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Posts Tagged ‘Religión’

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Ago 04

SELAM NEH

Te cojo finalmente en brazos. En la otra habitación, tu madre delira bajo los efectos de la anestesia. Me llama. Alguien le dice que estoy contigo. Te acuno. Me acuerdo de la teoría de los mil primeros minutos de vida. Por azares de la cesárea, los primeros ciento veinte te ha tocado pasarlos conmigo.

Te canto una canción que me ha enseñado la Nena, y que es la única que me sé en amárico. Dice algo así como: “muñeco mío, muñeco mío, te quiero un montón, te quiero como a mi madre”. No es exactamente una nana, pero quiero que lo primero que oigas sea amárico.

Eres lo más bonito que he visto jamás. Ya verás, seguro que tu madre piensa lo mismo. Tiene algunos problemas, y ni siquiera está segura de querer tenerte. Es más, estaba bastante segura de que no quería tenerte.

Te arrullo con una melodía sin palabras (la canción del muñeco es muy repetitiva). Y te digo lo primero que oirás, y que te repetirán millones de veces a lo largo de tu vida. No te lo pregunto, lo afirmo:

_ Salam neh- estás en paz. Por ahora, en mis brazos, estás en paz. Y seguramente nunca lo sepas, pero la frenji con la que pasaste los primeros ciento veinte minutos de vida te recibió con la palabra paz, y le dio gracias a ese Dios que te hizo nacer. Y le dio también las gracias por haberos hecho encontraros, tú y ella, niño sin nombre, niño Esperanza.

La frenji, además, aprovechó para pensar en todas las cosas maravillosas que le han pasado en estos años. Y tú, niño sin nombre, eres una de las más bonitas. No hay momento como el presente, ni Esperanza tan evidente como la vida que nace. Nueva Vida. Nueva aventura, niño.

 

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May 27

EL DIABLO Y ASOCIADOS

Pasada la Pascua, y a la espera de Pentecostés, la Iglesia Ortodoxa etíope está que se sale. Hace tres días, la Santa Infancia me informó de que estaban vendiendo un CD titulado “Ye Seitan Mahaber” (La Asociación de Satán) por el módico precio de 25 birr. Obviamente lo compramos y, en la grata compañía de cinco de mis chicos grandes, nos dispusimos a verlo en casa. 40 minutos de alta comedia. De mearte.

El CD estaba presentado por un diácono ortodoxo, vestido de blanco, quien nos explicaba que en los albores de la Iglesia Católica (en serio, precisaba que era la IC), un monje hizo un pacto con el Diablo, quien le dio fuerzas para escribir la Biblia de Satán. Lo escenificaban con escenas de El Nombre de la Rosa. Según este diácono, la Biblia de Satán ha tenido una gran difusión en el mundo y, recientemente, un desalmado la ha traducido al amárico, y se está difundiendo también en Etiopía. Además, el DVD te explica que la Asociación de Satán la forman todo tipo de personalidades a las que el Diablo les ha dado fama y dinero a cambio de adorarlo. El elenco de los miembros de tan selecto club es de lo más granado: Justin Bieber, Jay Z, Beyonce, Miley Cyrus y, cómo no, Rihanna. Rihanna, según el DVD, es la que está peor porque se hizo una foto tipo reverencia en medio de un triángulo. Con esa foto, el DVD te explica cómo los huesos de los musculados hombros de Rihanna componen las orejas del carnero diabólico. Realmente creo que es el efecto que buscaba Rihanna con la foto. Lo de hacer el triángulo con las manos, o los cuernos, es para esta gente un símbolo inequívoco de pertenencia a la Asociación de Satán.

El DVD termina con una tertulia entre el presentador, otro diácono etíope y, -tachán, tachán- un diácono frenji que habla un amárico más que aceptable, y que va vestido con sotana negra. El diácono dice llamarse Rowan Williams, y asegura que antes de fraile fue rastafari y DJ, que es lo peor que se puede ser en la vida. A mí, después de buscar en Interné, me da que el nombre es totalmente fake (así se llamaba el patriarca anterior de la iglesia anglicana, mucha coincidencia). Y que me pone bastante de los nervios el hecho de que, si lo dice un frenji, será verdad por fuerza.

El hermano Rowan, actualmente diácono Tesfamikael, explica que las canciones religiosas (mesmur) vienen de Dios, y que toda la música que no es Mesmur (que se llama Zefen) es diabólica y viene del diablo. Dice que él lo sabe bien porque, hasta que vio la luz, era DJ. Después de una detallada explicación sobre las bondades de escuchar música no religiosa (vas derecho al Infierno), los tres diáconos se ponen a cantar una canción sobre la Virgen, pareciéndose mucho, mucho a los teletubis. Y luego se acaba el DVD.

El Mahaber o asociación cultural, para el que no lo sepa, son asociaciones formadas normalmente por mujeres, que se reúnen periódicamente, beben café juntas, y rezan y hablan de sus cosas. Yo me imaginaba a Rihanna y Beyoncé sentadas en mini bancos de madera, haciendo café, junto a Jay Z y Justin Beaber, y se me escapaba la risa.

Además, el DVD te dice que Michael Jackson también formaba parte del Mahaber, pero que luego se quiso salir, y que por eso lo mataron. Te ponen hasta una parte del video de Thriller para demostrarlo.

Lo peor de lo peor es que mi Santa Infancia, que a veces es más tonta de lo que parece, anda loca borrándose las canciones de Rihanna del móvil para evitar el consabido destino infernal. Eso sí, los vaqueros de pitillo (ye Beyonce surri, los llaman, los pantalones de Beyonce), que no se los quite nadie. Hasta que salga otro DVD de la iglesia ortodoxa, supongo. Yo ya les he dicho que si en el Infierno me puedo encontrar a Rihanna, a Beyonce, a Justin, a Jay Z, a Miley y a Michael todos juntos tostando café, allí que me voy de cabeza. A hacerme un selfie y colgármelo en el Face. Y, luego, ya si eso, when the sun shine we’ll shine together.

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May 10

La Nena y la Semana Santa

Estos días de vacaciones voy de trabajo hasta el cuello y más arriba. La Santa Infancia me echa una mano y, cuando tengo que trabajar en casa, se cojen a la Nena y se la llevan de festival religioso. Desde el Viernes Santo, cada vez que ve un velo blanco, se reverencia y pronuncia con gran claridad “Amen”. Tóma ya.
El caso es que la Santa Infancia anda estos días mosca con el tema de la educación religiosa de la Nena. Ellos están convencidos de que debería bautizarla en una iglesia ortodoxa. “Ella es abeshá”, señalan con rotundidad. De allí deducen que lo más lógico es que profese la fe ortodoxa. Dos y dos son cuatro. Mientras me explican estas cosas, yo piensDSC_0054o que tendríamos que ser más protestantes, y haberlos convertido a todos años ha.
Ajenos a mis indicaciones, han comenzado a evangelizar a la Nena. A lo bestia. La cocinera de la Santa Infancia ha dado instrucciones precisas: en cuanto me descuido, se la llevan. Coge a la Nena y se recorren el comedor, donde hay colgados varios cuadros de santos etíopes. Delante de cada uno, se reverencian ambas dos y dicen “Amen”. Cuando acaban la ruta, le da de merendar shiro-wot. Madre de Misericordia… Amen. Arcángel Miguel… Amen Y así.
Con esta preparación, cuando llegó el Viernes Santo, la Nena estaba plenamente concienciada. Yo no fui con ella porque, como digo, estaba currando. Así, con las mayores de la Santa Infancia, se metieron en nuestra parroquia que sigue a rajatabla el rito católico que es bastante igual al ortodoxo estos días. La Nena se pasó toda la mañana tirada por el suelo de la Iglesia, mientras los parroquianos procedían con sus reverencias penitenciales. Sólo que dicen que la Nena hacía mucha gracia, porque pone el culo en pompa, y de vez en cuando gritaba “Amen”, y claro, a los demás se les escapaba la risa. El párroco no estaba todo lo contento que hubiera debido por la presencia de la Nena en un acto tan ceremonial.
Sólo salieron de la Iglesia para cambiarla y ponerle las manoletinas con un vestido monísimo de pana que tiene y una camiseta del decatlón que colisionaba cromática y estilísticamente con todo lo demás. Por supuesto, le plantaron hasta el netelá (velo blanco).
“Ha aguantado toda la mañana”, resumieron cuando me la devolvieron a la hora de comer. “Deberías aprender de ella”, completaron.

 
En los juicios de adopción en Etiopía, el juez te pregunta si te comprometes a criar a tus hijos en el conocimiento y respeto de las tradiciones y la cultura etíopes. Tienes que contestar que sí. A mí, ya entonces, me daban ganas de contestar “qué remedio, señora, qué remedio”.

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Mar 26

MADRES EN CUARESMA

En estos viernes de Cuaresma, por la tarde, con la Nena nos vamos al Via Crucis de la parroquia que tenemos en el mismo recinto (no todos podemos llevar a nuestros hijos a Eurodisney). Para los no versados en materia religiosa, decir que el Vía Crucis recuerda, a través de quince estaciones, el camino de Cristo hacia la Crucifixión y su Muerte. Obviamente, con la Nena no aguantamos ni hasta la Verónica (Sexta estación), pero nuestra presencia da un aire un poco más familiar al exiguo número de parroquianos que tenemos.

Desde hace ya tiempo, para mí la Pasión no es el misterio de la muerte de Cristo. Es el misterio de una Madre que pierde a su Hijo. Esa, me parece a mí, es la gran tragedia de la muerte de Jesús: su madre, que ve cómo matan a su Hijo y no puede hacer nada. Tienes que creértelo mucho para aceptar que tu Hijo está muriendo por algo tan abstracto como los pecados del mundo.

Aunque las agencias de cooperación al desarrollo seguramente no compartan mi visión, considero que el nivel de progreso de los pueblos debería medirse por la capacidad de las madres para mantener con vida a sus hijos. En Etiopía, como lo era en España hace algunas décadas, es normal perder a un hijo. Si tienes seis, sabes con meridiana certeza que alguno no sobrevivirá. Así el luto por los niños pequeños es bastante ligero: si tienen menos de cinco años, muchas veces ni siquiera los entierran en un cementerio: los envuelven en el netelá y se van al monte a enterrarlos. Por eso, durante los primeros cuarenta días de vida, ni siquiera tienen nombre. Por eso, cuando se tienen gemelos, se amamanta siempre primero al mismo, al que parece más fuerte, para asegurar que al menos, uno de los dos sobrevivirá.

En España, la muerte de un hijo, sencillamente, acaba también con la vida de la madre. Es El Horror. Lo peor que te puede pasar. Sin paliativos. Cuando tienes un hijo, lo sabes: si él o ella se muere, tú también lo harás. Puedes seguir viviendo, y seguramente lograrás que parezca que sigues viviendo. Pero no. Una parte de ti, esa gran parte de ti, morirá con él o ella. A mí, desde que llegó la Nena, me pasa que no soy capaz de ver películas o series donde muere un hijo. Ya me he quitado de Glee.

Me impresiona cómo la miseria redimensiona todo. Cómo puede volver aceptable un hecho tan terrible como es la muerte de un hijo. Cómo el ser humano, en ese instinto de supervivencia que es más fuerte que cualquier consideración cultural o religiosa, llega a aceptar que los hijos pueden morirse.

Yo sí aplico este indicador en mi trabajo: si incremento la capacidad de las madres para mantener con vida a sus hijos, me daré por satisfecha. “No perdí a ninguno de los que me diste”. Yo sí he perdido a alguno, y allí es el vacío absoluto, el fracaso sin paliativos. Porque todas las madres del mundo deberían poder mantener a sus hijos con vida. Y porque nosotros deberíamos, al menos, conseguir que todos vivieran.

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Jun 03

TEOLOGÍA APLICADA

Los domingos, con aquellos miembros de nuestra Santa Infancia que son tan dejados que ni siquiera van a las iglesias ortodoxas, nos juntamos en las gradas del campo de baloncesto, rezamos un poquitín, cantamos dos canciones, y yo les ofrezco una reflexión que, en teoría, deben repensar durante la semana. Obviamente, en la práctica, la reflexión la reflexionan durante cero coma dos (segundos) antes de empezar los consabidos partidos de fútbol.

A veces, como se imaginarán, voy algo cortita de temas, y recurro a lo que he oído en la misa de ese día (esta lección te la dan en Primero de Sermón Educativo). Así, el domingo pasado, les hablé del Buen Pastor, y de cómo nosotros (Brother House y yo), nos sentimos pastores de ellos, que vendrían a ser nuestro rebaño, y de cómo conocemos nuestras ovejitas, y de cómo, aunque nuestras ovejitas se despeñen por un barranco y las perdamos, pues siempre nos acordamos de nuestras ovejitas queridas. Como se ve, no era un discurso excepcionalmente inspirado. Doy lo mejor de mí misma cuando hablo de lombrices-mocos-higiene, pero últimamente me arriesgo a caer en el monotematismo, por lo que intento diversificarme con las chorradas del pastoreo, en la esperanza de que pillen la parábola porque algunos han sido pastores cuando habitaban en su Wello natal.

Las ovejitas escuchaban con aparente atención, que mutaron en carreras desenfrenadas para ir coger las galletas que les damos a media mañana. Mientras repartía las galletas, un elemento me ofreció la conclusión de mi parábola: “Los pastores, cuando tienen hambre, se comen a las ovejas”. “Eso”, dijo otro, “los pastores crían ovejas o para comérselas o para venderlas”.

Toma ya. Teólogos del mundo, a ver cómo encajais la realidad en la parábola.

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May 14

DE RAMOS Y PASCUAS

El domingo pasado celebramos la Pascua. El calendario etíope es así, siempre retrasadito. Previamente habíamos ya celebrado el Domingo de Ramos, que es una fiesta que me da bastante yuyu. Se celebra la aclamación de un Dios que será crucificado sólo una semana después. Simboliza bastante bien el gregarismo al que tendemos todos los humanos (veáse el fútbol), y, como soy humana (¡sorpresa!), me da yuyu.

Durante la semana pasada, en espera del Domingo de Pascua, la Iglesia Ortodoxa prohíbe demostraciones de afecto y alegría. No te puedes saludar, no puedes dar besos, no puedes reír y no puedes disfrutar de nada. Por traidor.

En Etiopía se vive siempre una fuerte influencia de la fe en la esfera privada de la vida de las personas. Las personas se definen por su etnia y por la fe que profesan: musulmanes, ortodoxos, protestantes, oromos, amaras… Los etíopes se consideran un pueblo religioso y defienden la religión como parte de su cultura. Nadie se declara ateo y todo el mundo, en mayor o menor medida, practica una religión u otra. Por lo tanto, que la Semana Santa sea una de las fiesta principales tiene un sentido. Lo mismo que el final del Ramadán o el nacimiento de Mahoma. Además, hay un hecho que escapa a mi entendimiento, y es que, cuanto más pobre es una persona, más cree en Dios y en la religión organizada.

Si Etiopía, en este sentido, me parece un país consecuente con sus raíces, su cultura y su forma de vivir, España me parece el delirio absoluto. Caminamos hacia el ateísmo de manera decidida, pero llega la Semana Santa y nos colgamos el tambor con devoción ejemplar. Yo creo que lo que gusta de la religión en España es el folclorismo y el aroma a ranciete. Y sin embargo, es una cosa que se reprocha siempre a la Iglesia Católica, que no se modernizan (no nos modernizamos). El tambor recuerda, tanto en la IC (Iglesia Católica), como en la IO (Iglesia Ortodoxa), los latigazos que recibió Cristo. No es una batucada. Es el recuerdo del que los Cristianos consideramos es el momento de mayor negrura para la raza humana, la expresión viva de su cobardía y sus miserias. No entiendo la emoción de hacer partícipes de esta tradición a niños, adolescentes y adultos que el resto del año no pisan la iglesia. Quiero decir, si te mola hacer rebaño, por lo menos ajúntate el día de fiesta (Carnaval, por ejemplo, que, sin embargo, tiende hacia Halloween), no el día de marronazo. En teoría, los penitentes purgan sus pecados en este tipo de procesiones. En los últimos tiempos, quien más quien menos, guarda la petaca debajo de la túnica. Entendámonos: a mi me mola más el tocar achispadillos que el autocastigo fanaticoide, pero no comparto la necesidad de mantener la misma tradición con dos significados totalmente distintos. Si la tradición no dice lo que tú quieres expresar, pues cambia la tradición por algo que se acomode más a lo que tú quieres comunicar al mundo. Y, si el resto del año no te bastan todos los Twitters del mundo para denigrar a la IC y a sus integrantes, quítate la cruz del pecho. Al hilo de todo y de nada, diré que la segunda equipación del equipo de fútbol de mi ciudad natal tiene una cruz como emblema principal. La Cruz de San Jorge. Se ve que la Media Luna (también fuimos un pueblo musulmán) quedaba menos aparente. Y que a lo mejor alguien se molestaba, claro. La equipación, vive Dios, tuvo un gran éxito entre los aficionados. Es que la primera equipación se parece muy mucho a la del Barcelona.

A mí el preservar la tradición por tradición me pone bastante nerviosa. Experimento esta misma desazón en las fiestas de verano de mi ciudad. Es verdad que la mitigo con varios litros de bebidas alcohólicas, por lo que sufro mucho menos. Los expertos lo llaman resiliencia. Las fiestas de mi ciudad son en honor de un santo que seguramente existió y que en mi ciudad estamos convencidos de que nació en el patio de al lado, pero hay varias otras ciudades y países en el mundo que están convencidos de la misma cosa por lo que, objetivamente, es imposible tener la seguridad.

El acto central debería ser la misa en honor del santo. Está bastante concurrida, pero suelen estar más concurridos los bares. El momento que más disfruto es cuando los danzantes, aguerridos jovenzuelos que representan a los hortelanos de la ciudad (en la ciudad los hortelanos que quedan se pueden contar con los dedos de una mano, pero admiten también a gente que no sea hortelana, siempre que sean descendientes de hortelanos y varones), llevan la peana del santo desde la Catedral a la iglesia del santo para la misa mayor. Antes de que empiece la misa, se escabullen sin ningún disimulo (van vestidos con puntillas y colores brillantes, sería difícilillo pasar de incógnito) y se van a almorzar. Esto, también es tradición. Después de la misa (y nunca en medio) vuelven a entrar en el templo, retoman palos y espadas, y sacan al santo de la celebración para llevarlo al Ayuntamiento. Al santo no lo llevan a almorzar. Ideaza. Podría convertirse en tradición. Hacer parada con la peana en todas las tascas del lugar.

Yo un año dije que si lo que molaba era adorar una cosa vieja, lo suyo sería cambiar la imagen del santo por un vinilo de Las Grecas. No me digan ustedes que no sería desternillante. Chascarrillos aparte, soy de las que creen firmemente en la separación entre Iglesia y Estado, y me sigue fascinando la obstinación con que los españoles tendemos siempre hacia el pupurrí en nuestras demostraciones festivas y religiosas. Gente que critica y se mofa la Iglesia Católica en todas sus variantes (religiosos, fieles, dirigentes…) llega Agosto y se planta el fajín, la espada y a bailar en honor del santo. Somos ese país que no cree ya en nada (más que en la crisis, y en ésa creemos ahora que estamos hasta el cuello), pero que sigue bautizando a sus niños, casándose de blanco y por la iglesia, tocando el tambor en la Procesión del Santo Sepulcro y despotricando de todo lo que huela a fe católica.

Mi no entender.

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Mar 21

AYUNO Y ABSTINENCIA

Al margen de los avatares de la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa Etíope procede con sus rituales anuales. Hace ya dos semanas que empezamos el período de ayuno que precede a la Pascua, y que nosotros conocemos como Cuaresma. Ellos lo llaman Ayuno, para tener que dar menos explicaciones. Tiene sentido.

El ayuno ortodoxo se mantiene durante sesenta días, en los que no se puede comer nada derivado de los animales (carne, pescado, leche, huevos), y en los que no se puede comer absolutamente nada hasta las tres de la tarde. Yo siempre había creído que Jesús murió a las seis, pero ahora he descubierto que no, que es a las tres. Yo creo que tendría más sentido empezar el ayuno a las tres, pero la Iglesia ortodoxa no comparte esta idea mía.

Mi Santa Infancia, que no conoce límites, se entrega al ayuno con devoción ejemplar. Hay que limpiarse. Yo hace años que lucho contra la limpieza, y les propongo variantes del ayuno (ayuno de insultos, ayuno de peleas en el patio, ayuno de helados guarros de hielo…) con resultados nulos por el momento. No pierdo la esperanza.

Me cuesta aceptar que toda la actividad se paralice a las tres de la tarde (las trabajadoras también ayunan). Me cuesta aceptar que tengamos que dar comidas durante cuatro horas (los de la guarde siguen comiendo a las doce). Me cuesta aceptar que decidan poner en riesgo su salud (mi Santa Infancia normalmente come carne dos veces a la semana, un promedio claramente insuficiente para niños en crecimiento).

Un día le pedí a A. que le preguntara al cura que les da el catecismo en la iglesia ortodoxa que por qué se entiende que la voluntad de Dios es que la gente pase más hambre de la que ya pasan normalmente. Al día siguiente, vino triunfal con la respuesta: “Dios nunca nos pide más de lo que sabe que podemos hacer”. Chúpate ésa.

Hoy ceno huevo frito. Como media Etiopía ayuna, la otra media nos hartamos de comer huevos, aprovechando que bajan los precios.

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Oct 14

ABRIENDO EL GARITO

Como algunos ya saben, hace semanas que he vuelto a Addis. El caso es que mi trabajo es como cualquier otro trabajo del mundo: para pillarte el mes de vacaciones, tienes que trabajar el doble un mes antes y un mes después.

Addis se ha transformado en una ciudad de m.i.e.r.d.a.. Las obras en la Bole han dejado la totalidad de la calle destrozada, con ríos de agua que siguen fluyendo tres semanas después de acabadas las lluvias. O han tocado tubería, o quieren hacer piscina. Por si esto fuera poco, últimamente cada vez que quiero ir a algún sitio, se ve que telepáticamente estoy conectada con varios jefazos que deciden ir al mismo sitio, y las fuerzas de seguridad me cortan la calle durante media hora para que los jefazos pasen, aunque estoy convencida que la idea de ir a ese sitio se me ocurrió a mí primero. Me siento como Harry Potter con Voldemort, sólo que creo que estoy conectada con nuestro nuevo Primer Ministro, Haile Mariam Desalegn.

Como no todo el mundo es Bole, los destrozos provocados por las lluvias y el asfalto de pésima calidad también se pueden sufrir en muchos otros puntos de la ciudad entre los que, cómo no, figura el barrio donde yo vivo. El intento de regular el modo de conducir de los taxis estableciendo rutas obligatorias y eliminando paradas imprevistas no dio los resultados esperados y cada quién sigue conduciendo como mayormente le sale del higo, animados por la creencia inquebrantable de que uno es siempre el más listo de la redolada, el que puede circular por ese carril en dirección contraria, el que puede meter el morro un poco más adentro.

Mi reciente cumpleaños y mi vuelta a mi Santa Infancia me han reportado todo tipo de regalos que añadir a mi colección de horrores y cosicas. A destacar una moneda de Dubai, un manojo de menta fresca, un set completo de vestido Afar que me asegurará popularidad máxima en la celebración del próximo Día Cultural, y, -tachán, tachán-, esta hermosa iglesia ortodoxa hecha de palitos. Una pena que Playmobil no haya tenido la misma idea y no fabrique muñecos vestidos de curas ortodoxos. Sería lo más. Con sus paraguas, su Tabot y sus bastones sobaqueros.

 Como novedad, las maestras de la guarde se han empeñado en pronunciar también ellas un discurso de buenos días que anime a nuestros pequeños a llegar puntuales para beber la sabiduría que emana de nuestros labios. Además de la pequeña charla de buenos días, rezamos cosas ortodoxas y cantamos el himno nacional. Como nuestros pequeños no lo tienen muy pillado, se inventan una versión extremadamente reducida del mismo. Aunque no nos habíamos dado cuenta, hay un punto de la canción donde puedes coger un atajo sin que se note y saltarte la mitad. Como somos nuevos en la parafernalia patriótica, nuestros niños están un poco confusos y en vez de levantar el puño al final, levantan el pulgar y les queda bastante cool. Sólo tenemos que acabar de explicar la diferencia entre rezar y cantar el himno, porque hay varios que mantienen las manos cruzadas bajo la barbilla cuando cantan el himno, y dan como cosica. Nuestra bandera está sujeta a un palo en vez de a un mastil, por lo que permanece siempre alzada como en los barcos piratas. Al abordaje que vamos.

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Jun 22

CUANDO SE ACABA EL ASFALTO

Soy persona de paso rápido. Un Coso (la calle mayor de mi ciudad natal) me lo hago en cinco minutos. Aquí también, cuando salgo con mi Santa Infancia, me es difícil acomodar mi paso al suyo, y normalmente tengo que pararme a esperarles, sobre todo si son pequeños. Hasta que se acaba el asfalto. El barrio de la Santa Infancia empieza exactamente allí: donde se acaba el asfalto.

Cuando entramos en el korkonch* hasta los niños de pecho caminan más rápido que yo. Cuando se acaba el asfalto me vuelvo más torpe, más lenta, más pequeña. No es mi mundo, y se nota. La Santa Infancia me marca el camino, me espera en lo que me arremango los pantalones para no manchar los bajos (momento “yo quiero ser percebeira”). No me quitan ojo, porque saben que me siento bastante perdida allí. Mis seguridades me esperan en la tienda pintada con el logo de la Pepsi.

Donde se acaba el asfalto el mundo se vuelve de color marrón. Todo es marrón: la gente, la calle, las casas… Chabolas a medio construir, o a medio derribar. Barro, mucho, por todas partes. De vez en cuando, el destello amarillo de esas monjas ortodoxas que parecen haber cumplido los ciento diez la semana pasada (aunque seguramente no lleguen a los sesenta). Niños que juegan en la calle, que me preguntan si Harry Potter se muere al final de las ocho películas. Gente que conozco, o que no, que me mira evaluando los motivos de mi visita a este lugar donde los pocos extranjeros que entran van con guitarra, rosario y pandereta (Dios bendiga a los protestantes).

El destino final de mis paseos suele ser alguno de los distintos recintos donde se arraciman las chabolas. Su estructura desafía toda lógica y, donde menos te lo esperas, te encuentras con otras dos chabolas que hay que alcanzar a través de pasillos donde hay que pasar de medio lado (y yo soy delgaína).

Los motivos que me llevan más allá del asfalto rara vez son alegres: enfermedades o dejadez familiar. Hablo con esas personas marrones, y me acuerdo de mis seguridades, que estarán ya tomándose la segunda Mirinda en la tienda de la Pepsi. En la tienda de la Pepsi no venden alcohol. Las señoras tienen un modo gracioso y muy dramático de expresarse. En algún momento de la conversación, especialmente si estamos tratando un asunto delicado, se señalarán el vientre, y me contarán su historia. La del vientre. “Este vientre ha parido cinco hijos”. O “Dios es el único dueño de este vientre”. Como si el vientre estuviera allí, escuchándonos. O como si Dios estuviera allí de pie, vigilando que nadie se lleve su vientre, cosa poco probable, visto que implicaría llevarse también a la momia que acarrea el vientre.

Y yo escucho lo mejor que sé. E intento decir cosas igual de dramáticas:
_ Yo no puedo más con mi nieta. No nació de mi vientre –y se señalan el vientre- Que Dios se ocupe de ella. Yo bastante tengo con rezar.
_ Yo no sé nada de Dios –humildad y honestidad ante todo-, pero sé que un día Dios le preguntará qué hizo con su nieta. No creo que le pregunte cuánto rezó, porque eso ya lo sabrá. Le preguntará cómo es que su nieta ha acabado en el bunna-bet. Y, entonces, señora, ¿qué responderá usted? – y me quedo callada, esperando que el vientre me haya entendido, porque mientras estudiaba el amárico cometí el gran error de menospreciar la importancia del tratamiento de respeto (usted), y no lo manejo tan bien como quisiera.
_ Quiere decir que la niña es su responsabilidad –traduce el elemento de mi Santa Infancia que me esté acompañando en ese momento. Ellos son más de concretar.

Es bastante frecuente que alguna de las personas que habitan en el recinto intente aportar su granito de arena. Sólo que a veces, en vez de un granito, te descargan el camión encima, y se pasan dos horas intentando mediar entre el vientre y la nieta. Suelen ser señoras con algún tipo de discapacidad (ciegos, leprosos..) y tienden a apoyarse más en la discapacidad que en su vientre a la hora de argumentar su posición: “estos ojos que Dios cerró lo han visto todo”, o “yo, que ya no espero nada de la vida, porque estoy enferma…” (y sabes que está enferma de esa enfermedad que tiene varias siglas).

Y luego vuelves al barro. Y te acuerdas de que, en tu ciudad natal, a ciertos bares los llallamaban “el barro”, porque, a partir de cierta hora, todo se amalgamaba. Aquí también: el agua de lluvia, el pipí, los restos de wot*, el vómito, los frutos de su vientre. Y vas despacito, lenta, pequeña, aturdida. Porque nunca entenderás el mundo que hay más allá del asfalto. Porque el barro te vuelve más torpe. Tus seguridades se han acabado la Mirinda, y te alcanzan cuando sales al asfalto. Recuperas tu paso. Vuelves a tu mundo.

*Korkonch: Tan sonora palabra denomina las calles sin asfaltar.
*Wot: la salsa que acompaña la injeera.

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Jun 02

FUNERALES

El fallecimiento de la Señora Deprimía puede ser un momento tan bueno como cualquier otro para reflexionar sobre… ¡los funerales!

Partamos de la base (les anticipo un estudio con cierta profundidad) de que pocas cosas reflejan mejor la esencia de una cultura que el modo en que los que viven en ella se enfrentan a la muerte. Cuando uno de los miembros del grupo desaparece, el resto del grupo sabe exactamente qué tiene que hacer. Ante la más grande de las incógnitas, cada cultura te traza un patrón preciso de actuación. Objetivo: no tener que pensar, porque la pérdida no te va a dejar pensar. Y así, cada cultura te proporciona una serie de pautas que tienes que seguir con precisión más o menos milimétrica. Este proceso cultural es una de las partes constitutivas del duelo.

Al leer lo anterior, uno pensaría que tengo estudios de Antropología. Para nada. Yo hablo porque me lo pide el cuerpo.

En Etiopía, las primeras horas después del fallecimiento de una persona son de gritos desesperados. Hay dos roles que hay que asumir inmediatamente: el de la persona que llora desconsolada e incansable, y el de la persona que se encargará de organizar el sarao, y a la que apenas le quedará tiempo para llorar. Normalmente el primero lo desempeña espontáneamente una mujer (la esposa, hermana, hija de la persona fallecida), y el segundo un hombre (esposo, hermano, hijo de la persona fallecida). Si sólo hay personas de un género entre los familiares (por ejemplo, sólo dos hijos), el más joven se encargará de llorar y el más mayor de organizar.

Los más cercanos al fallecido establecen, siempre a gritos, un diálogo ficticio con la persona que se ha ido. Por cuanto parezca una manifestación expontánea de dolor, las preguntas que realizan son siempre las mismas y ni una sola de las frases gritadas se separa de los tópicos establecidos para el caso: “Ay, Dios mío, ¿por qué te la has llevado?», “¿qué voy a hacer sin él/ella?”…etc. Parece una escena caótica y sin control, con gente que se revuelca por el suelo presa de la desesperación, pero si te fijas bien verás que los “organizadores” ya han empezado discretamente su labor. Alguien ha encendido ya el fuego, comienzan a poner bancos sacados de casas vecinas para que la gente se siente, la persona fallecida (que normalmente reposa en la cama hasta que es enterrada) ya está envuelta en un netelá y poco a poco todo el mundo se va poniendo el netelá, prenda obligatoria en los funerales.

La primera llamada que la familia realiza es al jefe del Heder, que son asociaciones tradicionales a las que les pagas cada mes para que, cuando te mueras, te monten un bonito funeral. Para lo caótica que es aquí la gente a la hora de organizarse, lo necesario para un funeral en condiciones te lo montan en media hora: una cocina con capacidad para dar de comer a un centenar de personas, una tienda de campaña tamaño comedor de barracón y, por supuesto, el pago a la iglesia ortodoxa para poder enterrar a la persona en el cementerio.

El entierro en sí es más bien breve. Entierran a la gente a las pocas horas de fallecer. El cuerpo es llevado al interior de la iglesia porque cuando te mueres ya sí puedes entrar. Antes de morirte, a poco que hayas hecho no puedes entrar (si has comido ese día, si tienes la regla…) con lo que la mayoría de la gente se queda fuera esperando sentada. Cuando los sacerdotes acaban con las oraciones, sacan el ataúd y le dan tres vueltas alrededor de la iglesia. Luego lo llevan al cementerio y, en un momento de histeria colectiva, lo entierran. A los frenjis esta parte nos da bastante yuyu, porque gritan mucho, mucho, y saltan, y te da la sensación de estar en Regreso al Futuro, siglo XI, sección África profunda. El momento dura, en total, unos cinco minutos y luego todo el mundo se retira rápidamente, porque el cementerio de nuestro barrio es un bosque mal cuidado y sucio, y da mucha tristeza estar allí.

Rapidito, rapidito, porque suele ser hora de comer, se vuelve a la casa del difunto. Allí, los “organizadores” te esperan ya a la puerta con una jarra para lavarte las manos y un plato lleno de sinde (granos de cebada tostados), que es el aperitivo de las fiestas. Y todo el mundo toma asiento y empieza el funeral en sí, que durará una semana.

Los siete días son más como una acampada hippy. La gente habla de todo un poco, juega a las cartas, come y duerme donde buenamente puede. Poco a poco llegarán familiares de otras partes del país, a los que jamás habías visto y que, cuando la persona estaba viva y les pediste ayuda, jamás vinieron. Gente que parecía olvidada de todo y por todos resulta que tiene más amigos que Pippa Midleton. Y la familia tiene que dar de comer a todos esos colegas y parientes que, si vivieran en España, se llevarían las gambas en el bolsillo de la americana.

De vez en cuando, alguien se pondrá a llorar a voz en grito, reproduciendo el diálogo de las primeras horas, y todos romperán a llorar, hasta que alguno de los ancianos se levante y tranquilice a la turba, que volverá a jugar a las cartas. O se dosifican, o no aguantan los siete días.

De por sí, estos momentos de dolor duran poco. Durante el resto del tiempo, nadie habla del fallecido, sino que la charla es bastante intrascendental. Si no consigues compañero de charla intrascedental, te tocará quedarte sentado mirando al vacío, porque no hay fórmulas de pésame que puedas usar para transmitir tus condolencias a la familia.

En algún momento a lo largo de la semana, los organizadores limpiarán la casa y todas las pertenencias de la famlia, para ayudar a recibir a los parientes del gueter. Si tu cuota de Heder es de las bajas –ergo, eres pobre-, la tienda la retiran al tercer día y se continúa el sarao en casa.

Después de siete días ya ni te acuerdas de quién se ha muerto. Sólo sabes que quieres dormir y, sobre todo, quieres que toda esa gente se vaya de tu casa. Y se irán, sí, más que nada porque la comida se ha acabado. Volverán en cuarenta días, a celebrar el aniversario de la muerte. Pero será sólo una jornada, y luego te volverás a quedar solo, con tu pérdida, con tu vida, con la sensación de vacío de quien nació, vivió y murió en vano.

En el funeral de mi señora Deprimía yo también recé. Recé para que Dios le de un sentido a estas vidas, porque el mundo no supo dárselo. Recé porque ni ella, ni yo teníamos que haber estado en esa mierda de cementerio. Rezas para que Dios te de entendimiento cuando la fuerza ya no te sirve para nada.

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