DECEPCIÓN
Pensaba que tenía adjudicada la tercera fila de mi ranking, pero no ha sido así. Hoy he tenido la obligación oportunidad de ir al Amanuel Hospital. Para los que no lo sepan (no hay por qué avergonzarse), el Amanuel es el hospital psiquiátrico de Etiopía. El caso es que me apetecía ir, aparte de porque tenía que acompañar a una señora, por completar mi ranking de filas interesantes y/o divertidas, pero no va a poder ser, porque la fila del Amanuel no sólo es aburrida, sino que además es muy, muy triste.
Yo pensaba que al ser un lugar para enfermos mentales, las historias que normalmente se cuenta la gente en las filas de los hospitales serían de lo más interesantes. Pues no. La gente en la fila del Amanuel está completamente en silencio. De vez en cuando algún grito, algún lloro, algún gesto inapropiado por parte de los enfermos. Nada más. Los familiares no hablan con otros familiares, no te preguntan Where are you from, no te cuentan por qué están allí. La enfermedad mental en Etiopía, al igual que en muchas otras partes del mundo, está rodeada de una fuerte estigmatización social, y esto hace que en la fila del Amanuel todo el mundo adopte tácitamente la táctica del Don’t ask, don’t tell. Te da una cierta tranquilidad, pero le quita atractivo a la fila.
Además, que tampoco he podido estar mucho en la cola, porque nos han hecho pasar bastante rápido. El Amanuel es un sitio no demasiado frecuentado por los frenjis, y mi presencia llamaba poderosamente la atención. Así, en fila, se me iban acercando algunos pacientes -sé que eran pacientes porque iban en pijama-, unos para saludarme, otros para insultarme, para besarme… Ha llegado un momento en que un enfermero tenía que permanecer a mi lado para reconducirlos a su ubicación correcta y, aunque ninguno ha intentado agredirme, y la situación era más cómica que peligrosa, nos han dejado pasar delante para que se tranquilizase el patio. Los pacientes llevaban escritos en sus pijamas el ala al que pertenecían (ellos y sus pijamas, supongo). Algunos, además, llevaban escrito en la espalda, con rotulador sobre el pijama, indicaciones sobre su peligrosidad y la conveniencia de no dejarlos salir del recinto. Me ha parecido una medida bastante práctica.
Entre los enfermos no internados, un poco de todo. En el tránsito entre una y otra consulta, en las escaleras, hemos encontrado a una chica joven, bien vestida, con el pelo alisado, aunque muy despeinado, sentada. Al pasar yo, me ha cogido la mano. How are you?, me ha dicho. En sus ojos, la tristeza del prisionero en sí mismo, lágrimas a medio caer y una sorda llamada de auxilio. Me he quedado quieta, paralizada, fulminada por la insondable tristeza de esa chica. Sólo he acertado a balbucear aisósh (ánimo), y a besarle la mano que me había ofrecido. Esto se me ha pegado de los pobres, que son muy de besar manos. Me ha venido a la cabeza la frase de la Madre Teresa sobre la gota en el océano. En los ojos de esa chica fluía todo el océano, toda la tristeza del mundo, toda esa pobreza que hay en Etiopía, que no es sólo económica o material, que es una bruma triste, pegajosa, asfixiante. Su sufrimiento contra mi comodidad, contra cosas como mi estúpido ranking de filas. Su llamada contra mis pies de cemento, contra mi imposibilidad de ayudarla.
No había decepción en su mirada, tal vez porque nunca tuvo ilusión por nada.