BANDERA
Hoy celebramos el día de la bandera. Si tenemos suerte, ustedes leerán esto después de Meskel, una vez que Míster K., ese poder en la sombra, vuelva de recorrerse Andalucía en bici. Como se ve, no soy la única que ha estado de vacaciones. Esto ya parece el suplemento dominical del País, donde no hay columnista que no se sienta en la necesidad de puntualizar que ellas escriben con quince días de anticipación, y que el mundo da muchas vueltas en quince días.
Como les digo, hoy hemos reunido a todos en el patio, la gente ha desfilado vestida de aranguadi-bicha-key (verde, amarillo, rojo), hemos cantado el himno nacional y todos tan contentos. Es una fiesta que el gobierno se inventó hace un par de años y que plantó en la última semana de Septiembre, que es una semana así como tonta, ya pasado el Año Nuevo y con Meskel aún por venir, y en la que, de no mediar el Día de la Bandera, a lo mejor habría hasta que trabajar.
A la Santa Infancia le asombra bastante mi escasez de orgullo patrio en lo referente a la cuestión simbólica. Léase: nunca me visto con los colores de mi bandera, que tampoco me parecen el colmo de la combinación cromatil. Y que viví en Pamplona cuatro años, y vestirte en cualquier combinación de rojo y amarillo te abocaba a convertirte en involuntaria protagonista de diversos tipos de expresiones de opinión ciudadana, ninguno de ellos placentero.
Para la Santa Infancia, lo de la bandera es súper necesario. Si les das a elegir tres colores del mundo mundial, hasta los niños de teta elegirán, por este orden, araguadi, bicha, key (verde, amarillo y rojo). Para lo que sea: un dibujo de una casa, la pintura para un muro o los colores de una camiseta.
Esta mañana les decía yo a los mayores que la identidad nacional es mucho más que los vivas a un trozo de tela, poniéndoles como ejemplo que, si tanto, tanto quieren a su país, cómo es que casi ninguno de los mayores de 18 años se molestó en ir a votar las pasadas elecciones. Me han contestado que no fueron a votar porque total iba a salir el mismo gobierno, y a ellos este gobierno les encanta. Tal cual.
Y allí hemos empezado con la discusión de “os encanta porque os tiene totalmente controlados y porque no habéis conocido otro”. Ellos saben que yo el alma de periodista todavía la llevo en mi interior (uno de esos lastres que atesoro), y hemos entablado una larga discusión sobre los medios de comunicación en Etiopía, poniendo ejemplos de cómo ven ellos ciertas noticias (percepción basada únicamente en lo que dicen los medios del Gobierno), y cómo veo yo la misma noticia (percepción ligeramente ampliada por mi macarrónico acceso a Internet).
Ellos están convencidos que a la comunidad internacional está exagerando la hambruna en Etiopía, y que realmente nadie quiere aflojar la pasta. Yo les he comentado que el acceso a la zona, hasta hace algunos meses, era bastante limitado (por el gobierno etíope, se entiende) y que en los últimos años las ONGs cada vez encuentran más trabas para trabajar aquí. Y que la pasta ya ha sido aflojada, pero que hay muchos intereses en juego, entre ellos los intereses del gobierno etíope.
Allí se han salido por la tangente, y me han dicho que debería volver al periodismo, porque, según ellos, tengo que ser una gran periodista (¡angelicos!). Les he cazado cuando les he dicho que ese gobierno que les encanta me expulsaría del país si yo me pasara al periodismo así, sin previo aviso. “Hombre, tampoco es tan raro que te expulsaran. Ni siquiera nos haces cantar el himno por las mañanas”. Si al final tendrán razón y todo….