GOBIÑOCH
La semana pasada, aprovechando que estaba descojoná del cansancio, me tomé cinco días libres, así por la fly, y me fui de turisteo. Como por circunstancias de la vida cotidiana estaba sin pasaporte, elegí un destino al que se pudiera llegar por tierra sin estar más de un día en el transport. La fortuna calló sobre Harar, ciudad tenida como el exponente de la cultura musulmana en Etiopía.
A mí, como no vivo allí, el gueter me encanta. Y, para qué engañarnos, me fascina hacer la frenji de vez en cuando. Con mi Lonely Planet incluida y tó. Y así partí con mi mejor humor, rumbo al gueter musulmán.
Puestos a viajar en transport, el Selam Bus es definitivamente la mejor opción. Es una compañía que parte de Addis Abeba con destino a las principales ciudades etíopes, con autobuses con estándares europeos (de hace diez años, pero europeos al fin y al cabo). Te dan una cocacolilla a las dos horas de trayecto y, lo más importante, paran a mear cuando la gente lo necesita. Te paran en mitad de la nada, y los hombres van hacia un lado de la carretera y las mujeres hacia el otro. Muy organizao. Inconvenientes (nunca todo el monte es orégano): ponen música a todo volumen durante todo el trayecto. Después de once horas de música etíope, de haber sido presidenta, no hubiera dudado en abolir el uso del organillo en todo el país. Nauseas me daba.
Harar es una de esas ciudades con encanto. Hay que saber verlo, eso sí. Tiene el encanto de lo que fue y ya no es, de un tiempo pasado en el que el comercio florecía en sus calles, antes de que el trazado del ferrocarril la dejara fuera de juego en favor de Dire Dawa (que tampoco es que sea New York, todo hay que decirlo).
La casa-museo del protector de Rimbaud, que recuerda la vida del poeta en la ciudad, es, sin lugar a dudas, lo mejor del viaje. Aquí os pongo la fachada:
Nosotros nos alojamos en el Belaineh Hotel, pegadico a los muros de la ciudad vieja. El hotel en sí era bastante apañao, dentro de que la frase más escuchada en la ciudad es “mebrat yellem” y “wuha yellem” (no hay luz, no hay agua). Como sitios para comer, recomiendo el Fresh Touch (en la parte nueva, en la calle principal, al que van todos los turistas, pero que no es muy caro) y el Hirut Restaurant, al que se llega por la calle que sale a la derecha de la iglesia ortodoxa (Selassie, creo que era) y que, además de bastante apañao…¡tiene generador! (y, hermana, eso es un plus muy plus en Harar).
De mi breve estancia en Harar saqué la impresión de que yo hubiera podido ser una persona bastante popular allí, vista la sorpresa que causaba mi precario amárico entre los locales. A mí lo que me sorprendió fue encontrar tanta gente que hablara amárico, porque yo pensaba que en Harar se hablaba sólo oromo, que es esa lengua que tiene casi tantas vocales como el fotolog de Edurne (Beeessiiicooosss!!!!!!). Como ejemplo, un ejemplo:
A la vuelta de Harar nos paramos en Awash, una ciudad que debe los pocos visitantes que recibe al cercano parque nacional. El autobús nos tiró allí a la una de la tarde. Lo más relevante de la ciudad, como estructura, es la estación de tren, ya en desuso:
Como veis, el aire era de cierta desolación y definitiva tristeza. Pero allí, justo al lado de la estación, está el Bouffet Aouach, que en la ciudad llaman “El bouffet de la madam”, que es un hotel, abierto en 1904 por franceses, regentado después por una pareja griega en el que se paraba el emperador a comer cuando iba en tren a Djibouti. El señor griego se murió, y la leyenda cuenta que su mujer, Madam Kiki, seguía hasta hace pocos años viviendo en el hotel. Cuando nosotros llegamos, el hotel estaba desierto, y así pudimos dormir en las habitaciones presidenciales donde durmió el mismo Haile Selassie. Todo muy Tomates Verdes Fritos.
Y después de esta breve parada, de nuevo al transport, esta vez normal (estándar abeshá), para llegar a Addis Abeba solamente cinco horas y tres trasbordos después. Sólo os digo que, una vez en casa, encontré plumas de gallina hasta en la bolsa de la ropa interior que iba DENTRO de la mochila.