Dicen que cuando uno se va a vivir a otro país, especialmente si la cultura en el mismo es radicalmente distinta de la cultura de origen, se atraviesa por varias etapas. En un primer momento, uno se hace super fan de la nueva cultura. Le fascina la ropa, los ritos, la gente le parece encantadora… Al cabo de algunas semanas, se pasa al extremo contrario: se tiende a despreciar todo y a comparar despectivamente con nuestra cultura original, tipo “todo apesta y mientras no se den cuenta de que apesta no irán a ningún lado”. Al final, uno se instala como buenamente puede en un precario equilibrio que combina los días de desaliento total con otros donde la nueva cultura nos sigue fascinando en su complejidad (¡toma tópico!)
Si el cambio cultural se vive en un país del llamado Tercer Mundo (sí, ya sé que la denominación está algo pasada de moda), el riesgo de caer en tópicos negativos –“cómo no van a ser pobres, si aquí no hay nadie que empieza a trabajar a la hora fijada”, “tienen unos huevos como bolas de barandado”…- asociados a la pobreza del país es todavía mayor. Y, no nos equivoquemos, el racismo es una amenaza latente en todo este proceso. Yo reconozco que desde que vivo aquí, caigo en pensamientos de vergonzosa superioridad moral y de cierto racismo. Creo que sé más cosas que ellos y que tengo razón más veces que ellos, entendiendo como “ellos” todo el pueblo etíope. Tiendo a comparar la situación actual de este país con la España de mis abuelos, y, en el fondo, creo que deberían seguir un camino de desarrollo cultural y económico similar al de muchos países europes. Como se ve, no me dieron mi puesto de trabajo debido a mis profundos análisis en materia de desarrollo global. Tiendo también a culpar a la gente de su propia desgracia, y en muchas ocasiones me siento tentada a acabar las discusiones diciendo “la pobreza principal es la pobreza mental”. Gracias a Dios, las buenas maneras me lo impiden. La mayor parte del tiempo. Una vez lo solté en una oficina de la Agencia Nacional de Inteligencia. Pero es que no sabían donde estaban los Países Bajos. En una Agencia Nacional de Inteligencia.
En este punto, ustedes se preguntarán qué puñetas hago aquí, si a mí la idea de África como destino de comunión cultural me parece material de folletos estampados en marrón y naranja, con fondos en arena o madera. Yo hay días que también me lo pregunto, y la mayor parte del tiempo la Santa Infancia dice alguna chorrada que me hace reír y que me salva de salir corriendo hacia el aeropuerto. Otros días intento individualizar lo que verdaderamente me pone de los nervios y situarlo en su justa dimensión. Conocer a tu enemigo es la mejor manera de vencerlo. Y así, les comunico que toda esta digresión iba únicamente encaminada a introducir un elenco de cosas propias de la cultura etíope (según mi percepción) y que me dificultan la vida extremadamente. Sé que es un elenco hecho de tópicos y la realidad presenta –por suerte- muchas excepciones a la regla.
La negación de la evidencia:
Los etíopes no son muy de reconocer errores o culpas. Para acusarlos de algo necesitas cienes de evidencias, testigos y, sobre todo, pillarlos in fraganti. Y, a pesar de eso, negarán como bellacos. Ejemplo: pillas aun niño saliendo de clase con un puñado de bolígrafos en la mano. Sabe que no tiene permiso para sacar ningún tipo de material escolar, ergo está robando conscientemente.
_ ¿De dónde has cogido los bolis?
_ ¿Qué bolis? Yo no he hecho nada, yo no he cogido nada.
Y los bolis los tiene en la mano, en esa mano que ambos dos estáis viendo. Da igual. Negará haber cogido nada y, de repente, ni siquiera sabrá lo que es un boli. Si los bolis no existen, tampoco puede tenerlos en la mano. Consecuentemente, no es culpable de nada. Son momentos de gran frustración, porque te da la sensación de que te está tomando el pelo un niño de cinco años. Pero no te preocupes, luego descubrirás que también te pueden tomar el pelo señoras de cuarenta, hombres de cincuenta, adolescentes y, por supuesto, tus propios trabajadores. Yo no he sido.
El racismo.
No es que tu piel te delate. Es que tu piel te define, te condiciona y te limita. Eres abesha, frenji o china. La gente de Gambella son caníbales; los amara son vagos; los guragues, rácanos; los de Sashamane, ladrones; los del Tigray, tozudos. Todos los países tienen sus tópicos regionales. El problema es cuando nunca serás nada más que el tópico. Para bien o para mal. En el caso de los frenjis, por el mero hecho de serlo, te tratarán mejor o peor, pero nunca igual que a un abeshá. Por muchos años que vivas en Etiopía, serás siempre un invitado.
El racismo impregna la sociedad etíope, a pesar de la propaganda que habla de un país donde decenas de culturas conviven en paz y respeto. Mentira. A menudo achacan sus comentarios racistas a problemas lingüísticos. También mentira. La mayoría de las veces que me siento insultada, me siento insultada en amárico. Ejemplo: estoy esperando en una clínica, y van llamando a todos los pacientes. A los pacientes etíopes los llaman: “señor Abebe, señora Burtukan, señorita Kalkidan”. Cuando llega mi turno, la enfermera me señala y me dice “you. Come”. No soy ni señora, ni señorita, ni señor. Soy “you”. Cuando hablen de mí, tampoco seré ni señora, ni señorita, ni señor. Seré “la frenji”. Y, a pesar de todo, es mucho mejor ser frenji que china. Considero que ni todo el oro del mundo podría compensar las humillaciones que sufren continuamente los asiáticos que viven en este país. Si a los frenjis nos gritan por la calle, a los asiáticos les aúllan.
Como ya he explicado alguna vez, esta mentalidad se extiende también a las relaciones inter-étnicas. Sólo que ningún etíope se considera racista, no consideran el racismo un problema y, por lo tanto, no se hace nada para cambiar tópicos. De hecho, cuando tú señales situaciones de flagrante racismo, se quedarán profundamente sorprendidos y no entenderán muy bien exactamente de qué te quejas. La conclusión: te quejas porque eres frenji.
Robar a un frenji no está mal.
Esto sería un corolario del anterior punto. Todos los frenjis son ricos, todos los abeshás son pobres, ergo robarle a un frenji es sólo un modo de equilibrar la balanza. Si fuéramos sinceros, cuando redactamos una propuesta de financiación para un proyecto de Cooperación al Desarrollo, en la casilla de condiciones externas a tener en cuenta deberíamos incluir el hecho de que –especialmente si el coordinador del proyecto en terreno es expatriado- un treinta por ciento de los beneficiarios intentará engañar/robar/recibir más de lo que le corresponde en algún momento del proyecto. En el punto dos deberíamos escribir lo mismo acerca de las personas que trabajen en el proyecto. Al menos un cuarto del tiempo y energías que inviertas en un Proyecto de Desarrollo, lo pasarás diseñando mecanismos de control que impidan este tipo de prácticas. Ten siempre en cuenta que tus beneficiarios pasarán al menos el mismo porcentaje de su tiempo (y tienen más tiempo que tú) pensando en cómo engañar /robar/recibir más de lo que les corresponde.
Nunca es suficiente.
El progresar y el aspirar a lo mejor que puedas conseguir forma parte del ser humano. El problema es cuando esta mentalidad la aplicas sólo a conseguir todo lo que puedas… de los demás. Si recibiste comida, querrás zapatos. Si te dan zapatos, por qué coño no te dan calcetines. Si te dan los calcetines, deberían darte también pantalones, y, por supuesto, chaqueta. Si te han dado toda la ropa del mundo, deberían de pensar también en pagarte el alquiler de casa. Si ya te pagan el alquiler de casa –y esto es verídico. Me ha pasado- deberían comprarte una televisión para que tus niños no se aburran por las noches. Esta mentalidad no es exclusiva de las clases menos favorecidas: que levante la mano el extranjero residente aquí al que no le hayan pedido nunca que regale una cámara de fotos digital o un lap top, como si crecieran en los árboles de toda Europa. Y te lo piden tus compañeros de trabajo.
Yo nunca me equivoco.
Aquí nadie se equivoca. Jamás. La culpa de todo lo negativo que te pasa, es siempre de los demás. Disculparse de corazón y admitir que uno se ha equivocado sólo lo hacen los débiles. Evaluar algo quiere decir distintas cosas según el bando en que te sitúes:
- Si eres el evaluador: enfatizar lo negativo y dejar claro que dices cosas positivas porque vienen en los manuales sobre motivación. De hecho, las cosas positivas que digas estarán literalmente sacadas de los manuales sobre motivación.
- Si eres al que evalúan: negar la existencia de todo aquello que el evaluador considera que se debe mejorar.
Como punto positivo de esta tendencia, es verdad que cuando alguien reconoce un error y se disculpa –especialmente si esa persona tiene un cargo de responsabilidad-, lo valoran muchísimo y no tienen grandes problemas en aceptar de corazón esas disculpas.
…Y creo que podemos dejarlo aquí por hoy. Suena (literal) la campana del recreo. Voy a salir a jugar con la Santa Infancia. Hoy toca chapas y evasión mental.
Ay, pero que justo lo dices! No se si reirme o llorar, especialmente en este momento en que estoy tratando de educar a una abesha recien llegada a America pero que ha venido con toda su mentalidad etiope a cuestas…
Entiendo y comparto completamente tu frustacion… Yo creo que hace rato que me hubiera escapado al aeropuerto…
Mirándolo por el lado positivo: no te queda nada para las vacaciones y en cuanto llegues te darás cuentas que por aquí también somos así. Ánimo.
Kaktus llevaba tiempo sin leerte y como siempre me regalas vida. Mi paso por la Cooperación Internacional me dejó las mismas certezas :-(…mi convivencia con mi hija etíope se parece cada día más a lo que cuentas…quizás va en los genes (sus miserias…y las nuestras). Aunque estos partes de vida o de muerte sean necesarios de vez en cuando, ciertamente, algo importante hay allí, que compensa. No todo el tiempo pero al menos sí, el suficiente. Si de algo vale para relativizar, como dice Juan Jo, por aquí no somos muy diferentes…Ánimo!