Tras mi último post, alguien podría pensar que soy una resentía y una negativa y una amargada. Seguramente tenga razón. También les aseguro que la gente que me rodea en mi realidad cotidiana piensa que soy irracionalmente optimista.
Si lo último fue un elenco de “aquellas pequeñas cosas que (…) hacen que lloremos cuando nadie nos ve”, hoy les ofrezco la lista de lo que más me fascina de esta cultura que me acoje en la actualidad.
Las manos.
A lo mejor no es un elemento enteramente cultural o definitorio, pero me pasaría horas mirando el modo en que los etíopes gesticulan o trabajan manualmente. A veces me quedo ensimismada mirando las manos de la gente que lava la ropa, o de las madres de mi Santa Infancia cuando intentan explicarme algo. No sé por qué. Creo que toda la dignidad que tienen puede concentrarse en esos pequeños gestos.
Risas mil.
Son divertidos. A lo mejor no de la misma manera que nosotros europeos, pero pueden ser muy divertidos. La gente de un cierto nivel cultural entiende el sarcasmo y la ironía. Aquellos que no llegan hasta ese nivel, en cualquier caso, son divertidos en su sencillez y en su dramatismo. Ejemplo: recientemente, en comemoración de Ginbot 20 (aniversario de la caída de Mengistu Hailemariam), el gobierno organizó una gran fiesta en Meskel Square. La Santa Infancia me anunció que en la escuela pública les habían ofrecido la posibilidad de ir a ver a Meles en directo:
_ ¿Y qué vais a hacer cuando tengáis a Meles delante? –, les pregunté
_ Le vamos a dar en mano el dinero para la presa del río Abay –que es una cosa que, si has asistido a todas las campañas de recolección del dinero, te parece muy graciosa si te pones a imaginar a todos los escolares de Addis Abeba en fila para darle sus diez birr a Meles para la presa del Abay.
Además, tienen la capacidad de reírse de ellos mismos, y eso siempre es un plus muy, muy importante.
Sensibilidad de bolero.
Les van las emociones fáciles y sencillas, por lo que es muy fácil comunicar conceptos fundamentales. Es fácil emocionarles o hacerles reír. También es fácil acojonarles o hacer que te tomen en serio. Es fácil provocar su complicidad o darles pena. Es un poco como vivir en una telenovela latinoamericana, pero no está mal. Si te dedicas a trabajar con la gente, prácticamente siempre sabes qué están sintiendo (que, ojo, no es lo mismo que saber qué están pensando). Y, como es fácil provocar emociones, es también fácil manipularlos usarlas en tu propio provecho. Todo el mundo sabe que el chantaje emocional es la base de la educación. Tienes que tener cuidado, porque si se emocionan demasiado, al final resulta que en vez de respetarte, viven acojonados, o que en vez de solidarizarse con una desgracia ajena, se deprimen, o que en vez de cogerte cariño, te adoren incondicionalmente. Y esto último, si no eres Alanis, no eres digna.
La desgracia abierta.
En nuestra sociedad (esa que celebra la Eurocopa), la mala suerte, la desgracia, la tristeza están mal vistas. Son incómodas. Cuando tú le preguntas a alguien ¿cómo estás?, la mayor parte del tiempo esperas que te contesten “bien, gracias”. Y ya. Quien más quien menos intenta camuflar sus penurias y aparentar una tranquila felicidad.
En lo relativo a los saludos, también los etíopes intercambian información estereotipada e inservible. Pero cuando la desgracia llama a tu puerta (o se planta directamente en tu salón) no tienes por qué avergonzarte. Nadie espera de tí un gran autocontrol. Cuando alguien cercano a ti muere, tienes todo el derecho a gritar y a mesarte los cabellos. Como ya expliqué, es algo cultural. Pero lo cierto es que cuando experimentas una pérdida brutal en tu vida, realmente querrías hacer eso: gritar hasta que estuvieras tan cansada que ya no sintieras nada. En Etiopía, puedes hacerlo.
Del mismo modo, compartes tus variadas tribulaciones. Si tu marido es un borracho, lo comentas abiertamente. Si tu hija hace dos meses que trabaja en un bunna-bet, todas tus vecinas lo saben. A lo mejor nadie te ofrecerá soluciones, pero, al menos, no tienes que esconderte. Y nadie te juzgará por eso.
Valorar el esfuerzo ajeno.
A poco que seas una curranta medianamente afanada, la gente lo valorará un montón. No digo que no sea por contraste con la paupérrima eficacia reinante en el ámbito laboral por aquí, pero el hecho es que puedes ser la peor persona del mundo que, si eres trabajadora, se te perdonará todo. Como está escrito en el best seller “vuestras obras os salvarán”.
Help! I need somebody.
Si vas cargada por la calle, recibirás una media de tres ofertas por minuto para ayudarte a llevar tu carga. Esto no sé muy bien por qué es, pero si te ven haciendo algo que requiere un esfuerzo físico, siempre se ofrecerán a ayudarte. Del mismo modo, si pides ayuda a desconocidos –por ejemplo, preguntar una dirección-, harán todo lo posible por ayudarte. Aviso para turistas: a veces esta ayuda se paga. Pero, si no eres turista, normalmente lo hacen desinteresadamente.
Hay muchísimas cosas más, como los mercados, el plástico, la capacidad de cargar camiones con cargas que superan varios metros el perímetro del camión o –siguiendo con el transporte-, los chicos que gritan la ruta en las furgonetillas de transporte urbano. Todo fascinating, tú.
Verdad tambien…
Pero en este momento la balanza se me esta inclinando para el lado del post anterior.
No ayuda tener cuatro hijos de vacaciones en casa, de los cuales 3 son abeshas muy cercanos en edad, algo asi como «The (evil) triplets of Ethiopia».
Alguna de las cosas de la lista me recuerdan a nosotros hace 50 años.