Este año tenemos en el proyecto una señora que, por el momento, es la única persona etíope de nivel digamos vulnerable que conozco que ha adoptado un niño.
Cuando la señora K. llegó al proyecto, se limitó a comunicarnos que tenía cinco hijos. De estos cinco, uno de ellos presentaba problemas de motricidad medio leve en una mitad del cuerpo. Así, fuimos con niño y madre a una clínica para que nos indicaran el mejor camino a seguir. Y allí, cuando los médicos le preguntaron si el niño había nacido así, nos contestó sucintamente “no lo sé. Me lo encontré por la calle”. En el momento, me quedé muerta y, tengo que decirlo, elaboré un montón de ideas en mi cabeza “seguro que no lo quiere, seguro que lo quiere para limpiar, seguro que se lo ha robado a alguien”. Y no. Simplemente lo ha adoptado. A su manera, pero adoptado.
Es verdad que se lo encontró por la calle cuando el niño tenía alrededor de seis meses. “y te pareció una buena idea quedártelo, ¿no?”, le espeté. “No”, me contestó, “intenté buscar a su madre, pregunté en el barrio, fui a la policía y denuncié el hecho. Al final, como no apareció nadie, los servicios sociales me escribieron una carta donde me confían la tutela del niño”. Y todo era verdad. Considerando que la señora no sabe ni leer ni escribir, el todo me pareció amazing. “¿Por qué crees que lo abandonó?”, le pregunté. “Supongo que porque entonces ya se le notaba que no movía una mitad del cuerpo”, me respondió. Para una persona que ya tenía tres bocas que alimentar en casa en ese momento, tengo que decir que la decisión consciente de criar y querer a un niño con una discapacidad evidente, en esta Etiopía limitada e ignorante que suele dejar morir los gemelos pequeños, le honra. Mucho. Además, cuando encontraron al niño, la señora K. tenía otro niño también de menos de un año, por lo que dividió pecho y atenciones entre los dos. Los dos se crían bastante bien. Al menos se crían igual.
El niño S., de seis años, tiene la misma edad que este hermano. Y la señora les trata exactamente igual. S., además de problemas motrices, tiene hiperactividad. No es que sea movido. Es que, objetivamente, habría que medicarlo. Es bastante imposible trabajar con él. Su madre lo quiere muchísimo, tiene una paciencia infinita con él y ha accedido a llevar al hermano a la escuela a condición de que también S. pudiera ir a la misma escuela. Nunca pide cosas sólo para el uno o el otro, sino que está atenta a prevenir celos y, si al hermano las cuidadoras le dicen que ha hecho algo bien, ella enseguida añade algo que S. haya hecho bien. Si nos volcamos demasiado con S., porque es muy afectuoso y porque es más vulnerable, la señora K. nos acerca enseguida al hermano y, de alguna manera, consigue entretener a los dos. Todos los niños de la señora K. son niños simpáticos, abiertos y muy movidos.
Hoy contemplábamos las dos a S., que corría torpemente y ha saltado desde un sitio demasiado alto para él. Ha aterrizado entero, se ha levantado sonriendo y nos ha saludado. Una de las señoras ha dicho: “es peligroso. Se abrirá la cabeza”. Su madre, tranquila, ha rebatido: “No. Es fuerte. Sólo fuerte”. Supongo que lo ha aprendido de su madre.
Muy grande, si señor.