CORRE, KIA, CORRE
La veo venir, teta al aire, niña en brazos, pijama (túnica) descolocada.
_ ¿Ya ha venido? – me pregunta- ¿dónde está?
_ Está en tu casa, Kia, te espera allí con la gente que lo ha traído
_ ¿Y qué hago?
_ ¿Qué vas a hacer? ¡Corre, Kía, corre, que te está esperando!
Y la veo correr, cabeza de niña al viento, la teta todavía fuera del pijama, perdiendo chanclas y esperanza en la calle polvorienta.
Corre, Kía, corre. Corre porque a lo mejor esta vez es la buena. Corre porque tu hijo estaba perdido y te lo han hallado. Corre porque a lo mejor esta vez vuelve para quedarse. Corre porque puede ser que, si corres lo bastante, no te des cuenta de que ya no es él, de que se le ha secado el cerebro, anegado en cola en las noches de Addis Abeba.
Corre, Kía, corre, y dile una vez más que lo quieres, que has echado a su padre de casa, que no le pegará más. Y enséñale la pequeña, la enésima Tiggist, que todavía no la conoce. Y reza para que el agujero y sus seis hermanos le basten como perspectiva de futuro. Corre, Kía, corre, porque si corres no te pararás a pensar en todo lo que has perdido, en esos hijos que has parido que malviven en el polvo, siempre sucios, piojosos. Corre, Kía, corre, corre por una vez en tu vida, corre hacia esa esperanza antes de que se derrumbe. Corre porque hoy sí tienes algo que celebrar. Corre porque tú sabías que volvería. Corre porque no sabes que lo han obligado a volver. Corre porque hoy come en casa, pero no sabes dónde dormirá, ni dónde amanecerá mañana, ni dónde irá el mes que viene. Corre porque hoy está contigo, y no escuches nada de lo que nadie te diga. Que volvió loco. Que ya no es él. Tienes ocho hijos. Nunca lo conociste realmente. Corre, Kía, corre, con tu teta eterna y tu perpetuo bebé, y reza para que, por una vez, el correr te salve. Os salve.
Corre por tu hijo, Kía. Corre. Por tu vida.