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Posts Tagged ‘Comercio’

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Abr 04

EL GURAGHE

El viernes pasado me fui con una compañera de trabajo y una Señora Vulnerable al mercado de Butajira, una ciudad a cincuenta kilómetros de Zway. Íbamos a comprar juncos para unas cestas nuevas que queremos hacer con la señora T. La señora T. asegura que ella sabe hacerlas y, como ella es de Butajira, pues allí nos encaminamos un viernes por la mañana a comprar los juncos.

Volví, así lo digo, conmocionada. Lo más relevante que ustedes deben saber es que Butajira no es Oromia, sino que es ya la zona Guraghe. La mayoría de la gente que había en su mercado era Guraghe. Los guraghe tienen fama de buenos comerciantes. La canguro de la Nena es guraghe, y yo siempre había pensado “pues chica, como los catalanes”, identificando el estereotipo con una cierta mentalidad para los negocios, facilidad para sacar cuentas y carácter decidido, al menos en lo empresarial. Pues no. O no sólo.

Lo que más me impresionó aquella mañana fue la transformación de la señora T. que nos acompañaba. Ni los lagartos de V. De la señora anodina, que nunca levanta la voz y jamás tiene una opinión que ha aparentado ser en los tres meses que lleva en el proyecto, se transformó en alguien cuya seguridad no tenía nada que envidiar a la de Alicia Florrick en un tribunal. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Y lo hacía.

Le pedí que me ayudara a comprarme una calabaza para uso personal. Por supuesto. Con ademán seguro palpó las calabazas, rascando la corteza con la uña, encontró una que le gustó: “esta es. ¿Cuánto cuesta?”, le preguntó a la vendedora, una señora matusalénica que también cobró nueva vida al escuchar la pregunta.

“Treinta birr”, repuso. Al cambio, 1 euro y 10 céntimos. Una calabaza bastante hermosa. Criar calabazas en esta tierra árida no es exactamente fácil. Yo ya iba a coger la calabaza. T. me dio un golpe en la mano, más fuerte de lo que la educación sugeriría, coño, que soy Project Coordinator,: “Ni hablar. No la cojas. Nos vamos”, y seguimos al siguiente puesto de calabazas. Al final, después de media hora de rular de puesto en puesto y de discutir sobre cada una de las calabazas, me harté y compré una por 25 birr. Bien hermosota. “Buena”, me dijo la compañera de trabajo que estaba con nosotras. “No”, dijo T., “ha pagado demasiado”. “Tonta”, completó. “No vuelvas a hacerlo. Hazme caso”, remató con un tono de profundo reproche.

Y así con todo. Nos pasamos otra media hora contratando la compra de los juncos. El volumen de juncos que cogimos me llenó la mitad del Skoda que es mi coche: todo el maletero y el asiento del pasajero de detrás echado para adelante. Visto el volumen, entendí que la señora T, regateara. Algunas cosas las entendía, porque las hablaban en amárico, y otras no, porque se cambiaban al Guraghe. En el regateo, ambas dos, compradora y vendedora ponían el alma: “¿En serio? ¿A mí, que soy madre, a mí me pides ese dinero? “, y se señalaba la niña que llevaba a la espalda, “no tienes corazón”.

La vendedora tampoco se quedaba corta: “¿y tú, qué quieres, qué te haga mejor precio por venir con la frenji? ¡Me la sopla la frenji!” A veces se reían y a veces parecían a punto de lanzarse encima de la otra. Yo las observaba súper entretenida y un poco ya cansada. Hacía calor.

Al final, aparentemente, llegaron a un acuerdo. Nuestra compañera de curro, que no es Guraghe, preguntó, “bueno, ¿cuánto pagamos al final?”. 104 birr. Menos de cinco euros. Por un maletero generoso lleno de juncos. Yo porque era la primera vez que asistía al espectáculo, pero todavía hoy me pregunto por qué nuestra señora no pagó seis euros en siete minutos y se fue tan fresca. No era su dinero. No hubiéramos puesto pegas. Sigue siendo una miseria.

Mi conclusión es que lo lleva en la sangre. Es más fuerte que ella, y que toda la gente congregada en el mercado de Butajira. Hubo dos niñas de unos cuatro años que nos ayudaron a llevar los juncos al coche. Les dí un birr a cada una. Al minuto, aparecieron con un mango cada una. “Mira qué nos hemos comprado con el birr que nos has dado”, me dijeron orgullosas. “Un mango”. “Pues vale”, pensé.

Luego caí en que un kilo de mangos cuesta, al menos, quince birr. En un kilo de mangos suelen salir entre cinco y seis mangos. Los que aquellas criaturas llevaban en las manos eran hermosos y para nada estaban estropeados. Cómo coño habían conseguido que alguien les vendiera a un birr el mango aquellos mangos estupendos… ni idea. Cuatro años, tú. Y ya con el Guraghe en las venas.

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Abr 22

MURPHY EN ADDIS

Comentaba hace días con un expat que a veces Addis es la ciudad de la Ley de Murphy. Todo lo que puede ir mal, irá mal. Es un tema que, hablado entre extranjeros quejicas, da bastante juego. Todos tenemos anecdotillas que confirman que si dejas el más mínimo resquicio al azar en tus planes, éstos se irán al garete.

 

En esta línea, cuando hace tres semanas me cortaron el teléfono sin razón aparente, no me sorprendió. Fui a la oficina de telecomunicaciones, donde rápidamente dedujeron que era porque yo no había pagado. No era verdad. Esto lo hacen mucho, culpar al cliente. En otros sitios, el cliente tiene la razón. Aquí, tiene la culpa.

 

Luego me dijeron que mi línea aparecía como activa en el sistema, por lo que yo tenía que tener línea. Pero yo no tengo línea. Me dijeron que me fuera a casa a comprobar si tenía línea, cosa que hice porque llevaba prisa y no me apetecía entrar en el bucle.

 

Volví dos semanas más tarde, ya bastante mosqueada, y con más tiempo para derrochar. Tras comprobar, de nuevo, que había pagado el mes y que mi línea aparecía activa, me dijeron que llamara al servicio de atención al cliente. Tócate los cojones. Hace tres meses que no tengo cobertura de móvil, hace tres semanas que tampoco tengo línea fija y tengo que llamar por teléfono a atención al cliente, cuando ya estoy en una oficina de atención al cliente. Así se lo expliqué al señor que me atendía, que me miraba con cara de “te has equivocado, esto es una carnicería y no arreglamos teléfonos”. Ante su pasividad, le pedí que me indicara quién era la persona responsable de la oficina.

 

Me llevó ante un chaval con los pantalones a medio culo. Estuve a punto de aclararle que yo no quería grabar una canción featuring Pitbull, sino que me repararan el teléfono, pero me contuve porque sé que a veces juzgo demasiado. El chaval con los pantalones a medio culo y los andares del novio maltratador de Rihanna, me dijo que él no podía hacer nada por mi línea de teléfono. Siempre es así: el primer impulso es intentar no hacer nada. No me dí por vencida y le dije que, si él era el jefe de la oficina, digo yo que tendría que al menos intentar encontrar alguna explicación para mi ausencia de línea. Me dijo que él se encargaba de los clientes nuevos (probablemente porque todavía no tienen problemas de línea) y me mandó al señor del servicio técnico.

 

El señor del servicio técnico estaba tranquilamente consultando un periódico en Internet. Tuvo a bien registrar la incidencia y me dijo que volviera dentro de una semana si la incidencia persistía, y que entonces llamaríamos a un tal Gedeon. Respondí que, en mi humilde entender, si una cosa se rompe y no la arreglas, probablemente seguirá rota dentro de una semana. Soy maja, pero no santa. No creo que se arregle milagrosamente. Él me dijo que Gedeon tenía mucho trabajo porque había muchos clientes con problemas como el mío (¿y esto no te hace preguntarte algunas cosas?). Repliqué que a lo mejor Gedeon también estaba sin nada que hacer en su oficina leyéndose el Addis Fortune en Internet. Al final, llamamos a Gedeon, que nos informó que mi corte de línea se debe a una reparación de no sé qué tipo, que es consciente de que no tengo línea, y que llegará un día en el que me volverá a dar línea. No sabe cuándo. El señor del servicio técnico tuvo el detalle de recomendarme que no me olvidara de pagar las cuotas mensualmente, a pesar de no tener teléfono. Y te lo dicen así, en toda la cara, que tienes que pagar por un servicio que no te están dando.

 

Y encima se está generalizando Danza Kuduro. Oh Dios por qué nos has abandonado.

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Mar 10

LA PELU

Pues sí, fui a la pelu. El sitio me lo reservo, para que no se diga que hago publicidad a nadie (sin recibir el correspondiente honorario, claro). Era un sitio super fashion, super frenji, donde incluso tenían revistuchas de cotilleo americanas. El café también era americano. Total que lavar y cortar, con la tontería de la decoración cuqui y la peluquera recién llegada de su diáspora canadiense, me costó 200 birr (unos 8 euros al cambio). Como todas las compras culpables, pasarlo a euros ayuda mucho a dormir mejor.

Respecto al estilismo en sí, yo iba con Alice (la hermana de Edward) en la cabeza, y al final ha resultado ser una versión algo (sólo algo) más moderna del mítico hongo nuclear que en tiempos me cascaba la peluquera armenia.

Al día siguiente, la Santa Infancia acogió mi nuevo corte de pelo con gran algarabía, dentro del duelo que mantienen cada vez que me corto el pelo. Me preguntaron que dónde me lo había cortado:

_ En una peluquería – dije yo, sin especificar que las peluqueras vestían unos uniformes monísimos, y que había incluso agua caliente en el local.

_ Y cuánto te ha costado – y allí me decidí a mentir. Es duro decirle a un niño que te has gastado el equivalente a la mitad del alquiler mensual de su casa en cortarte el pelo. Así, fui a lo seguro:

_ Treinta birr

_ Desde luego, te lo hemos dicho mil veces, que tienes que ir con nosotros a los sitios. Te estafan siempre.

Se ve que realmente cuesta 25 birr. Pero seguro que en esos sitios donde ellos me llevarían no tienen revistas guays.

 

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Abr 23

ACTUALIDAD

Nena: el rey ha pedido perdón. Ni más, ni menos. Y la parroquia digital que yo sigo se lanza a hacer valoraciones. Y hablan de “temple”, “grandeza”, un gesto que “engrandece al monarca”. Cómo no va a parecer la monarquía pasada de moda, si todas las palabras que se usan para hablar de ella las sacan de El Cossío. En España somos muy de engrandecer lo caduco, y así nos va. En el otro platillo de la balanza se queda el anuncio de Loewe, que se empeña en adherirse a mi memoria. Debo reconocer que en un primer momento me pareció que se me iban a caer las córneas, luego me pareció que se me iban a marchitar los oídos, y al final de la visualización del mismo llegué a la conclusión incuestionable de que me había vuelto más tonta durante los dos minutos que dura. Hay partes de mi cerebro que se niegan a salir de la fascinación. Ahora, cada vez que pienso en el anuncio de marras, me río sola en el patio. Que les hagan una serie o un reality ya.

Todo esto viene a cuento de que sé que debería escribir más. Pero es que estoy mu’ estresá. La crisis, tú.

En Etiopía también, la palabra mágica es “inversor”. Si eres inversor, te dan el duty free, el permiso de trabajo y un Perrito Piloto (creo). Y así florecen fábricas varias. Recientemente, dos unidades de mi Santa Infancia se han incorporado al mercado laboral en una fábrica de zapatos. La fábrica tiene buena pinta y manufacturan trozos de cuero cosidos para la Geox. Mi madre recientemente me compró unos Geox. “Es importante ir bien calzada”, sentenció, “y además los tiene también Telma Ortiz”. Por si lo del buen calzado no me convencía del todo. Yo siempre he tenido a la Hermanísima como referencia. De hecho, estoy a sólo una lengua de alcanzarla. Ella habla cinco y yo cuatro. Pero a ella le cuentan el catalán, que yo entiendo, pero no hablo.

El caso es que, a raíz del trabajo de mi Santa Infancia, he comprendido en toda su amplitud el argumento principal que hace que algunos inversores decidan abrir fábricas en Etiopía en vez de irse a China: aquí la mano de obra es más barata. Dieciocho eurazos al mes por más de cuarenta horas de trabajo a la semana. Con dos cojones. Por mucho que mi Santa Infancia se sitúe al final de la escala de bienestar social, teniendo en cuenta que se gastan unos diez euros ya sólo en el bus para ir a trabajar, pues no les llega ni para el alquiler. Y allí es donde entro yo, porque yo les prometí que, si encontraban un trabajo, podrían ser autosuficientes. Y al final ha resultado ser “si encontrarais un trabajo y además os prostituyerais por las noches en las calles de Kasanchis, a lo mejor podríais ser autosuficientes”. Sólo que son chicos y aquí la prostitución masculina no tiene tanto mercado.

De momento les pagamos nosotros el bus, para que al menos se puedan pagar el alquiler a final de mes. Y allí van, cosiendo los zapatos que lleva Telma Ortiz. Y que yo no sé si llevar o no, porque la verdad es que son comodísimos, y ya que los tengo… Me los voy a poner, porque tampoco es para tanto. No es como si me hubiera ido a cazar elefantes a Botswana, ¿no?

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Feb 29

AL ABORDAJE

Hoy vamos a hablar de un asunto de candente actualidad: la piratería. Yo, concretamente, estoy súper a favor.

Como soy contradictoria, también estoy súper a favor de que los artistas puedan vivir dignamente de lo que generan sus obras. No todo el mundo es como yo, que trabajo básicamente porque me da la gana. Pero es que no se lo curran nada.

Me explico: como ya he comentado alguna vez, soy la responsable de nuestro cine de barrio. En estos años he conseguido reunir una videoteca de seiscientos títulos, aproximadamente la mitad de los cuales son originales. La otra mitad, no lo son.

En Etiopía, la cosa funciona así: si exhibes películas etíopes, el CD tiene que ser original. Si exhibes películas extranjeras, como es materialmente imposible comprar películas originales –nadie distribuye en Etiopía-, pues puedes poner lo que más te convenga o lo que antes consigas.

A mí, personalmente, me gusta tener las películas en DVDs originales: la calidad es mejor y, sobre todo, me quedan más cuquis en la estantería. Pero es que son las mismas distribuidoras que no te lo ponen nada fácil.

Para empezar, están las regiones. El DVD que tú compras en España no lo puedes ver en tu reproductor DVD de Missouri o en tu ordenador con lector manufacturado en Taiwán. La cosa se pone muy, muy escabrosa cuando te das cuenta de que la mayoría de los reproductores DVDs que se venden en Etiopía proceden del país del sol naciente, por lo que sólo leen el código de región 6, lo que quiere decir que tendrías que ir a comprar tus DVDs originales a la mismísima China. Si tienes suerte, también te leen el código 5, con lo cual puedes tomar el avión e irte a comprar tus pelis cómodamente a otros países africanos,donde seguro la oferta de películas originales será amplia y variada; o al Asia septentrional, central y meriodional, que, como todo el mundo sabe, son sitios petaos de FNACs. Eso sí, no vayas a Egipto o Sudáfrica porque estás igual de jodido. En España, por supuesto, sólo te venden código 2. Y tus amigos americanos te traerán películas con código 1.

Aplicado a mi vida cotidiana, esto quiere decir que las películas que compro en verano no las puedo reproducir en mi lector de aquí. Tampoco puedo traerme un reproductor de España porque me freirían a impuestos en la salida de España y en el ingreso a Etiopía. En la práctica, me toca reproducir las películas en mi portátil, que, al no estar conectado al sistema de sonido del salón del cine, me obliga a poner mis mejores habilidades en práctica, amén de varios metros de cable, para conectar todo el tinglado. O puedo optar por poner una película pirata, que leerán perfectamente tanto los reproductores DVD (he probado hasta a comprar dos) como mi ordenador, y que tardaré básicamente treinta segundos en conectar al proyector y al sonido.

Luego está el tema de los subtítulos. Para que los que al menos saben un poquitín de inglés puedan seguir la película, suelo elegir películas con subtítulos en inglés. Este verano, en la FNAC de Zaragoza estuve a punto de comprarme En Tierra Hostil (The Hurt Locker, Kathryn Bigelow, 2009). Así, con el DVD en la mano, fui a la dependienta, quien amablemente me confirmó que todas las copias tenían sólo subtítulos en castellano y catalán. ¿La puedo ayudar en algo más? Sí, ¿cómo es que se llama el sitio ese donde puedo encontrar la película con subtítulos en inglés y gratis? Porque a la vista de la traducción del título, sabe Dios lo que han perpetrado en los subtítulos. Y luego vendrán los listillos que dicen que hay que ver la obra tal y cómo la concibió su creador, es decir, sin la imagen de la gente que se levanta a mear. Ya. Seguro que Bigelow supervisó los subtítulos en catalán ella misma. Por no hablar de que, al final, todas las películas que vemos gozan del incomparable sonido de mi voz traduciendo simultáneamente, y me atrevería a afirmar que esta es una circunstancia que ningún director de cine ha tenido jamás en cuenta.

Cuando llegamos al cine español, es de mearse de la risa. Así es nuestra industria, que es siempre un poco como de Fisher Price, de juguete. Poquísimas películas españolas tienen subtítulos que no sean en español. Es para fomentar su difusión allende nuestras fronteras, se ve. A mí hay películas españolas que me gustan (no se lo digáis a nadie), y que me gustaría ponérselas a la Santa Infancia. Pero con subtítulos en inglés. Y no hablo por hablar: hace quince días vimos El Bola. ¿Por qué? Porque traía subtítulos en inglés. De nuevo, puedes volverte loca buscando en El Corte Inglés, o puedes bajártela de Internet con los subtítulos puestos por un grupo de frikis de Miami, que Dios los bendiga por siempre.

Por lo tanto, cuando la industria se decida a quitar las regiones y a verdaderamente proveer DVDs con contenidos mejores que los que puedes encontrar en Internet, yo seré la primera en alegrarme. Pero esa no es la situación, por el momento. Lo que les molesta es que se creían que lo tenían todo controlado (códigos, formatos, vías de distribución) y, mira, no.

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Oct 15

DIARIO DE KAKTUS JONES

Querido diario:

Hoy hemos decidido empezar a preparar Thanksgiving con las voluntarias americanas (de ahora en adelante, Las Criaturas Americanas). Nos ha pegado la ventolera frenji y hemos decidido engordar nuestro propio pavo. Digo la ventolera frenji, porque a la mayoría de frenjis que viven aquí les da por acabar criando algo (perros, cervatillos, avestruces, ovejas… de todo han visto mis ojos en los patios traseros de las mejores casas de Bole).

Metidas ya en situación frenji, hemos decidido ir nada menos que a Debre Zeit (55 kilómetros de Addis) a buscar el pavo de nuestros sueños en la Genesis Farm, que es un sitio muy frenji (y muy protestante) en el que, además de yogures y leche, también venden verduras y huevos. Pero no pavos. Ni pollos, según nos hemos enterado cuando nos hemos plantado allí. Bueno, nos han dicho que a lo mejor un pollo nos lo podrían vender, pero pidiendo cita primero. Vamos, que hay que reservar el pollo, se ve.

Sin desanimarnos, hemos buscado la complicidad de un alegre lugareño que nos ha llevado en una maravillosa turné por todas las granjas de pollos de Debre Zeit. Lo del pavo nos ha dicho que era una utopía. Y, después de que se nos hayan reído en la cara en todas las granjas del lugar, al final en una han accedido a vendernos un pollo de corral. Como era muy pequeño, y los lugareños aseguraban que se nos iba a morir, pues hemos comprado dos. Y nos hemos vuelto a Addis con nuestros dos pollos. De corral.

He llegado justo a tiempo para ir a la reunión de padres de una de las escuelas estatales a las que asiste nuestra Santa Infancia. La escuela en cuestión está pegada al Alert Hospital, en mitad del barrio-slum de Kore. He ido en el coche que estoy cuidando (alguien me dejó un coche para que lo cuidara durante un tiempo), porque no quería llegar tarde, porque la Santa Infancia me había asegurado que empezaba a la una. Quiá. He llegado la primera entre las primeras. He aparcado en la puerta. Cuando el seveñá de la escuela me ha dicho que entrara el coche dentro del recinto, he empezado a explicarle que bastante cantazo es ya ser la única frenji como para ser también la única que llega en coche. Y en esas estaba yo cuando ha saltado la alarma antirrobo del coche, dando por finalizados mis planes de incógnito. Se ha formado un círculo bastante curioso, en lo que yo averiguaba cómo desconectar la cosa ésa.

Finalmente ha empezado la reunión. En una de las clases estábamos un centenar de padres y yo, que iba con A., a la que le encanta fingir que verdaderamente somos madre e hija, ante la estupefacción de la concurrencia. Yo ya ni me molesto en desmentirla. La gente intentaba explicarle que era materialmente imposible que yo fuera su madre de verdad de la buena. Y ella que nada, que ésta es mi madre y que lo de la diferencia cromática, una mera anécdota.

Yo empezaba a sentirme invadida por una sensación extraña. Una desazón. He entendido lo que era cuando hemos tenido que votar algo relativo a la distribución de los libros (de la mitad no me he enterado, y he votado lo que me ha dicho A., que para algo es la que asiste a la escuela). Al ochenta por ciento de los allí presentes les faltaban dedos. Yo era de las pocas poquísimas que tenía los diez dedos de la mano. El Alert está especializado en lepra, y gran parte de la gente que vive en Kore ha sufrido esta enfermedad, como bien testimoniaban los padres de la clase donde yo me encontraba.

Había también un señor que nos ha hablado un rato, que ha dicho que pertenecía a la Asociación de Padres. Y yo le he dicho a A., “mira, éste sí tiene todos los dedos” (porque los tenía). Y A. me ha respondido: “pero lleva muletas”. No me había fijado, porque el señor estaba de pie, pero se apoyaba en muletas para caminar.

Tres horas, querido diario, ha durado la reunión. Es lo que tienen los leprosos, que nunca tienen prisa, porque la mayoría no curran. Han estado dos horas discutiendo los dos euros de cuota escolar anual que hay que pagar. La gentes estaba súper indignada. Había un señor sin nariz que gritaba el que más. Al final me he hartado, y me he animado a participar en el debate. Le he pedido al señor que gritaba que dejara de gritar porque:
1. Dos euros por todo un año de educación no son n.a.d.a. En los tres cafés que todo cristo se toma al día se gastan mucho más. Calculando, salían tres birr al mes. Un cuaderno pequeño vale tres birr. Medio kilo de naranjas vale tres birr. Dos huevos valen tres birr. Coño, ahorre.
2. El señor en cuestión, que lo había visto yo, está ayudado en un proyecto de una ong que le paga las cuotas escolares de los niños, con que no sé a qué venía tanto grito. Lo mismo aplicaba para una gran mayoría de los descontentos. Los leprosos son target prioritario para la mayoría de proyectos de la zona (incluidos nosotros). Y somos unos cuantos (proyectos y leprosos).

En cualquier caso, la gente estaba tan estupefacta al ver una frenji hablando amárico que no sé si se han enterado muy bien de lo que he dicho, pero se ha acabado la discusión, porque, total, las cuotas las hemos pagado ya. Luego han hablado algo del Sida, y allí hemos descubierto que la gente con dedos era seropositiva.

He llegado a casa, querido diario, justo a tiempo para comprobar que había cerrado mal la puerta, el perro había entrado dentro, y se había zampado mis dos pollos de corral sin dejar ni una pluma.

Y nada más.

Hasta mañana:

Kaktus

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May 16

MATERIAL GIRL

Últimamente, dentro de mis funciones como gestora del desarrollo de la Santa Infancia, me ha tocado ir a Merkato varias y repetidas veces.

El Merkato provoca en mí sensaciones contradictorias, entre las que figuran el divertimento, el hastío y la desesperación, entre otras muchas.

Como los adeptos a la Cooperación al Desarrollo sabrán, los proyectos financiados por agencias oficiales se caracterizan por su facilidad de gestión y sus inexistentes cargas burocráticas. Para comprarte, pongamos por caso, unas bragas, tienes que solicitar tres presupuestos en tres tiendas distintas, evaluarlos de acuerdo a estándares de calidad, precio y disponibilidad fijados por la agencia en cuestión y, una vez hecho esto, pues ya eres libre de comprarte las bragas. Sólo que, para entonces, es oír la palabra “bragas” y ponerte a vomitar, pero como esto queda feo decirlo en un report que llevará tu firma y la de tres superiores tuyos, pues te lo callas.

Si, pongamos el caso, no se trata de comprarte unas bragas, sino quinientas bragas, que deberás adquirir en Merkato, porque es el único sitio donde venden bragas, la situación se convierte en el Gran Prix del Verano. Sólo te falta la vaquilla.

Y es que la gente en Merkato es de un heavy que asusta. Primeramente, no hacen presupuestos. Tal cual. Da igual lo que les digas, que les expliques que, sin presupuesto, no puedes comprar nada, que llores, que supliques, que implores. Presupuestos, caca. Y punto. Y ahí te sientes un poco Pretty Woman, con los bolsillos llenos de pasta para comprar cosas que nadie te quiere vender.

Además, la mitad de los vendedores no cotiza impuestos, con lo cual no pueden hacerte recibos de más de diez mil birr. Concluyendo: en el mejor de los casos, sales con cinco recibos por cantidades menores que escenifican a la perfección un fraude fiscal. O ni siquiera son vendedores legales, por lo que los recibos te los hacen en otra tienda. Y así, en tus facturas de material escolar, aparece el sello de un negocio de venta de colchones y almohadas.

La gran pregunta ahora es: cuando me lleven al trullo por irregularidades contables, ¿me llevarán a la prisión de Goterá (donde compartiría recinto con C., en el caso de que su aventura al margen de la ley acabe mal), o me meterán en una prisión dentro de la jurisdicción de la agencia donadora? La Santa Infancia ya ha dicho que, si la situación es esta última, se van ellos de cabeza a pagar por mis desmanes burocráticos. Son la mar de solidarios.

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Abr 24

Y YO CON ESTOS PELOS

Vivir en Etiopía es bastante difícil. Y, si llevas el pelo corto, un poquito más difícil todavía. Supongo que por eso, hay muchos frenjis que cuando viven aquí se dejan y parece que estén permanentemente de camping: sin depilar y armados de complementos del Decathlon. Yo no. Yo saco lo mejor de mi misma en mi batalla cotidiana contra la desidia estética.

Si por la Santa Infancia fuera, yo me cortaría únicamente el pelo cuando empezara a tropezarme con él. No les gusta el pelo corto. Como mis amistades saben, durante mucho tiempo tiré de home made en lo que a estilismo capilar se refiere, pero no funcionó del todo (la Santa Infancia no es todo lo habilidosa que parece, y la Doctora sabe coser cabezas pero no arreglar el pelo que crece en ellas), y el año pasado me decidí a empezar a ir a la pelu.

Animada por La Doctora, nos fuimos a la armenia, que es una señora de Armenia (por si alguno lo dudaba) que tiene una peluquería enfrente del Gandhi Hospital donde va lo más granado del frenjerío local (esta palabra me la acabo de inventar, me temo). Mola bastante, en primer lugar porque tiene revistas de cotilleos en inglés, francés e italiano. Eso sí, son revistas del año del catacrac, con lo cual te tienes que conformar con ver a Lourdes María cuando todavía no tenía vello facial.

Lo mejor de la armenia, en cualquier caso, es la propia armenia, que es una señora que ha crecido en Addis y, mientras te corta y peina, te cuenta historias de la cuidad de hace mil años, en varias lenguas. Yo la oí hablar en francés, inglés, armeno e italiano, mientras recordaba cómo una vez intentaron mover el matadero de sitio y lo tuvieron que dejar ante el aluvión de serpientes que salían al remover los restos animales que hay alrededor, y que todavía hoy el visitante puede apreciar cuando pasa por Kera. Además, te sirve para enterarte un poco de los avatares de la comunidad armenia, que son un poco como lo judíos, que se han quedado esparcidos por todo el mundo.

Centrándonos en el terreno estético, la señora armenia está especializada en melena plisada con bucle al final, por lo que encuentra cierta dificultad -ella también- en los estilismos cortos, siendo los flequillos todo un desafío que no siempre solventa con éxito. Yo no salí descontenta del todo, porque me dejó un poco como la rubia de los Ángeles de Charlie. El problema es que llegué a casa y alguien me dijo que no parecía un ángel de Charlie, sino Camilla Parker Bowles. Y eso me dolió.

Con lo cual, la vez siguiente, la Doctora y yo nos encaminamos a Miki, una pequeña peluquería en frente del Club Griego, donde la dueña (que supongo que será Miki) sólo habla amárico. El resultado no fue malo (sobre todo teniendo en cuenta que cuesta tres veces menos que la armenia), pero, tras haber vuelto una segunda vez, tengo que decir que Miki es bastante independiente, y siempre me acaba plantando el estilismo “hongo nuclear”. Porque tú llegas a Miki y más o menos le dices lo que quieres, señalando los pósters de la pared. Como los pósters tienen pinta de ser de mediados de los ochenta, no escoges el que más te gusta, sino el que menos grima te da. Y luego Miki te hace el peinado “hongo nuclear” y a correr. Como esta vez se le fue la mano cortando -“esto te crece enseguida, ya verás”, me consoló ella misma- una vez que me deshice el hongo me ha quedado una cosa a medio camino entre Julie Andrews y Amelie. O eso creo yo. La Santa Infancia, como siempre que me corto el pelo, ya me ha dicho que estoy horrible. Me gusta la épica de las batallas perdidas.

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Feb 19

SHOPPING INDUSTRIAL

Aprovechando que estaba por aquí el Chaval Que Ya No Vende Bragas (uno de nuestros pintorescos voluntarios), decidimos instalarnos un sistema de sonido en el teatro, no vaya a ser que venga Shakira y nos pille con el culo al aire. Este tipo de decisiones las tomamos sin pensarlas mucho, porque si no, nos vendrían angustias y no haríamos nada. ¿Por qué? Porque, si comprar bricolage es ya una aventura en sí mismo, comprar material especializado de cualquier tipo (sanitario, eléctrico, informático…) es como un recorrido por los Siete Infiernos de Dante. Así, sin exagerar.

Si llegas a la tienda antes de las nueve y media de la mañana, encontrarás únicamente al chico que limpia y abre la verja (es una persona multifuncional), aunque el horario de apertura colgado en la puerta especifique que la actividad comercial comienza a las ocho. Cuando la Sales Manager de turno aparezca (aquí nadie es dependienta, aquí todas son Sales Managers), descubrirás en aproximadamente dos minutos que no tiene ni idea de lo que está vendiendo. Básicamente, repite un mismo concepto continuamente, dando igual lo que le preguntes:
_ Estos altavoces, ¿se pueden conectar en paralelo?
_ Van conectados al amplificador, que admite hasta cuatro altavoces
_ Ya, pero, además, ¿se pueden conectar en paralelo?
_ Van conectados al amplificador, que admite hasta cuatro altavoces
_ Ya, ya sé que se conectan al amplificador, y que puedo conectar hasta cuatro altavoces (por si además de Shakira, se planta aquí Celine Dion), mi pregunta es, y le pido por favor que me escuche, ¿se pueden conectar en paralelo?
_ Esto… siéntese y le traigo un café

Esto lo hacen mucho. Cuando no saben qué decir, te ofrecen un café. Yo suelo rechazarlo, en un vano intento de acortar mi permanencia en la tienda. Y porque sólo me falta ponerme más nerviosa.




Las tiendas etíopes presentan siempre un overbooking de dependientes, de los cuales sólo uno sabe realmente lo que se está vendiendo. El problema es que esa persona que sabe lo que se vende no suele estar en la tienda, por lo que tienes que volver otro día, cuando esa persona esté. “Es que él es el profesional”, te explican. ¿Y los otros cinco qué sois? ¿Plantas de interior? En este punto, la sensación es de que allí nadie tiene mucho interés en venderte nada. Lo lógico sería irte a otra tienda, pero coincide que, normalmente, lo que quieres y de la marca que lo quieres, sólo lo venden en esa tienda en toda Addis. Así de rarita eres tú. Y tienes que volver otro día, cuando esté el enterao.

Y luego, cuando por fin consigues comprar todo y te vas a tu casa a montar lo que has comprado, comienza el crucigrama: ¿dónde está el error? Porque, para hacer tu vida más amena, rara vez te venden todo bien. Siempre hay alguna tara, alguna cosa que se han olvidado, y que convierte tus jornadas en un rompecabezas sin fin. En el caso del equipo de sonido, la terminación de los cables que unían el amplificador con los altavoces estaba conectada en el canal incorrecto. Dos días para descifrar el enigma.

En los últimos tiempos, cuando acometes este tipo de trabajos, tienes también a la China en tu contra. Porque, a nada que quieras instalar, necesitarás cables, tornillos, tuercas, clavos, clavijas… y, actualmente en Etiopía, todas esas cosas, o las compras Made in China, o las compras a precio de perfume de Calvin Klein. O haces como yo, que te compras primero las Made in China para ahorrarte dos duros y, cuando todo se te deshace en las manos, te vas a comprar los tornillos de Calvin Klein. Yo metería en un contenedor todas las cosas rotas antes de usar (clavos, interruptores, destornilladores, enganches…) y las mandaría de vuelta a la China. Que se jodan y gestionen ellos sus residuos.

Y así, después de un par de días, tienes tu sistema de sonido montado. Y, cuando los pequeños de la Santa Infancia se marchan por la tarde, entras en el teatro y te pones esta canción a todo volumen. Y se oye perfecta. Tan perfecta que los mayores la escuchan desde fuera, y entran a ver qué pasa, y se quedan estupefactos de lo bien que se oye, y nos ponemos todos a saltar como locos en el centro del salón, con una euforia que no parece nuestra, que parece robada.

Ya puede venir Shakira cuando quiera. Hasta un café le daríamos, mira.

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