Y VOLVER, VOLVER…
¿Y cuándo volveréis a casa?
Esta pregunta es de esas que engañan. Ustedes pensarán que es algo normal que preguntar a alguien que, como yo, lleva varios años viviendo fuera. Para mí, esa pregunta dispara algunos de mis peores miedos.
En primer lugar, porque parte de varios supuestos, no todos tan supuestos para mí:
. que nos volveremos
. que volveremos al sitio de donde yo salí
. que “casa” para mí sigue siendo ese sitio
. que para mi hija “casa” no es nuestro sitio actual
. que “casa” para mi hija sea o pueda llegar a ser ese sitio de donde yo salí
En segundo lugar porque tampoco el argumento de “es lo mejor para ti y para ella” me convence mucho. No me convence que sea lo mejor para mí: me costará mucho encontrar trabajo, tendré un sueldo miserable y seguramente unos horarios horribles que me permitirán criar a mi hija a través de Skype, y no creo que sea un trabajo que me guste tanto como el que tengo aquí. Tendré que preocuparme por cosas como pagar un alquiler, viviré en cuarenta metros cuadrados y pasaré frío, mucho frío. Y mucho de lo que hable la gente por la calle y/o en Internet me parecerá vacío y sin sentido. No digo que lo sea, digo que me lo parecerá, porque me sentiré súper superior, porque yo salvo vidas y doy de comer a los niños famélicos del África. Superar esta actitud de mierda me costará un porcentaje de mis amistades que me han idealizado en estos diez años que llevo fuera.
No me convence que sea lo mejor para ella: sí, es verdad, tendrá un cole estupendo, y una atención sanitaria de calidad. No es poco. Pero, desde el momento en que nos mudemos, será inmigrante. Para siempre, puesto que olvidará su lengua y su sitio en el mundo, por lo que si un día decide volver, se dará cuenta de que ya no es abeshá. Ni frenji, desde luego. Ahora la Nena tiene lo que llamo “espacios de normalidad”: el cole y la casa de la niñera, incluso a veces nuestra casa. Momentos en los que es una más. No es la hija de la frenji, no es alguien que seguramente se irá al extranjero. Es sólo una niña más. Desde el momento en el que nos mudemos, jamás en su vida volverá a sentirse “una más”. Nunca. En ningún sitio.
Por supuesto, yo también soy inmigrante. También sufro racismos, esteriotipos y me desespero intentando encajar sin perder lo que soy. Pero yo he elegido ser inmigrante. Ella no lo elegirá.
Al hilo de esto, tercer argumento en contra del volver a España: en este momento, hay un ambientazo de flipar. Sí es verdad que cada vez hay más concienciación, atención a la diversidad, etc. En la superficie. Entre tus amigos del Face que, por fuerza, son gente más o menos cercana a ti, y no radicalmente opuesta a tus valores. Pero el otro día estaba leyendo una de esas noticias de “ciudad de medio millón de habitantes acoge a dos familias sirias” y, leyendo los comentarios, se me saltaban las lágrimas. No metafóricamente hablando, no. Acabé llorando, incapaz de leerlos todos. Y no era cólera, ni rabia. Era simplemente tristeza. Y pena de ese “yo en el paro, y el estado acogiendo a todos los sirios del mundo, todos a chupar del bote, así va España”, que me recuerda a la Santa Infancia “quieres a todos menos a mí”. Qué poco “yo en el paro, y las fuerzas del orden de toda Madrid cobrando horas extras para celebrar la Champions”, que tendría más sentido. No. Como mi ciudad, recalco, de medio millón de habitantes, ha decidido darle asistencia a un total de diez personas, esta decisión, de manera inequívoca y directa, me aboca a mí a pasar hambre y a mis hijos a una vida de privaciones sin fin. Y allí me pregunto que, si uno no puede empatizar con gente que llevaba una vida muy similar a la del europeo medio, y que huye intentando evitar que maten a sus hijos, que si no nos podemos poner de acuerdo en que la posibilidad de que tus hijos no te sobrevivan es la más horrible de todas las perspectivas imaginables, imaginémonos qué futuro le espera a mi Nena africana en esa Europa resentída e ignorante. Tan ignorante.
Una vez en España fui a dar una “charla” a una clase de Tercero de Educación Infantil. Les hablé del África, de lo grande que es el mundo, de la Santa Infancia, de cómo eran las vidas de los niños de su edad que yo conocía. Los niños, considerando que eran pequeños, que son contenidos difíciles, y que tampoco es que yo sea Mary Poppins, me siguieron con bastante atención, e incluso hicieron algunas preguntas. Hasta que uno, espontáneamente, dijo: “a mí los negros me dan asco”. Seis años la criatura, educado en una escuela modélica, con profesores estupendos, llena de actividades de sensibilización, atención a la diversidad y educación en valores que comparto plenamente. Los profes, con sus batas preciosas de colores, recogiendo la mandíbula del suelo y pidiendo disculpas azorados. Yo, quitándole hierro al asunto, porque entonces no tenía Nena, porque era idiota, porque el niño tenía seis años y porque bastante apuro llevaban los profes. Y porque seguramente era algo que el niño no entendía y que había oído en otro sitio. En su casa, por ejemplo.
Y así llegamos a hoy, cuando me aterra la posibilidad de que, el día de mañana, mi hija comparta mesa con el niño de seis años al que le dan asco los negros. Porque es verdad que aquel día hablé para unos cincuenta niños, y a cuarenta y nueve no les daban asco los negros. Pero había uno al que sí. Y entiendo que a sus padres también. Y a sus hermanos, en lo que crecen y se forman criterios propios.
En el cole al que va mi hija ahora, a nadie le dan asco los negros. Sí es verdad que a veces se nota que su madre no es abeshá (no tenemos el pelo todo lo controlado que deberíamos), pero a nadie le doy asco.
Realmente, a volver le veo sólo un argumento incuestionable: hay gente que nos espera. Lo que es nuestra familia, lo que sería el plan B de mi Nena si yo fallara, está allá. Todo lo que puede garantizarle una vida de posibles (entendida como posibilidad de elegir) está allá: educación, salud y familia presente. En las últimas semanas, la evidente diferencia de opiniones educativas entre sus maestras y yo me recuerda que, por desgracia, el sistema educativo etíope no es lo que la Nena necesita. La pregunta es si lo será el español.
Hay otro argumento que mis amigos me repiten: al final, siempre hay que volver. Pero que nadie se asombre cuando digo que es una decisión que prefiero retrasar cuanto más tiempo mejor, porque sé que será muy duro. También te dicen que cuanto más tardes, más le costará adaptarse. Este último argumento, esgrimido como definitivo, no lo es. Se parte de la base de que tendrá que adaptarse. Dicen “adaptarse”, cuando quieren decir “reprimirse”, “esconderse”, “protegerse”. Aprender a comportarse, que me dijo alguien. Ya sabe comportarse. Se comporta como una niña feliz. No digo que lo sea, pero sí que, en este momento. se comparta mayormente como si lo fuera. Eso lo traía de serie.
Y mi mayor miedo es que lo pierda.