LAS NOVIAS BEBÉS
Hemos pasado el final del verano con F., una de las muy mejores amigas de la Nena, sobrina de nuestra canguro. Venía todos los días a casa (a veces incluso cuando la niñera tenía fiesta) y se ha quedado varias veces a dormir. Los jóvenes padres de F. viven en Enseno, un pueblo a unos veinte kilómetros del nuestro. Como son un poquitín desastre, la niña pasa largas temporadas con su tía, nuestra canguro.
Yo no lo sabía, pero cuando te dejan un niño, se ve que tienes que devolverlo en mejores condiciones que cuando te lo dejaron. Así, mi canguro decidió que, antes de que F. volviera a su Enseno del alma (una ciudad pequeñurria y bastante cutre en la carretera hacia Butajira), había que mejorarla radicalmente.
Andaba yo aquellos días autopalmeándome la espalda por lo bien que mi Nena está integrada en el África. En este contexto, cuando la canguro (y la Nena) me llamaron por teléfono para decirme que volverían más tarde de lo habitual porque “me estaban preparando una sorpresa”, no me extrañó.
A las seis y media de la tarde llegó a casa la canguro, acompañada de la Nena y F., las dos con el pelo estiradísimo y moldeadísimo, vestidas con sendos tutús (son el fondo de armario de la Nena) y completamente encantadas de la vida:
_ ¿A qué estamos preciosas, mamá?– me preguntó la Nena, o la versión enana de Oprah Winfred que se había comido a mi Nena, o la maru de gala de Nochevieja de TVE que hablaba con la voz de mi Nena.
Y yo sólo acerté a decir: _¡Guau… pelazo!– fundamentalmente porque sólo se veía pelo. Liso. Muy liso. Olor de laca de la del bote dorado en toda la habitación.
Mientras yo recogía los pedazos de toda esa conciencia que a mí me parecía estarle inculcando a mi vástaga, la susodicha y su compañera de fechorías recorrían la casa gritando a pleno pulmón: “¡¡¡Somos las novias bebés, somos las novias bebés y nos vamos a casaaarrr!!!”, mientras la niñera se partía de la risa.
Dos horas después pude echarlas a dormir, si bien primero tuve que extirparles quirúrgicamente el peine de la mano, porque no hacían más que peinarse la una a la otra. En ese momento unicornio en el que meto a la Nena a dormir, me preguntó:
_ Mama…estoy guapa, ¿verdad?– con esa mirada de inocencia que todo lo espera (de mí).
Tras pensar unos segundos, claudiqué en mi deseo de largarle un discurso sobre la importancia del pelo africano para las africanas del hoy, del ayer y del mañana:
_ Sí, estás guapísima. Estás guapísima siempre.
_ Pero ¿te gusta mi nuevo pelo?
_ Me gusta el nuevo y me gustaba el de antes.- Diplomacia ante todo.
Decidí concluir con una perla de sabiduría digital: “Además del pelazo, lo importante es el cerebro debajo, cariño, y tú de eso vas sobrada”
A Dios gracias el alisado no sobrevivió a su propia emoción más de un día, con el consiguiente disgusto de la Nena, que no se explicaba cómo se le rizaba el pelo tan rápido. Sólo se le pasó el sofoco cuando me arrastró hasta la pelu para reservarle hora para su cumpleaños. Que es dentro de un mes. La peluquera la vio tan emocionada que le ha prometido un peinado memorable, “tan bonito como los de Kenia”, explicó, segura de mi aprobación, porque se ve que el estilo de Kenia es la bara de medir en nuestra Oromia: si lo hacen en Kenia, es fashion.
Sea lo que sea que dijo que le haría (la verdad, mi vocabulario especializado en belleza y estética en amárico es bastante, bastante limitado), estoy segura de tres cosas:
- Será inflamable
- Le molestará tanto que no podrá dormir
- Me costará horas y lloros deshacerlo
Por darme, me ha dado hasta el ultimátum:
_ Mamá, si no voy a la pelu, no me puedo casar. Las novias bebés van a la pelu para casarse
Qué suerte tienen las novias bebés. Y sus futuros maridos bebés, supongo.