TIPOLOGÍA DEL VOLUNTARIADO
Ya Juan Pablo II tuvo la intuición de afirmar que el voluntariado es uno de los signos de nuestro tiempo. En los últimos años, ha proliferado exponencialmente el voluntariado internacional, tanto de corta como de larga duración. Como se puede imaginar, en mis siete años como gallina clueca del voluntariado en el corral de mi Santa Infancia, he visto pasar decenas de personas durante una semana, un mes, un año o un lustro. Así, intentando no ofender a nadie (no prometo nada), me decido a hacer un breve recorrido por los diversos tipos de voluntarios que nos llegan:
. La hippie (no confundir con hipster, que es otra cosa). Es la clásica rasta con bombachos y talento percusionista. Los veranos normalmente se iba de camping, y este año le ha dado por venir al África. Hablo en femenino porque suelen ser chicas, pero también hay chicos. Piercings a gogó y tatuajes que exhibe a la menor oportunidad. Por cierto, reina, si llevas un Buda tatuado y se lo explicas a la Santa Infancia (it’s Budah), su expresión no es de fascinación, sino de miedo. “Buda” quiere decir “mal de ojo” en amárico. Otra cosa: los piercings, con el polvo, la humedad y los piojos que te salen de las rastas, suelen infectarse. Tráete antibiótico. Tendencia al veganismo, ergo, si se queda más de un mes, tendencia a la anemia. Comprobado.
. La Kumbayá. Puede venir también con bombachos. Es un poco como la hippie, versión religiosa. Concibe el voluntariado como una experiencia religiosa (pero no de las de Enrique Iglesias). Viene equipada con guitarra y Biblia. Suelen adoptar posturas algo intransigentes, del tipo “no voy de restaurantes porque los pobres no pueden ir de restaurantes”. A pesar de que los pobres tampoco tienen ni lavadora ni agua caliente, no suelen poner reparos a ninguna de estas dos cosas. Si finalmente consigues romper sus reticencias anti-materialismo y se beben dos cubatas, no habrá Cristo que las haga volver a casa. Suelen cantar en momentos aleatorios, sin motivo aparente. Esta categoría, decididamente, está mucho más presente en el sector femenino.
. El manitas. Esa persona que sabe arreglar de todo… en su casa. Aquí le faltan doscientas piezas por segundo, y nada de lo que venden en las tiendas de electricidad /bricolaje/fontanería le sirve. Son eficaces hasta un cierto punto, sobre todo teniendo en cuenta que no suelen hablar ni siquiera inglés. Eso sí, suelen ser bastante mejores que tus trabajadores normales de mantenimiento, por lo tanto, bienvenidos sean.
. El falso cooperante. Es esa persona que se ha hecho un curso on-line de doce horas sobre Cooperación al Desarrollo, ergo, lo sabe todo, todo. Sin embargo, no sabe la diferencia existente entre cooperante y voluntario. Más allá del sueldillo (los voluntarios no tenemos), el cooperante trabaja para ONGs y agencias oficiales de Cooperación, normalmente en coordinación de proyectos. Esto es, en oficina con esporádicos viajes al terreno. El voluntario también puede trabajar para una ONG, pero suele estar implicado directamente en el proyecto y tener poco que ver con su administración y coordinación, sobre todo si viene para una semana en verano. Tiene más contacto con la gente y hace cosas como limpiar culos, que son cosas que un cooperante jamás tiene que hacer. Así, te llega el enteradillo de verano, que te hace preguntas como “¿la comunidad ha colaborado en la redacción del proyecto?”, que te dan ganas de contestarle “la evaluación la pasamos cada año, gracias. Y nos la hacen profesionales”. Después de dos días en tu proyecto, ya saben todo lo que no funciona y, sobre todo, ya saben cómo tendrías que trabajar para que todo funcionara. Una bendición de Dios.
. El viajero. Es esa persona que viene “a descubrir África”. La Santa Infancia le interesa sólo como elemento atropológico. Se pasará el verano dando el coñazo a las familias, de ceremonia del café en ceremonia del café, haciendo fotos con su cámara de paparazzi. La mitad de su período de voluntariado lo pasará viajando. Como suele ser bastante alternativo (si no lo fuera, se habría venido en un tour organizado, como hace la gente normal) y odia la Lonely Planet, no tiene ni idea de cómo viajar en Etiopía, por lo que tendrás que organizarle el viaje y reservarle todo en los sitios que habrás sacado de la Lonely Planet que tú sí tienes. A pesar de sus ganas de conocer África, suele ser bastante hipocondríaco: todas las diarreas le parecerán amebas y todos los catarros, pulmonías. Reza para que no se pinche con nada, porque, aunque es súper aventurero, es incapaz de ir sólo al médico.
. Los adolescentes. Como se imagina, en esta categoría pueden incluírse elementos ya mencionados: pueden ser rastas o aventureros o Kumbayá o fans de Física y Química. Es gente que a última hora cambió sus planes de Interrail para venir de voluntario a tu proyecto. No suele tener ningún tipo de motivación, y no suelen entender que lo que para ellos es un campamento de verano, para ti es tu vida. Vienen dispuestos a renunciar a todo durante un mes. Menos al Internet. Renuncian a limpiar, a ducharse, a cocinar, a lavar los platos (bueno, no es que renuncien, es que nunca lo han hecho), pero como no les proporciones Internet y móvil en menos de 24 horas, pueden llegar a convulsionar.
. Los niños de pecho. Son adultos, pero requieren la misma atención que un bebé de seis meses. Se debaten entre lo que querrían hacer y entre lo que se sienten capaces de hacer, que es más bien poco. Por lo tanto, pasan a depender de ti. No mueven un pie sin preguntarte si está culturalmente aceptado mover los pies. Jamás salen por su cuenta por la noche, ni se van de turisteo solos. No se dan cuenta de que cuando ellos oyen “¡Yupi!, nos vamos a cenar fuera”, tú oyes “mierda, adiós a la cera, otra vez cuchilla”. No parecen percibir que, cuando tú tienes vacaciones, te apetece irte a España, no a Lalibela como guía de un grupo de voluntarios de verano. No entienden que tu tiempo libre es TU tiempo libre, y que no tienes por qué pasarlo con ellos. El hecho de que viváis y trabajéis juntos un mes no los convierte en tus muy mejores amigos, y puede ser que, a pesar de todas sus virtudes, tú todavía necesites tiempo sin su presencia para tomar aire. No quiere decir que te caigan mal, simplemente que tú, antes de ellos, ya tenías una vida (seguramente comparable a la vida que tienen ellos en sus lugares de origen), y que a lo mejor no quieres paralizar esa vida para estar con ellos cada minuto del día. Si expresas este deseo en voz alta, se ofenderán y hablarán pestes de ti cuando vuelvan a sus lugares de origen.
. La madre: esa señora o matrimonio que, ahora que sus hijos ya no los necesitan, se vienen al África a criar los hijos de otros. Se concentrarán en pequeñas cosas como limpiar mocos a los niños o cambiarles de ropa cuando se meen. Suelen ser apañados y dar poca guerra. Puntito Kumbayá, pero sin exagerar. La única pega es que se angustian enseguida cuando la Santa Infancia tiene problemas o se hacen heridas, aplicando el nivel de bienestar que han conseguido proporcionar a sus hijos como el obligatorio inamovible para toda la Humanidad, cuando a veces no es posible.
. Los voluntarios: Esto engloba todas las categoría anteriores, y alguna más. Son gente que viene con la firme intención de ayudar a los que menos tienen. Están algo cargados de tópicos y expectativas, pero la mayoría consiguen reemplazarlos por percepciones reales. Si son voluntarios de tiempo breve, seguramente la experiencia les será más útil a ellos que al proyecto pero, en cualquier caso, su presencia tiene sentido: vienen con una energía que los que vivimos aquí sólo tenemos en los días de sol, no les importan las lluvias y consiguen que vuelvas a maravillarte ante cosas que se te habían olvidado, que te acuerdes de aquellas pequeñas cosas que te emocionaron tus primeros meses aquí. Para la Santa Infancia son una novedad siempre bienvenida y una vía de contacto con el mundo exterior. De hecho, como a los que se quedan poco no les da tiempo de vivir situaciones feas ni de echar broncas, los recuerdan con gran afecto. Vivir con ellos es siempre una aventura, aunque a veces ellos no se den cuenta de que la aventura en sí misma puede ser algo tan simple como dar un abrazo, jugar a la comba, arbitrar un partido o pintar una pared.
Y la mayoría, eso sí, suelen acabar venerándote. Y siempre se agradece.