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Archive for noviembre, 2011

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Nov 24

QUE TE ALABEN LOS DJs

Dios me habla.

No, no son ese tipo de voces; y no, no contestaré a quien me pregunte en qué oído lo escucho.

Dios me habla a través de la radio. Me explico: un día, hace ya años, iba yo en un minibus. A mi lado tenía a una niña de unos diez años de la Santa Infancia que no paraba de toser. Concretamente, llevaba más de tres meses sin parar de toser. Además, en ese Qué Apostamos que en ocasiones es mi vida cotidiana (sin la Obregón, gracias al cielo), tenía que encontrar ese mismo día casa para un chaval terrible de unos quince años, que, por azares del destino, se había quedado sin sitio donde dormir.

Así iba yo rumiando mis desventuras y, como no podía hacer nada porque estaba en el bus, pues me puse a rezar. Yo es que soy católica. Y con poca personalidad, porque eso de rezar en los buses se me ha pegado de unas monjas muy lindas que nos quieren mucho. Y entonces, en mitad del barullo, el locutor etíope de la radio dejó de hablar y empezó a sonar una canción de Shakira: La Tortura, con Alejandro Sanz.

Y ustedes pensarán que, para provenir de Dios, el mensaje era bastante chabacano. Pues sí, pero el caso es que a mí me alegró el día. Y al final resultó que la niña no tenía tuberculosis –era sólo una pulmonía de ná- y, cuando volví a la misión, una de las trabajadoras tenía una habitación libre para acoger a la bestia sin techo.

Desde entonces voy súper atenta a las canciones de la radio. Específicamente, si estoy en el coche a esa hora, me pongo una especie de radio fórmula de canciones en inglés que transmiten en red varias emisoras del África, entre ellas la 102,1 de Addis, y donde a veces me ponen Rihanna y/o Katy Perry, o incluso canciones de la banda sonora de Glee.

Estos días, como voy en coche traficando con material escolar (la situación comercial en Etiopía no ha cambiado, y en vez de hacer compras parece que traficas), oigo mucho la radio, ergo Dios tiene cienes de oportunidades de mensajearme. Y me anima un web, porque todos los días me suena esto :

Todavía estoy trabajando en el desencriptado de los mensajes musicales, pero mientras tanto voy la mar de contenta, sobre todo después de la paupérrima calidad de la música predominante en la piel de toro este verano: Danza Kuduro, “Ayer la ví…”, y ya, porque no había nada más. Probé hasta a rezar en los bares, a ver si Dios se decidía a enviarme mensajes también en España, pero no funcionó. Lo de “si cierro los ojos fuerte, fuerte, cuando los abra el pesado ya no estará allí” tampoco funciona. Y lo de “si me concentro mucho podré hacer explotar los bafles con el poder de mi mente”, tampoco. Como se ve, mi vida intelectual en los bares es (era) de lo más intenso.

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Nov 16

RESISTENCIA

Aprovechando que yo estaba de vacaciones, dos unidades (individuos) de la Santa Infancia decidieron ir a robar piezas de hierro a una fábrica de ventanas china que tenemos en las inmediaciones. Su plan estratégico era “nos han contado que no hay seveñás”. Por supuesto que había seveñás. Los seveñás de la fábrica los pillaron con las manos en la masa, y durante varias horas les dieron la del pulpo, hasta que los llevaron a comisaría, de allí al juzgado, y de allí a pasar ocho meses en la prisión de Kaliti.
Tras preguntar a ambas familias qué hacía falta para entrar a verlos en la cárcel –basta que lleves tu tarjeta de identidad, me dijeron-, nos fuimos un domingo de mañanita yo, la madre de L. y la hermana de M. a visitarlos.

Y allí estaba yo, ya casi dentro de la prisión, pasando los múltiples controles (“lo que usted está palpando se llama salva slip”), cuando apareció el aschekari de turno. Aschekari es una palabra que me encanta. Viene de chikir (o chekir, o cheker), que quiere decir problema, y puedes hacer lo que te dé la gana con ella: puedes conjugarla, aschekeraleu, y quiere decir “doy problemas”; en impersonal “aschekeral”, el problema no lo darás tú, que lo dará una situación o una cosa; y si eres un “aschekari”, es que eres un problemático. El clásico follonero.

Llega el militar:
_ Buenos días, ¿qué hace usted aquí?
_ Vengo a ver a esta persona –nombre de uno de los niños-, que está aquí– mi primer impulso era contestar, “nada, buscando una rave”, pero me contuve.
_ Pues no puede entrar.
_ ¿Por qué?– soy una utópica, lo sé. Pedir explicaciones coherentes.
_ Porque usted no es etíope– allí me dí cuenta de que el aschekari tenía estudios.
_ ¿Y…?
_ Pues que no puede usted entrar
_ ¿Por?
_ Porque usted no es etíope– y nos quedamos enganchados en el bucle como unos dos minutos, hasta que me dí cuenta de que la hermana y la madre de los chavales seguían esperándome, y les indiqué que fueran entrando y que, ya si eso, o nos veíamos dentro o las esperaba en el coche en unas dos horas.

Y allí elaboré un plan de acción. Tenía delante de mí dos horas en las que, o entraba en la prisión, o esperaba a las dos chicas. O me dedicaba a amargarles la mañana a los guardianes de la entrada, vamos, lo que viene siendo aschekerar (una cosa que me encanta hacer es conjugar verbos amáricos en español o italiano. Me río sola y todo cuando lo hago).

Así, solicité ver al responsable directo del aschekari:
_ Es que la oficina del coronel no está aquí.
_ Pues lléveme adónde está –y me llevó a otro recinto cerca.
_ Es que el coronel está ocupado
_ Pues lo esperaré
_ Es que igual tarda
_ Pues que tarde –y me quedé de pie delante de la puerta. Que la gente espere de pie es una cosa que a los etíopes les causa gran desazón. No sé por qué, pero es así. Si te sientas, desapareces. Si esperas de pie, es como si tuvieran un palo finito metido por el culo. No les duele, pero les molesta mucho, mucho.
_ Siéntese, por favor– y me señalaba un banco cercano
_ No gracias, estoy bien
_ Pero es que el coronel igual tarda
_ No se preocupe, que yo lo espero
_ Pero es que estaría más cómoda sentada
_ Pues estoy más cómoda de pie
_ Pero es que no se puede esperar en medio de la puerta
_ ¿Por qué?
_ Por si entra un coche
_ Si entra un coche, me apartaré
_ Pero es que no puede esperar aquí
_ Es la vía pública. Es de libre circulación.
_ Es que usted no está circulando, está parada.
_ Pues ya me muevo –y empecé a patrullar la parte exterior de la verja de lado a lado, lo que todavía puso al guardia más de los nervios –¿así mejor?

El militar cada vez estaba más angustiado, y a mí ya me estaba entrando la risa. Como se puede imaginar, en ese punto de la discusión, el corrillo de curiosos era ya bastante nutrido.

En estas estábamos (“vamos, mujer, no haga eso, siéntese”, “entiéndalo, no me siento”), cuando salió el coronel a explicarme el racismo reinante en todas las instituciones etíopes. Me repitió que yo no podía entrar porque no era etíope. Yo le enseñé mi tarjeta de identidad expedida por el Gobierno Federal de la República de Etiopía, donde no dice que el titular no pueda entrar a la cárcel. Él me contestó que mi embajada tenía que pedir oficialmente que se me permitiera entrar en la prisión. Yo le contesté que era una solemne tontería, sobre todo teniendo en cuenta que una de las chicas que iban conmigo había entrado ¡con el carnet de la biblioteca de su colegio! Me dijo que era una cuestión de nacionalidad. Yo le dije que era una cuestión de racismo. Él me dijo que fuera como fuese no me iba a dejar entrar y punto. Y se piró.

Allí, volví a quedar en manos del primer seveña. Como todavía me faltaba media horita para que mis chicas volvieran, elaboré un plan B:
_ Pues yo no me voy hasta que no me dejen entrar.
_ Pero ya ha oído al coronel
_ Pues aquí me quedo hasta que cambie de idea – amenacé – y me quedo de pie.
Allí volvimos a empezar la discusión sobre la vía pública, los derechos de cada quien, la comodidad de estar sentado… Treinta minutos donde el señor intentó, por este orden:
. Convencerme por las buenas de que o me fuera o me sentara
. Convencerme por las malas de que o me fuera o me sentara. “Si me pone un dedo encima, entonces sí que van a venir los de mi Embajada”, y ya no me puso el dedo encima.

Al final, salieron mis chicas. Me dijeron que los niños estaban bien y que ya podíamos irnos.
_ Bueno, pues adiós –le dije al seveñá
_ ¿Y ahora se va, así sin más?
_ Sí
_ ¿Y no se podría haber ido hace dos horas, sin más?
_ No, tenía que esperarlas.
_ Pues menuda mañana me ha dado.
_ Ya, es que no soporto estar sin hacer nada– cosa que es radicalmente cierta. Soy culo inquieto.
_ ¡Aschekari!
_ ¡Presente!
Cuando yo les contaba mis avatares a la Santa Infancia, ayudada por la hermana de M. que, de lo que había escuchado incluso dentro de la prisión dedujo parte de la diversión, se meaban de la risa, aunque no acababan de entender por qué no me había resignado a esperar pacíficamente sentada. Les expliqué que era una cuestión de principios: no podían decirme que no sólo por mi nacionalidad. Yo sólo quería una razón válida para no dejarme entrar. Me parecía que se estaban vulnerando mis derechos. Y se reían todavía más, con la sola idea de que a veces quedarse de pie es mejor que sentarse a esperar. Son gente de humor fácil, y en el fondo lo que les encanta es verme perder los nervios cuando lucho por ellos.

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Nov 11

FEKER

Hay días en los que no creo mucho en la Iglesia Católica, especialmente cuando desde las esferas de poder de la misma emanan mensajes de intolerancia y falta de respeto hacia la gente que cree o ama cosas distintas. En cualquier caso, también considero que en muchas familias hay primos que a lo mejor te son menos simpáticos, pero que no por eso dejas de pertenecer a esa familia, por lo que al final me defino como católica practicante. Intento cuidar mi fe del mismo modo que intento cuidar mi pelo o el modo en que me visto, esto es, intentándolo cada día pero con escasos resultados en ninguno de los tres campos; y respeto profundamente a todos aquellos que no precisan de una fé que les dé fuerzas para luchar cada día por aquello que creen digno de ser combatido.

Mi jefe directo aquí es Brother House. Como su título indica, es una persona consagrada (tiene votos de castidad, pobreza y obediencia). Más allá de sus votos, Brother House es una persona de pocas palabras, convicciones sencillas y trabajo incansable. Hace tres años, cuando empezamos un proyecto con una agencia oficial de desarrollo, nos hicieron cienes de assesments, que son reuniones interminables donde entre cuatro y cinco personas te hacen miles de preguntas con la única intención de rellenar el correspondiente report-cuestionario. Bueno, no exactamente. Lo que quieren es ver en qué fallas y ayudarte a solucionarlo, pero en vez de preguntarte abiertamente cuáles crees que son tus carencias, pues te montan diez o doce reuniones que te apartan temporalmente de tu cotidiana lucha contra tus carencias, y que se limitan a concluir lo que ya sabías.

En este marco, nos hicieron un assesment sobre nuestras capacidades educativas, al que yo obligué a asistir a Brother Hourse. Metidos en harina, una de las preguntas era:

_ ¿Qué retos enfrentáis cotidianamente en el cuidado de vuestra Santa Infancia?- no dijeron “Santa Infancia”, pero sí utilizaron el término “retos”, porque en la Cooperación nunca “tienes problemas”, siempre “se te presentan retos”.

_ La desintegración familiar, la movilidad campo-ciudad, la violencia doméstica, bla, bla, bla –esta era yo, que me sé la lección de memoria. Todas las personas assesment rellenaban incasables las celdas de sus cuadros.

_ ¿Y qué tácticas ponéis en práctica para afrontar esos retos?- como se ve, el lenguaje sobrecargado en estas reuniones es parte fundamental de las mismas.

Y allí, misteriosamente, porque no suele intervenir, habló Brother House: _ Feker -, dijo. “Amor” –los queremos un montón-, completó. Y retornó a su mutismo.

Las personas assesment se quedaron blancas. Comenzaron a mirar sus cuadros con aparente desazón, sin saber muy bien dónde poner la palabra. Al final, tras cinco minutos de deliberación, alcanzaron un acuerdo: “Quiere decir ‘orientación tradicional’ (‘traditional counselling’ en inglés)”, y eso es lo que pusieron en el report. Y respiraron satisfechos. Cuando salimos, Brother House comentó lacónico que no pensaba venir a ningún assesment más, porque le ponen nervioso las personas que no quieren escuchar.

Esta anécdota me vino el otro día a la cabeza cuando a T. se le volvió a ir la pinza. Esta vez el pollo nos lo montó a mí y a Brother House, que no accedimos a una de sus pretensiones. Y así estuvo dando el coñazo todo el día, inmerso en una espiral de ira que alcanzó su punto álgido cuando, tras cinco minutos de descanso, volvió a enfrentarnos con un pedrusco gigante en la mano. Cuando lo vimos venir, directo hacia nosotros, yo le susurré a Brother House “¿el pedrusco crees que te lo comes tú o yo?”, a lo que él me respondió, también por lo bajini, “quietos, sólo tenemos que quedarnos quietos”. Tensión máxima, mientras yo lamentaba mis nulas habilidades como portera de fútbol.

T. alzó la piedra y la lanzó con toda la fuerza que pudo… encima del futbolín que estaba justo delante de Brother House y de mí, que quedó lo que viene siendo destrozao. Luego, se dirigió hacia mí e intentó pegarme, y Brother House se interpuso, y así T. empezó a empujar a Brother House, mientras el resto de mayores de la Santa Infancia le suplicaban que parara, y Brother House nos indicaba que era mejor no acercarse.

Y allí, en ese momento de caos, con T. empujando a House, que se dejaba hacer, quedándose quieto, sólo quieto, sin moverse un centímetro, sin decir nada, sólo intentando alcanzar los ojos de T., intentando entender su ira, pensé con aboluta claridad: “cuánto Amor desperdiciado”. Amor de ese raro, de ese incondicional, del que perdona siempre, aguanta siempre y espera siempre.

Después de dos horas de hablar con Brother House, T. se calmó finalmente y pidió perdón. A mí, de la angustia, me dio un subidón de adrenalina que me duró toda la tarde, y que, en el lado positivo, me hizo traducir la película con una brillantez que parecía el cine una reunión de Naciones Unidas. No me pude dormir hasta la una de la mañana, cuando conseguí dejar de hablar compulsivamente. Un poco como me está pasando en este post.

La Iglesia en la que yo creo es la Iglesia de Brother House, de nuestra Santa Infancia y de tanta otra gente que cada día intenta equilibrar de nuevo la balanza. La Iglesia que cada día sale al patio de recreo, a las calles del chabolerío, a los pasillos de los hospitales más guarros del mundo. La Iglesia que es capaz de mirar a nuestro T. como si todavía creyera que puede ayudarle. La Iglesia que nunca pierde la esperanza.

El domingo 22 de Octubre, la Iglesia Católica celebró el Domingo Misionero. Gracias a todos aquellos que rezaron y se acordaron de gente como Brother House.

P.D: Brother House es un Salesiano de Don Bosco, y el centro donde él y yo trabajamos pertenece a esta misma congregación.

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Nov 06

TABLAS

Tenemos un grupo de teatro, formado por cuatro adolescentes de la Santa Infancia, que cada sábado representan algo para los más pequeños del centro. Y son la monda. En serio: llevo muchos años haciendo teatro con niños, y lo de estas chicas se sale de lo común. Son muy, muy buenas.

Normalmente, representan escenas de temática familiar, con temas que suelen repetirse de semana en semana: son familias monoparentales (niños que sólo tienen madre o viven con su abuela) o, en caso de haber un padre, es ese señor que en un momento u otro de la obra saca el bastón y pega a la fémina que tenga más a mano. Los niños de la familia se desmandan (se dan a las drogas, o faltan a la escuela, o se emborrachan, o roban) y al final siempre vuelven arrepentidos a su redil.

A mí la que más me gusta es A., que hace siempre papeles de komche: habla al teléfono gritando al auricular desde una distancia de varios centímetros, se lía al marcar, le habla a la televisión… También a veces hace de loca, y es muy graciosa porque le queda como muy auténtico. La semana pasada hizo de señora que iba a ver a su hijo a la cárcel, y se perdía dentro de la cárcel y hablaba con varios presos con historias bastante curiosas.

Colaboré una temporada con ellas, y de nuestro trabajo en común surgió La Abuela Karateka. Yo hacía de una abuela que criaba a varios nietos gamberros, que se metían en problemas. Cuando el problema parecía irresoluble, yo me transformaba en karateka (de joven había salido de mi Wello natal para limpiar en casa de Jackie Chan), y usando mi bastón de madera como katana, salvaba a mis nietos del macarra de turno. A los peques les fascinaba verme dar patadas con mi vestido verde hierba. Como yo hacía el papel de cateta, durante esos sábados A. se cambió de papel y hacía de mala.

La Santa Infancia se muere de la risa con A., y sus hermanas están súper orgullosas de ella. Le dije que un día debería traer a su madre, para que la vea crecerse encima del escenario, pero rechazó la idea de plano. Me dí cuenta de que había sido una mala idea: A. no interpreta a un komche cualquiera, interpreta a su madre. Y es su hermano el que lleva en la cárcel un mes. Y supongo que es a ella a la que le encantaría ser tan macarra como para que le diera todo igual, pero no puede.

Cuando era pequeña, A. también lloraba mucho. Sobre todo cuando su madre oía voces que no existían. Ahora ya no llora. Ahora hace teatro. Y lo hace mejor que nadie.

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