MI GURÚ
Además de la masajista, hay otra persona que me da consejos vitales. El conductor del gari* que nos lleva a la Nena y a mí al cole. Nos lleva a las dos, junto a otros diez niños, y luego me espera para llevarme a trabajar. Hay días en que volvemos placenteramente en silencio, otros en los que se levanta de mal humor y va amenazando con el látigo a todo bicho viviente, y otros en los que conversamos animadamente sobre los más variados temas: que si la responsabilidad de conducir (yo conduzco coche, él conduce el gari, pero en ambos casos es un web de responsabilidad, que el hombre carga con once niños de guardería), que si el frío en Europa, que si el calor en su Guraghe natal…
El año pasado íbamos en motocarro, también con otros diez niños, conducido por un macarra. Por tres macarras, porque a lo largo del año se intercambiaban el motocarro con bastante alegría, y nunca sabíamos quién nos vendría a buscar. Ni si nos vendrían a buscar.
El señor B. en eso es muy serio: pasa siempre puntual y sólo te espera exactamente un minuto. Si no, se le pasaría la hora y los críos llegarían tarde, y diez no pueden llegar tarde por uno, explica. El señor B. además tiene el mérito de ser de los pocos conductores de gari que no me ha pedido en matrimonio. El año pasado hubo uno que, en menos de cinco minutos, me elencó la lista de sus posesiones intentando convencerme: “en mi casa no te faltaría de nada: tengo maíz, tengo cebollas, tengo ajos, tengo tomates, tengo un grifo, tengo dos caballos, tengo letrina…” Estuve a punto de decirle que sí: “Si tienes ajos, me caso contigo”. No sé por qué nombró los ajos. El caso es que tenía como veinte años menos que yo. Y así perdí la oportunidad de vivir rodeada de tomates, cebollas y maíz.
El señor B. nunca ha mostrado ningún interés personal en mi humilde persona. Creo que verdaderamente la que le mola es la canguro de la Nena, que es más de su edad. Tienen bastante en común. Ambos les tienen tirri a los oromos. Cuando hay riadas: culpa de los oromos. Cuando no llueve: culpa de los oromos. Cuando sube el pan: culpa de los oromos.
“No te fíes de los oromos”, me dice. “Un guraghe, si te tienes que casar con un etíope, que sea guraghe”, me aconseja. “Pero los oromos dan vacas a la familia de la novia”, argumenté. “¿A tu edad? Las vacas las tendrías que dar tú´”. Como se ve, no tiene pelos en la lengua. “A ti te gusta contestar, y las mujeres de los oromos no pueden contestar. No te adaptarías”, remata. Pues nada. No me casaré con un oromo. Chispún. Adiós a mi flamante marido Gemechu, por ejemplo. Yo ya me veía a caballo entre las acacias. Los oromos de otra cosa no, pero de caballos suelen ser bastante entendidos. Es verdad que también suelen entender bastante, como me informaba el señor B., de darle la del pulpo a su mujer/es con periodicidad regular.
El señor B. opina que mis Señoras Vulnerables me toman el pelo. Que en la vida hay que currar para ganarse el pan. Y punto. Ni ayudas ni asistencias. Yo le digo que “currar para ganarse el pan” con siete niños pegados al piyama es más complicado que hacerlo solo. Que pasarte media vida embarazada y no haber ido ni medio día a la escuela pueden ser obstáculos importantes para “currar para ganarse el pan”. Él se apoya en su propia persona, porque tiene las piernas deformadas, no sé si por la polio. “¿Me ves a mí? ¿Con estas piernas? Nadie pensó que llegaría a caminar. Y lo hice. Camino y conduzco el gari. Y un día me compraré un Bajaj para conducirlo también. Si uno trabaja, todo es posible”, concluye siempre. Yo creo que debería dedicarse al “life coaching”. O escribir, como un Paolo Coelogurague. O a enseñar. Creo que sería un buen maestro. Él me dice que le gustan los caballos más que algunas personas. Y que hay días que no soporta a los niños. “¿A la mía tampoco?”, le pregunto. “Sólo a días”, me responde.
* Gari: la palabra en sí aplica a carro o carretilla. En este caso, un carro de caballo que nos sirve de transporte escolar, donde nos amontonamos cada mañana para ir y volver del cole de la Nena. Calesa, lo llamo yo.
* Piyama: es una túnica bastante colorida que llevan las señoras por aquí cuando hace calor, para estar por casa y, sobre todo, cuando están embarazadas.