CÚRALO
Dicen que rula por el bosque del barrio. Dicen que ya no tiene la cabeza en su sitio. Él lo explica más sucintamente: “Me fumé todo lo que se podía meter en una botella de plástico”. Punto pelota.
Mis niños L. y M. ya están fuera de la cárcel. Los ocho meses pasados en chirona les han abierto un mundo de posibilidades desconocidas hasta el momento. Concretamente, el mundo de las drogas, que aquí hasta hace unos años era limitadito, pero que se ve que la gente se ha puesto las pilas y le está echando bastante imaginación: gasolina, disolvente, y todo lo que te quepa en la susodicha botellita, con la que te fabricas una cachimba o shisha casera. Muy Bricomanía.
Nuestros elementos empezaron con el consabido hachis, y cuando se acabó el hachis, pues se dieron a la improvisación. Ocho meses después, a L. se le cae la babilla de vez en cuando y se queda atascado en pensamientos obsesivos tipo “tengo que ir al Tzebel” o “yo quiero ir a la Universidad”. Duerme gran parte del día y, cuando sale de casa, rula por el bosque. Dicen que habla solo. Yo pasé dos horas intentando hablar con él, pero no saqué nada en claro. He vuelto varias veces con idéntico resultado, y esta semana volveré otra vez. La gente me dice que lo deje correr, pero la gente no sabe que K., su hermano pequeño, vino y me dijo que fuera a su casa: “Cúralo”, me dijo, “haz que vuelva a ser el de antes”. Sólo que L. no está enfermo. Y que nunca volverá a ser el de antes.