SU MUNDO
Sábado después de comer y se empeña la Nena en que quiere ir a jugar al barrio de la canguro. La acompaño de la mano y, llegando delante de casa de la canguro, corre a unirse al grupo que está jugando a la goma con una cinta vieja de videocasete. Está Babila –su “amor verdadero”, según ella, cuánto daño ha hecho Frozen – y la Nena, después de un rato, le pregunta si le apetece ir a ver a Siam, otra niña de su clase, que vive allí al lado. “Tú vete, mamá, y luego me vienes a buscar a casa de Siam”.
Se alejan por la calle polvorienta. Es día de mercado. Van por un lateral, pero siguen cerca de los carros y las vacas
_ ¡Babila!, le grito
No se vuelve, pero coge a la Nena de la mano. La Nena sí se vuelve:
_ No te preocupes, mamá. Te veo luego – y me lanza un beso al aire.
Las señoras del mercado que están esperando su carro para irse a casa no pierden comba y se quedan ojipláticas, porque la Nena me ha hablado en español. “Fíjate, cómo habla bien inglés la niña”, comentan, pero hacen cábalas durante un rato, porque la Nena me ha llamado “mamayé” (mi madre, entendido como un mote cariñoso), y se han dado cuenta de que quería decir “mamá”. Desde la tienda cercana, les aclaran, “es su niña. La está criando”.
Yo me quedo plantada en mitad de la calle, observando mientras la Nena y Babila enfilan el callejón en el que vive Siam. Pasarán la tarde saltando sobre los dos neumáticos viejos que tiene Siam en el jardín. La canguro sale de su casa: “si sobran sambusas de la tienda, se los llevo luego para merendar”, me tranquiliza. “O shiro wot*”, me río, y se ríe ella también, porque le digo a menudo que en Etiopía siempre es hora de comer comida de mediodía, con esas meriendas de legumbres e injeeras, que al bollicao si lo conocieran le meterían doro wot*. Cuando duerme fuera de casa, la Nena desayuna arroz con berberé. O patatas cocidas.
Otros dos niños se unen a la Nena y su amigo. Se paran los cuatro y observan algo en el suelo. Algún bicho, supongo. Babila lo pisa con decisión y siguen todos su camino. Saludan al señor A. que repara bicicletas. Se levanta y le da un beso a la Nena. Me saluda desde lejos. La semana pasada se le escapó la vaca mientras la Nena se montaba en el carro para ir al cole. El señor A., medio dormido, le tiró una piedra a la vaca, que, de rebote, fue a darle a la Nena. Sólo fue un raspón en la mejilla, pero el señor se deshace en disculpas cada vez que ve a la Nena. Influye también el hecho de que quiso reparar el daño dando leche gratis a la Nena, y la Nena lo rechazó diciendo que a ella la leche no le gusta. A mí sí me gusta, pero como la pedrada se la llevó ella, pues nos hemos quedado sin leche. Y el señor A. sin reparación y con remordimiento de conciencia, porque yo mandé a su hija a estudiar magisterio infantil, y él a cambio le ha tirado una pedrada a la mía. Somos la risa del barrio.
Entro en la tienda, compro papel de váter. Me sale un birr y medio más al rollo que en el mayorista, pero los hijos de la tienda son amigos de la Nena, y la verdad que si tuviera que pagar todos los chupachups que le dan, me saldría más caro. Así, lo que me saldrá caro será el dentista, pero como me lo regalan en España, pues me da más igual.
Vuelvo a casa a esperar que se haga la hora de ir a por la Nena. Aprovecho para dedicarme a mi gran pasión: las labores del hogar, mientras pienso en la Nena que participa en ese barrio, en ese mundo, en esa vida etíope de una manera que –creo- es un tesoro para ella. Y entre sábana y sábana doblada, me repito que, aunque perle de cagadas nuestra vida en común, esos recuerdos, ese barrio, esa gente… por la parte que me toca… eso lo he hecho bien. Vivir en su mundo, aunque sea un mundo que muchas veces me desconcierta, aunque sea un mundo que nunca será completamente el mío… vivir en ese mundo ha sido (y es, hasta que deje de serlo), la opción correcta.
Dos horas más tarde la encuentro metida en la acequia vacía que bordea la calle, intentando sacar un cabritillo que se ha quedado atascado dentro sin llevarse un topetazo, junto a los otros pequeños del barrio, cubierta de polvo, bajo la atenta mirada de la señora de la tienda. La acequia, las cosas como son, huele a pipí.
_ ¡¡¡Mamayé!!! ¿Nos sacas la cabra? El hermano de Siam ha dicho que nos la regala si conseguimos sacarla. Así la matamos y nos la comeremos.
Para desayunar, supongo.