TABLAS
Tenemos un grupo de teatro, formado por cuatro adolescentes de la Santa Infancia, que cada sábado representan algo para los más pequeños del centro. Y son la monda. En serio: llevo muchos años haciendo teatro con niños, y lo de estas chicas se sale de lo común. Son muy, muy buenas.
Normalmente, representan escenas de temática familiar, con temas que suelen repetirse de semana en semana: son familias monoparentales (niños que sólo tienen madre o viven con su abuela) o, en caso de haber un padre, es ese señor que en un momento u otro de la obra saca el bastón y pega a la fémina que tenga más a mano. Los niños de la familia se desmandan (se dan a las drogas, o faltan a la escuela, o se emborrachan, o roban) y al final siempre vuelven arrepentidos a su redil.
A mí la que más me gusta es A., que hace siempre papeles de komche: habla al teléfono gritando al auricular desde una distancia de varios centímetros, se lía al marcar, le habla a la televisión… También a veces hace de loca, y es muy graciosa porque le queda como muy auténtico. La semana pasada hizo de señora que iba a ver a su hijo a la cárcel, y se perdía dentro de la cárcel y hablaba con varios presos con historias bastante curiosas.
Colaboré una temporada con ellas, y de nuestro trabajo en común surgió La Abuela Karateka. Yo hacía de una abuela que criaba a varios nietos gamberros, que se metían en problemas. Cuando el problema parecía irresoluble, yo me transformaba en karateka (de joven había salido de mi Wello natal para limpiar en casa de Jackie Chan), y usando mi bastón de madera como katana, salvaba a mis nietos del macarra de turno. A los peques les fascinaba verme dar patadas con mi vestido verde hierba. Como yo hacía el papel de cateta, durante esos sábados A. se cambió de papel y hacía de mala.
La Santa Infancia se muere de la risa con A., y sus hermanas están súper orgullosas de ella. Le dije que un día debería traer a su madre, para que la vea crecerse encima del escenario, pero rechazó la idea de plano. Me dí cuenta de que había sido una mala idea: A. no interpreta a un komche cualquiera, interpreta a su madre. Y es su hermano el que lleva en la cárcel un mes. Y supongo que es a ella a la que le encantaría ser tan macarra como para que le diera todo igual, pero no puede.
Cuando era pequeña, A. también lloraba mucho. Sobre todo cuando su madre oía voces que no existían. Ahora ya no llora. Ahora hace teatro. Y lo hace mejor que nadie.