CINCO AÑOS
Esta semana fui al banco. Para variar, no había luz. A mi lado, en la cola, un señor le preguntó al cajero: “¿Y cuándo volverá la luz?” Sin pensarlo, disparé: “esperemos que dentro de cinco años”.
No diré que ha vuelto a pasar. Diré que lo han vuelto a hacer. Han ganado los mismos. En buena lógica, lo más realista es aceptar el hecho de que va a seguir sin cambiar nada. De que vamos a seguir sin luz y sin agua y sin comunicaciones y sin sanidad decente. De que vamos a seguir pagando impuestos desorbitantes a cambio de servicios inexistentes. De que los etíopes se van a seguir muriendo de enfermedades perfectamente tratables sin que a nadie le importe mucho el hecho de que haya almacenes llenos de medicinas sin distribuir porque los funcionarios están demasiado ocupados cobrando los per-diem de las capacitaciones internacionales de turno como para trabajar. Llevan años con el building capacity. Y lo único que se está construyendo son centros comerciales vacíos e inservibles. Y el tren de Addis. Y la presa. El puto tren de Addis cuyas obras han vuelto la ciudad invivible y la puta presa que siempre están a punto de acabar y que nunca se acaba.
Cuentan que antes de las elecciones pasadas, hace cinco años, el partido regalaba cabras a cambio de votos. Lo considero un desperdicio. Con una camiseta les hubiera bastado. Este año, se ve que han optimizado recursos, y, como no había observadores, actuaron directamente a pie de mesa electoral. Cuando alguien preguntaba cómo se tenía que votar, le indicaban sucintamente que tachara el símbolo de la abejita. Como mucha gente va a votar sólo para que le vendan el aceite barato en el ayuntamiento, pues la gente tachó la abejita, y así se aseguraron otros cinco años de impunidad. Tiro por la culata a todos los niveles, porque el mes de antes de las elecciones distribuyeron aceite cuatro veces, y el mes de después ya pasaron a dos. Y tú, que vendiste tu voto a cambio de dos litros de aceite de palma, te has quedado sin aceite, y sin voto. Y sin dignidad. Literalmente, a dos puñeteras velas, que es lo que toca encender cada noche.
Leí en un libro, creo que en El Negus, de Kapuczinsky, que el pueblo etíope ayuna demasiado como para tener fuerzas para rebelarse. De acuerdo al cien por cien. El gobierno vende que no hay mejor democracia que un plato de injeera para todos y cada uno de sus ciudadanos, y en aras de ese desarrollo económico que –dicen- sacude al país en los últimos años, se vulneran Derechos Humanos y Libertades (en el banco la gente me miró como si les hubiera mentado la madre o como si hubiera mentado la madre del cajero). El plato de injeera no llega, la luz tampoco, el agua menos y el Interné… el Interné en esta ciudad de provincias cuesta más de cincuenta euros al mes (bastante más que el salario medio), y, si no, al Internet café. Cuando hay luz, claro.
Advirtieron que podía haber disturbios el día de la publicación de los resultados. Y no pasó nada. Absolutamente nada. Nada que no pase una vez cada cinco años.