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Archive for abril, 2013

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Abr 28

MADERA

Comprar cuadernos. M. se ha escapado de casa. Tendremos que mediar (otra vez) con la señora que la acoge. G. también ha estado una semana fuera de su casa. Viene su padre. Se declara inocente. Hace meses que dejó de pegarle. A lo mejor, después de años de tratar a su hijo como un animal, no podemos esperar que el niño perdone a ese señor con gafas (¿gafas en un padre de mi Santa Infancia? Sabe Dios dónde ha encontrado las gafas). A lo mejor ese odio ya no tiene vuelta atrás.

 

B. tiene hepatitis. W. necesita un electrocardiograma. Pedir cita, quedar con ella y con su madre, ir juntas a la prueba. Explicarle lo que le van a hacer para que no se asuste. A B. le han diagnosticado artritis reumatoide… a los doce años. ¿Hay reumatólogos en Etiopía? Aparentemente sí, en el Black Lion. Sondeo el terreno. Si los hay, los tienen muy, muy escondidos. O escondido. Me huelo que sólo hay uno. Mientras B. permanece ingresado en la casa de unas monjas, su padre aprovecha para beberse las mantas, la cama y, finalmente, el alquiler de su casa. B. sólo quiere volver a su casa. Sólo que ya no tiene casa.

 

Arreglaron el teléfono… parcialmente. Sólo podemos recibir llamadas. No podemos llamar. Tendré que volver a las telecomunicaciones (y van tres…). Y esperar. Y esperar. Mi hijo/a. ¿Cuándo podré quitar la barra? Sigo esperando. Estoy preparada. Estoy paralizada. No consigo hacer nada porque todo depende de cuándo conseguiré quitar la barra. Mi vida en suspensión. ¿Baja por maternidad? Sí. ¿Dónde? ¿Cuándo? En suspensión. Me dicen los burócratas que tengo que ser paciente. Se equivocan en la palabra y les sale “tolerante” ¿? Creo que soy bastante tolerante.

 

S. está triste el jueves. Y el viernes. Y el sábado, cuando me pide el alquiler, me acuerdo de que la he visto triste. Y le pregunto. Dos años desde que su madre se ahorcó. ¿Cómo puede alguien colgarse en esa mierda de casas sin que se te caiga la casa encima? La madera, me respondieron, la madera aguanta siempre.

 

Pinocho era de madera. El Caballo de Troya era de madera. El Arca de Noé era de madera. Pinocho, mentira. Caballo de Troya, engaño. Arca de Noé, refugio. Llueve estos días en Addis.

 

Y los cuadernos, que no se me olviden. Y un mapa del mundo, porque quiero empezar una colección de monedas con las monedas que se encuentra la Santa Infancia tiradas por ahí. Estoy convencida de que podemos llegar a tener monedas de todos los países, y así tener un mapa cubierto de dinero colgado en el pasillo. Tengo que ver cómo colgar las monedas de países canijos como El Salvador.

 

A Z. finalmente la ha rapado su madre. Le medico las heridas de la tiña. Me acuerdo de dónde he visto cabezas como la suya: en La Lista de Schindler, en las fotos de los campos de concentración de la II Guera Mundial. Le recuerdo al día siguiente a la enfermera que apunte la fecha de inicio de tratamiento en su expediente, para que nos acordemos de terminarlo. Le va a tocar por lo menos un mes de pastillas. Se averguenza de su cabeza concentrada. Busco un pañuelo que le quede mono. Ya está. “Tienes suerte. Como tienes una cara preciosa, todos los pañuelos te quedan genial”. Piropo de manual para subir la autoestima. Creo que cuela.

 

Se nos está cayendo el korkoró del muro. No me preocupa que entren ladrones, me preocupa que cuando caiga le dé a un peatón en la cabeza. La madera que lo sostiene se ha podrido. La madera aguanta siempre. Aguanta hasta que se quema o se pudre, supongo. Yo siempre quise ser plástico. Ahora soy madera. Aguanto.

 

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Abr 26

CULPABLE

T. tiene nueve años. Y está convencido de que yo maté a su padre.

T. tenía un padre al que le faltaban algunos dedos de los pies. Con esa minusvalía y su avanzada edad, el señor dedicaba sus días a beber tranquilamente y a mendigar cuando se le acababa el dinero para beber.

Un día el señor se puso enfermo. Y T. me lo dijo. Le dije que su padre tenía que ir al Centro de Salud (para eso están). T. me dijo que no tenía a nadie con quién ir al Centro de Salud. Yo le dije que no podía hacer nada, y él se rebotó. A ustedes les parecerá que no tengo entrañas, pero si me dedicara a acompañar al médico a todos los enfermos del barrio, no podría hacer n.a.d.a. más. No podría dormir, no podría ir al baño, no podría trabajar en nada más. Sencillamente, no me daría tiempo.

En cualquier caso, el señor fue al Centro de Salud, donde le diagnosticaron una artritis reumatoide. Le compramos las medicinas prescritas. Como no mejoraba, le dimos todavía más dinero para que fuera a una clínica privada, donde le diagnosticaron lo mismo. En ese punto, yo le dije a T. que intentaría pasarme por su casa. Al final no pude. Me fui de vacaciones a España dos semanas. En mi ausencia, el señor decidió irse al pueblo, donde falleció un mes más tarde.

Aunque murió en el gueter, y lo enterraron allí, en casa hicieron también funeral (recepción). Decidí pasarme, más que nada a ver quién se podía hacer cargo de T. desde ese momento (no tiene madre). Cuando fui, me dí cuenta de que T. había comentado a todo el mundo que yo me había negado a tratar a su padre (aclaración: NO soy médico), y la gente me miraba como si yo hubiera disparado al señor en la cabeza.

Y así hasta el día de hoy. Actualmente, cada vez que le niego algo a T. (quiere más ropa, quiere otros zapatos…) me ataca con el mismo argumento: “Eres mala gente. Por tu culpa se murió mi padre”. Sé que, a sus nueve años, está rebotado con el mundo y lo focaliza en mí. Ya. Pero jode.

Podría decirle que exactamente lo mismo que hubiera hecho yo en caso de haber tenido tiempo de ir a visitar a su padre, podrían haberlo hecho todas y cada una de las decenas de personas que se pasaron en un momento u otro por el funeral, incluido su hermano mayor de más de veinte años. Podría decirle que los únicos que le dimos ayuda efectiva (comprarle las medicinas, mantener a su hijo durante los últimos cinco años…) fuimos nosotros. Podría decirle que sé que piensa que el mundo le debe todo. Podría decirle que jamás encontrará el pago por sus desgracias.

Podría decirle que él mismo siempre odió a su padre (el señor le curraba de cuando en cuando). Podría decirle que es, como mínimo, esperar demasiado el pensar que yo puedo hacerme cargo y gestionar todas y cada una de las enfermedades que afectan a los cientos de familias de nuestra Santa Infancia.

Podría decirle que lo quiero, pero a ratos no sería verdad. Cuando me dice esas cosas lo odio un bastante.

A lo mejor porque, en el fondo, sé que podría tener razón. He salvado a otros. A veces sólo hace falta ir a la casa, y acompañarlo al médico (si vas con un frenji, te tratan mejor). A veces, sólo hace falta tiempo. Yo no tuve tiempo. Nadie lo tuvo y, al final, el señor se murió en el olvido. Se llamaba Sitotaw. Quiere decir “Regalo”. No sé para quién.

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Abr 22

MURPHY EN ADDIS

Comentaba hace días con un expat que a veces Addis es la ciudad de la Ley de Murphy. Todo lo que puede ir mal, irá mal. Es un tema que, hablado entre extranjeros quejicas, da bastante juego. Todos tenemos anecdotillas que confirman que si dejas el más mínimo resquicio al azar en tus planes, éstos se irán al garete.

 

En esta línea, cuando hace tres semanas me cortaron el teléfono sin razón aparente, no me sorprendió. Fui a la oficina de telecomunicaciones, donde rápidamente dedujeron que era porque yo no había pagado. No era verdad. Esto lo hacen mucho, culpar al cliente. En otros sitios, el cliente tiene la razón. Aquí, tiene la culpa.

 

Luego me dijeron que mi línea aparecía como activa en el sistema, por lo que yo tenía que tener línea. Pero yo no tengo línea. Me dijeron que me fuera a casa a comprobar si tenía línea, cosa que hice porque llevaba prisa y no me apetecía entrar en el bucle.

 

Volví dos semanas más tarde, ya bastante mosqueada, y con más tiempo para derrochar. Tras comprobar, de nuevo, que había pagado el mes y que mi línea aparecía activa, me dijeron que llamara al servicio de atención al cliente. Tócate los cojones. Hace tres meses que no tengo cobertura de móvil, hace tres semanas que tampoco tengo línea fija y tengo que llamar por teléfono a atención al cliente, cuando ya estoy en una oficina de atención al cliente. Así se lo expliqué al señor que me atendía, que me miraba con cara de “te has equivocado, esto es una carnicería y no arreglamos teléfonos”. Ante su pasividad, le pedí que me indicara quién era la persona responsable de la oficina.

 

Me llevó ante un chaval con los pantalones a medio culo. Estuve a punto de aclararle que yo no quería grabar una canción featuring Pitbull, sino que me repararan el teléfono, pero me contuve porque sé que a veces juzgo demasiado. El chaval con los pantalones a medio culo y los andares del novio maltratador de Rihanna, me dijo que él no podía hacer nada por mi línea de teléfono. Siempre es así: el primer impulso es intentar no hacer nada. No me dí por vencida y le dije que, si él era el jefe de la oficina, digo yo que tendría que al menos intentar encontrar alguna explicación para mi ausencia de línea. Me dijo que él se encargaba de los clientes nuevos (probablemente porque todavía no tienen problemas de línea) y me mandó al señor del servicio técnico.

 

El señor del servicio técnico estaba tranquilamente consultando un periódico en Internet. Tuvo a bien registrar la incidencia y me dijo que volviera dentro de una semana si la incidencia persistía, y que entonces llamaríamos a un tal Gedeon. Respondí que, en mi humilde entender, si una cosa se rompe y no la arreglas, probablemente seguirá rota dentro de una semana. Soy maja, pero no santa. No creo que se arregle milagrosamente. Él me dijo que Gedeon tenía mucho trabajo porque había muchos clientes con problemas como el mío (¿y esto no te hace preguntarte algunas cosas?). Repliqué que a lo mejor Gedeon también estaba sin nada que hacer en su oficina leyéndose el Addis Fortune en Internet. Al final, llamamos a Gedeon, que nos informó que mi corte de línea se debe a una reparación de no sé qué tipo, que es consciente de que no tengo línea, y que llegará un día en el que me volverá a dar línea. No sabe cuándo. El señor del servicio técnico tuvo el detalle de recomendarme que no me olvidara de pagar las cuotas mensualmente, a pesar de no tener teléfono. Y te lo dicen así, en toda la cara, que tienes que pagar por un servicio que no te están dando.

 

Y encima se está generalizando Danza Kuduro. Oh Dios por qué nos has abandonado.

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Abr 19

LA SANTA JOBA

Atravesamos una época de grandes carencias. Concretamente, en estos momentos, carecemos de teléfono, agua y butano. A ratos también carecemos de luz. A ratos carecemos además de paciencia. Yo no puedo más.

Pensarán ustedes que hace falta tener cierta jeta para quejarse en el ambiente en el que yo vivo. Duermo con nórdico (edredón, no persona), lo que ya me sitúa alta altísima en la escala del bienestar social. Además, puedo coger el coche para poner la lavadora en casa de algún amigo de buena voluntad. Esta última posibilidad no la tienen el 99% de la gente que vive a mi alrededor.

No es que me queje, entendámonos. Bueno, sí me quejo. Pero es sólo que mi vida se ha vuelto bastante más difícil, y eso siempre jode. Me siento como un famoso de la Isla de los Famosos. Uno de esos famosos sin demasiada maña para la supervivencia, que se pasan el reality intentado pescar peces con clips atados a cuerdas, y que lo intentan cada día, y que nunca pescan nada, y que cada vez están más delgaínos. Esa soy yo.

La señora que nos cuida, a la que llamaremos señora G., lo lleva bastante bien. Hace un par de días tuve que pararla porque se había puesto a lavarme la ropa a mano, acarreando el agua de un grifo cercano. Tengo tanta ropa que podría estar dos meses sin lavar, y seguiría teniendo bragas limpias. No hace falta que se deje los riñones.

La mayoría de los etíopes que conozco no tienen agua corriente en casa. Eso hace que maximicen al infinito el uso de agua y, sobre todo, que no se les caiga una gota en el trasvase entre cubo y cubo. Yo no hago más que regar la casa de salpicones. Luego piso encima de los salpicones y, si normalmente limpiamos el suelo un par de veces por semana, ahora tengo que limpiar el suelo de la cocina cada día mientras pienso que si algo bueno tiene el suelo de barro de las cabañas es que absorbe el agua. Y que es sufrido. Seguro que los salpicones no se ven. En mi suelo de baldosa blanca, mira por dónde, se ven.

Con el tiempo y la práctica, la cosa mejora. En vez de usar un cubo para ducharte, acabas usando mitad. El pelo te queda menos bonito, pero con lo que te sobra de la ducha te da para echarlo en el váter y así te ahorras un viaje al grifo del jardín que sí tiene agua. Adquieres una habilidad inaudita en el arte de lavarte la cara con una sola mano, porque en la otra tienes la latilla que usas para echarte el agua.

El butano lo llevo peor, y tiene menos pinta de arreglarse. Sencillamente los distribuidores de butano ya no distribuyen butano. Me encantaría saber a qué han decidido dedicar sus esfuerzos, pero nadie ha sabido darme una respuesta. De momento, cocino con electricidad, pero le cuesta una vida. El café comienza a salir cuando oigo sonar la campana que me anuncia que tendría que estar ya trabajando.

Lo del teléfono se lo cuento mañana. Me voy a llenar el cubo.

 

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Abr 18

TIPOLOGÍA DEL VOLUNTARIADO

Ya Juan Pablo II tuvo la intuición de afirmar que el voluntariado es uno de los signos de nuestro tiempo. En los últimos años, ha proliferado exponencialmente el voluntariado internacional, tanto de corta como de larga duración. Como se puede imaginar, en mis siete años como gallina clueca del voluntariado en el corral de mi Santa Infancia, he visto pasar decenas de personas durante una semana, un mes, un año o un lustro. Así, intentando no ofender a nadie (no prometo nada), me decido a hacer un breve recorrido por los diversos tipos de voluntarios que nos llegan:

. La hippie (no confundir con hipster, que es otra cosa). Es la clásica rasta con bombachos y talento percusionista. Los veranos normalmente se iba de camping, y este año le ha dado por venir al África. Hablo en femenino porque suelen ser chicas, pero también hay chicos. Piercings a gogó y tatuajes que exhibe a la menor oportunidad. Por cierto, reina, si llevas un Buda tatuado y se lo explicas a la Santa Infancia (it’s Budah), su expresión no es de fascinación, sino de miedo. “Buda” quiere decir “mal de ojo” en amárico. Otra cosa: los piercings, con el polvo, la humedad y los piojos que te salen de las rastas, suelen infectarse. Tráete antibiótico. Tendencia al veganismo, ergo, si se queda más de un mes, tendencia a la anemia. Comprobado.

 

. La Kumbayá. Puede venir también con bombachos. Es un poco como la hippie, versión religiosa. Concibe el voluntariado como una experiencia religiosa (pero no de las de Enrique Iglesias). Viene equipada con guitarra y Biblia. Suelen adoptar posturas algo intransigentes, del tipo “no voy de restaurantes porque los pobres no pueden ir de restaurantes”. A pesar de que los pobres tampoco tienen ni lavadora ni agua caliente, no suelen poner reparos a ninguna de estas dos cosas. Si finalmente consigues romper sus reticencias anti-materialismo y se beben dos cubatas, no habrá Cristo que las haga volver a casa. Suelen cantar en momentos aleatorios, sin motivo aparente. Esta categoría, decididamente, está mucho más presente en el sector femenino.

 

. El manitas. Esa persona que sabe arreglar de todo… en su casa. Aquí le faltan doscientas piezas por segundo, y nada de lo que venden en las tiendas de electricidad /bricolaje/fontanería le sirve. Son eficaces hasta un cierto punto, sobre todo teniendo en cuenta que no suelen hablar ni siquiera inglés. Eso sí, suelen ser bastante mejores que tus trabajadores normales de mantenimiento, por lo tanto, bienvenidos sean.

 

. El falso cooperante. Es esa persona que se ha hecho un curso on-line de doce horas sobre Cooperación al Desarrollo, ergo, lo sabe todo, todo. Sin embargo, no sabe la diferencia existente entre cooperante y voluntario. Más allá del sueldillo (los voluntarios no tenemos), el cooperante trabaja para ONGs y agencias oficiales de Cooperación, normalmente en coordinación de proyectos. Esto es, en oficina con esporádicos viajes al terreno. El voluntario también puede trabajar para una ONG, pero suele estar implicado directamente en el proyecto y tener poco que ver con su administración y coordinación, sobre todo si viene para una semana en verano. Tiene más contacto con la gente y hace cosas como limpiar culos, que son cosas que un cooperante jamás tiene que hacer. Así, te llega el enteradillo de verano, que te hace preguntas como “¿la comunidad ha colaborado en la redacción del proyecto?”, que te dan ganas de contestarle “la evaluación la pasamos cada año, gracias. Y nos la hacen profesionales”. Después de dos días en tu proyecto, ya saben todo lo que no funciona y, sobre todo, ya saben cómo tendrías que trabajar para que todo funcionara. Una bendición de Dios.

 

. El viajero. Es esa persona que viene “a descubrir África”. La Santa Infancia le interesa sólo como elemento atropológico. Se pasará el verano dando el coñazo a las familias, de ceremonia del café en ceremonia del café, haciendo fotos con su cámara de paparazzi. La mitad de su período de voluntariado lo pasará viajando. Como suele ser bastante alternativo (si no lo fuera, se habría venido en un tour organizado, como hace la gente normal) y odia la Lonely Planet, no tiene ni idea de cómo viajar en Etiopía, por lo que tendrás que organizarle el viaje y reservarle todo en los sitios que habrás sacado de la Lonely Planet que tú sí tienes. A pesar de sus ganas de conocer África, suele ser bastante hipocondríaco: todas las diarreas le parecerán amebas y todos los catarros, pulmonías. Reza para que no se pinche con nada, porque, aunque es súper aventurero, es incapaz de ir sólo al médico.

 

. Los adolescentes. Como se imagina, en esta categoría pueden incluírse elementos ya mencionados: pueden ser rastas o aventureros o Kumbayá o fans de Física y Química. Es gente que a última hora cambió sus planes de Interrail para venir de voluntario a tu proyecto. No suele tener ningún tipo de motivación, y no suelen entender que lo que para ellos es un campamento de verano, para ti es tu vida. Vienen dispuestos a renunciar a todo durante un mes. Menos al Internet. Renuncian a limpiar, a ducharse, a cocinar, a lavar los platos (bueno, no es que renuncien, es que nunca lo han hecho), pero como no les proporciones Internet y móvil en menos de 24 horas, pueden llegar a convulsionar.

 

. Los niños de pecho. Son adultos, pero requieren la misma atención que un bebé de seis meses. Se debaten entre lo que querrían hacer y entre lo que se sienten capaces de hacer, que es más bien poco. Por lo tanto, pasan a depender de ti. No mueven un pie sin preguntarte si está culturalmente aceptado mover los pies. Jamás salen por su cuenta por la noche, ni se van de turisteo solos. No se dan cuenta de que cuando ellos oyen “¡Yupi!, nos vamos a cenar fuera”, tú oyes “mierda, adiós a la cera, otra vez cuchilla”. No parecen percibir que, cuando tú tienes vacaciones, te apetece irte a España, no a Lalibela como guía de un grupo de voluntarios de verano. No entienden que tu tiempo libre es TU tiempo libre, y que no tienes por qué pasarlo con ellos. El hecho de que viváis y trabajéis juntos un mes no los convierte en tus muy mejores amigos, y puede ser que, a pesar de todas sus virtudes, tú todavía necesites tiempo sin su presencia para tomar aire.  No quiere decir que te caigan mal, simplemente que tú, antes de ellos, ya tenías una vida (seguramente comparable a la vida que tienen ellos en sus lugares de origen), y que a lo mejor no quieres paralizar esa vida para estar con ellos cada minuto del día. Si expresas este deseo en voz alta, se ofenderán y hablarán pestes de ti cuando vuelvan a sus lugares de origen.

 

. La madre: esa señora o matrimonio que, ahora que sus hijos ya no los necesitan, se vienen al África a criar los hijos de otros. Se concentrarán en pequeñas cosas como limpiar mocos a los niños o cambiarles de ropa cuando se meen. Suelen ser apañados y dar poca guerra. Puntito Kumbayá, pero sin exagerar. La única pega es que se angustian enseguida cuando la Santa Infancia tiene problemas o se hacen heridas, aplicando el nivel de bienestar que han conseguido proporcionar a sus hijos como el obligatorio inamovible para toda la Humanidad, cuando a veces no es posible.

 

. Los voluntarios: Esto engloba todas las categoría anteriores, y alguna más. Son gente que viene con la firme intención de ayudar a los que menos tienen. Están algo cargados de tópicos y expectativas, pero la mayoría consiguen reemplazarlos por percepciones reales. Si son voluntarios de tiempo breve, seguramente la experiencia les será más útil a ellos que al proyecto pero, en cualquier caso, su presencia tiene sentido: vienen con una energía que los que vivimos aquí sólo tenemos en los días de sol, no les importan las lluvias y consiguen que vuelvas a maravillarte ante cosas que se te habían olvidado, que te acuerdes de aquellas pequeñas cosas que te emocionaron tus primeros meses aquí. Para la Santa Infancia son una novedad siempre bienvenida y una vía de contacto con el mundo exterior. De hecho, como a los que se quedan poco no les da tiempo de vivir situaciones feas ni de echar broncas, los recuerdan con gran afecto. Vivir con ellos es siempre una aventura, aunque a veces ellos no se den cuenta de que la aventura en sí misma puede ser algo tan simple como dar un abrazo, jugar a la comba, arbitrar un partido o pintar una pared.

 

Y la mayoría, eso sí, suelen acabar venerándote. Y siempre se agradece.

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