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Posts Tagged ‘Nena’

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Nov 02

LAS NOVIAS BEBÉS

Hemos pasado el final del verano con F., una de las muy mejores amigas de la Nena, sobrina de nuestra canguro. Venía todos los días a casa (a veces incluso cuando la niñera tenía fiesta) y se ha quedado varias veces a dormir. Los jóvenes padres de F. viven en Enseno, un pueblo a unos veinte kilómetros del nuestro. Como son un poquitín desastre, la niña pasa largas temporadas con su tía, nuestra canguro.

Yo no lo sabía, pero cuando te dejan un niño, se ve que tienes que devolverlo en mejores condiciones que cuando te lo dejaron. Así, mi canguro decidió que, antes de que F. volviera a su Enseno del alma (una ciudad pequeñurria y bastante cutre en la carretera hacia Butajira), había que mejorarla radicalmente.

Andaba yo aquellos días autopalmeándome la espalda por lo bien que mi Nena está integrada en el África. En este contexto, cuando la canguro (y la Nena) me llamaron por teléfono para decirme que volverían más tarde de lo habitual porque “me estaban preparando una sorpresa”, no me extrañó.

A las seis y media de la tarde llegó a casa la canguro, acompañada de la Nena y F., las dos con el pelo estiradísimo y moldeadísimo, vestidas con sendos tutús (son el fondo de armario de la Nena) y completamente encantadas de la vida:

_ ¿A qué estamos preciosas, mamá?– me preguntó la Nena, o la versión enana de Oprah Winfred que se había comido a mi Nena, o la maru de gala de Nochevieja de TVE que hablaba con la voz de mi Nena.

Y yo sólo acerté a decir: _¡Guau… pelazo!– fundamentalmente porque sólo se veía pelo. Liso. Muy liso. Olor de laca de la del bote dorado en toda la habitación.

Mientras yo recogía los pedazos de toda esa conciencia que a mí me parecía estarle inculcando a mi vástaga, la susodicha y su compañera de fechorías recorrían la casa gritando a pleno pulmón: “¡¡¡Somos las novias bebés, somos las novias bebés y nos vamos a casaaarrr!!!”, mientras la niñera se partía de la risa.

Dos horas después pude echarlas a dormir, si bien primero tuve que extirparles quirúrgicamente el peine de la mano, porque no hacían más que peinarse la una a la otra. En ese momento unicornio en el que meto a la Nena a dormir, me preguntó:

_ Mama…estoy guapa, ¿verdad?– con esa mirada de inocencia que todo lo espera (de mí).

Tras pensar unos segundos, claudiqué en mi deseo de largarle un discurso sobre la importancia del pelo africano para las africanas del hoy, del ayer y del mañana:

_ Sí, estás guapísima. Estás guapísima siempre.

_ Pero ¿te gusta mi nuevo pelo?

_ Me gusta el nuevo y me gustaba el de antes.- Diplomacia ante todo.

Decidí concluir con una perla de sabiduría digital: “Además del pelazo, lo importante es el cerebro debajo, cariño, y tú de eso vas sobrada”

A Dios gracias el alisado no sobrevivió a su propia emoción más de un día, con el consiguiente disgusto de la Nena, que no se explicaba cómo se le rizaba el pelo tan rápido. Sólo se le pasó el sofoco cuando me arrastró hasta la pelu para reservarle hora para su cumpleaños. Que es dentro de un mes. La peluquera la vio tan emocionada que le ha prometido un peinado memorable, “tan bonito como los de Kenia”, explicó, segura de mi aprobación, porque se ve que el estilo de Kenia es la bara de medir en nuestra Oromia: si lo hacen en Kenia, es fashion.

Sea lo que sea que dijo que le haría (la verdad, mi vocabulario especializado en belleza y estética en amárico es bastante, bastante limitado), estoy segura de tres cosas:

  1. Será inflamable
  2. Le molestará tanto que no podrá dormir
  3. Me costará horas y lloros deshacerlo

Por darme, me ha dado hasta el ultimátum:

_ Mamá, si no voy a la pelu, no me puedo casar. Las novias bebés van a la pelu para casarse

Qué suerte tienen las novias bebés. Y sus futuros maridos bebés, supongo.

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Oct 24

ENTRE DOS TIERRAS

Como se puede imaginar, la pertenencia de mi Nena a la cultura etíope plantea situaciones curiosonas, sobre todo desde el punto de vista frenji. Por ejemplo, algunos ejemplos:

. pipí en la calle: ahora lo controla mejor, pero durante las vacaciones en España del año en que dejamos el pañal (y los dos siguientes), donde le daban ganas, se bajaba los pantalones y antes de que te dieras cuenta, ya había plantado un pequeño pino en mitad de la linda terraza en la que te estabas tomando una horchata. Lo mismo con el pipí, obviamente. Es más, si estaba jugando al sol, se metía debajo de las sombrillas para hacer pipí, porque la canguro le explicó una cosa sobre el vapor del pipí en el suelo caliente que hace que te salgan granos en el potorrín. Inasequible a las miradas de horror de alguna gente (sobre todo cuando ya tenía tres florecientes años, que seguía haciendo lo mismo), me agencié unas bolsitas de esas de las cacas de los perros. Yo no sé por qué, si lo hacen los perros, no lo puede hacer la Nena. No entiendo de dónde venía el escandalizarse. De verdad que limpié/enjuagué cada deposición de la Nena.

. la fuente del parque. La primera vez que fue a beber en una fuente en los columpios en España en verano, después de beber, se lavó la cabeza, la cara y, quitándose los zapatos, los pies también. Cuando acabó, echó un escupitajo a la rejilla de la fuente. En ese punto, el resto de niños no podían dejar de mirarla. Quiero creer que la miraban fascinados.

. una vez, en misa, doblé la hoja de los cantos que nos habían dado y me la eché al bolso: “muy bien, mamá”, me animó en voz bien alta, “así luego nos limpiamos el culete”. Quise morir.

. Conversación mientras reviso Whatasapp: “Nena, el hijo de mi amiga se ha caído contra la acera y se ha hecho una brecha. Pobrino”. Respuesta: “¿qué es una acera?” Y yo sin saber muy bien qué responder, porque las personas y los coches y los animales aquí van todos al mogollón.

. Recientemente participamos en un encuentro de animadores juveniles aquí en Etiopía. Yo no soy joven, pero sí muy animada, así que allí estábamos con la Nena. Me dieron una de esas acreditaciones de colgar al cuello. La Nena me la pidió con gran interés. Se la dí. Ante mi asombro, se la colgó al cuello y empezó a besarla:

_ Gracias, mamá, así me proteje del mal de ojo– me soltó, confundiendo la acreditación con uno de los amuletos que los niños llevan aquí al cuello. Obviamente, tuve que mandar a la niñera a buscarme un amuleto de verdad, porque se pasó dos días con la acreditación colgada, que ni para dormir se la quitó.

. Siempre en el terreno de alcoba, la Nena en cuanto oye zumbar un mosquito, se tapa los oídos y duerme así, con las manos en las orejas. Los etíopes tienen un miedo ancestral a que les entren bichos en los oídos mientras duermen –no digo que el miedo carezca de fundamento- y, sobre todo los niños, muchas veces duermen tapándose los oídos.

. La Nena muchas veces me llama por mi nombre. En Etiopía es normal que los hijos llamen a sus madres por el nombre. Normalmente, sólo las llaman “mamá” o “mamayé” o “emayé” mientras son pequeños o cuando lloran o están disgustados. El verano pasado, la Nena se pasó las vacaciones llamándome por mi nombre de pila. La gente me preguntaba si no me daba cosica. Yo respondía que no, que a mí me hacía gracia. “Es como si me llamase la vecina del tercero”, decía yo toda flamenca. “Pues por eso”, me contestaba la gente, “¿no te da cosica?”. La verdad es que sólo me dio un poco de apuro el día en que una señora en el parque me preguntó “que eres, ¿trabajadora social?”, entendiendo que la Nena sería uno de mis casos. Como la criatura va un poco a péndulo, ahora se refiere el cien por cien del tiempo a mí como “enate” (mi madre) o “mamayé” (mi madre también), sin omitir jamás el posesivo, que hasta los etíopes le dicen “que sí, que ya sabemos que es tu madre”. También lo usa mucho para corregir a la gente:

_ No se llama “sister”. Se llama mamayé.

Y lo peor: _ No es frenji. Es mi mamá.

Con la raza tiene una cierta confusión. Con dos años, un día jugando le iba nombrando gente y ella respondía:

_ F., ¿qué es?

_ Abesha

_ ¿Y M.?

_ Frenji

_ ¿Y mamá?

_ ¿Mamá?…¡Chalada!

No diré que tiene altas capacidades… pero sí que muchas cosas las pilla al vuelo.

 

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Sep 25

SU MUNDO

Sábado después de comer y se empeña la Nena en que quiere ir a jugar al barrio de la canguro. La acompaño de la mano y, llegando delante de casa de la canguro, corre a unirse al grupo que está jugando a la goma con una cinta vieja de videocasete. Está Babila –su “amor verdadero”, según ella, cuánto daño ha hecho Frozen – y la Nena, después de un rato, le pregunta si le apetece ir a ver a Siam, otra niña de su clase, que vive allí al lado. “Tú vete, mamá, y luego me vienes a buscar a casa de Siam”.

Se alejan por la calle polvorienta. Es día de mercado. Van por un lateral, pero siguen cerca de los carros y las vacas

_ ¡Babila!, le grito

No se vuelve, pero coge a la Nena de la mano. La Nena sí se vuelve:

_ No te preocupes, mamá. Te veo luego – y me lanza un beso al aire.

Las señoras del mercado que están esperando su carro para irse a casa no pierden comba y se quedan ojipláticas, porque la Nena me ha hablado en español. “Fíjate, cómo habla bien inglés la niña”, comentan, pero hacen cábalas durante un rato, porque la Nena me ha llamado “mamayé” (mi madre, entendido como un mote cariñoso), y se han dado cuenta de que quería decir “mamá”. Desde la tienda cercana, les aclaran, “es su niña. La está criando”.

Yo me quedo plantada en mitad de la calle, observando mientras la Nena y Babila enfilan el callejón en el que vive Siam. Pasarán la tarde saltando sobre los dos neumáticos viejos que tiene Siam en el jardín. La canguro sale de su casa: “si sobran sambusas de la tienda, se los llevo luego para merendar”, me tranquiliza. “O shiro wot*”, me río, y se ríe ella también, porque le digo a menudo que en Etiopía siempre es hora de comer comida de mediodía, con esas meriendas de legumbres e injeeras, que al bollicao si lo conocieran le meterían doro wot*. Cuando duerme fuera de casa, la Nena desayuna arroz con berberé. O patatas cocidas.

Otros dos niños se unen a la Nena y su amigo. Se paran los cuatro y observan algo en el suelo. Algún bicho, supongo. Babila lo pisa con decisión y siguen todos su camino. Saludan al señor A. que repara bicicletas. Se levanta y le da un beso a la Nena. Me saluda desde lejos. La semana pasada se le escapó la vaca mientras la Nena se montaba en el carro para ir al cole. El señor A., medio dormido, le tiró una piedra a la vaca, que, de rebote, fue a darle a la Nena. Sólo fue un raspón en la mejilla, pero el señor se deshace en disculpas cada vez que ve a la Nena. Influye también el hecho de que quiso reparar el daño dando leche gratis a la Nena, y la Nena lo rechazó diciendo que a ella la leche no le gusta. A mí sí me gusta, pero como la pedrada se la llevó ella, pues nos hemos quedado sin leche. Y el señor A. sin reparación y con remordimiento de conciencia, porque yo mandé a su hija a estudiar magisterio infantil, y él a cambio le ha tirado una pedrada a la mía. Somos la risa del barrio.

Entro en la tienda, compro papel de váter. Me sale un birr y medio más al rollo que en el mayorista, pero los hijos de la tienda son amigos de la Nena, y la verdad que si tuviera que pagar todos los chupachups que le dan, me saldría más caro. Así, lo que me saldrá caro será el dentista, pero como me lo regalan en España, pues me da más igual.

Vuelvo a casa a esperar que se haga la hora de ir a por la Nena. Aprovecho para dedicarme a mi gran pasión: las labores del hogar, mientras pienso en la Nena que participa en ese barrio, en ese mundo, en esa vida etíope de una manera que –creo- es un tesoro para ella. Y entre sábana y sábana doblada, me repito que, aunque perle de cagadas nuestra vida en común, esos recuerdos, ese barrio, esa gente… por la parte que me toca… eso lo he hecho bien. Vivir en su mundo, aunque sea un mundo que muchas veces me desconcierta, aunque sea un mundo que nunca será completamente el mío… vivir en ese mundo ha sido (y es, hasta que deje de serlo), la opción correcta.

Dos horas más tarde la encuentro metida en la acequia vacía que bordea la calle, intentando sacar un cabritillo que se ha quedado atascado dentro sin llevarse un topetazo, junto a los otros pequeños del barrio, cubierta de polvo, bajo la atenta mirada de la señora de la tienda. La acequia, las cosas como son, huele a pipí.

_ ¡¡¡Mamayé!!! ¿Nos sacas la cabra? El hermano de Siam ha dicho que nos la regala si conseguimos sacarla. Así la matamos y nos la comeremos.

Para desayunar, supongo.

 

. *Shiro wot: Wot, en general, es la salsa que acompaña la injeera. Shiro wot es la que se hace con shiro, un polvillo a base de garbanzos molidos y especias varias
. *Doro wot: Pues otra salsa para la injeera, pero con pollo (doro). Es una de las comidas de la fiesta.

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Sep 14

FIESTÓN

La semana pasada tuvimos fiestón. Porque sí. No teníamos un duro en el banco, pero nos dio igual. Dos cabras compramos. Como nos quedamos sin dinero para coca colas, bebimos los polvos solubles, a dos birr el sobre, para dos litros de agua. Decoramos con sábanas viejas y papel de váter. La excusa: el cumpleaños de nuestros hijos. Como en las guarderías buenas, celebramos una vez al año el cumpleaños de todos los peques. En Europa lo hacen para no liarse con tanta fiesta. Aquí lo hacemos porque nadie se acuerda de la fecha de nacimiento de sus hijos.

A las once de la mañana, con la carne ya preparada, llegó S.: “¡¡¡¡Kaktus!!!, ¡ya puedo ver!”. Dios mío, qué alegría. Su abuela –recientemente entrada en el proyecto-, lo mira contenta. Y a pesar de que no he hecho nada –sólo lo mandé al médico a que le corrigieran la medicación- me embarga una felicidad absurda.

Y luego llega A. del cole, caminando casi normal con su pierna nueva, y su madre, F., me mira y se ríe. Ponemos a M., su otro hijo, tumbado en un colchón en medio del jaleo, para que se sienta todo lo importante que es. Se quedará dormido a mitad de sarao, pero hasta entonces abrirá su enorme bocota para gritar que él también se alegra de estar vivo.

A mediodía, de bolsas de plástico escondidas, salen vestidos de tul cutre, brillantes brillantes, y las peques se visten de novias. Las Señoras Vulnerables preparan la mesa del bufé. Las Adolescentes Gueter acaban de decorar. Las dos cuidadoras se visten de fiesta, porque es el cumpleaños de sus alumnos.

Música a todo trapo, carne por un tubo, y la Nena que llega del cole, se pone en fila para el bufé, y se come su injeera con carne y patatas. Tampoco yo sé cuándo es su cumpleaños.

Llegan H. y H., madre e hijo. Les va bien. El peque es súper despierto. Recordamos, una vez más, el día en que, con dos años, entró en la oficina y me soltó:

_ Kaktus

_ Díme, H.

_ Yo no pierdo la esperanza

Y se piró. Ahora esa misma frase está escrita en el tablón del proyecto y en la pared de mi dormitorio. Todavía la uso, al menos, una vez al día.

Pastel del taller de cocina, de colores y cremas imposibles. Lo comemos con las manos, y se nos quedan las manos rosas y verde pistacho. No porque el pastel llevara pistachos. El colorante era verde pistacho. El pastel llevaba un porrón de huevos y bien de margarina.

Bailamos un rato, les largo un discursín en el que comparo nuestras unidades familiares con un pan, en el que los niños son la levadura, que da forma al pan y es lo más importante de la masa. Según voy hablando, me doy cuenta también de que es una cuestión numérica: si hay pocos el pan viene más triste, y si hay demasiados el pan se desmorona. Como yo sólo tengo a la Nena, no llevo la metáfora tan allá. A ver si a las que están solas con uno o dos les va a dar por tener dieciséis.

Acabado el baile, les pongo una peli a los peques. Cuando salimos, las Señoras me han guardado una cazuelilla con restos de wot para la cena. Es curioso que siempre me dan los restos de comida, como si la necesitada fuera yo. Están convencidas de que no sé cocinar, y de que por eso la Nena y yo estamos más bien delgaínas.

Llegamos a casa, la Nena todavía con el uniforme de micro monja que lleva para ir al cole y la cara pintada con los colores de la bandera etíope. Estamos tan cansadas que, por fuerza, tiene que haber sido un fiestón genial.

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Mar 31

GENDER AND OUTFITS

Me llegó hace un tiempo una columna que me gustó bastante de Pérez Reverte sobre cómo le había conmovido un padre que protegía con su actitud a su hijo disfrazado de Rapunzel. Sí, aparentemente Pérez Reverte de vez en cuando se conmueve.

A mí, obviamente, me da igual que la Nena se vista de Cenicienta o de Spiderman. El problema es que a ella lo que le gusta no es vestirse de Cenicienta o de Spiderman. Lo que ella le gusta es vestirse de rabalera.

Baste decir que para Reyes se pidió unos zapatos de tacón (recordemos que tiene cuatro años). Desde hace un año, nos florecen en casa pintalabios, esmaltes de uñas, coloretes y botes de perfumes a cada cual más pestilente que le compran las señoras y las adolescentes del barrio. En los días de mi vida había tenido yo tanto maquillaje en mi armario del baño. Y lo peor estas Navidades, contra viento y lluvia, me arrastraba fuera de casa en España exprofeso para ir a ver el escaparate del Stradivarius. El escaparate de Nochevieja. Toda la ropa incluída en el susodicho escaparate hubiera cabido en un bote de Cola Cao.Y allí se quedaba, con la nariz pegada al cristal hasta que hacía vaho, repitiendo sin cesar: “Mamá, es precioso. Mamá, quiero esas lentejuelas. Mamá, quiero esos flecos. Mamá, qué mono ese vestido de las tetas. Mamá, quiero ese pelo. Está toooodo bonito”. La transcripción es literal. Sabe decir lentejuelas, flecos, plataformas y animal print. Pintalabios lo sabe decir también. En cuatro lenguas distintas: español, amárico, inglés e italiano.

Lo difícil, en mi humilde opinión, no es sacar la cara y el pecho por tu hijo de cinco años vestido de Rapunzel. Lo difícil será sacar la cara y el pecho por la Nena de diez años vestida de tronista. Tiempo al tiempo.

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Mar 26

SER DIFERENTE

A. tiene trece años y es una Adolescente Gueter… diferente.
Hace mucho tiempo se llamaba Helen. En algún momento se cambió el nombre, se puso uno neutro (vale para chico y para chica) y nunca jamás volvió a llevar faldas. Hace dos años se quedó sin familia y bastante colgada y la canguro de la Nena la acogió en su casa. Nosotros la acogimos en el proyecto, y la escolarizamos.
En la actualidad viene al proyecto cuando la escuela que retomó y el equipo de fútbol del que forma parte se lo permiten. Tuvimos que cambiarla de escuela porque el año pasado iba a una escuela en la que le obligaban a llevar falda y pelo largo. Obviamente, no funcionó.
A pesar de su muy difícil historia familiar y personal, A. es una niña (porque es todavía más niña de lo que ella cree) sociable y cariñosa. Externamente, se viste y comporta como un chico. De hecho, hay mucha gente que piensa que es un chico, y que cuando visita el proyecto nos preguntan por qué tenemos un chico. “No es un chico”, respondo. Y ya. No digo ni una palabra más. No es asunto de nadie. Ella ha elegido vestirse y comportarse así y, visto que no perjudica a nadie, no tiene por qué dar explicaciones. Nunca se las hemos pedido y a ella, y a otra integrante del equipo de fútbol femenino que también hay en el proyecto, las demás las llaman cariñosamente “los Hermanos”.
A. es parte integrante de nuestras vidas. Mi Nena la quiere con locura. La única motivación para querer ponerse un pantalón es que “mira, así te vistes como A.”. A., por su parte, quiere a mi Nena con un cariño y una ternura que me conmueven. La veo jugar con ella durante horas, sin aburrirse, sin mirar el reloj. Tienen una complicidad de hermanas, por la que doy gracias cada día. Mi Nena sabe que A. es una de esas personas que la quieren y la protegen. Nunca se tienen bastantes de esas, ¿no?
A A. la llamaron ayer de un centro de entrenamiento de fútbol femenino de la Oromia. El lunes se irá a vivir allí. Es un internado donde juegan a fútbol. Todo pagado. La Nena ha dicho que ella se va con A. a jugar al fútbol. El internado está en Ambo, a pocos kilómetros de Addis y no demasiado lejos de aquí.
A. estaba contenta. Es su sueño. Cuando me lo ha dicho, le he dado la enhorabuena. “A ver cómo se lo decimos a la Nena”, he comentado. A. ha bajado la mirada. “¿Qué pasa?, ¿no quieres ir?”.
“Sí quiero ir… pero aquí he estado bien”, me responde. Es verdad. En Zway ha encontrado una familia, un poco rara, pero que la quiere mucho. Y que no la juzga. Y que le dejan llevar el pelo y la ropa que quiere.
“A., no te preocupes”, le he dicho, “seguro que allí encontrarás más chicas como tú”.
Me mira raro.
“Chicas que juegan al fútbol. Ya verás que enseguida te harás al ambiente. Y, si no, llama y te vamos a buscar”
“¿Vendríais?”
“Por supuesto. Que no se te olvide: aquí siempre puedes volver”.
Creo que a A. le asusta eso: perder su sitio al que volver. De momento, la niñera ya ha firmado como su madre el permiso para ir al internado. Le hemos preparado la bolsa. Le he puesto hasta bragas nuevas y sujetadores. Bragas de pantaloncillo y sujetadores deportivos, como las atletas de verdad. La vamos a echar mucho, mucho de menos.

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Dic 18

HAPPY THREE

Entre mis conocidos, hay quien celebra aniversarios cuando menos cuestionables. Celebran el aniversario de esa vez en la que, medio borrachas, se liaron con un desconocido en un bar a las tres de la mañana. Sí, lo han adivinado: el desconocido es hoy el padre de sus hijos. Puede pasar.

Por eso yo también celebro el aniversario del día en que la Nena llegó a casa. Celebrarlo no quiere decir que fuera el día más maravilloso ni de su vida ni de la mía. No lo fue. Pero sí quiere decir que fue el inicio de una historia muy importante para las dos: la nuestra como familia.

Por supuesto no lo llamo el Gotcha Day ni lanzo fuegos artificiales. Lo del Gotcha Day me parece de un mal gusto y un ofensivo difícilmente superable No hay regalos, ni nada demasiado especial. Hablamos de ese día en el que llegó a casa, hablamos de antes y después, intentamos no estar solas para cenar, hago un bizcocho (de los normales sin fondant y realmente comestibles) y aprovecho para agradecer en mi interior que seguimos juntas, que nos queremos mucho y que tenemos la posibilidad, incluso, de aprender a querernos bien. Para mí es un día de reflexión y agradecimiento. Con el tiempo, ella decidirá si quiere seguir recordando el día o no. Yo sí sé que lo recordaré siempre. Porque, en mi caso también, esa persona que me tocó en suerte en el bar a las cuatro de la mañana, es la más importante de mi vida.

Es mi persona.

En el sentido Grey’s Anatomy.

Claro.

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Dic 12

SE APRENDE

Hace siete u ocho años fui un día a las oficinas de Inmigración de Addis Abeba. Allí me encontré un grupo de familias españolas envueltos en los últimos trámites de la adopción de sus churumbeles. Ya entonces me llamaron poderosamente la atención. Ellos y sus carritos. Porque todos llevaban carritos, y serían como seis familias, y en aquel pasillo no había quien se moviera, con tanto carrito por medio. Me pareció algo absurdo, contando con que todos los niños eran pequeños, Addis está muy poco asfaltada, y para llegar a Inmigración subes una escalinata de al menos veinte peldaños, y tienes que pasar por una muy estrecha caseta de seguridad, de forma separada hombres y mujeres, y por lo tanto el carrito lo había tenido que meter sólo uno de los dos. Poco imaginaba que el correr del tiempo me sorprendería también a mí tratando inútilmente de empujar el freaking carrito en las mal asfaltadas calles de la periferia de Addis Abeba.

Aquel día, en Inmigración, uno de los niños estornudó. Entiéndase que en aquella época había como tres supermercados en toda Addis. Me dejó bastante estupefacta la inmediata proliferación de cleenex, toallitas de varios tipos, esponjillas y detergentes varios entre la tropa española. Hubieran podido sonarle los mocos a un batallón de recién nacidos y esterilizar una sala operatoria en el mismo pasillo de Inmigración.

Algunos años después me encontraba yo en el aeropuerto, aguardando pacíficamente para venir a España. Había una pareja de españoles con su peque recién adoptado. El niño se cagó. Me entretuve observándolos mientras le cambiaban el pañal. Como si viera una película, porque eso es lo que les costó cambiar el pañal. Tardaron como cinco minutos, usaron unas veinte toallitas, abrieron y cerraron el pañal varias veces (“si no se lo atas bien, se le saldrá todo”) y se intercambiaron varias veces los roles (“déjame a mí, anda”): uno cambiaba pañal mientras el otro le indicaba desde la espalda lo que tenía que hacer, en una dinámica tan agradable como ir conduciendo con alguien de copiloto que te indica constantemente cómo tienes que conducir. Antes de proceder al cambio de pañal, acondicionaron el banco como si el niño tuviera que permanecer encamado quince años en el mismo, y desvistieron completamente a la criatura. Obviamente, le cambiaron hasta los lazos del pelo y le pusieron lazos del pelo nuevos y limpios, y se pusieron a contar cuántos lazos del pelo y cuántos pañales limpios les quedaban porque el vuelo iba con retraso. Luego se pasaron dos horas intentando dormir al churumbel, hasta que éste se volvió a cagar y repitieron toda la operación, esta vez intercalando teorías de lo más variopinto sobre la caguerilla del churumbel: la leche, que es nueva; la cena, que es nueva; nosotros, que somos nuevos.

A lo largo de los años, esta escena de familia recién formada en el aeropuerto o en el avión la he vivido varias veces. Una vez, incluso, me tocó vivirla a mí. Contrariamente a mis planes, mi Nena y yo viajamos a España sólo un mes después de su llegada a nuestro hogar. Fue con diferencia el peor viaje de mi vida, que alcanzó su momento cumbre cuando mi Nena, aprovechando el único momento en el que se me dobló la cabeza, sobre las cinco de la mañana, le mordió las orejas al pasajero de al lado, que también dormía. Conclusión obvia, a nuestra llegada a casa: “La maternidad te sienta fatal”. Llegué descompuesta, después de todo tipo de vicisitudes.

Después de aquel primer viaje, una idea me asaltó con claridad: “volveremos sólo cuando le toque hacer la primera comunión o cuando hayan perfeccionado la teletransportación. Lo que pase antes”. Obviamente, mi familia en España no ha compartido esta idea y hemos vuelto desde entonces, al menos, una vez al año. El último vuelo, el pasado verano, fue increíblemente bien. La Nena parecía sacada de un catálogo de nenes de comportamiento perfecto. Cenó, vio la película, y se durmió del tirón hasta Madrid.

Viene todo esto a que la principal conclusión que puedo ofrecer después de tres años de vida en común junto a la Nena es la siguiente: se aprende. Aprendemos ella y yo. Se aprende a cambiar pañales en situaciones inverosímiles, se aprende a limpiarle el culete con una hoja si nos hemos olvidado los cleenex en casa, se aprende a cocinar una cena aceptable en diez minutos, se aprende que a ella le importa más que me siente junto a ella a jugar cuando llego a casa que que me ponga a cocinar, se aprende que, si estamos juntas en casa, me será materialmente imposible hacer nada que me tome más de veinte minutos, se aprende que llevar un libro a la playa no quiere decir que vayas a leerlo.

Hace dos días estábamos la Nena y yo en un baño fuera de casa. Tenía el cordón de la cadenilla caído dentro de la cisterna. En lo que la Nena se subía los pantalones, abrí la cisterna y saqué el cordón por el agujero.

_ Mamá, ¿qué haces?

_ Arreglo el váter

_ ¿Por qué? Mamá, no tienes porqué arreglar todo – me soltó.

Nos queda mucho, mucho por aprender. Ciertamente, me queda más a mí por aprender que a ella, porque todavía hay cosas que me pillan medio pez. Hasta ahora ha sido fascinante. Es fascinante. Y seguro que será fascinante.

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Dic 10

Y VOLVER, VOLVER…

¿Y cuándo volveréis a casa?

Esta pregunta es de esas que engañan. Ustedes pensarán que es algo normal que preguntar a alguien que, como yo, lleva varios años viviendo fuera. Para mí, esa pregunta dispara algunos de mis peores miedos.

En primer lugar, porque parte de varios supuestos, no todos tan supuestos para mí:

. que nos volveremos

. que volveremos al sitio de donde yo salí

. que “casa” para mí sigue siendo ese sitio

. que para mi hija “casa” no es nuestro sitio actual

. que “casa” para mi hija sea o pueda llegar a ser ese sitio de donde yo salí

En segundo lugar porque tampoco el argumento de “es lo mejor para ti y para ella” me convence mucho. No me convence que sea lo mejor para mí: me costará mucho encontrar trabajo, tendré un sueldo miserable y seguramente unos horarios horribles que me permitirán criar a mi hija a través de Skype, y no creo que sea un trabajo que me guste tanto como el que tengo aquí. Tendré que preocuparme por cosas como pagar un alquiler, viviré en cuarenta metros cuadrados y pasaré frío, mucho frío. Y mucho de lo que hable la gente por la calle y/o en Internet me parecerá vacío y sin sentido. No digo que lo sea, digo que me lo parecerá, porque me sentiré súper superior, porque yo salvo vidas y doy de comer a los niños famélicos del África. Superar esta actitud de mierda me costará un porcentaje de mis amistades que me han idealizado en estos diez años que llevo fuera.

No me convence que sea lo mejor para ella: sí, es verdad, tendrá un cole estupendo, y una atención sanitaria de calidad. No es poco. Pero, desde el momento en que nos mudemos, será inmigrante. Para siempre, puesto que olvidará su lengua y su sitio en el mundo, por lo que si un día decide volver, se dará cuenta de que ya no es abeshá. Ni frenji, desde luego. Ahora la Nena tiene lo que llamo “espacios de normalidad”: el cole y la casa de la niñera, incluso a veces nuestra casa. Momentos en los que es una más. No es la hija de la frenji, no es alguien que seguramente se irá al extranjero. Es sólo una niña más. Desde el momento en el que nos mudemos, jamás en su vida volverá a sentirse “una más”. Nunca. En ningún sitio.

Por supuesto, yo también soy inmigrante. También sufro racismos, esteriotipos y me desespero intentando encajar sin perder lo que soy. Pero yo he elegido ser inmigrante. Ella no lo elegirá.

Al hilo de esto, tercer argumento en contra del volver a España: en este momento, hay un ambientazo de flipar. Sí es verdad que cada vez hay más concienciación, atención a la diversidad, etc. En la superficie. Entre tus amigos del Face que, por fuerza, son gente más o menos cercana a ti, y no radicalmente opuesta a tus valores. Pero el otro día estaba leyendo una de esas noticias de “ciudad de medio millón de habitantes acoge a dos familias sirias” y, leyendo los comentarios, se me saltaban las lágrimas. No metafóricamente hablando, no. Acabé llorando, incapaz de leerlos todos. Y no era cólera, ni rabia. Era simplemente tristeza. Y pena de ese “yo en el paro, y el estado acogiendo a todos los sirios del mundo, todos a chupar del bote, así va España”, que me recuerda a la Santa Infancia “quieres a todos menos a mí”. Qué poco “yo en el paro, y las fuerzas del orden de toda Madrid cobrando horas extras para celebrar la Champions”, que tendría más sentido. No. Como mi ciudad, recalco, de medio millón de habitantes, ha decidido darle asistencia a un total de diez personas, esta decisión, de manera inequívoca y directa, me aboca a mí a pasar hambre y a mis hijos a una vida de privaciones sin fin. Y allí me pregunto que, si uno no puede empatizar con gente que llevaba una vida muy similar a la del europeo medio, y que huye intentando evitar que maten a sus hijos, que si no nos podemos poner de acuerdo en que la posibilidad de que tus hijos no te sobrevivan es la más horrible de todas las perspectivas imaginables, imaginémonos qué futuro le espera a mi Nena africana en esa Europa resentída e ignorante. Tan ignorante.

Una vez en España fui a dar una “charla” a una clase de Tercero de Educación Infantil. Les hablé del África, de lo grande que es el mundo, de la Santa Infancia, de cómo eran las vidas de los niños de su edad que yo conocía. Los niños, considerando que eran pequeños, que son contenidos difíciles, y que tampoco es que yo sea Mary Poppins, me siguieron con bastante atención, e incluso hicieron algunas preguntas. Hasta que uno, espontáneamente, dijo: “a mí los negros me dan asco”. Seis años la criatura, educado en una escuela modélica, con profesores estupendos, llena de actividades de sensibilización, atención a la diversidad y educación en valores que comparto plenamente. Los profes, con sus batas preciosas de colores, recogiendo la mandíbula del suelo y pidiendo disculpas azorados. Yo, quitándole hierro al asunto, porque entonces no tenía Nena, porque era idiota, porque el niño tenía seis años y porque bastante apuro llevaban los profes. Y porque seguramente era algo que el niño no entendía y que había oído en otro sitio. En su casa, por ejemplo.

Y así llegamos a hoy, cuando me aterra la posibilidad de que, el día de mañana, mi hija comparta mesa con el niño de seis años al que le dan asco los negros. Porque es verdad que aquel día hablé para unos cincuenta niños, y a cuarenta y nueve no les daban asco los negros. Pero había uno al que sí. Y entiendo que a sus padres también. Y a sus hermanos, en lo que crecen y se forman criterios propios.

En el cole al que va mi hija ahora, a nadie le dan asco los negros. Sí es verdad que a veces se nota que su madre no es abeshá (no tenemos el pelo todo lo controlado que deberíamos), pero a nadie le doy asco.

Realmente, a volver le veo sólo un argumento incuestionable: hay gente que nos espera. Lo que es nuestra familia, lo que sería el plan B de mi Nena si yo fallara, está allá. Todo lo que puede garantizarle una vida de posibles (entendida como posibilidad de elegir) está allá: educación, salud y familia presente. En las últimas semanas, la evidente diferencia de opiniones educativas entre sus maestras y yo me recuerda que, por desgracia, el sistema educativo etíope no es lo que la Nena necesita. La pregunta es si lo será el español.

Hay otro argumento que mis amigos me repiten: al final, siempre hay que volver. Pero que nadie se asombre cuando digo que es una decisión que prefiero retrasar cuanto más tiempo mejor, porque sé que será muy duro. También te dicen que cuanto más tardes, más le costará adaptarse. Este último argumento, esgrimido como definitivo, no lo es. Se parte de la base de que tendrá que adaptarse. Dicen “adaptarse”, cuando quieren decir “reprimirse”, “esconderse”, “protegerse”. Aprender a comportarse, que me dijo alguien. Ya sabe comportarse. Se comporta como una niña feliz. No digo que lo sea, pero sí que, en este momento. se comparta mayormente como si lo fuera. Eso lo traía de serie.

Y mi mayor miedo es que lo pierda.

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Dic 05

MAMÁ, ¿TÚ TIENES AMIGOS?

Desde que acabó la Pascua estamos en temporada de bodas. La Nena hace ya tiempo que está fascinada con el tema “bodas”. Se podría pensar que ella lo que quiere es tener un papá. Para nada. Ella lo que quiere es que nos compremos un “vestido de las tetas”, esto es, palabra de honor. Lo demás le toca un pie. Así, hemos mantenido diversas conversaciones al respecto:

Un día estábamos en misa y anunciaron que una pareja se casaría al domingo siguiente, y los novios se pusieron de pie para que todos los viéramos. La Nena, por lo bajini, empezó:

_ Mamá, ¿qué hacen?

_ Se van a casar el domingo que viene

_ Y tú, ¿no te casas?

_ No, hija, Hoy no.

_ Mamá, ¿tú tienes amigos?

_ Sí, muchos

_ ¿Amigos chicos?

_ Sí, también amigos chicos

_ ¿De los que se casan?

_ Sí, cari, de los que se casan. Pero no conmigo.

 

Otro día:

_ Mamá, te puedes casar con el yayo (mi padre)

_ No, no me puedo casar con el yayo. El yayo es familia y no te puedes casar con nadie de la misma familia.

_ Pues el yayo está casado con la yaya

 

Y, finalmente, después de haberle pedido matrimonio a cinco niños y niñas distintos, mi preferida:

_ P. (a una amiga nuestra), ¡yo me quiero casar ya!

_ Primero tienes que encontrar a una persona que te quiera mucho para toda la vida

_ Pues me caso con mamá

 

Nadando en baba me encuentro.

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