NUNCA MÁS
El sábado me levanté con ésta noticia: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/05/11/actualidad/1368283196_614466.html
Viví en Guatemala desde 2000 a 2002. En aquellos años, el genocida ocupaba la presidencia del Parlamento. Desde su inmunidad, se permitía relativizar, ironizar, predicar, ordenar y amenazar.
Recuerdo Guatemala como un país mágico en todas las acepciones del término. Recuerdo vivir una semirrealidad donde tragedia y maravilla se sucedían sin solución de continuidad. Recuerdo la conciencia y la necesidad de hacer Historia cada día. Todas las semanas traían una portada para la eternidad. Todo era dramático, tremendo, extraordinario. Vivían los guatemaltecos con el peso de una Memoria que siempre amenazaba con quedar impune. Allí aprendí el significado profundo de esa palabra, Memoria, y de otras como Justicia, Derechos Humanos, Impunidad, Genocidio. El pueblo guatemalteco fue capaz, durante casi cuatro décadas, de perpetrar las mayores atrocidades. Se sucedían –y se suceden- los testimonios de quien sobrevivió a la barbarie.
Conocí también lo que se llamaba Triángulo Ixil, un nombre, como tantos otros, sacado de la terminología militar que usaban los encargados del exterminio. El vocabulario pasó a la población civil, y, terminada la guerra, los campesinos todavía usaban el término “elemento” para referirse a una persona. El Triángulo Ixil había quedado sembrado de viudas y huérfanos. Estamos hablando de hace sólo doce años. Todos atesoraban la memoria del horror. Para conjurarla, o para sobrellevarla, se hacían y se hacen exumaciones, entierros tardíos, rituales antiguos.
Guatemala ha sido el primer pueblo del mundo en conseguir juzgar su Historia, en su propio territorio, con sus jueces y sus leyes. En un país donde la vida se te puede escapar en un semáforo, donde nada está garantizado, han conseguido vencer miedo y amenazas. El General duerme este fin de semana en la prisión. Seguramente, las artimañas legales conseguirán que antes o después pase a un hospital, pero nadie podrá quitar a los guatemaltecos el triunfo conseguido. Su Historia, sangrienta, torturada –venas abiertas, alas quebradas, vientres vaciados- sigue escribiéndose cada día.
Recuerdo Guatemala con una sensación de hogar, de refugio. Era en aquel entonces –y lo sigue siendo- uno de los países más peligrosos del mundo. La conciencia de escribir la Historia superaba con creces el miedo. La amistad de quienes te rodeaban, sus historias, tan emocionantes como terribles, te asomaban a un mundo hecho de realismo delirante y mágico.
Hay una sensación que conservo desde mi primera visita a Nebaj (uno de los vértices del Triángulo). La sensación de pequeñez, de asombro. El pensar “quién me hubiera dicho a mí que llegaría hasta este mundo”. La conciencia de que mi vida era –y es- mucho más de lo que pude imaginar, de lo que pude soñar.
De Guatemala me quedan la valentía de quienes lucharon y luchan por la dignidad de los que calleron. Me queda el sentimiento de Patria, entendida como una idea común a la que todos contribuyen. Me queda la fe en que, incluso en las situaciones más terribles, se puede luchar. Se debe luchar. Me queda la convicción de que los pueblos que olvidan su Historia están condenados a repetirla. Me queda la nostalgia de aquellos volcanes, aquellas señoras con sus huipiles, aquella comida estupenda. Hoy, además, me queda la esperanza que nos trae la caída –varias décadas más tarde- de quien simbolizó el horror y la impunidad. Nunca Más la barbarie.
Algunos años más tarde entré en un Starbucks de Madrid. En un panel, anunciaban las dos promociones del día: Café de Guatemala, Café de Etiopía. Mi vida en ese panel, en dos espacios distintos, en dos países fascinantes.