DE RAMOS Y PASCUAS
El domingo pasado celebramos la Pascua. El calendario etíope es así, siempre retrasadito. Previamente habíamos ya celebrado el Domingo de Ramos, que es una fiesta que me da bastante yuyu. Se celebra la aclamación de un Dios que será crucificado sólo una semana después. Simboliza bastante bien el gregarismo al que tendemos todos los humanos (veáse el fútbol), y, como soy humana (¡sorpresa!), me da yuyu.
Durante la semana pasada, en espera del Domingo de Pascua, la Iglesia Ortodoxa prohíbe demostraciones de afecto y alegría. No te puedes saludar, no puedes dar besos, no puedes reír y no puedes disfrutar de nada. Por traidor.
En Etiopía se vive siempre una fuerte influencia de la fe en la esfera privada de la vida de las personas. Las personas se definen por su etnia y por la fe que profesan: musulmanes, ortodoxos, protestantes, oromos, amaras… Los etíopes se consideran un pueblo religioso y defienden la religión como parte de su cultura. Nadie se declara ateo y todo el mundo, en mayor o menor medida, practica una religión u otra. Por lo tanto, que la Semana Santa sea una de las fiesta principales tiene un sentido. Lo mismo que el final del Ramadán o el nacimiento de Mahoma. Además, hay un hecho que escapa a mi entendimiento, y es que, cuanto más pobre es una persona, más cree en Dios y en la religión organizada.
Si Etiopía, en este sentido, me parece un país consecuente con sus raíces, su cultura y su forma de vivir, España me parece el delirio absoluto. Caminamos hacia el ateísmo de manera decidida, pero llega la Semana Santa y nos colgamos el tambor con devoción ejemplar. Yo creo que lo que gusta de la religión en España es el folclorismo y el aroma a ranciete. Y sin embargo, es una cosa que se reprocha siempre a la Iglesia Católica, que no se modernizan (no nos modernizamos). El tambor recuerda, tanto en la IC (Iglesia Católica), como en la IO (Iglesia Ortodoxa), los latigazos que recibió Cristo. No es una batucada. Es el recuerdo del que los Cristianos consideramos es el momento de mayor negrura para la raza humana, la expresión viva de su cobardía y sus miserias. No entiendo la emoción de hacer partícipes de esta tradición a niños, adolescentes y adultos que el resto del año no pisan la iglesia. Quiero decir, si te mola hacer rebaño, por lo menos ajúntate el día de fiesta (Carnaval, por ejemplo, que, sin embargo, tiende hacia Halloween), no el día de marronazo. En teoría, los penitentes purgan sus pecados en este tipo de procesiones. En los últimos tiempos, quien más quien menos, guarda la petaca debajo de la túnica. Entendámonos: a mi me mola más el tocar achispadillos que el autocastigo fanaticoide, pero no comparto la necesidad de mantener la misma tradición con dos significados totalmente distintos. Si la tradición no dice lo que tú quieres expresar, pues cambia la tradición por algo que se acomode más a lo que tú quieres comunicar al mundo. Y, si el resto del año no te bastan todos los Twitters del mundo para denigrar a la IC y a sus integrantes, quítate la cruz del pecho. Al hilo de todo y de nada, diré que la segunda equipación del equipo de fútbol de mi ciudad natal tiene una cruz como emblema principal. La Cruz de San Jorge. Se ve que la Media Luna (también fuimos un pueblo musulmán) quedaba menos aparente. Y que a lo mejor alguien se molestaba, claro. La equipación, vive Dios, tuvo un gran éxito entre los aficionados. Es que la primera equipación se parece muy mucho a la del Barcelona.
A mí el preservar la tradición por tradición me pone bastante nerviosa. Experimento esta misma desazón en las fiestas de verano de mi ciudad. Es verdad que la mitigo con varios litros de bebidas alcohólicas, por lo que sufro mucho menos. Los expertos lo llaman resiliencia. Las fiestas de mi ciudad son en honor de un santo que seguramente existió y que en mi ciudad estamos convencidos de que nació en el patio de al lado, pero hay varias otras ciudades y países en el mundo que están convencidos de la misma cosa por lo que, objetivamente, es imposible tener la seguridad.
El acto central debería ser la misa en honor del santo. Está bastante concurrida, pero suelen estar más concurridos los bares. El momento que más disfruto es cuando los danzantes, aguerridos jovenzuelos que representan a los hortelanos de la ciudad (en la ciudad los hortelanos que quedan se pueden contar con los dedos de una mano, pero admiten también a gente que no sea hortelana, siempre que sean descendientes de hortelanos y varones), llevan la peana del santo desde la Catedral a la iglesia del santo para la misa mayor. Antes de que empiece la misa, se escabullen sin ningún disimulo (van vestidos con puntillas y colores brillantes, sería difícilillo pasar de incógnito) y se van a almorzar. Esto, también es tradición. Después de la misa (y nunca en medio) vuelven a entrar en el templo, retoman palos y espadas, y sacan al santo de la celebración para llevarlo al Ayuntamiento. Al santo no lo llevan a almorzar. Ideaza. Podría convertirse en tradición. Hacer parada con la peana en todas las tascas del lugar.
Yo un año dije que si lo que molaba era adorar una cosa vieja, lo suyo sería cambiar la imagen del santo por un vinilo de Las Grecas. No me digan ustedes que no sería desternillante. Chascarrillos aparte, soy de las que creen firmemente en la separación entre Iglesia y Estado, y me sigue fascinando la obstinación con que los españoles tendemos siempre hacia el pupurrí en nuestras demostraciones festivas y religiosas. Gente que critica y se mofa la Iglesia Católica en todas sus variantes (religiosos, fieles, dirigentes…) llega Agosto y se planta el fajín, la espada y a bailar en honor del santo. Somos ese país que no cree ya en nada (más que en la crisis, y en ésa creemos ahora que estamos hasta el cuello), pero que sigue bautizando a sus niños, casándose de blanco y por la iglesia, tocando el tambor en la Procesión del Santo Sepulcro y despotricando de todo lo que huela a fe católica.
Mi no entender.