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Archive for the ‘Amárico’ Category

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Sep 25

SU MUNDO

Sábado después de comer y se empeña la Nena en que quiere ir a jugar al barrio de la canguro. La acompaño de la mano y, llegando delante de casa de la canguro, corre a unirse al grupo que está jugando a la goma con una cinta vieja de videocasete. Está Babila –su “amor verdadero”, según ella, cuánto daño ha hecho Frozen – y la Nena, después de un rato, le pregunta si le apetece ir a ver a Siam, otra niña de su clase, que vive allí al lado. “Tú vete, mamá, y luego me vienes a buscar a casa de Siam”.

Se alejan por la calle polvorienta. Es día de mercado. Van por un lateral, pero siguen cerca de los carros y las vacas

_ ¡Babila!, le grito

No se vuelve, pero coge a la Nena de la mano. La Nena sí se vuelve:

_ No te preocupes, mamá. Te veo luego – y me lanza un beso al aire.

Las señoras del mercado que están esperando su carro para irse a casa no pierden comba y se quedan ojipláticas, porque la Nena me ha hablado en español. “Fíjate, cómo habla bien inglés la niña”, comentan, pero hacen cábalas durante un rato, porque la Nena me ha llamado “mamayé” (mi madre, entendido como un mote cariñoso), y se han dado cuenta de que quería decir “mamá”. Desde la tienda cercana, les aclaran, “es su niña. La está criando”.

Yo me quedo plantada en mitad de la calle, observando mientras la Nena y Babila enfilan el callejón en el que vive Siam. Pasarán la tarde saltando sobre los dos neumáticos viejos que tiene Siam en el jardín. La canguro sale de su casa: “si sobran sambusas de la tienda, se los llevo luego para merendar”, me tranquiliza. “O shiro wot*”, me río, y se ríe ella también, porque le digo a menudo que en Etiopía siempre es hora de comer comida de mediodía, con esas meriendas de legumbres e injeeras, que al bollicao si lo conocieran le meterían doro wot*. Cuando duerme fuera de casa, la Nena desayuna arroz con berberé. O patatas cocidas.

Otros dos niños se unen a la Nena y su amigo. Se paran los cuatro y observan algo en el suelo. Algún bicho, supongo. Babila lo pisa con decisión y siguen todos su camino. Saludan al señor A. que repara bicicletas. Se levanta y le da un beso a la Nena. Me saluda desde lejos. La semana pasada se le escapó la vaca mientras la Nena se montaba en el carro para ir al cole. El señor A., medio dormido, le tiró una piedra a la vaca, que, de rebote, fue a darle a la Nena. Sólo fue un raspón en la mejilla, pero el señor se deshace en disculpas cada vez que ve a la Nena. Influye también el hecho de que quiso reparar el daño dando leche gratis a la Nena, y la Nena lo rechazó diciendo que a ella la leche no le gusta. A mí sí me gusta, pero como la pedrada se la llevó ella, pues nos hemos quedado sin leche. Y el señor A. sin reparación y con remordimiento de conciencia, porque yo mandé a su hija a estudiar magisterio infantil, y él a cambio le ha tirado una pedrada a la mía. Somos la risa del barrio.

Entro en la tienda, compro papel de váter. Me sale un birr y medio más al rollo que en el mayorista, pero los hijos de la tienda son amigos de la Nena, y la verdad que si tuviera que pagar todos los chupachups que le dan, me saldría más caro. Así, lo que me saldrá caro será el dentista, pero como me lo regalan en España, pues me da más igual.

Vuelvo a casa a esperar que se haga la hora de ir a por la Nena. Aprovecho para dedicarme a mi gran pasión: las labores del hogar, mientras pienso en la Nena que participa en ese barrio, en ese mundo, en esa vida etíope de una manera que –creo- es un tesoro para ella. Y entre sábana y sábana doblada, me repito que, aunque perle de cagadas nuestra vida en común, esos recuerdos, ese barrio, esa gente… por la parte que me toca… eso lo he hecho bien. Vivir en su mundo, aunque sea un mundo que muchas veces me desconcierta, aunque sea un mundo que nunca será completamente el mío… vivir en ese mundo ha sido (y es, hasta que deje de serlo), la opción correcta.

Dos horas más tarde la encuentro metida en la acequia vacía que bordea la calle, intentando sacar un cabritillo que se ha quedado atascado dentro sin llevarse un topetazo, junto a los otros pequeños del barrio, cubierta de polvo, bajo la atenta mirada de la señora de la tienda. La acequia, las cosas como son, huele a pipí.

_ ¡¡¡Mamayé!!! ¿Nos sacas la cabra? El hermano de Siam ha dicho que nos la regala si conseguimos sacarla. Así la matamos y nos la comeremos.

Para desayunar, supongo.

 

. *Shiro wot: Wot, en general, es la salsa que acompaña la injeera. Shiro wot es la que se hace con shiro, un polvillo a base de garbanzos molidos y especias varias
. *Doro wot: Pues otra salsa para la injeera, pero con pollo (doro). Es una de las comidas de la fiesta.

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Abr 30

COLE

He ido hoy a buscar las notas al cole de mi Nena. Sí, a mi Nena la califican. Numericamente. Y le hacen exámenes. Y tiene tres cuadernos: uno para inglés, otro para amárico y otro para matemáticas.

La cartilla de notas estaba bastante bien: en teoría tendrían que evaluar aptitudes como el compartir juguetes, la concentración, la memoria, la capacidad de seguir instrucciones… sólo que en todas esas casillas las maestras pusieron el mismo número. Un número basado únicamente en la capacidad de leer y escribir de mi Nena, que en este momento es nula. Y así, nos han cascado un 50 sobre 100 en todas las “materias”, menos en deporte, que le han puesto 100, y en “honestidad”, que también les han puesto 100 a todos los niños. Creo que puede ayudar a entender la situación el contar que mi Nena tiene tres años y medio, que hace el equivalente a Primero de Infantil, y que creo que fue la niña con las notas más bajas de toda la clase (los demás tenían entre 70 y 90). Los cuadernos se notaba descaradamente que se los rellenan las maestras. Mi Nena no podría dibujar un “8” ni borracha. Tampoco sé por qué se los rellenan: yo ya sé que no sabe escribir.

Y este es el quid de la questión: quiero decir, yo no me preocupo. Me limito a pensar que mi Nena no está echa para el sistema educativo infantil etíope (o viceversa), que es todavía pronto para saber leer y escribir, y que los demás niños son algo más mayores que ella (algunos hasta dos años más mayores que ella, aquí cada quien empieza Infantil cuando se acuerda de empezarlo). Pero, dando vueltas al tema, me veo un poco como esas madres que mantienen contra viento y marea que sus hijos son normales, que sólo necesitan tiempo… y luego al final se encuentran con un marrón enorme porque el niño realmente tenía problemas y no se buscó la ayuda a tiempo. Aparte de que ignorar todo lo que me dicen en la escuela –básicamente que la niña se porta/reprime mega bien, juega normalmente, canta como un ruiseñor, pero no es capaz de hacer ningún ejercicio escrito- me parece un poco heavy. Quiero decir: si no tomo en cuenta nada de lo que me dicen las maestras, ¿por qué la mando al cole? Por socializar, me repito. Para que juegue, me repito. Según las maestras tendría que trabajar con ella en casa por lo menos una hora todas las tardes. Ya he dicho que tiene tres años y medio. Pasamos una hora todas las tardes en los columpios, y no sé si está dispuesta a cambiar columpios o juegos en la calle en el barrio por una hora de desarrollo de destrezas escritas. En el hipotético caso de que yo realmente fuera capaz de enseñarle destrezas escritas. O de que ese tipo de enseñanza se llamara “destrezas escritas”, que creo que me lo he inventado.

Y en el fondo me preocupa, porque no es que vea a la Nena “un poquitín” por detrás. Es que está a años luz de alcanzar el nivel que piden. Cuando le preguntas si sabe escribir, te responde “sí, sé escribir el cero”. Y te casca un cero que es un gozo. En los días inspirados, le dibuja rayos y lo convierte en un sol.

Y tampoco es tan indiferente a mi preocupación el hecho de que las niñas de mis Señoras Vulnerables analfabetas sí han sacado 80s y 90s. Y la Nena de la frenji… la última de la clase. Con Einstein, me consuelo, mientras rezo para que niña, al menos me aprenda cinco letras en amárico de aquí a final de curso. Así sólo le quedarán doscientas sesenta para el año que viene.

 

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Feb 02

TRIBUS ETÍOPES: LAS TIGGISTS

Hay gente que nació para llamarse Tiggist. Niñas. Y mujeres.

Tiggist quiere decir “paciencia” y, como ya dije hace tiempo, es un nombre extremadamente común. En ciertos sectores.

Las Tiggist suelen ser gente nacida en el campo. En la ciudad nadie llamaría a su hija Tiggist. Rara vez son hijas únicas. Lo más normal es que sean la quinta o la cuarta de una fila de siete u ocho hijos. Cuando se te acaban las ideas, pues le pones Tiggist. De pequeñas son niñas tranquilas, que te las puedes llevar a cualquier sitio y ni te enteras de que están. A lo mejor porque pasan su vida sin que nadie se entere de que están. Las crían hermanos y hermanas, con la ayuda de madres normalmente analfabetas y profundamente ignorantes. Así, las Tiggist cuando crecen, a lo mejor sí aprenden a leer y escribir, pero el poso de ignorancia se lo quedan de por vida.

La Tiggist estándar suele ser mujer de pocas luces y menos energía. La Tiggist media hace lo justo y necesario para sobrevivir. Suelen ser seres anodinos que, con el tiempo, desaparecen de tu memoria o intercambian caras e historias en tu recuerdo. Conoces tantas que te lías, y ya no te acuerdas quién era la señora de la limpieza y quién la madre de varios de la Santa Infancia. Porque las Tiggist rara vez escapan a su destino. Suelen perpetuar roles: casarse con un marido no elegido, parir hijos así como hacen todo… con desgana y un poco porque es lo que toca.

Las más despiertas, en cuanto pueden, se cambian el nombre, y se ponen Yordanos o Selamawit. Y a veces realmente consiguen ser Yordanos o Selamawit: gente de ciudad, con posibles, despiertas, activas. Si se quedan con Tiggist, suelen embarazarse a los 18 a más tardar y perpetúan los roles de aquella madre que un día, porque ya se había quedado sin ideas, las llamó Tiggist. O Addisé. O Abeba.

La parte positiva es que en Etiopía los niños nunca se llaman como los padres, por lo que es poco probabe que una madre Tiggist le ponga a su hija Tiggist. Y que a poco que pienses un poco el nombre, se te ocurren cosas más bonitas. Y que, por suerte, cada vez hay menos mujeres que tienen más de cinco hijos. En ciertos sectores.

En mi trabajo actual, una de los miembros del staff se llama Tiggist. Cuando me la presentaron, le pregunté a mi colega si era una Tiggist de manual. Después de mi explicación sucinta de lo que era un Tiggist de manual, mi colega me confirmó que nuestra trabajadora era eso: una Tiggist. Sin muchas luces. Sin mucha maldad, tampoco. Pocas picardías. Pocos sueños. Anodina. Gris en esta Etiopía aranguadi-bicha-key (verde-amarillo-rojo).

P.D: Espero que nadie se ofenda porque su hija o su esposa/compañera o su madre se llaman Tiggist. Me encantan los tópicos. Este es sólo otro más. También les digo que nada me alegra más que encontrar una Tiggist meando fuera del tiesto con los cinco sentidos alerta… sólo que por el momento no me ha pasado nunca.

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Dic 05

LA OTRA CARA

Si ustedes han leído mis anteriores posts sobre nuestra vida en el gueter, estarán ya al tanto de la fascinante adaptación de mi Nena, que se está criando cien por cien etíope (a veces, más de lo que me gustaría). Si los leen atentamente (¡anímense!), verán que siempre me he referido a momentos en que la Nena y yo estábamos en casa o a momentos en que la Nena está con otras personas etíopes. Esa es la parte bonita. La otra cara, lo que se nos hace más duro, es salir a la calle juntas. Sí, algo tan normal como salir a comprar o a dar una vuelta, se nos transforma en una gimkana a prueba de nervios.

En el barrio donde vivíamos en Addis, la gente a mí me tenía más vista que el tebeo. La llegada y la presencia de la Nena despertaba comentarios amables en un noventa por ciento de los casos. Los primeros días incluso hubo gente que vino a felicitarnos a casa con regalos. De esas primeras semanas nos ha quedado un guardarropa tradicional de lo más variado.

Aquí no. Aquí yo soy nueva, la Nena también, y las dos juntas más. Al principio fue muy duro. No exagero si digo que se paralizaba la vida en torno a nosotras. La gente salía de las tiendas para vernos pasar. Los carros se paraban, la gente se daba codazos, se levantaba de los puestecillos de té para vernos… Y lo peor es que, de cada cinco personas que nos cruzábamos, tres sentían la imperiosa necesidad de hacernos saber su opinión. A veces a gritos, a veces observaciones hechas con el convencimiento de que no podíamos entenderlos. Sólo que sí los entendemos. Y la mitad eran agradables, y hasta graciosos, pero la otra mitad no. La otra mitad eran crueles.

Salir de casa y que en los primeros diez metros otras tantas personas te recuerden que “esa no es tu hija” es, honestamente, un calvario. “No la has parido” (¿en serio?, no jodas), “ella es abeshá y tú no” (nueva constatación de la evidencia), “de dónde la has sacado”, “a quién se la has robado”, “quién te la ha vendido”… suma y sigue. Los primeros quince, los aguantas. Hasta finges no escucharlos. Como un pedo que se tira alguien que tienes al lado o como las palabras que la gente ha buscado en Google para llegar a ti. Algo externo, de alguna manera vinculado a ti, pero que en lo que no puedes influir. Luego, te hartas y contestas:

_ ¿De quién es la niña?– preguntado por un macarra de unos veinte años

_ Tuya. ¿Con quién estabas hace dos años?

_ ¿De quién es la niña? ¿A quién se la has robado? – otro joven aspirante a detective

_ No la he robado. Me la vendió tu madre. Cabrón.

Ha habido otros graciosos, como un señor que nos dijo “¡anda! Mirinda y Coca”. La Nena se lanzó a gritar Mirinda, porque le gusta mucho, a pesar de que le aclaré que mucho me temía que ella era la Coca. Y luego los consabidos “God bless you”, como si no te hubiera bendecido ya, o como si debiera bendecirte por adoptar, o como si adoptaras por compasión. Hubo un señor que, entre lágrimas, hasta me dio las gracias en nombre de toda Etiopía. Los hay que se erigen en embajadores de las cosas más extrañas.

Lejos de desanimarme, no he reducido un ápice la frecuencia de nuestros paseos, y me refugio en los números. Si esta ciudad tiene veinte mil habitantes, calculando que aproximadamente la mitad nos tengan que decir algo, y a un ritmo de unas cincuenta opiniones por paseo (paseo estándar de una hora; más opiniones en menos tiempo si es día de mercado), me costará unos doscientos paseos, pero, al final, toda la ciudad habrá expresado sus opiniones sobre el complicado tema de la adopción. Para entonces, espero, nos dejarán en paz. Calculo un año (paseamos mucho). Como de momento la Nena no parece entender mucho, pues me fío de eso. Es verdad que sale de casa mucho más contenta con la niñera que conmigo. Y es verdad que la niñera sale mucho más contenta de casa si no voy yo con ellas. Además, no sé por qué, he observado que la frecuencia de estos comentarios se incrementa alarmantemente si vamos las dos solas, o si la llevo con el pañuelo a la espalda (al principio, inocente de mí, pensé que parecer más “africanas” nos ahorraría comentarios). Si vamos con más gente, especialmente si vamos con el otro voluntario (chico) que vive con nosotras, me da la impresión de que nos gritan menos.

Luego, en el día a día, con la gente con la que tengo oportunidad de hablar, sí que creo que estamos contribuyendo a normalizar la adopción transracial. Digo transracial porque realmente ahora vivimos en la región de Oromia, y la palabra que se usa legalmente para designar la adopción es oromo (gudeficha). Aparentemente, en esta región se producen muchos abandonos y es común que las familias críen hijos que no son biológicamente suyos, por lo que en teoría el concepto de adopción no debería ser extraño. Es verdad que, al igual que en amárico estricto (miasadeg), este gudeficha oromo no quiere decir realmente adopción, sino “hacer crecer”. En amárico no se habla de padres adoptivos sino de gente “que te crece” (que te cría). Como la mayoría de padres adoptivos estarán pensando, falta un matiz. No estamos haciendo crecer a nadie. Son nuestros hijos. De verdad. No son hijos de vecinos muertos que acogemos de buena voluntad, pero con los que no nos vinculamos legalmente, que a lo mejor hasta los queremos, pero siempre menos que a nuestros hijos biológicos. Esa es la parte que en Etiopía cuesta hacer entender. No lo hacemos por pena, ni por ayudar, ni para ser mejores personas. Lo hacemos porque queremos ser padres. Y son nuestros hijos. Sin fecha de caducidad. Sin posibilidad de escape.

Tengo que decir que con los días, la cosa mejora. A veces realmente sólo nos saludan. El mercado que se celebra dos días por semana, con alta afluencia de gente que viene de pueblos cercanos, todavía se nos resiste, pero en los paseos normales ya hay gente que nos reconoce. En el mercado, normalmente, las señoras que venden sólo hacen bromas, o te preguntan si es tuya, y tú les dices “sí, es mía”, y entonces me contestan “pues es bien guapa”. Y de esto hablaré otro día: la Nena, al parecer, es verdaderamente guapa.

 

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Jul 01

MALENTENDIDO

Hay una palabra que en amárico suena más o menos “akefechilign”. Mi Santa Infancia de la guarde la pronunciaba continuamente mientras alzaban los brazos en dirección a mí. Sabiendo por el sonido que era un imperativo en el que me solicitaban que hiciera algo por ellos, siempre lo traduje como “cójeme en brazos”.

Hace poco, un día tenía a la Nena en brazos, y alguien utilizó de nuevo una versión de esa palabra, cambiando persona: yo tenía que hacer eso a la Nena. “Ya la tengo en brazos”, respondí. La persona me sacó de mi error: no me pedían que les cogiera en brazos.

Me pedían que los abrazara.

Ocho años, y todavía no me entero de la mitad.

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Nov 21

DOCTOR, DOCTOR

El pueblo etíope tiene una relación cuando menos curiosa con sus propios cuerpos. Si alguno de nuestros lectores ha tenido la oportunidad de trabajar en el ámbito sanitario etíope, seguro que recuerdan con cariño algunas de estas expresiones:

. “Me he roto un brazo”. Cuando se caen, siempre se rompen cosas. No dicen “me he dado un golpe en el brazo”, sino “me he roto el brazo”. Esto, los primeros días, te asusta un mucho, hasta que aprendes a hacer las preguntas adecuadas: “¿te has roto el hueso?”, y entonces ya te dicen que no, que el hueso lo tienen bien. Y les das su pomadita para golpes y a correr.

. “Se me ha caído el corazón”. Esta es súper común. Se llevan un jaleo con el corazón que no hay quién lo entienda: que si se les cae, que si se les cansa, que si les tiembla…. Factores a tener en cuenta:

  1. Consideran corazón a todo lo que es el pecho
  2. En la mayoría de los casos es gastristis (acidez). Es lo que tiene desayunar berberé, que a los cinco años ya sabes lo que es el Pepto Bismol.
  3. Cuando no es acidez, quiere decir que sienten que el corazón les late más fuerte de lo normal lo que, sobre todo en niños, puede ser síntoma de fiebre.

. “La garganta no me deja comer injeera”. Y entonces tú les preguntas: “¿te duele?”, y ellos te repiten “no me deja comer injeera”. Tú, que eres avispada, ya has entendido que es un modo de decir “me duele la garganta”. Sólo que vinculado a la máxima utilidad de la garganta, que es la deglución de injeera.

. Bichos mil: La palabra “awre” quiere decir bicho o animal salvaje. Esto aplica lo mismo para un ogro que para una araña. Cuando oyen ruidos que no saben de dónde vienen, pues los hace un awre. Ejemplo: “se me ha metido un awre en el oído”. Y tú te quedas muerta, pensando “pues a ver cómo lo sacamos…”. Pero no. Es que oyen ruidos. Lo más divertido es pedirles que te reproduzcan los ruidos que hace el animal. Reproducirán como un vientecillo silbante la mar de gracioso. Traducción: tímpano agujereado. Si el awre habla cosas concretas, preocúpate porque NO es el tímpano.

A veces el awre puede entrarles en el cuerpo e instalarse cómodamente a vivir en el corazón. Suele provocarles ardor de estómago.

. “Me duele el riñón”. Esto es una declaración que, al menos yo, había oído normalmente a personas mayores. Aquí te lo dicen hasta los niños de cuatro años. Te llega un mico de Primero de Guardería y te salta “me duele el riñón”. Cágate. El riñón. Tienen una conciencia de sus órganos internos que no es normal. Lo del riñón puede ser de todo, desde flato hasta gases, pasando por dolor de espalda. Normalmente, no es el riñón. Y cuando sí es el riñón, tú eres la que se da cuenta de que olvidaron mencionarte que mean marrón intenso y que tienen los tobillos inflados como botijos. Entonces no se les ocurre que pueda ser el riñón.

. Vida interior. Etiopía es el paraíso de los parásitos intestinales. Servidora, cuando recibe la visita de estos inquilinos, se ve obligada a cambiar radicalmente sus prioridades, convirtiéndose el “no cagarse encima” en el objetivo general de la jornada. Los etíopes, que tienen más callo, pueden hacer vida normal en compañía de amebas, giardias y solitarias.

Lo más llamativo es la multitud de teorías sobre el origen de las lombrices. Según mi Santa Infancia, las lombrices te las pillas:

. por comer plátanos (por los hilos, que tienen la misma forma)

. por comer wot hecho de patatas y zanahorias (no sé por qué, porque está cocinado)

. por tomar demasiada azúcar (yo esto también lo he oído de pequeña. Desconozco si el azúcar reactiva los parásitos o no)

Lo más curioso es que ninguno relaciona las lombrices con su verdadera causa, que sería el comerse la mierda propia y/o ajena. Cuando se lo explico, normalmente me responden sucintamente: “No. Estás equivocada”.

Esto me pasa mucho. Los awres sólo les entran a los abeshá, por eso los frenjis no sabemos lo que son. Yo soy una persona despiadada, por lo tanto no tengo corazón que recoger cuando se me cae. Así es la vida.

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Jul 07

REGALINES

Si trabajas en el campo social, antes o después alguien te regalará algo. Los etíopes son muy efusivos en sus demostraciones de agradecimiento, y siempre te compran pequeños detalles propios de su cultura. Pequeños detalles mayormente horribles. Lo penúltimo que me cayó en suerte fue este lindísimo cuadro, junto a las increíbles sandalias. El cuadro podría habérmelo regalado Heidi. Las sandalias tienen pelo. Me lo mandó todo un ex trabajador que actualmente trabaja en Bahar Dar. Se ve que las cumbres nevadas son típicas de allí.




Con los años, te vas sintiendo un poco como las madres que reciben las manualidades que sus vástagos confeccionan en el cole para el Día de la Madre: no sabes muy bien qué hacer con ellos, porque aprecias el gesto, pero tampoco quieres toparte con esas obras de arte cada freaking segundo de tu existencia. Quiero decir, te has pasado meses decorando tu casa, y a lo mejor en el estilo Ikea no sabes dónde meter el cenicero hecho con pinzas de tender la ropa. Sin tener un estilo definido en mi casa, yo había pensado colgar el cuadro en el baño, pero incluso allí es demasiado horrible. Uno pasa un cierto tiempo en el baño. Además, si la persona que me lo regaló viene a mi casa, creo que se ofendería. No digo que sin razón.

Así, he decidido establecer la Esquina de los Horrores en un rincón de mi casa. Allí colgaré todos esos adefesios que he acumulado en estos años: la gacela, un cuadro sobre la ceremonia del café que lleva media taza pegada y un puñado de palomitas reales también encoladas, los múltiples cuadros con frases religiosas en amárico (“Egziabier Geta New”, Dios es Señor, y demás), y los diversos collages a base de miniaturas tradicionales, como instrumentos musicales etíopes o atrezzos religiosos.

Me quedan por adjudicar los horrores de vestuario. Tengo hasta un albornoz lleno de cruces bordadas, pasando por cubrecamas y diversas variantes del vestido abeshá tradicional. Esos me los voy poniendo en las fiestas, dejando a un lado los vestidos ideales que de vez en cuando me manda mi familia y que me quedan infinitamente mejor. Con el albornoz, sinceramente, no sé qué hacer. Es que tampoco empapa mucho como para cambiarlo por la toalla.

En estas ocasiones de agradecimiento –ceremonias del café, fiestas de final de curso, cumpleaños…-, lo mejor que te puede pasar es que te regalen un foulard. Yo tengo entre quince y veinte, y casi nunca llevo foulard, porque creo que hay que saber llevarlo, y, cuando me pongo alguno, me paso el día peleando con el dichoso foulard. Los últimos tres que he recibido (uno de mis criaturas voluntarias por mi cumple, otro de Brother House por Navidad y otro de un grupo de madres de la Santa Infancia que celebraban su segundo cumpleaños como asociación), son el mismo pañuelo en distintos tonos. Por el momento: violeta, amarillo y blanco. Le he echado el ojo al naranja de la misma gama, y supongo que antes o después me caerá.

Al final, tu armario parece un todo a cien bastante particular, dominado por el toque cultural en su versión más folclórica. Hay souvenirs monos, y luego están esos que te regalan a ti: flores de plástico, cuadros pintados sobre cuero, recipientes minúsculos cubiertos en pelo de cabra (cuando ya tienes cuatro, ya no quieres más. Tampoco tienes tantos anillos que guardar, y además suelen oler a leche rancia), cruces de todos los tamaños y colores, en plástico, madera o metal; además de múltiples pulseras y pendientes hechos de los materiales más variopintos, desde perlas de plástico hasta chapas de refresco. Si tuvieras que ponerte todo eso, parecerías un árbol de Navidad versión Timket* y Geter* tradicional para usuarios avanzados.

Y todo eso es siempre mejor que la comida. A mí me mola cuando me regalan un medio kilo de kolo*, pero no cuando este medio kilo es de café verde, porque yo no sé tostar el café, no tengo molinillo, y me tengo que poner a improvisar en el horno de casa, lo que implica siempre una humera infernal y resultados bastante pobres en lo que viene siendo el sabor. Si el medio kilo es de miel pura, con sus abejitas muertas dentro y sus cachos de insecto caramelizados eternamente, ya ni te cuento.

La Santa Infancia es más de regalarme mierdetas que se encuentran por la calle: baterías de móviles (por si funcionan y me sirven para el mío), flores varias, o joyería de contenedor (colgantes en forma de corazón con la cadena rota, pendientes oxidados, diademas descolorías…) Y vas acumulando un pingo detrás de otro, porque –te dices-, son el símbolo latente de lo mucho que la gente te quiere.

A mí una vez mi familia me regaló un paraguas por mi cumpleaños, y los gritos se oyeron en Fernando Poo. Yo antes era una persona “high maintenance”, como dicen en las series americanas. Ahora, mi Santa Infancia me regala un caramelo a medio chupar y se me saltan las lágrimas de la emoción. Por lo menos nadie espera que lo cuelgue en la pared.

* Timket: la fiesta del Bautismo de Cristo. Es una de las fiestas más importantes del calendario ortodoxo.
*Gueter: por si alguien lo había olvidado, el conuntryside
*Kolo: son semillas tostadas que se dan como aperitivo. Un poco como las pipas sin cáscara.

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Oct 10

YO VENGO DEL CAMPO

Nuestra niña Mariamawit finalmente no sabemos si se llamará Mariamawit. Papá Soltero apareció y, a sus tiernos veinte años, decidió cambiarle el nombre antes de desaparecer nuevamente. Estrategia guerrilla: golpea fuerte y desvanécete en el aire. Según él, Mariamawit se debería llamar Shewaye, que viene de la región de Shoa, que es donde se ubica Addis Abeba. La traducción de este nombre es: “como yo soy más de pueblo que una boina, quiero que todos sepan que mi hija ha nacido en Addis Abeba y será una ciudadana cosmopolita y panaafricana”. Otra traducción, en esta Etiopía llena de prejuicios y racismos, es “a la niña le tomarán el pelo por cateta durante toda la Primaria y la Secundaria hasta que, si llega a la High School, decida renunciar a su identidad y se cambie el nombre, y se ponga Mary, Helen, Samerawit, Selam (paz) o Niggist (reina), que se ve que son socialmente más aceptados”.

Lo mismo aplica para otros nombres como Ketama (que literalmente quiere decir “ciudad”); o nombres que se identifican con gente mayor como Turiye (“mi bien”), Tiliksew (persona grande), Belachew (que no tengo muy claro si quiere decir “me lo dijo” o “me pegó”), Gashaw (escudo); nombres de cosas típicas del campo como Godada (que es un tipo de grano, aunque no tengo muy claro cuál), o Masresha (cosecha); o con nombres demasiado comunes como “Habtamu” (rico) y todos sus derivados, o “Tiggist” (paciencia). A mí se me escapa un poco la distinción entre nombres cools y nombres no cools, pero la gente aquí la tiene bastante clara. Una muestra de ello es que nuestra M., a la sazón madre de la niña Mariamawit, se ha negado en redondo a aceptar lo de Shewaye, provocando el primer desencuentro en esta pareja circunstancial.

Y es que, a pesar de la pasión con que se viven las Semanas Culturales y de todos los orgullos patrios, los Komche son siempre Komche, y nunca son “señores” o “señoras”. Tú vas al mercado, compras un baúl de madera de veinte kilos, y no te llaman un “chico” para que te ayude a llevártelo. Te llaman un “komche”. Y cuando tu les puntualizas que el “komche” es un “chico” se te quedan mirando como diciendo “mira la lista, que no sabe ni siquiera qué es un komche”. Y uno esperaría que, ante estas acometidas, siguiendo el tópico del orgullo local, los komches se reafirmaran en su identidad, pero lo cierto es que no les gusta un pelo lo de ser komches. Y así queman sus vestidos verdes y sus pantalonetas, se ponen la primera camiseta del Barsa que pillan, se aprenden el estribillo de “Loca, loca, loca” (y eso que muchos no conocen la misteriosa conexión entre ambos elementos), y se creen que son más felices en la ciudad. Benditos ellos.

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Mar 14

ANIMALICOS

Hace ya unos años traté de hacer un juego con los pequeños de la Santa Infancia. La dinámica era bastante sencilla: uno se ponía en el medio del corro, imitaba a un animal, y los demás lo tenían que adivinar. Como mi Santa Infancia a veces es un poco cortita de entendederas, pues empecé yo poniéndome en el centro, para dar ejemplo. Con mi mejor voluntad, me puse a cuatro patas y empecé:
_ ¡Muuu!, ¡muuu!– mientras pensaba “tener estudios pa’ esto”
Por si la humillación no fuera ya bastante, la Santa Infancia no conseguía adivinar el animal que yo estaba representando, y me miraban con cara de “ya está. El día ha llegado. Se ha vuelto loca”. Después de cinco minutos mugiendo desesperadamente, me levanté y les comuniqué que el animal que yo intentaba representar era la vaca. Una simple vaca, coño.
_ Aaahhh… es que lo estabas haciendo mal– me repusieron
_ ¿…?– nunca se me había ocurrido que se pudiera errar en el imitar a una vaca
_ Las vacas hacen embuá, embuá– y todos se pusieron a hacer embuá.
Tras haber experimentado en mis propias carnes este episodio de desencuentro cultural, como soy una persona curiosa me documenté sobre el particular. Así, en el libro de ciencias de Primero de Primaria encontré que:
. el gallo no hace kikirikí, que hace kukulukú
. el burro no hace ia, ia, sino hi, hi, hi
. la oveja ni hace be, sino ba
. los pollos no hacen pío. Hacen pí. Y basta.
Y luego habrá quien hable de globalización. Si ni siquiera las bestezuelas se ponen de acuerdo…

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Mar 10

Boquita de Piñón

La Santa Infancia tiene un punto de oscuridad caracterial que resulta bastante inquietante. Por otro lado, es verdad que siempre decimos que nuestro centro es como una gran familia, y, en esta línea, resulta bastante gratificante ver cómo nuestros pupilos se insultan y se pegan como buenos hermanos. Y así, fruto de mis largas horas de recreo, hoy les traigo un elenco de lo más granado en lo que a insultos y exabruptos en amárico se refiere.
. Balegué: Yo lo traduzco como desgraciado. Es un insulto bastante insultante, que lo llevan siempre colgando del labio. Vamos, que les sale muy espontáneo, muy natural. Como un yogur con bífidus activo. Pero con afrenta.
. Moñ: Éste es más suave. Quiere decir “tonto”. Una cosa que digo mucho y que la Santa Infancia identifica como una muletilla mía, es “ye moñoch buden, sefi neu”, que quiere decir “el equipo de los tontos es amplio”. Así, les doy a entender que yo los quiero a todos por igual, en toda su tontería.
. Wusa: Perro. Muy común. Y muy feo.
. Yekomata liy: Literalmente, “hijo de leproso”. Resulta bastante extraño lo frecuentemente que lo usan, teniendo en cuenta que un porcentaje bastante significativo de ellos son, efectivamente, hijos de leprosos. Yo pensaba que era un modo de autoafirmarse, pero no. Es un improperio. Aunque seas hijo de leproso.
También se usa komata (leproso), sin la precisión de ser “hijo de”.
. Chekañ: Cruel. En amárico también queda bastante fino, por lo que no lo usan mucho.
. Afer bela/ Afer Bey / Afer belú: Literalmente “come (o comed) tierra”. Sería un “vete a tomar por culo”, pero interculturado.
. Men agebah/ Men agebash: Literalmente, “¿qué tienes tú que ver?”. Traducido y adaptado: “¿a tí qué coño te importa?” Pues eso, que no es asunto tuyo y ya. Pero no es bonito que te lo digan así.
. Gurreña: Creído, macarra, chulo pera.
. Dedeb: Estúpido, no inteligente.
. Kofo: Cabeza hueca.
Y hasta aquí los más normales que entiendo yo. Paso a la parte gore, recabada ex profeso para este post entre mis informantes:
. Enat tibeda: Mecagüentuputamadre. O al menos así lo traduzco yo. La Santa Infancia me ha dicho que quiere decir “mother fucker”. Dí que sí.
. Shale, buda o shermuta: Ambas tres puta, ramera y/o zorra. Con saña.

Y ya, que se me está poniendo mal cuerpo. Lógicamente hay más, pero no los conozco. Ni ganas, mire usted.

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