un libro en PDF!”. “Ah, sí, se llaman tablets”, me respondieron escuetamente. Me sentí un poco como Matt el viajero de los Fraggle.

Siguiendo con el verano, en ese intento desesperado de integrarme en la sociedad actual que Míster K. realiza cada año, me dio un móvil más actualizado que el que tengo en Addis. El que tengo en Addis me costó unos 20 euracos al cambio, y el proceso de compra se desarrolló más o menos así:
_ Buenos días, quisiera el móvil más barato que tengan.
_ Pues éste. Cuesta 400 birr
_ Ah, qué mono. ¿Y qué tiene?
_ Linterna. Tiene linterna.

Míster K. me dio un móvil que no tenía linterna, pero que tenía pantalla táctil, Interné incorporada y cienes de aplicaciones. A los dos días, desesperada, volví a sacar del cajón mi móvil con linterna y lo encendí. Con la pantalla táctil no era capaz ni de descolgar el bicho ése. Mis amigas estaban empezando a acostumbrarse a comunicarse con perdidas, como cuando teníamos 25 años (a nuestros 15 el único que tenía móvil era Michael Knight en El Coche Fantástico).

Llevo años oyendo lo de la “brecha digital”, que a mí me sonaba a “yaya, no hace falta que pongas otro cubierto, que el señor del telediario no va a salir de la tele para sentarse a comer con nosotros”. Me hacía mucha gracia, esa gente que no sabía ni lo que era Facebook. Hace ya algunos años empecé a entender que en el lado oscuro de la brecha digital se encuentran todos los países que quedan sumidos cada vez más en esa densa ignorancia que supone el no tener acceso más que a una versión de la realidad, todos esos millones de personas que ni siquiera saben que existe un universo paralelo en el que todos tienen derecho a participar. Y este año he entendido que me hallo suspendida en mitad del barranco tecnológico: tengo este mi blog, sé lo que es Facebook, pero el sólo capricho del gobierno etíope puede dejarme sin voz en cualquier momento. Basta una reunión de la African Union para que todos mis privilegios tecnológicos se vean revocados radicalmente (no hay conexión para todos). Y empiezo a no entender muy bien de lo que habla la gente común (mi gente común del Primer Mundo) cuando hablan de estos nuevos modos de comunicarse.

Vamos, que yo en el bolsillo llevo el móvil (con linterna) y las llaves. A ver si un día de éstos me encuentro el Interné ese que el señor Jobs le proporcionó a todo (todo) el mundo…

P.D: Los comments sí los leo y me animan muchísimo. No los contesto porque me costaría light years (años luz)

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Oct 10

YO VENGO DEL CAMPO

Nuestra niña Mariamawit finalmente no sabemos si se llamará Mariamawit. Papá Soltero apareció y, a sus tiernos veinte años, decidió cambiarle el nombre antes de desaparecer nuevamente. Estrategia guerrilla: golpea fuerte y desvanécete en el aire. Según él, Mariamawit se debería llamar Shewaye, que viene de la región de Shoa, que es donde se ubica Addis Abeba. La traducción de este nombre es: “como yo soy más de pueblo que una boina, quiero que todos sepan que mi hija ha nacido en Addis Abeba y será una ciudadana cosmopolita y panaafricana”. Otra traducción, en esta Etiopía llena de prejuicios y racismos, es “a la niña le tomarán el pelo por cateta durante toda la Primaria y la Secundaria hasta que, si llega a la High School, decida renunciar a su identidad y se cambie el nombre, y se ponga Mary, Helen, Samerawit, Selam (paz) o Niggist (reina), que se ve que son socialmente más aceptados”.

Lo mismo aplica para otros nombres como Ketama (que literalmente quiere decir “ciudad”); o nombres que se identifican con gente mayor como Turiye (“mi bien”), Tiliksew (persona grande), Belachew (que no tengo muy claro si quiere decir “me lo dijo” o “me pegó”), Gashaw (escudo); nombres de cosas típicas del campo como Godada (que es un tipo de grano, aunque no tengo muy claro cuál), o Masresha (cosecha); o con nombres demasiado comunes como “Habtamu” (rico) y todos sus derivados, o “Tiggist” (paciencia). A mí se me escapa un poco la distinción entre nombres cools y nombres no cools, pero la gente aquí la tiene bastante clara. Una muestra de ello es que nuestra M., a la sazón madre de la niña Mariamawit, se ha negado en redondo a aceptar lo de Shewaye, provocando el primer desencuentro en esta pareja circunstancial.

Y es que, a pesar de la pasión con que se viven las Semanas Culturales y de todos los orgullos patrios, los Komche son siempre Komche, y nunca son “señores” o “señoras”. Tú vas al mercado, compras un baúl de madera de veinte kilos, y no te llaman un “chico” para que te ayude a llevártelo. Te llaman un “komche”. Y cuando tu les puntualizas que el “komche” es un “chico” se te quedan mirando como diciendo “mira la lista, que no sabe ni siquiera qué es un komche”. Y uno esperaría que, ante estas acometidas, siguiendo el tópico del orgullo local, los komches se reafirmaran en su identidad, pero lo cierto es que no les gusta un pelo lo de ser komches. Y así queman sus vestidos verdes y sus pantalonetas, se ponen la primera camiseta del Barsa que pillan, se aprenden el estribillo de “Loca, loca, loca” (y eso que muchos no conocen la misteriosa conexión entre ambos elementos), y se creen que son más felices en la ciudad. Benditos ellos.

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Oct 04

LAS QUE TIENEN QUE SERVIR

Tras un verano lleno de sorpresas tecnológicas –estoy sinceramente convencida de que los Iphone tienen una aplicación para criar niños del Tercer Mundo que podría hacer mi trabajo mucho mejor que yo y con menos gritos-, aquí que me tienen ustedes again.

A pesar de la gigantesca atención mediática dedicada por el mundo mundial a la emergencia somalí, aquí a lo que viene siendo el mainstream local, pues es una cosa que no le inquieta mucho. O por lo menos no la nombran demasiado. Como además en Addis Abeba llueve que es un gozo, la lógica conclusión es que si llueve en Addis, llueve en el mundo entero.

Lo que ahora copa la atención de las noticias es la revolución libia. Como siempre, a los etíopes lo que es la realidad del mundo se la suda bastante, pero cuando la cosa les afecta aunque sea de refilón, allí que vuelcan toda su atención y sentimientos.

Estos días, la gente no hace más que hablar de Shewaye . ¿Que quién es Shewaye? Pues Shewaye Mollah es una señora etíope que se fue a trabajar a Libia, a través de una de las numerosas agencias que contratan chicas etíopes para servir en casas en países árabes, y que acabó de sirvienta en casa de la mujer de uno de los hijos de Gadafi.

Resultó que en la nevera de esa casa faltaron galletas (¿quién coño mete galletas en la nevera? La señora del hijo de Gaddafi, por lo que se ve, que era modelo libanesa), y la señora acusó a Shewaye. Y no sólo la acusó, sino que para castigarla le echó encima una olla de agua hirviendo, desoyando vida a Shewaye. La chica se encuentra actualmente en un hospital de Trípoli, bastante desfigurada. Al parecer, David Cameron le ha ofrecido asilo en el Reino Unido. El gobierno etíope, por el momento no ha realizado ningún tentativo de repatriarla, con lo cual Shewaye sigue en Trípoli, concediendo entrevistas con bastante frecuencia.

La historia está en todos los medios de comunicación del país y ha servido, por lo menos, para que se empiece a reflexionar sobre las condiciones de vida de los miles de chicas etíopes que trabajan en países árabes como personal de servicio doméstico. Igual que en España en los noventa se “llevaban” las filipinas como señoras de la limpieza para familias bien, pues se ve que en el Oriente Medio (Líbano, Libia, Emiratos, Dubai…) se llevan las etíopes.

De nuestra Santa Infancia, ya hay dos que viven en Beirut. De la última que se fue todavía no sabemos nada, pero la chica que ya lleva unos años dice que la tratan medio bien. Hasta le dejan salir de la casa. Un señor libanés con el que me crucé en una fiesta, me dijo que la verdad es que la gente allí trata bastante mal a las etíopes, porque tienen fama de vagas y ladronas. Así me lo dijo el señor. Y que las encierran en las casas porque también tienen fama de levantar el vuelo cuando menos te lo esperas y dejarte con las chilabas sin planchar.

El hecho, por otro lado, es que a pesar de los racismos y prejuicios reinantes, la gran mayoría de etíopes (no todos, eso sí), darían medio brazo por vivir en un país extranjero. En el que fuera y haciendo lo que fuera. Para muestra, un botón de muestra: para la Jornada Mundial de la Juventud, la Diócesis de Addis Abeba mandó un grupo de 31 personas como representación. Su tour incluía una parada en Ginebra, una semana en Oviedo y la traca final en Madrid. Entre los participantes había abogados, trabajadores sociales y otros profesionales bien situados. La organización se quedó con los pasaportes en cuanto pisaron suelo europeo, precisamente para prevenir la tentación de quedarse rezando más de la cuenta en el Viejo Continente. A pesar de todas las precauciones, sólo volvieron quince. Entre las que volvió figura una amiga y compañera mía de trabajo, que quedó encantada con la acogida que le brindó la familia española con la que estuvo en Oviedo (¡gracias, Asturias!), y que me comentó que fueron perdiendo gente durante todo el trayecto. Gente que tenía un sueldo y un trabajo más que dignos, y que estarán ya malviviendo en España. Y espera, que todavía no ha empezado el invierno, porque se van a cagar.

Volviendo a Shewaye, por fin los etíopes han comprendido las bases de la revolución libia: si tratan así a la gente, como para no rebelarse. Y a lo mejor tienen razón.

P.D: De la emergencia somalí, todavía me estoy formando una opinión. Cuando haya empezado a entender algo, se lo comunicaré a todos ustedes.

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