Voy a decir algo que va a levantar ampollas. Es algo que me ronda por la cabeza hace ya algunos años. Me reconcome las entrañas y no sé cómo sacarlo fuera, porque es algo que la opinión popular no va a compartir ni a aceptar.
Bueno, ahí va: no me gusta Arturo Pérez Reverte.
Ya. Lo he dicho.
Diré en mi descargo que no es una opinión dada así, a la ligera. Yo de jovencita era fan del señor Pérez Reverte desde que en una Feria del Libro, un librero me recomendara un libro que en aquel entonces todavía nadie conocía. Era La Tabla de Flandes. Honestamente, vi La Luz. De ahí me lancé y me leí todo lo que había publicado el señor Pérez Reverte hasta el momento.
Años más tarde decidí estudiar periodismo. Y, de nuevo, el señor Pérez Reverte era todo lo que todos queríamos ser. Y esta fiebre-fan me duró hasta que me leí el Pintor de Batallas, que me pareció la enésima elaboración del héroe que defiende Pérez Reverte a capa y espada (y nunca mejor dicho): ese tío duro con un pasado terrible, irresistible para las niñas de veinte años de los que, cari, ya no quedan. Casi. Por suerte.
He seguido a trompicones sus columnas (en el sentido de que no he conseguido tener acceso a ellas con regularidad) y, desde hace ya algunos años, incluso cuando alguien me las manda en Facebook o me las encuentro en la Red, paso de ellas. Me enfadan.
Me cansa la retórica del adolescente enrabietado que siempre tiene razón. Del que se piensa que, como grita más, le oirán mejor. La demagogia del puñetazo en la mesa, del creerse tan progre que puede hasta decir palabrotas. Ya nadie piensa que ser progre es decir palabrotas. Ahora, lo verdaderamente revolucionario es saber usar la segunda persona plural del imperativo (batid, mezclad, agitad, Arguiñano, por favor, que no das una). Y sí, un taco dicho en el momento y la situación oportuna, vale más que mil palabras. Pero cuando perlas tu columna de un rosario de imprecaciones a mí la sensación que me da es de que te interesa que la gente se quede con la forma, y no con el fondo. Qué guay, dice “hijo de puta”. Por cierto, no puede haber tantos hijos de puta en el mundo. Es materialmente imposible. Por cierto, también me cansa el rencor perpetuo, la victimización y el “os lo voy a explicar claro clarinete, porque os veo cortitos de entendederas”. El dividir el mundo entre hijos de puta traidores; capullos ignorantes; y héroes cotidianos, por supuesto, desconocidos para el mundo hasta que tú los acercas a la Luz. El tirar de tópicos sin descanso, los buenos y los malos, el negro y el blanco, no vaya a ser que el lector se pierda. Los personajes que son siempre el mismo personaje. No diré que el personaje es Pérez Reverte porque, a pesar de lo que diga la opinión popular, yo creo que Pérez Reverte no es ni tan duro, ni tan noble, ni tan honesto como lo son sus personajes. Nadie puede serlo. Ni siquiera un personaje de un libro. Y por eso me chirrían.
Volviendo a sus columnas, no necesito que me indiquen quiénes son los hijos de puta. Ya los veo venir yo solita. No necesito que nadie me diga por qué tengo que estar siempre enfadada. No me gusta estar enfadada. Indignada, sí, pero no enfadada. Asustada, desconcertada, decidida a seguir adelante, determinada y comprometida con el cambio (de nuestra sociedad, de nuestra cultura y de mi religión), sí. Como gran parte de ese país que es España. Pero no enfadada. Yo, mejor que gritar, mejor que insultar, cambio mi pequeño mundo, mis pequeñas historias. Y busco esa justicia heroica que defiende Pérez Reverte en cada pequeña cosa que hago. A veces lo consigo, y a veces pienso que alguien llegará y me meterá en el saco de los capullos ignorantes. Seguramente por capulla ignorante. Puede ser. Extraño que whatsapp no tenga el emoticono de capulla ignorante, pero sí el de gamba rebozada. Ideaza: Pérez Reverte debería diseñar sus propios emoticonos de Whatsapp (el villano, el héroe curtido en mil batallas, el mercenario con corazón, el periodista de la vieja escuela, de los que ya no quedan…). Se forraría.
Tan doctrinarios me parecen ciertos sectores de la carcundia nacional como la ira vengadora del señor Pérez Reverte. Me gusta que me hagan pensar, no que me digan lo que tengo que pensar y con la intensidad fanática con la que tengo que pensar.
Me encantó la Reina del Sur, y, como no soy tan inamovible en mis opiniones como Pérez Reverte, seguramente me leeré su nuevo libro sobre grafiteros. Porque, de verdad, sólo por volver a encontrar otra Tabla de Flandes, me leería del tirón sus obras completas. Incluidas las columnas.
Precisamente, hay que eludir blancos y negros, y por eso no hay que elegir (¿quién nos obliga?) entre adorar a muerte a este señor y detestarlo con todas nuestras fuerzas. Parece que no se puede apreciar ciertas de las obras que ha escrito (dibuja personajes y tramas de una forma que me gusta, aunque me suelen decepcionar sus finales) y al mismo tiempo no estar de acuerdo con todas las opiniones que vierte en sus columnas. Es un señor bastante dogmático, y a veces estoy de acuerdo con él y a veces no. No debería ser de otra forma…
ja ja ja!!!!!!!!!!!
El de los grafiteros es algo menos pesado que los últimos, algo menos pretencioso… pero desde luego está muy lejos de «La Tabla de Flandes». Y el personaje, aunque sea tía y lesbiana, sí, es el mismo de siempre.
Ains, cómo te entiendo… es muy demagogo y panfletario… Estoy de acuerdo totalmente contigo. Al principio me enganchó pero ya me cansa tanto taco, tan poner verde a todo quisqui… Así que solo te digo una palabra: Amén! Bss y felices fiestas, estas primeras con tu nena!
Jejeje, que bueno!!! Suscribo cada uno de tus comentarios!! Tanto es así que no me puedo leer ni uno de sus libros, no puedo separar una cosa de la otra, puede que me esté perdiendo algo bueno, pero es que no puedo!!! para revertes buenos, me quedo con Javier Reverte y sus libros de viajes por África…besos para ti y tu Nena
Estoy de acuerdo contigo y suscribo el comentario de Lirra. Prefiero al otro Reverte.Feliz Navidad para ti, para la Santa Infancia y sobre todo para La Nena!!!
Yo creo que las columnas de Pérez Reverte señalan al hijo de puta clave: el hijo de puta que está dentro de Pérez Reverte, dentro de mí, dentro (muy poco) de ti, dentro de todos…
O al menos así lo entiendo yo.
Es áspero, seguro, pero es un paso necesario para pensar con claridad. Una misma persona son la víctima y el verdugo como diría Schopenhaer. Pero tal vez Pérez Reverte no diga eso. E incluso este mundo es tan raro que a lo mejor resulta que yo tengo razón.
A mí sí me gusta Pérez Reverte, ¿qué le voy a hacer? Entiendo lo que dices porque yo a veces también vislumbro esa arrogancia. Sin embargo me gusta.
Lo que dices sobre su personaje recurrente y sobre sus columnas, él ya lo ha dicho, siempre escribe la misma novela y el Pérez Reverte de las columnas semanales no es él, es una especie de alter ego de lo que, quizás, le gustaría ser.