LA NENA Y EL SEVEÑÁ
La semana pasada, la Nena llegó a casa. Como no podía ser menos, mi Nena es una komche. Una komche pura. Me di cuenta ya en el orfanato. Era un sitio pequeñito, de nivel muy local (dicho finamente), pero donde las señoras querían mucho a los niños y los cuidaban lo mejor que sabían. Entre todas las cuidadoras, la persona favorita de mi nena era el seveñá, que era un komche completo al que no le faltaba un perejil: su pantaloneta verde, su camisetilla, su gabi de emergencia permanentemente al cuello y sus cangrejeras verde fosforito. Las cuidadoras, encantadoras, en cuanto la Nena mostró el más mínimo signo de reconocerme, ya dijeron “mira, cómo quiere a su madre”. Pero no. Mi Nena al que quería, era al seveñá. Se le iluminaba la cara cuando lo veía. Tengo que decir que el amor era correspondido: entre la treintena de niños que habitaban en el orfanato, cuando la Nena lloraba, el seveñá, desde su caseta en el jardín, le preguntaba con seguridad “Nena, ¿qué te pasa?”, y llegaba corriendo a salvarla.
Como buena Komche, a la Nena le encanta la música en amárico. No Teddy Afro ni Zeritu, no. A la Nena la gustan el organillo y las canciones de ritmo machacón y repetitivo que duran veinte minutos. Me tiene muerta. Lo que más susto me da, es que de vez en cuando empieza a mover los hombros. Le pongo Pocoyó en la tele y, después de cinco minutos, pierde la atención. Le pongo los vídeos musicales horrendos de la Ethiopian Television y se le cae hasta la babilla de la emoción. Cuantas más cortinillas y cromas rarunos (de vacas, de cascadas…), mejor.
Hasta que no llegó a mi hogar, la Nena comía las cuatro cositas que le daban en el orfanato, a saber: papilla de cereales, leche, arroz y pasta. Esta era su dieta base. Aparte, de vez en cuando, le daban injera con berberé. Como resultado de este cúmulo de desaciertos, la Nena escupe el plátano, pero se come todo lo que lleve ajo. Y, de momento, no usa jamás la cuchara. Tengo que darle siempre la comida en la boca con mi mano. Qué mona. Qué africana. Qué étnica. Qué coñazo. Prueben ustedes a dar un yogur con la mano. La cuestión se reduce a que tu vástaga te chupe los diez centilitros de yogur que no se resbalan de tus dedos.
Eso sí, la Nena me duerme genial. El doctor Estivil me daría un diez. La dejo solita y en diez segundos, cae como fulminada por un rayo. Es lo que tiene el llorar durante horas sin que nadie te digne una mirada (porque están atendiendo a las otras dos docenas de niños), que luego te duermes y punto.
Y que yo le he comprado una vaca de peluche que se la tengo en la cuna, junto con su mantita verde Komche. La vaca Marisol. Para que no eche tanto de menos su Gondar natal.
Ya le tengo las medidas para encargar su vestidito Komche. El Día de las Culturas, lo vamos a petar.