LA DOLCE VITA
Cuando expresé mi deseo de iniciar un proceso en adopción, hubo gente en mi entorno que se preocupó por motivos obvios: soy una madre sola y trabajo como voluntaria. Hace años que no ingresa un euro en mi cuenta corriente, y vivo en el extranjero, lejos de mi familia próxima y de mis amigos más antiguos. Mi jornada estándar de trabajo, en aquel momento, eran diez horas diarias, siete días a la semana, colmada de responsabilidades inaplazables.
He leído una entrada de Madre de Marte y creo que, seis meses después de la llegada de la Nena, puedo afirmar con rotundidad que, si ustedes me conocieran, me envidiarían. Mogollón. Todo lo que he hecho hasta el momento me ha conducido a la situación óptima para ser madre soltera.
Desde el minuto 1, mi entorno de trabajo ha asumido que, después de ocho años de entrega dedicada, mi prioridad ahora es la Nena. Sigo trabajando diez horas al día, pero en muchos momentos la Nena está conmigo. Es verdad que echar broncas mientras la Nena se mea de la risa y me mete los dedos en la nariz puede ser un desafío, pero es mejor que vivir con sentido de culpa y resentimiento hacia la Humanidad mientras mi Nena espera en casa a que yo llegue. Además, tengo los fines de semana libres. Y, si un día me agobio, tengo doscientas niñeras eventuales encantadas de llevarse a la Nena a dar una vuelta mientras yo me relajo. Y, sobre todo, mi trabajo me sigue encantando.
El hecho de vivir en Etiopía me permitió adoptar como madre soltera. En España no me habrían dado la idoneidad ni borrachos. No por mi desequilibrio mental –que disimulo bastante bien-, sino por mi paupérrima situación económica. En Etiopía accedí a la adopción nacional, y aquí sí cumplo los requisitos. Hay una asociación que certificó que tengo un presupuesto a disposición para mis gastos con un límite bastante más alto de lo que el sentido común y mi conciencia me marcan.
Comparto mi casa con otros voluntarios. A priori, se puede pensar que esto te quita intimidad y privacidad y demás. Como saben las madres solteras, los momentos de angustia son mucho, mucho más angustiosos si estás sola. Los que viven conmigo me apoyan y, sobre todo, quieren mucho a la Nena. Si quiero, puedo salir cualquier noche a darme un garbeo sin problemas. Si no salgo, es porque estoy cansada o no me apetece separarme de la Nena, no porque no tenga o no pueda pagar a alguien de confianza con quién dejarla. La semana pasada tuve dolor de espalda. El voluntario que vive conmigo se levantó antes y vino a sacarme a la Nena de la cuna. Cuando él se fue a trabajar, llegó la niñera. Estuve toda la mañana en la cama viendo 30 Rock. Entre episodio y episodio, me levantaba a ver a la Nena, que, por supuesto, ni siquiera se enteró de que yo no estaba bien.
Nuestra casa es enorme. A veces presenta overbooking, pero la Nena tiene siempre un salón enorme para jugar, e incluso un jardincillo con su columpio y su tobogán. Cuando llegó la Nena, a mi me parecía que teníamos ya de todo. Hasta que abrí la bolsa que me mandó mi madre y descubrí lo que nos faltaba: pijamas. No se me había ocurrido que podía necesitar pijamas. Pero llegó esa bolsa, y muchas otras de más gente después, y a día de hoy tenemos ropa que jamás me habría podido permitir, y juegos de segunda, tercera o primera mano, hechos por mí o regalados, con los que, de momento, no se aburre.
Es verdad, nuestro plan para emergencias gordas se reduce a una lista de personas que darían medio brazo por nosotras sin rechistar (plan para emergencias pequeñas no tenemos, porque la emergencia es un poco nuestro estado natural). Pero eso ya es mucho. Y mi baja por maternidad se redujo a un mes y medio, pero si un día no voy a trabajar porque la niñera no viene, ni me echan, ni se acaba el mundo. Hago lo que puedo con la Nena a cuestas y sanseacabó. Y, si decido trabajar en fin de semana, es porque quiero o porque me divierte, no porque nadie me obligue.
Como yo soy mucho de prepárame para lo peor, me puse en un proceso de adopción que, según mis previsiones, tenía muchas posibilidades de emparejarme de por vida con un niño/a cargado de traumas y con problemas de conducta. La Nena, por el momento, es la niña ideal. Muy, muy trasto, pero capaz de concentrarse cuando algo le gusta. Cuando ocasionalmente me disculpo por tener una niña capaz de destrozarte la plancha en treinta segundos, hay quién me pregunta si de verdad yo, que soy culo inquieto, esperaba que el destino me asignara una niña toda zen. Además de movida, es muy afectuosa, apegada a mí desde el primer minuto. Sigo con mi idea de prepararme para lo peor (adolescencia resentida) pero de momento he conseguido convencerme de que puede ser que sí, puede ser que realmente haya tenido tanta suerte. Y me dedico a disfrutar de este primer año como familia. La veo crecer, y me creo lo que me dice la Santa Infancia: que es una Nena preciosa y feliz. Me ha costado creérmelo (no puede ser, algo tiene que ir mal), pero lo consigo cada día.
Cuando en Navidad estuvimos en España, pasé por delante de un vendedor de lotería. Normalmente, siempre compro algún número si estoy en España en esas fechas. Nunca se sabe. Este año no compré. Me pareció que sería pedir demasiado. Y no puedo pedir más, porque lo tengo ya todo. Y, sinceramente, creo que lo que no tengo (casa en propiedad, marido, nómina, revistas de cotilleo periódicas, conexión decente a Interné…) es porque no lo necesito.