La Doctora llegó un día con su ingeniero, su bata blanca y sus niños de colores, encontró un sitio bonito, y se puso a trabajar. Durante años, la Doctora luchó contra las siglas, las estadísticas y la burocracia. Creó un oasis de vida donde reparaba personas y donde le pasaban cosas tremendamente divertidas y otras que no lo eran tanto. O que no eran en absoluto divertidas.
Una noche la llamaron del sitio bonito porque estaban pasando cosas feas. Por azares de la vida, la acompañé por primera vez a su campo de batalla. Cuando llegamos allí, cuatro bebés del tamaño de cuatro ratas masticaban el aire. Había gente que corría aquí y allá, como pollos descabezados. A la Doctora ni siquiera se le torció el gesto. Comenzó a repartir instrucciones, y con cinta adhesiva y tijeras dividió el único tubo de oxígeno disponible. Yo, después de ayudarla en la parte MacGiver de la operación, como se puede imaginar, pintaba poco allí. No tengo especiales habilidades médicas y, sinceramente, el aspecto de los niños hubiera hecho las delicias de los fotógrafos de Naciones Unidas.
Sin saber muy bien qué hacer, me senté en una esquina para molestar lo menos posible, y esperé. Y la ví allí, segura, fuerte, concentrada. Con una determinación que hubiera podido mover montañas. Sólo que las montañas de aquella noche eran muy, muy grandes.
Y allí, en ese instante, le ví sentido a Todo. A las renuncias, a los días de mierda, a la incomprensión, al miedo. Porque el trabajo de la Doctora, su creer en lo increíble, justificaba todo. Esos niños podrían vivir o morir, pero no lo harían en el olvido. Sus vidas o sus muertes no serían indiferentes. Recé para que la Doctora siguiera luchando siempre. Recé para que venciera siempre, porque la suya era una guerra de las que son necesarias.
Aquella noche vivieron los cuatro. Dos fallecieron durante la siguiente semana. Hace algunos años, una familia italiana me contó que una de aquellas ratas boqueantes se había convertido en su resplandeciente hija.
Hace ya seis meses que la Doctora, su Ingeniero y sus hijos de colores se fueron a Italia. Echo de menos nuestras conversaciones donde nos reíamos de cosas terribles:
_ Hoy he pasado consulta a un señor con 1 de Hemoglobina
_ Hala, y ¿de qué color estaba?
_ No sé… ¿blanco roto?
_ Anda, como los vestidos de novia
Echo de menos su serenidad y su fuerza. Yo no tengo hermanas, pero la vida me ha dado unas cuantas, y la Doctora es una de ellas. Las renuncias se acumulan. La fortuna de poder renunciar, de haber conocido a quienes han cambiado pequeños mundos sigue compensándolas.
Buf!
Sin Palabras…
Un beso y mucho ánimo.
Hoy me has acojonao más de lo normal … que suele ser mucho.
Para mí, tú eres otra doctora como ella, crees en lo increíble y también justifica tu trabajo. Yo rezo para que sigas luchando siempre, para que venzas siempre, porque la tuya es una guerra de las que son necesarias.
Enhorabuena por el blog, gracias por tu trabajo y mucho ánimo
http://www.addim.es
me encantará leer más!!!!!
Hola,
Descubrí tu blog el otro día por una referencia en otro, y me enganché!!! Me lo leí enterito en un día. Por la noche lo terminé de leer en la cama con la tablet, y mi novio quejándose, jaja.
En plan loca acosadora, busqué en la web más datos de donde estais y lo que haceis. Y creo que te he puesto cara en un video.
¡Enhorabuena! desde luego seguiré leyendote. Lo malo es que después del «empacho» de posts, ahora se me hace muy largo esperar una nueva entrada!
Y quién sabe si esa ratita que sobrevivió no volverá algún día para, a su vez, ayudar a otras ratitas a agarrarse a este mundo lleno de oscuridad pero también de pequeños puntos de luz cuyo foco sois gente como tú.