Si trabajas en el campo social, antes o después alguien te regalará algo. Los etíopes son muy efusivos en sus demostraciones de agradecimiento, y siempre te compran pequeños detalles propios de su cultura. Pequeños detalles mayormente horribles. Lo penúltimo que me cayó en suerte fue este lindísimo cuadro, junto a las increíbles sandalias. El cuadro podría habérmelo regalado Heidi. Las sandalias tienen pelo. Me lo mandó todo un ex trabajador que actualmente trabaja en Bahar Dar. Se ve que las cumbres nevadas son típicas de allí.
Con los años, te vas sintiendo un poco como las madres que reciben las manualidades que sus vástagos confeccionan en el cole para el Día de la Madre: no sabes muy bien qué hacer con ellos, porque aprecias el gesto, pero tampoco quieres toparte con esas obras de arte cada freaking segundo de tu existencia. Quiero decir, te has pasado meses decorando tu casa, y a lo mejor en el estilo Ikea no sabes dónde meter el cenicero hecho con pinzas de tender la ropa. Sin tener un estilo definido en mi casa, yo había pensado colgar el cuadro en el baño, pero incluso allí es demasiado horrible. Uno pasa un cierto tiempo en el baño. Además, si la persona que me lo regaló viene a mi casa, creo que se ofendería. No digo que sin razón.
Así, he decidido establecer la Esquina de los Horrores en un rincón de mi casa. Allí colgaré todos esos adefesios que he acumulado en estos años: la gacela, un cuadro sobre la ceremonia del café que lleva media taza pegada y un puñado de palomitas reales también encoladas, los múltiples cuadros con frases religiosas en amárico (“Egziabier Geta New”, Dios es Señor, y demás), y los diversos collages a base de miniaturas tradicionales, como instrumentos musicales etíopes o atrezzos religiosos.
Me quedan por adjudicar los horrores de vestuario. Tengo hasta un albornoz lleno de cruces bordadas, pasando por cubrecamas y diversas variantes del vestido abeshá tradicional. Esos me los voy poniendo en las fiestas, dejando a un lado los vestidos ideales que de vez en cuando me manda mi familia y que me quedan infinitamente mejor. Con el albornoz, sinceramente, no sé qué hacer. Es que tampoco empapa mucho como para cambiarlo por la toalla.
En estas ocasiones de agradecimiento –ceremonias del café, fiestas de final de curso, cumpleaños…-, lo mejor que te puede pasar es que te regalen un foulard. Yo tengo entre quince y veinte, y casi nunca llevo foulard, porque creo que hay que saber llevarlo, y, cuando me pongo alguno, me paso el día peleando con el dichoso foulard. Los últimos tres que he recibido (uno de mis criaturas voluntarias por mi cumple, otro de Brother House por Navidad y otro de un grupo de madres de la Santa Infancia que celebraban su segundo cumpleaños como asociación), son el mismo pañuelo en distintos tonos. Por el momento: violeta, amarillo y blanco. Le he echado el ojo al naranja de la misma gama, y supongo que antes o después me caerá.
Al final, tu armario parece un todo a cien bastante particular, dominado por el toque cultural en su versión más folclórica. Hay souvenirs monos, y luego están esos que te regalan a ti: flores de plástico, cuadros pintados sobre cuero, recipientes minúsculos cubiertos en pelo de cabra (cuando ya tienes cuatro, ya no quieres más. Tampoco tienes tantos anillos que guardar, y además suelen oler a leche rancia), cruces de todos los tamaños y colores, en plástico, madera o metal; además de múltiples pulseras y pendientes hechos de los materiales más variopintos, desde perlas de plástico hasta chapas de refresco. Si tuvieras que ponerte todo eso, parecerías un árbol de Navidad versión Timket* y Geter* tradicional para usuarios avanzados.
Y todo eso es siempre mejor que la comida. A mí me mola cuando me regalan un medio kilo de kolo*, pero no cuando este medio kilo es de café verde, porque yo no sé tostar el café, no tengo molinillo, y me tengo que poner a improvisar en el horno de casa, lo que implica siempre una humera infernal y resultados bastante pobres en lo que viene siendo el sabor. Si el medio kilo es de miel pura, con sus abejitas muertas dentro y sus cachos de insecto caramelizados eternamente, ya ni te cuento.
La Santa Infancia es más de regalarme mierdetas que se encuentran por la calle: baterías de móviles (por si funcionan y me sirven para el mío), flores varias, o joyería de contenedor (colgantes en forma de corazón con la cadena rota, pendientes oxidados, diademas descolorías…) Y vas acumulando un pingo detrás de otro, porque –te dices-, son el símbolo latente de lo mucho que la gente te quiere.
A mí una vez mi familia me regaló un paraguas por mi cumpleaños, y los gritos se oyeron en Fernando Poo. Yo antes era una persona “high maintenance”, como dicen en las series americanas. Ahora, mi Santa Infancia me regala un caramelo a medio chupar y se me saltan las lágrimas de la emoción. Por lo menos nadie espera que lo cuelgue en la pared.
* Timket: la fiesta del Bautismo de Cristo. Es una de las fiestas más importantes del calendario ortodoxo.
*Gueter: por si alguien lo había olvidado, el conuntryside
*Kolo: son semillas tostadas que se dan como aperitivo. Un poco como las pipas sin cáscara.
Pero el cuadro es enorme, no?
y las sandalias, tienen pinta de ser suavecitas.
Me encantaría ver la variedad de cosas surrealistas que tendrás en tu rincón de «los horrores». La verdad que es una suerte que tengas el consuelo de que todos esos souvenirs sean demostración del afecto y aprecio que la gente siente por ti, porque yo tengo en mi casa ese particular cajón (que ya el rincón no me atrevo) de los regalos de bodas a las que asistí y ni ese consuelo tengo (aquí en Galicia se estila eso de regalar a los invitados, sobre todo a las chicas un regalito- recordatorio de la ceremonia).
Algún día, cuando necesito más sitio para guardar otras cosas igualmente inútiles hago un repaso a esa colección de barrocas horteradas y me quedo con la boca abierta de asombro de adónde puede llegar el ser humano en lo que a barroco se refiere. Con lo práctico que es el paquete de cigarrillos de los chicos!!, aunque una no fume, siempre te sirve para entablar conversación o ganarte una amistad.
En fin, que también a mi se me saltarían las lágrimas por un caramelo a medio chupar, que me parece la mayor demostración de afecto del mundo, que ya se sabe que el último sorbo, el último pedazo y la última chupada son las más ricas del mundo.y te lo ofrecen a ti, cuanto amor de tu Santa Infancia en ese gesto!!
Gracias por seguir comentándonos tus días en Addis. Hacía tiempo que no escribía pero te sigo con expectación.
Un abrazo