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Posts Tagged ‘Santa Infancia’

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Mar 17

KOSHE 2017

Me llama la Santa Infancia. Que se les ha caído esto en la cabeza la semana pasada. Que el barrio es un caos. Lo que más me sorprende es que, incluso en llamadas cómo esa, me pregunten veinte veces que qué tal estoy. Bien, cariños. Yo salí. Yo ya no vivo en Koshe.

Pienso repetidamente que no hay nada más triste que vivir y morir en la basura. Bueno, sí: que alguien diga que fue un accidente.

_ ¿Te acuerdas de la montaña enorme de mierda que hemos ido acumulando a lo largo de los años? Sí, hombre, la que a un cierto punto cubrimos parcialmente de tierra y fingimos que no había existido nunca

_ Ah, sí, Koshe, ¿no?

_ Pues flipa, se ha derrumbado

_ Quién lo hubiera dicho… qué cosas

Las reuniones en el Ayuntamiento de Addis Abeba deben de ser un descojono. Visto que por ahora nadie ha dimitido, y ninguna compensación ha sido ofrecida a las víctimas, supongo que, de nuevo, como Dios existe, pues ya no hace falta nada más.

Y dirán que eran chabolas ilegales. Algunas sí, otras no lo eran. Eran terrenos dados por el Ayuntamiento para las familias de los militares que participaron en la guerra con Eritrea.  Algunas, como la casa de Getanew, un ex compañero mío de trabajo, eran casas normales, de una planta, tres habitaciones, una letrina, un televisor. Su madre, su padre y una niña de la Santa Infancia que vivía con ellos ya no están. Su casa tampoco. Y dirán que ha sido culpa de los pobres que queman la basura. No; sólo queman la basura los empleados del basurero. Los pobres hurgan entre la basura y la reutilizan. No la queman. Si la queman, no encuentran nada. Y dudo yo que una hoguera te desencadene una avalancha de toneladas. El problema, desde mi punto de vista, es que la montaña de Koshe medía más de treinta metros y se extendía más de dos kilómetros. La separaba de las casas colindantes una red de dos metros. No era montaña. Era ya meseta.

A las lluvias no pueden culparlas, porque hace meses que no llueve.

Por cierto: la gente NO vivía en Koshe. Vivían al lado de Koshe. En la basura sólo dormían los niños de la calle, y desde hace sólo algunos años. Antes nadie dormía dentro porque por la noche acudían las hienas de las montañas cercanas.Muchas de las casas sepultadas eran casas normales a las que Koshe les había crecido demasiado en los últimos años.

Una vez pasaba por la Ring Road. Koshe se había llenado de pequeños lagos con las lluvias. Vi a un joven que, completamente desnudo, se tiraba de cabeza en uno de los lagos. Era por la tarde y no había demasiado humo. Volaban los buitres y aquella persona parecía nadar. Me pareció precioso.

Siempre me fascinó aquel cacho de humanidad de detrás de mi casa. Su inmensidad, su espectacularidad. También su dureza y como, de vez en cuando, nos recordaba que nadie podía escapar: el humo que muchos días llenaba el barrio, la peste en la ropa, en las cortinas de casa, en los cuerpos y el pelo de la Santa Infancia. La peste y el humo. El humo y la peste.

El basurero se llama Koshe (literalmente, suciedad o basura), y, por extensión, el barrio crecido a su alrededor también. Pero originariamente se llamaba (y se llama todavía así la rotonda de la Ring Road), Ayer Tena. En amárico: “el aire de la salud”. Yo esto lo contaba siempre en los momentos en que la peste era más fuerte y la gente se meaba de la risa. Yo también.

Soñaba con hacerme una sesión Trash The Dress con un tutú en la cima de Koshe. Estos días sueño la sonrisa de Serkaddis, cuando llegó del Wollo, cuando entró en Koshe. No recuerdo ni siquiera con claridad el resto de ella, ni a su hermana, de la que sólo recuerdo el nombre. Recuerdo su sonrisa tímida. Serkaddis no se murió la semana pasada. Empezó a morir hace seis años, cuando se bajó con su madre y su hermana del autobús, y decidieron que, siguiendo los pasos de sus paisanos, vivirían en Koshe. Igual que Kiddist. Igual que otras decenas de personas. Igual que todo ese barrio, que fue mi casa y que recuerdo con inmenso cariño. Todo él. El mercado, la Ring Road, el Alert Hospital, el barranco de detrás del Alert, las calles de barro, el fango, los mendigos, los leprosos, las familias medio bien que habían recibido tierra para construir en esa esquina de Addis Abeba, Koshe, Koshe, Koshe. Leprosario, campo de refugiados, basurero. Y tumba.

“¿De dónde eres?”, les preguntaban a mi Santa Infancia en los hospitales. “De Koshe”, respondían, orgullosos, porque era ciudad. Ciudad de mierda. Eso, pobres, nunca lo decían.

 

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Ago 02

IDEAS SIN RUMBO… (2)

Post Anterior: ideas ¿sin rumbo?

Un día fuimos a visitar a una ex Señora Vulnerable. Pasábamos por la puerta de su casa, y mi compañera de trabajo me pidió que entráramos, porque había parido hace poco. La nueva nena, que se llama igual que mi Nena, tiene un mes. “En cuanto pueda, se la doy a alguien”. Los dos hijos mayores de los seis que ya tiene esta señora están ya con otra familia en Addis. Familia de la que la señora sabe poco o nada. Supongo que volverá a saber cuando echen a sus hijos de casa.

Al poco de mi llegada el proyecto, una Señora Vulnerable abandonó a sus cuatro hijos. Vació la casa donde vivían, quemó el colchón infestado de chinches, los dejó a cargo de distintos vecinos sin dar muchas explicaciones, y se piró diciendo que se iba a los países árabes para no volver más. La llamamos por teléfono varias veces, suplicándole que volviera, hasta que empezó a no responder. O a colgarnos en cuanto escuchaba la voz de sus hijos. “Es la línea, que se ha cortado”, les decíamos.

En aquella tesitura, me dirigí a los servicios sociales de la ciudad. Los niños eran dos chicos de 13 y 11 años, ya con experiencias de vida en la calle, y dos niñas de cuatro y siete. Mi plan de acción: internar a los chicos en un proyecto y dar a las niñas en adopción. El plan de acción de los servicios sociales: esperar a que volviera la madre. “Ya no hay adopciones”, me dijeron. “Mentira podrida”, les dije yo. “Si no vuelve su madre, nos cogemos uno cada trabajador de esta oficina en nuestra casa”. Propuesta del siglo. “No necesitan un sitio donde dormir”, les contesté, “ya tienen un sitio donde dormir. Necesitan una madre”.

La señora volvió al cabo de cinco meses porque los de la inmigración ilegal la dejaron tirada en Addis Abeba. Llamamos a los Servicios Sociales para establecer un plan de reunificación de la familia. La madre se rebotó y los Servicios Sociales la metieron una noche en la cárcel. Lo juro. Su counselling: “si vuelves a abandonar a tus hijos, te volvemos a meter en la cárcel”. Flipa.

Tres meses después, los dos niños mayores están en la calle. Uno en Zway, otro en Addis. A las dos niñas se les ha pasado la fecha de inscribirse en el colegio, por lo que tendremos que pedir varios favores si queremos que se escolaricen con normalidad. Y pagarles todo porque el exiguo sueldo que su madre recibe a cambio de trabajar en los invernaderos apenas le da para pagar los múltiples préstamos que pidió para su viaje de la desesperanza. Han dejado de odiarla, o al menos en vez de odiarla abiertamente la ignoran pacíficamente. Siguen viniendo a mis brazos y pidiéndome que las acune como si fueran bebés de seis meses.

Leemos constantemente que ya no hay niños adoptables. Etiopía se declara públicamente capaz de atender a todos sus menores. Todo mentiras podridas. Lo que no hay son Servicios Sociales capaces de detectar situaciones reales de abandono y/o negligencia, con capacidad para retirar niños de sus familias, sea de manera temporal o permanente, y darles el apoyo que realmente necesitan. Pero que hay niños sin familias, niños abandonados, niños no queridos, niños desatendidos… los hay y son Legión.

Dice el gobierno que la adopción internacional da una imagen de pobreza del país. Al parecer, la lepra, la creciente presencia de niños de la calle, no sólo en Addis, sino también en ciudades pequeñas como la nuestra, y los niños constantemente desatendidos, no. Al parecer, la mentalidad que identifica “familia” con “lugar para dormir” es una mentalidad súper desarrollada.

En todas estas cosas pienso yo cuando veo a las dos hijas de la señora viajera, a la bebé que su madre quiere regalar. A la niña S., cuya madre le niega los antirretrovirales porque no quiere que nadie sepa que tiene Sida. Y tengo la certeza de que estarían mejor en otra parte. Y ese eslogan que dicen “siempre, siempre, lo mejor es la madre biológica” se me agrieta en la cabeza y en el alma. Porque todos tenemos la imagen de unas madres biológicas forzadas por las circunstancias, que con todo el dolor de su corazón abandonan a sus hijos para darles una vida mejor. Y no siempre es así. A veces, aun pudiendo recuperar a los hijos que mandaron como siervos a los nueve años, las Señoras Vulnerables eligen comprarse un televisor. A veces la circunstancia de no haber elegido ser madres, de haberlo sido a la fuerza, oscurece todo lo demás, nubla todo lo bueno que pueda tener una maternidad. Y en algunos casos son situaciones que no tienen salida, que no mejorarán jamás, con ningún tipo de asistencia. Son situaciones que sólo pueden traducirse en un sufrimiento para el menor.

Como digo, yo tenía claro que un niño siempre tiene que permanecer con su familia biológica, salvo en casos extremos de riesgo para el menor. Ahora me doy cuenta que entre el riesgo físico de muerte inminente y la satisfacción apropiada de las necesidades físicas y emocionales de un niño hay toda una gama de situaciones a medio camino que normalmente producen niños emocionalmente heridos y profundamente rotos. Y no tiene tanto que ver con el nivel económico de las madres, sino más bien con el background cultural y vital de estas señoras. Hay Señoras Vulnerables que adoran a sus niños, seguramente porque ellas también fueron niñas queridas. No son todas, y hay días en los que pienso que no son ni siquiera la mayoría.

Dicen que salen miles de niños cada año. Deberían salir millones.

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Nov 26

WORK IN PROGRESS

Aquí seguimos, de crianza en el gueter. Yo sé que más de uno me envidia, o, al menos, envidia a mi Nena, por esa oportunidad que me cuesta tantos supiros de crecer en su cultura y con su gente. Como ya expliqué, mi Nena cada mañana marcha al recinto donde vive la niñera, y se pasa las horas allí. No he encontrado guardería.

A las pocas semanas, intrigada, le pregunté a la niñera si podía ir un día a verla. Me contestó invitándome a tomar café un domingo por la mañana, junto a la familia que antes ocupaba el puesto que nosotras ocupamos ahora.

El recinto es un cuadrado de arena y piedras bastante amplio, circundado por casas de barro no demasiado desastradas. Mejor de lo que pensaba. Peor de lo que supongo recomiendan las revistas de temática familiar.

Lo más llamativo, era el cambio de conducta de la Nena en ese ambiente. Lejos de ser la Nena caótica y desordenada que es cuando está conmigo, allí se sentó con los demás niños alrededor del plato de injeera y comía shiro wot a las diez de la mañana con precisión y orden ejemplares. Acabado el plato, los tres niños hicieron la fila y se lavaron las manos, la cara y los pies. Siempre con una mano, como hacen los etíopes (en la otra mano aguantas la jarra para echarse el agua). Ni un grito, ni una voz. Si cuando yo le doy de comer, a nada que la comida esté caliente se lanza desaforada a gritar “¡¡¡¡quema, quema!!!” que parece que la estén quemando viva, allí apenas hizo una mueca mientras se bebía el té todavía humeante. Hasta levantaba el dedo meñique. Entiéndase que yo he dejado de ir a Misa porque me avergüenzo de mis habilidades como madre desde que la Nena se echó por encima los cacillos con el agua bendita de la entrada, entre gritos con mucha más alegría de la que me hubiera gustado para un momento tan serio como es la Consagración, para pasmo de todos los niños etíopes de su edad, que aguantan sin pestañear las dos horas de celebración. De ahí mi asombro ante esa niña que decía gracias y que, cuando llegamos, saludó educadamente casa por casa, llamando a todos sus ocupantes por nombre de pila.

Con resignación, pronuncié el diagnóstico: “decididamente, la Nena es más feliz aquí”. Mientras mis amigos me consolaban, una de las señoras, pensando que el poema de mi cara era porque estaba preocupada, me dijo ”no te preocupes. La cuidamos bien. Es nuestra niña”. Ya te digo.

Al final decidí abrazar el lado positivo del tema, que es que mi Nena va a una guardería informal donde aprende un montón de cosas todos los días. Y además me la devuelven con el pelo trenzado.

Algunos días después de la visita, la niñera decidió que teníamos que quitar el pañal a la Nena. La otra nena de su edad que vive en el recinto estaba también en pleno potty training etíope y la niñera decidió que mi Nena seguiría el modelo estándar: cada media hora, los mayores mandan a los pequeños a cagar (literalmente). Los nenes se acuclillan en círculo y están así hasta que han producido lo que tengan que producir. Tengo que decir que ha funcionado. Diez días más tarde, el pipí lo tenemos dominado. La caca, menos. Lo que no tenemos dominado es el concepto “váter”. Cuando tiene ganas, la Nena simplemente busca el lugar más próximo con hierba, se baja los pantalones, se acuclilla y mea. A mí no me parecía mal. Está graciosa, acuclilladita en mitad de la calle. Hasta que el otro día, finalizado el pipí, cogió una hojita del suelo y se limpió el culete con gran destreza. Muerta quedé. Cuando, minutos más tarde, usó otra hoja para limpiarse los mocos, decidí que tenía que poner freno a la crianza africana. Me la imaginaba en el baño de un Bachiller español preguntando a sus amigas con piercings dónde estaban las hojas para limpiarse el culo. O sacándose los mocos con la mano en el after y tirándolos al suelo o estampándolos en la pared, que es otra cosa muy etíope que también hace con alegría flamenca.

La Nena, qué duda cabe, será un cruce de culturas. Esperemos sólo que no sea un atasco. O una colisión.

prueben ustedes a adivinar quién es la Nena

prueben ustedes a adivinar quién es la Nena

 

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Jul 01

MALENTENDIDO

Hay una palabra que en amárico suena más o menos “akefechilign”. Mi Santa Infancia de la guarde la pronunciaba continuamente mientras alzaban los brazos en dirección a mí. Sabiendo por el sonido que era un imperativo en el que me solicitaban que hiciera algo por ellos, siempre lo traduje como “cójeme en brazos”.

Hace poco, un día tenía a la Nena en brazos, y alguien utilizó de nuevo una versión de esa palabra, cambiando persona: yo tenía que hacer eso a la Nena. “Ya la tengo en brazos”, respondí. La persona me sacó de mi error: no me pedían que les cogiera en brazos.

Me pedían que los abrazara.

Ocho años, y todavía no me entero de la mitad.

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May 10

La Nena y la Semana Santa

Estos días de vacaciones voy de trabajo hasta el cuello y más arriba. La Santa Infancia me echa una mano y, cuando tengo que trabajar en casa, se cojen a la Nena y se la llevan de festival religioso. Desde el Viernes Santo, cada vez que ve un velo blanco, se reverencia y pronuncia con gran claridad “Amen”. Tóma ya.
El caso es que la Santa Infancia anda estos días mosca con el tema de la educación religiosa de la Nena. Ellos están convencidos de que debería bautizarla en una iglesia ortodoxa. “Ella es abeshá”, señalan con rotundidad. De allí deducen que lo más lógico es que profese la fe ortodoxa. Dos y dos son cuatro. Mientras me explican estas cosas, yo piensDSC_0054o que tendríamos que ser más protestantes, y haberlos convertido a todos años ha.
Ajenos a mis indicaciones, han comenzado a evangelizar a la Nena. A lo bestia. La cocinera de la Santa Infancia ha dado instrucciones precisas: en cuanto me descuido, se la llevan. Coge a la Nena y se recorren el comedor, donde hay colgados varios cuadros de santos etíopes. Delante de cada uno, se reverencian ambas dos y dicen “Amen”. Cuando acaban la ruta, le da de merendar shiro-wot. Madre de Misericordia… Amen. Arcángel Miguel… Amen Y así.
Con esta preparación, cuando llegó el Viernes Santo, la Nena estaba plenamente concienciada. Yo no fui con ella porque, como digo, estaba currando. Así, con las mayores de la Santa Infancia, se metieron en nuestra parroquia que sigue a rajatabla el rito católico que es bastante igual al ortodoxo estos días. La Nena se pasó toda la mañana tirada por el suelo de la Iglesia, mientras los parroquianos procedían con sus reverencias penitenciales. Sólo que dicen que la Nena hacía mucha gracia, porque pone el culo en pompa, y de vez en cuando gritaba “Amen”, y claro, a los demás se les escapaba la risa. El párroco no estaba todo lo contento que hubiera debido por la presencia de la Nena en un acto tan ceremonial.
Sólo salieron de la Iglesia para cambiarla y ponerle las manoletinas con un vestido monísimo de pana que tiene y una camiseta del decatlón que colisionaba cromática y estilísticamente con todo lo demás. Por supuesto, le plantaron hasta el netelá (velo blanco).
“Ha aguantado toda la mañana”, resumieron cuando me la devolvieron a la hora de comer. “Deberías aprender de ella”, completaron.

 
En los juicios de adopción en Etiopía, el juez te pregunta si te comprometes a criar a tus hijos en el conocimiento y respeto de las tradiciones y la cultura etíopes. Tienes que contestar que sí. A mí, ya entonces, me daban ganas de contestar “qué remedio, señora, qué remedio”.

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Abr 08

LA NENA Y MI PRIMERA CAGADA

Al final, me convencieron. Les cuento: a mi Nena, en torno a Navidad, le crecían los rizos que era un gozo. Cuando volvimos a Addis, mi Santan Infancia (incluyendo las trabajadoras, que a veces se comportan como niños de preescolar), lejos de admirar mis logros, se limitó a señalar “los pelillos del final de la frente todavía le salen bastante finos. Tienes que raparla”. Y así, empezaron a dar el coñazo todos a una: que si luego le saldría un pelazo; que si total de cara es linda, qué más da si la rapas; que ella es etíope y a los etíopes se les rapa… Al final, accedí. “No te preocupes”, me tranquilizaron, “nos la llevamos a casa y tú ven en veinte minutos”.

Tengo que decir que la Nena no sufrió. Mientras una cocinera la rapaba, una niña le sujetaba la cabecita y otra le hacía carantoñas y chorradas. Cuando llegué, al cabo de veinte minutos, los rizos de la Nena estaban esparcidos por el suelo de nuestro salón. Tengo que reconocer que la habían pelado con gran habilidad, y sin hacerle ni un rasguño.

Estaba horrenda. Parecía E.T. Un marciano raro que me sonreía mientras jugaba con sus propios rizos cortados, como los cocodrilos de la granja de Arba Minch, que se comen las pezuñas y las cabezas de sus congéneres muertos. Y allí lo ví con claridad meridiana: primera cagada. Pobre nena. Parecía uno de esos niños madrileños que huían hacia Madrid al comienzo de la guerra civil, y que retrata Antonio Muñoz Molina en el libro que me estoy leyendo estos días. Daba una penica… (los niños de la guerra de Madrid y mi Nena).

Para consolarme, la Santa Infancia me ha enseñado a ponerle pañuelos en la cabeza. Para consolarme, y para que les perdone. Porque saben que se han aprovechado de mi debilidad de carácter para experimentar con mi Nena. Desde que llegó, se lo pasan bomba con ella. Han decidido por su cuenta y riesgo que la Nena tiene que seguir el modelo de crianza etíope, y en cuanto se la dejo más de diez minutos, me la devuelven oliendo a berberé, o a punto de la asfixia con granos de kolo, o tarareando Sora Sora, que es una canción tradicional que machaca los nervios que es un dolor. Al nuevo corte de pelo le ven como principal ventaja que ahora la Nena sí parece uno de ellos. Uno de los pobres, se entiende.

Será un milagro si la Nena sobrevive a su grupo étnico y social.

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Mar 05

DE VUELTA

Es mi primer día en el trabajo. T.  entra en la oficina, y comienza a mirar a un lado y a otro, buscando algo. La mayoría de la Santa Infancia, en un modo u otro, ya me ha saludado. Él, aunque me ha visto, no ha dicho nada:

_ ¿Puedo ayudarte?– le pregunto. Me gusta fingir que mi oficina es una oficina normal, y que yo soy la secretaria perfecta

_ La Nena… ¿dónde está?

_ En casa

_ Oí que estaba enferma…

_ Sólo fueron unos análisis raros,- le explico-, y nos tuvimos que quedar un poco más

_ Pero… ¿está bien?

_ Sí, está bien

_ ¿Y cuándo vendrá?

_ Luego la traigo

_ Vale… entonces me quedo para verla

Y así, cuando traigo a la Nena, T. recupera el control de la sillita de paseo, y, como ya hacía antes de Navidad, le da cien vueltas por el porche. A veces se para, y le dice cosas bajito en el oído. La Nena se ríe.

Estamos contentas de haber vuelto.

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Dic 20

LA NENA Y LAS LENGUAS

La Santa Infancia me la ha jugado. A traición y por la espalda.

Comenzaré el relato de mis cuitas diciendo que uno de los “puntos calientes” en mi recién estrenada maternidad son las lenguas. Los idiomas. Desde hace ocho años, mi vida profesional y personal se desarrolla en amárico, inglés e italiano. Prácticamente nunca en español. De hecho, cuando hablo en español, sobre todo al incio de mis vacaciones, cometo errores de guiri que constituyen siempre fuente de solaz y regocijo para mis amistades (algunas son algo crueles).

Obviamente, yo quiero que la Nena hable español como lengua materna. El nombre lo indica: lengua materna. De su madre. Mía. La estrategia más obvia, como se imaginarán, es hablarle siempre en español. Y allí estoy, que parezco una radio. Cuando me quedo sin conversación, le canto. He escuchado los Cantajuegos (soy una madre documentada), y, como no puedo evitar imaginarme el grupo de adultos lobotomizados cantando esas canciones, pues me dan bastante vergüenza ajena. Yo también escuchaba canciones infantiles de pequeña, pero entonces carecía de mi capacidad actual de análisis y crítica social. Como la Nena prefiere el organillo y el tambor, también le parecen sosos a ella. Así, entre libros y canciones (y Pocoyó) estamos con la granja y las partes del cuerpo. Empecé con la granja, pero es que luego me dí cuenta que la Nena no ha viso un cerdo o un pato en los días de su vida y le cuesta identificar el sonido con la imagen del cerdo o el pato. Vamos, no sabe lo que es un cerdo ni un pato y punto. Como brazos y piernas los tenemos más a mano, pues hemos cambiado lección.

El caso es que hace unos días, la Nena pronunció su primera palabra. Ulet. Quiere decir “dos”. En amárico. Cachis.

Investigando los orígenes de tan extraña elección, me dí cuenta de que cuando la Santa Infancia la ayuda a caminar le repiten and, ulet, and, ulet (uno, dos, uno, dos…) Y así, la Nena pasa siete kilos de la cargante de su madre y sabe decir ulet.

Inmune al desaliento, he tomado medidas. En menos de dos días, toda la Santa Infancia sabe ya decir “uno, dos”. Y ay de áquel que ose pronunciar en amárico los números mientras mi vástaga da sus primeros pasos.

Lo de los idiomas es una cosa que a la Santa Infancia le intriga bastante. Dan por supuesto que la vinculación burocrática con mi vástaga desencadena de forma inmediata y automática una capacidad especial en la Nena para hablar el español. Yo conozco niños de tres años que, puestos en la misma tesitura, hablan con fluidez tres idiomas. También conozco otros niños de tres años que, ante el caos de lenguas, acaban ladrando cuando se enfadan, o mezclando la estructura del amárico con el español (me “agusta” en vez de “no me gusta”, porque los verbos en amárico hacen el negativo poniendo una a delante).

A veces pienso que, si todo va bien, la Nena empezará a hablar sánscrito a los doce años. Antes de esa fecha, no pienso preocuparme.

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Dic 03

LA NENA Y EL PELO

Poco a poco, la Nena y yo nos vamos integrando en nuestra nueva vida. Un punto importante, obviamente, es la parte de nuestra vida que compartimos con la Santa Infancia. Como los excesos son, eso, excesivos, hemos empezado a tomar contacto poquito a poco, en los momentos en los que en vez de quinientos niños, pues sólo hay cien o doscientos.

La semana pasada estuvimos con M. y su niña de dos años, a la que todos llamamos Mita. En Etiopía las niñas pequeñas se llaman Mita y los niños pequeños Abush. Cuando creces, si tus padres se preocupan minimamente, deberías transicionar a tu verdadero nombre, pero hay quien se olvida, y se le queda Abush o Mita para toda la vida. Hago otro inciso para explicar que la Mita ha pasado dos años completos sin separarse de su madre, quien trabajaba sólo cuando la Mita la dejaba en paz. En los intervalos en los que su madre trabajaba, la Mita ha jugado sin descanso con un batallón de niños mayores que ella. Estoy convencida de que la infantita Leonor no ha crecido tan estimulada como la Mita. Como resultado de la larga baja maternal de su mamá, la Mita dejó el pañal antes de cumplir los dos años, y, algunos meses después, es capaz de expresar una gran variedad de opiniones y emociones con claridad. Están intentando enseñarle a tostar el café. Además, estos días está aprendiendo el significado de la palabra “celos”, porque se huele que la Nena le está robando el puesto.

_ ¿Qué tiempo tiene la Nena?– me preguntó M.
_ Mmmm… no sé, como un año y medio
_ ¿Y todavía no camina?– me preguntó de nuevo, mirando alternativamente a la Mita y a la Nena.
_ Esto… no- respondí sucintamente. Y M. que seguía comparando la Mita y la Nena, la Nena y la Mita. Anticipando el golpe, reaccioné –la Mita a esa edad ya caminaba, ¿no?
_ No, -me repuso dignamente- la Mita cuando cumplió el año ya corría y todo. Al año y medio ya contestaba el teléfono.

Es lo que tenemos las madres, que nos encanta tener razón. A los 35 y a los 18. Además de las opiniones de M., –“la Nena no te camina porque la tienes que coger sólo de una mano, no de las dos”-, tengo todas las opiniones del resto de la Santa Infancia, que aunque no tengan hijos, sí han criado varios hermanos. “Tienes que masajearle las piernas con vaselina al sol”, “no hagas nada, ya caminará cuando quiera”, “le tienes que hablar en inglés, sino nunca aprenderá inglés” (NO quiero que aprendar inglés, quiero que aprenda español, pero es que la Santa Infancia se olvida frecuentemente de mi nacionalidad y lengua de orígen), “¿pero no tienes dinero para ponerle mantequilla en el pelo?”. Como se ve, el modelo de crianza etíope está pensado o para hermanos mayores sin escolarizar o para madres que no trabajan. Aquí también, es materialmente imposible que te dé tiempo de hacer todo lo que se supone que tienes que hacer con tu hijo y su cuerpo (masajes, pelos, ejercicios varios…).

Lo del pelo me dejó muerta. Más que nada porque tenían un punto de razón: la cabeza de la Nena aparecía un poquitín descamada. Oh, Dios Mío. La tiña, pensé. “No, no es tiña, es sólo seco”, me dijo M., marisabionda ella. “Sólo tienes que cuidarla más”. Remató.

Después de dialogar con la señora G., ese ángel que vela por nosotras, ante mi negativa a ponerle mantequilla, vengo a saber que lo más de lo más para el cuero cabelludo de la Nena es el aceite de zanahoria. A 153 birr la botella, señores. En los días de mi Etiopía me he gastado yo ese dineral en un champú. No me ha quedado más remedio, porque me he dado cuenta de que el estado de la cabeza de mi Nena sirve como barómetro público de mis capacidades como madre de una niña abeshá.

Y que se joda la Mita, que el pelo le crece todavía a cachos porque siempre duerme en la misma postura. Yo a mi Nena la giro, para que le crezca uniforme. Seguro que eso a M. no se le ha ocurrido.

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Nov 11

MÁTAME

_ Kaktus, me quiero cambiar el nombre

_ No

_ Mi madre ya me ha dado permiso

_ Yo no te doy permiso

_ Pero si el nombre te va a encantar –arqueo la ceja, porque no es que me fascinen los nombres nuevos que se buscan, y lo saben

_ De ahora en adelante, me llamaré Ana Paula.

Toma ya.

Y así vengo a saber que lo que ahora está de moda en Etiopía son las telenovelas. Bueno, esto no es novedad, ya expliqué en su día  que la Ethiopian Television hace unas telenovelas de mearte de la risa. El cambio –creo- es que se han quedado sin pasta para producción local y han decidido comprar en el extranjero, concretamente en Televisa Land (México Lindo). Y así ahora el prime time etíope lo copan dos novelas mexicanas (convenientemente dobladas al inglés): Cuidado con el Ángel y La que no podía amar.

Mi Santa Infancia se ha dado al fenómeno fan con devoción ejemplar y, aunque yo paso siete pueblos de las novelas (y de la tele etíope en general), ellos, que se preocupan por mi integración en la sociedad que me rodea, me mantienen al tanto de las cuitas de Ana Paula y Marichui (les juro que El Ángel se llama Marichui).

De lo que he podido entender, Marichui está enamorada del doctor Juan Miguel (Hakim Huan Miguel para mi Santa Infancia), un chico decididamente demasiado joven para ser doctor de ningún tipo. Marichui fue violada de chiquitilla, y no puede amar. Ah, no, esa es Ana Paula. Marichui creo que era niña de la calle hasta que la descubrió el Hakim Huan Miguel. O algo así.

Con el tiempo, la Santa Infancia –que no es tonta- se ha coscado de mi falta de interés tanto en la vida de Ana Paula como de Marichui. Hasta que un día me pillaron con una canción de Jesse y Joy en el ordenador, que, aparentemente, es la canción de cierre de la telenovela de Marichui (ye Marichui sefen, para los avanzados en amárico). Y han decidido que mi sarcasmo encierra una pasión oculta. Y aquí me tienen, que todos los días me llegan con el relato completo del episodio.

Creo que al final Marichui sí se queda con el Hakim. Lo que no sé es cómo, porque el Hakim está casado con una que se murió pero que no está muerta.

El mundo cada vez es más chiquitico, mi reina

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