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Archive for marzo, 2017

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Mar 31

GENDER AND OUTFITS

Me llegó hace un tiempo una columna que me gustó bastante de Pérez Reverte sobre cómo le había conmovido un padre que protegía con su actitud a su hijo disfrazado de Rapunzel. Sí, aparentemente Pérez Reverte de vez en cuando se conmueve.

A mí, obviamente, me da igual que la Nena se vista de Cenicienta o de Spiderman. El problema es que a ella lo que le gusta no es vestirse de Cenicienta o de Spiderman. Lo que ella le gusta es vestirse de rabalera.

Baste decir que para Reyes se pidió unos zapatos de tacón (recordemos que tiene cuatro años). Desde hace un año, nos florecen en casa pintalabios, esmaltes de uñas, coloretes y botes de perfumes a cada cual más pestilente que le compran las señoras y las adolescentes del barrio. En los días de mi vida había tenido yo tanto maquillaje en mi armario del baño. Y lo peor estas Navidades, contra viento y lluvia, me arrastraba fuera de casa en España exprofeso para ir a ver el escaparate del Stradivarius. El escaparate de Nochevieja. Toda la ropa incluída en el susodicho escaparate hubiera cabido en un bote de Cola Cao.Y allí se quedaba, con la nariz pegada al cristal hasta que hacía vaho, repitiendo sin cesar: “Mamá, es precioso. Mamá, quiero esas lentejuelas. Mamá, quiero esos flecos. Mamá, qué mono ese vestido de las tetas. Mamá, quiero ese pelo. Está toooodo bonito”. La transcripción es literal. Sabe decir lentejuelas, flecos, plataformas y animal print. Pintalabios lo sabe decir también. En cuatro lenguas distintas: español, amárico, inglés e italiano.

Lo difícil, en mi humilde opinión, no es sacar la cara y el pecho por tu hijo de cinco años vestido de Rapunzel. Lo difícil será sacar la cara y el pecho por la Nena de diez años vestida de tronista. Tiempo al tiempo.

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Mar 29

LA MASAJISTA

Como ya mencioné, antes de Navidad me quedé “enganchá” con la espalda. Ya entonces fui una tarde a la masajista. Como luego ya fui a España, pues allí fui a un fisio estupendo que me dejó nueva.

Hasta que, cuando volví, me decidí a pintar el baño. Pues fina soy yo con mis labores del hogar. Después de una mañana de pintora de brocha gorda, no podía mover ni las pestañas. Y así, volví a la masajista que, como ya comenté, entra decididamente en el tomo de la Encarta dedicado a “culturas ancestrales”.

Es, obviamente, una curandera. Como marca el tópico, su trabajo de curandera lo ha aprendido en el profundo gueter, aunque, también siguiendo el tópico “no es algo que se aprende. O se tiene el don o no se tiene”.

A mí me prepara un plastiquillo en mitad de su patio de árboles de falso banano, echa a las ovejas que pululan alrededor, manda a sus hijos a vigilar que no venga nadie, y me da un masaje bastante profesional de una media hora. La loción para el masaje la llevo yo, pero, si quiero, luego me da un café. Además, mientras me masajea me da lecciones de vida: “con lo que me has pagado, hubieras contratado a alguien que te pintara el baño”, sentenció el tercer día. “Nadie hubiera dejado el baño como a mí me gusta”, le espeté. “Es un baño. No es el salón. Sólo sirve para hacer pipí”, afirmó categóricamente. Como digo, una sabia de las de verdad. Me recomienda una y otra vez que me relaje, que no trabaje tanto. Y luego me da un café. Creo que es para tensionarme y que vuelva.

Dicen que es la única que hay en la ciudad. Ella añade que es también la única para todos los pueblos aledaños, y me cuenta que la llaman hasta de Bulbulá, a veinte kilómetros de aquí. Mientras me cuenta todas estas cosas, yo miro al muro que delimita la “consulta”, construido con maderas viejas, hojas secas de distintos árboles y con los objetos más variopintos incrustados entre todo el follón: una rueda de máquina de coser antigua, un uso para hilar algodón, un par de sillas rotas de alguna asociación funeraria… Cada día encuentro algo nuevo.

Como en los mejores cuadros costumbristas, no tiene precio estándar, sino “la voluntad”. Tengo que decir que la sensación de estar con el culete al aire en una casa abesha mientras la señora le grita a su hija –que no ha heredado el don, por cierto- que saque la injeera del fuego (es súper multitasking) no tiene precio. ¿Lo mejor? Al final del tratamiento, te echa un escupitajo en la zona afectada para bendecirte y transmitirte su sabiduría que te deja muerta. De la risa, en mi caso.

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Mar 27

HISTORIA DE A Y B

La historia de hoy comienza con dos gemelos, que llamaremos A. y B. Iguales en todo, menos en su sangre: uno seropositivo y el otro no. A la muerte de sus padres, el gemelo A. (seropositivo) fue ingresado en el centro residencial para huérfanos seropositivos donde trabajaba la Doctora. Su gemelo, B., negativo, después de un año junto a A., fue dado en adopción a una familia europea. Tenían cuatro años.

Los años pasaron y, cuando los niños tenían como ocho años, la familia europea y B. vinieron a ver a A. Pasaron dos semanas en el centro. Los hermanos jugaban cada día juntos. Aparentemente, todo iba bien.

Y llegó el final de las vacaciones. El mismo día que B. se fue, A. destrozó una habitación entera. Como digo, tenía ocho años. Lo que pareció un episodio de “escape” debido a la tensión emocional, se fue repitiendo cada vez con más frecuencia.

Por su parte, su gemelo europeo, empezó también a mostrar problemas de conducta, comenzando a rechazar a su familia adoptiva.

A lo largo de los siguientes años, el gemelo A. fue rulando de centro en centro. Unas veces se escapaba y otras veces lo expulsaban por problemas que iban desde los robos hasta los abusos (sexuales también), pero no sólo a otros menores de los distintos centros.

B., en Europa, fue distanciándose más y más de su familia adoptiva, que intentó recrear un vínculo entre los hermanos a través de una persona que trabajaba en uno de los centros donde estaba A. No era fácil, porque B. había olvidado el amárico y no podía hablar directamente con su hermano, por lo que, tras algunos tentativos, dejaron de hablar.

De centro en centro y tiro porque me toca, A. dejó de tomar los antirretrovirales y pasó a vivir en la calle cuando tenía quince años. La familia adoptiva de B. se lo dijo, y este desapareció de su casa durante siete días.

A. falleció en el patio de un hospital de Addis Abeba cuando tenía dieciséis años. Llevaba tres días tirado. El día de su funeral, la familia de B. llamó para decir que el día anterior B. había vuelto a desaparecer de casa. Que, cuando lo encontraran, habían decidido tirar la toalla y dar su tutela a los servicios sociales. No sabían que A. había fallecido. No sé si llegaron a decírselo.

Tampoco sé si, cuando descubrieron que su hijo tenía un gemelo, no quisieron adoptarlo o no pudieron (hay países que no permiten o no permitían la adopción de niños seropositivos). B. fue dado en adopción en un período en el que todos pensaban que lo mejor era encontrar familias para los niños huérfanos, aunque fuera a costa de separar hermanos. Sólo una vez conocí a A.: él también pasó un período en uno de los centros donde estuvo mi Nena. Me pareció un chaval normal y corriente. Seguí sus andanzas a través de amigos míos que intentaron salvarlo una y mil veces, empezando por la Doctora, cuya consulta destrozó cuando sólo tenía ocho años.

Hay muchas cosas que no sé en esta historia. Pero hay días en que no puedo sacármela de la cabeza. Supongo que será porque plantea preguntas bastante terribles y porque la muerte es siempre la peor de las respuestas. Porque está llena de incógnitas: a lo mejor si nunca hubieran vuelto a encontrarse, ¿las cosas habrían sido diferentes? ¿Es más fácil vivir no sabiendo dónde está tu hermano o sabiendo que está mucho mejor/peor que tú sin ningún motivo aparente y sin que puedas hacer nada para remediarlo? Supongo que, si es un hermano menor, que has cuidado, te alegras de que esté bien (si está bien). Pero…. ¿qué pasa cuando es exactamente igual que tú?

Las respuestas sólo las tienen A. y B. Por desgracia, uno de ellos ya no puede hablar. Ni siquiera con el otro. De verdad, que hay días en que no hago más que pensar en ellos.

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Mar 26

SER DIFERENTE

A. tiene trece años y es una Adolescente Gueter… diferente.
Hace mucho tiempo se llamaba Helen. En algún momento se cambió el nombre, se puso uno neutro (vale para chico y para chica) y nunca jamás volvió a llevar faldas. Hace dos años se quedó sin familia y bastante colgada y la canguro de la Nena la acogió en su casa. Nosotros la acogimos en el proyecto, y la escolarizamos.
En la actualidad viene al proyecto cuando la escuela que retomó y el equipo de fútbol del que forma parte se lo permiten. Tuvimos que cambiarla de escuela porque el año pasado iba a una escuela en la que le obligaban a llevar falda y pelo largo. Obviamente, no funcionó.
A pesar de su muy difícil historia familiar y personal, A. es una niña (porque es todavía más niña de lo que ella cree) sociable y cariñosa. Externamente, se viste y comporta como un chico. De hecho, hay mucha gente que piensa que es un chico, y que cuando visita el proyecto nos preguntan por qué tenemos un chico. “No es un chico”, respondo. Y ya. No digo ni una palabra más. No es asunto de nadie. Ella ha elegido vestirse y comportarse así y, visto que no perjudica a nadie, no tiene por qué dar explicaciones. Nunca se las hemos pedido y a ella, y a otra integrante del equipo de fútbol femenino que también hay en el proyecto, las demás las llaman cariñosamente “los Hermanos”.
A. es parte integrante de nuestras vidas. Mi Nena la quiere con locura. La única motivación para querer ponerse un pantalón es que “mira, así te vistes como A.”. A., por su parte, quiere a mi Nena con un cariño y una ternura que me conmueven. La veo jugar con ella durante horas, sin aburrirse, sin mirar el reloj. Tienen una complicidad de hermanas, por la que doy gracias cada día. Mi Nena sabe que A. es una de esas personas que la quieren y la protegen. Nunca se tienen bastantes de esas, ¿no?
A A. la llamaron ayer de un centro de entrenamiento de fútbol femenino de la Oromia. El lunes se irá a vivir allí. Es un internado donde juegan a fútbol. Todo pagado. La Nena ha dicho que ella se va con A. a jugar al fútbol. El internado está en Ambo, a pocos kilómetros de Addis y no demasiado lejos de aquí.
A. estaba contenta. Es su sueño. Cuando me lo ha dicho, le he dado la enhorabuena. “A ver cómo se lo decimos a la Nena”, he comentado. A. ha bajado la mirada. “¿Qué pasa?, ¿no quieres ir?”.
“Sí quiero ir… pero aquí he estado bien”, me responde. Es verdad. En Zway ha encontrado una familia, un poco rara, pero que la quiere mucho. Y que no la juzga. Y que le dejan llevar el pelo y la ropa que quiere.
“A., no te preocupes”, le he dicho, “seguro que allí encontrarás más chicas como tú”.
Me mira raro.
“Chicas que juegan al fútbol. Ya verás que enseguida te harás al ambiente. Y, si no, llama y te vamos a buscar”
“¿Vendríais?”
“Por supuesto. Que no se te olvide: aquí siempre puedes volver”.
Creo que a A. le asusta eso: perder su sitio al que volver. De momento, la niñera ya ha firmado como su madre el permiso para ir al internado. Le hemos preparado la bolsa. Le he puesto hasta bragas nuevas y sujetadores. Bragas de pantaloncillo y sujetadores deportivos, como las atletas de verdad. La vamos a echar mucho, mucho de menos.

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Mar 17

KOSHE 2017

Me llama la Santa Infancia. Que se les ha caído esto en la cabeza la semana pasada. Que el barrio es un caos. Lo que más me sorprende es que, incluso en llamadas cómo esa, me pregunten veinte veces que qué tal estoy. Bien, cariños. Yo salí. Yo ya no vivo en Koshe.

Pienso repetidamente que no hay nada más triste que vivir y morir en la basura. Bueno, sí: que alguien diga que fue un accidente.

_ ¿Te acuerdas de la montaña enorme de mierda que hemos ido acumulando a lo largo de los años? Sí, hombre, la que a un cierto punto cubrimos parcialmente de tierra y fingimos que no había existido nunca

_ Ah, sí, Koshe, ¿no?

_ Pues flipa, se ha derrumbado

_ Quién lo hubiera dicho… qué cosas

Las reuniones en el Ayuntamiento de Addis Abeba deben de ser un descojono. Visto que por ahora nadie ha dimitido, y ninguna compensación ha sido ofrecida a las víctimas, supongo que, de nuevo, como Dios existe, pues ya no hace falta nada más.

Y dirán que eran chabolas ilegales. Algunas sí, otras no lo eran. Eran terrenos dados por el Ayuntamiento para las familias de los militares que participaron en la guerra con Eritrea.  Algunas, como la casa de Getanew, un ex compañero mío de trabajo, eran casas normales, de una planta, tres habitaciones, una letrina, un televisor. Su madre, su padre y una niña de la Santa Infancia que vivía con ellos ya no están. Su casa tampoco. Y dirán que ha sido culpa de los pobres que queman la basura. No; sólo queman la basura los empleados del basurero. Los pobres hurgan entre la basura y la reutilizan. No la queman. Si la queman, no encuentran nada. Y dudo yo que una hoguera te desencadene una avalancha de toneladas. El problema, desde mi punto de vista, es que la montaña de Koshe medía más de treinta metros y se extendía más de dos kilómetros. La separaba de las casas colindantes una red de dos metros. No era montaña. Era ya meseta.

A las lluvias no pueden culparlas, porque hace meses que no llueve.

Por cierto: la gente NO vivía en Koshe. Vivían al lado de Koshe. En la basura sólo dormían los niños de la calle, y desde hace sólo algunos años. Antes nadie dormía dentro porque por la noche acudían las hienas de las montañas cercanas.Muchas de las casas sepultadas eran casas normales a las que Koshe les había crecido demasiado en los últimos años.

Una vez pasaba por la Ring Road. Koshe se había llenado de pequeños lagos con las lluvias. Vi a un joven que, completamente desnudo, se tiraba de cabeza en uno de los lagos. Era por la tarde y no había demasiado humo. Volaban los buitres y aquella persona parecía nadar. Me pareció precioso.

Siempre me fascinó aquel cacho de humanidad de detrás de mi casa. Su inmensidad, su espectacularidad. También su dureza y como, de vez en cuando, nos recordaba que nadie podía escapar: el humo que muchos días llenaba el barrio, la peste en la ropa, en las cortinas de casa, en los cuerpos y el pelo de la Santa Infancia. La peste y el humo. El humo y la peste.

El basurero se llama Koshe (literalmente, suciedad o basura), y, por extensión, el barrio crecido a su alrededor también. Pero originariamente se llamaba (y se llama todavía así la rotonda de la Ring Road), Ayer Tena. En amárico: “el aire de la salud”. Yo esto lo contaba siempre en los momentos en que la peste era más fuerte y la gente se meaba de la risa. Yo también.

Soñaba con hacerme una sesión Trash The Dress con un tutú en la cima de Koshe. Estos días sueño la sonrisa de Serkaddis, cuando llegó del Wollo, cuando entró en Koshe. No recuerdo ni siquiera con claridad el resto de ella, ni a su hermana, de la que sólo recuerdo el nombre. Recuerdo su sonrisa tímida. Serkaddis no se murió la semana pasada. Empezó a morir hace seis años, cuando se bajó con su madre y su hermana del autobús, y decidieron que, siguiendo los pasos de sus paisanos, vivirían en Koshe. Igual que Kiddist. Igual que otras decenas de personas. Igual que todo ese barrio, que fue mi casa y que recuerdo con inmenso cariño. Todo él. El mercado, la Ring Road, el Alert Hospital, el barranco de detrás del Alert, las calles de barro, el fango, los mendigos, los leprosos, las familias medio bien que habían recibido tierra para construir en esa esquina de Addis Abeba, Koshe, Koshe, Koshe. Leprosario, campo de refugiados, basurero. Y tumba.

“¿De dónde eres?”, les preguntaban a mi Santa Infancia en los hospitales. “De Koshe”, respondían, orgullosos, porque era ciudad. Ciudad de mierda. Eso, pobres, nunca lo decían.

 

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