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Archive for marzo, 2014

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Mar 28

ORÍGENES

Las familias adoptivas que viven en el extranjero –al menos de lo que percibo yo- tardan varios años en ponerse a buscar orígenes. La lejanía física y todas las dificultades de emprender una búsqueda en un país que no es el tuyo actúan como excusas válidas que permiten retrasar el momento sin grandes cargos de conciencia. En muchos casos, deciden esperar a que sea el propio niño o niña quien inicie la búsqueda por su cuenta.

Como muchas otras cosas, esto tampoco me sirve a mí. Viviendo en el mismo país, sabes que cuánto más tiempo pasa, más difícil será buscar. Además, yo tengo experiencias y recursos que mi hija tardará décadas en adquirir.

Habrá gente que me diga que ya estoy tardando en volver al mítico Gondar a buscar los orígenes de mi vástaga. Que, en mi misma situación, ellos ya lo habrían hecho. No conozco a nadie que, en mi misma situación, lo haya hecho. La mayoría de las familias que conozco optan por esperar a que el niño/a/os/as sea grande y así emprender la búsqueda juntos.

Por el momento, lo único que hice fue diseminar mi número de teléfono en Gondar, dejando instrucciones en todos los sitios que habían conocido a la Nena de que, si alguien llegaba preguntando por ella, le dieran sin dudarlo mi número de teléfono. Me consuela pensar que, en este momento, es más fácil para la madre biológica de la Nena encontrarme a mí que encontrarla yo a ella. Ella podría hacerlo en una tarde.

Comenté todos estos pormenores con nuestra señora E., una señora de campo que trabaja con nosotros.

_ Ella no te buscará jamás- afirmó

_ ¿Por qué estás tan segura?

_ En el campo nos dicen que, si abandonamos a nuestros hijos, luego no podemos bascarlos. Dicen que es delito y que nos meterán en la cárcel.

Como ustedes habrán notado, primera persona del plural. Se lo hago notar. Me dice que, cuando nació su segunda hija, estaba sola y enferma. Al final, le faltó (o le sobró) el valor para abandonarla.

Y en esta confusión de vidas vinculadas por azar, por amor y por miseria, alguien tendrá que mover ficha por fuerza. Y me da que la única que puede hacerlo soy yo. Mi círculo personal de asesoras de la Santa Infancia no se pone de acuerdo. Algunas dicen que la madre de mi hija no merece nada, visto que la abandonó. La teoría se desmonta por si sola. Ni siquiera ellas pueden imaginar (todavía) la desesperación que envuelve a muchas mujeres. Otra opinan que me crearé un parásito de por vida, que se lanzará a pedir dinero y que la Nena se me deprimirá toda. Pero la verdad es que hablamos de una persona a la que no conocemos, que ni siquiera sabemos si está viva o no, y que puede ser que ni siquiera tenga la capacidad para pedir.

Y, como un invitado invisible, el miedo. El miedo de vincularte de por vida a alguien, el miedo a cargar a la Nena con algo que puede ser que no quiera, el miedo a decidir algo que, a lo mejor, debería decidir ella. Pero puede ser que, si no me muevo, ni siquiera tenga nada sobre lo que decidir.

Deshojando la margarita, se pasan los días.

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Mar 26

MADRES EN CUARESMA

En estos viernes de Cuaresma, por la tarde, con la Nena nos vamos al Via Crucis de la parroquia que tenemos en el mismo recinto (no todos podemos llevar a nuestros hijos a Eurodisney). Para los no versados en materia religiosa, decir que el Vía Crucis recuerda, a través de quince estaciones, el camino de Cristo hacia la Crucifixión y su Muerte. Obviamente, con la Nena no aguantamos ni hasta la Verónica (Sexta estación), pero nuestra presencia da un aire un poco más familiar al exiguo número de parroquianos que tenemos.

Desde hace ya tiempo, para mí la Pasión no es el misterio de la muerte de Cristo. Es el misterio de una Madre que pierde a su Hijo. Esa, me parece a mí, es la gran tragedia de la muerte de Jesús: su madre, que ve cómo matan a su Hijo y no puede hacer nada. Tienes que creértelo mucho para aceptar que tu Hijo está muriendo por algo tan abstracto como los pecados del mundo.

Aunque las agencias de cooperación al desarrollo seguramente no compartan mi visión, considero que el nivel de progreso de los pueblos debería medirse por la capacidad de las madres para mantener con vida a sus hijos. En Etiopía, como lo era en España hace algunas décadas, es normal perder a un hijo. Si tienes seis, sabes con meridiana certeza que alguno no sobrevivirá. Así el luto por los niños pequeños es bastante ligero: si tienen menos de cinco años, muchas veces ni siquiera los entierran en un cementerio: los envuelven en el netelá y se van al monte a enterrarlos. Por eso, durante los primeros cuarenta días de vida, ni siquiera tienen nombre. Por eso, cuando se tienen gemelos, se amamanta siempre primero al mismo, al que parece más fuerte, para asegurar que al menos, uno de los dos sobrevivirá.

En España, la muerte de un hijo, sencillamente, acaba también con la vida de la madre. Es El Horror. Lo peor que te puede pasar. Sin paliativos. Cuando tienes un hijo, lo sabes: si él o ella se muere, tú también lo harás. Puedes seguir viviendo, y seguramente lograrás que parezca que sigues viviendo. Pero no. Una parte de ti, esa gran parte de ti, morirá con él o ella. A mí, desde que llegó la Nena, me pasa que no soy capaz de ver películas o series donde muere un hijo. Ya me he quitado de Glee.

Me impresiona cómo la miseria redimensiona todo. Cómo puede volver aceptable un hecho tan terrible como es la muerte de un hijo. Cómo el ser humano, en ese instinto de supervivencia que es más fuerte que cualquier consideración cultural o religiosa, llega a aceptar que los hijos pueden morirse.

Yo sí aplico este indicador en mi trabajo: si incremento la capacidad de las madres para mantener con vida a sus hijos, me daré por satisfecha. “No perdí a ninguno de los que me diste”. Yo sí he perdido a alguno, y allí es el vacío absoluto, el fracaso sin paliativos. Porque todas las madres del mundo deberían poder mantener a sus hijos con vida. Y porque nosotros deberíamos, al menos, conseguir que todos vivieran.

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Mar 25

CONSEJOS PARA VOLUNTARIOS DE VERANO

A ustedes no se lo parecerá, pero el verano ya llegó. Nosotros, como muchos otros proyectos, empezamos a recibir solicitudes para pasar el verano con nosotros. Si en años anteriores me permití presentarles una tipología del voluntariado, este año me desmarco con algunos consejos y/o observaciones que harán la estancia de los voluntarios más fructífera:

  1. Seguramente no tendréis Internet y puede ser que tampoco teléfono. Haceos a la idea. Como ya apunté en su día, si necesitas hablar con una persona cada dos días, a lo mejor deberías estar pasando el verano con ella. Todo el mundo viene súper concienciado sobre culturas tribales, tamborileo y percusión, y estampados coloridos, pero nadie parece haber asumido que hay lugares en el mundo en los que, simplemente, no hay cobertura. O no hay agua. O no hay luz. Y, por cierto, la gente que ya vive allí no es tu secretaria ni tu cabina de teléfono. Al final del verano nos llegan unas facturas de cagarte, y nosotros somos voluntarios todo el año, ergo no tenemos ni un puto duro para pagar esas facturas que, by the way, no son nuestras. Tampoco nos gusta que nos hagas perder una mañana buscando postales, oficina de correos y sellos. No te has ido de vacaciones a Roma. Y cambiarte la foto de perfil del Facebook puede esperar un mes (y hasta toda la vida). Desconectarte, centrarte en lo que tienes delante, te ayudará a que verdaderamente la experiencia de verano te sirva para algo. Tienes todo el año para contarlo. Como corolario diré que abrirte un blog donde te comprometes a actualizar todos los días puede ser una promesa que no consigas cumplir. ¿Vas a escribir un blog o a trabajar?
  2. Trabaja con lo que tienes. Si tienes puzles, haz puzles. Si tienes piedras, piensa juegos con piedras. Sí, dibujar camisetas es más divertido que hacer un puzle, pero puede ser que no haya colores para tela, o que no sean los que tú quieras, o los que tú sabes usar o los que duran más sobre la tela. Sé apañado e imaginativo. Si tienes la posibilidad de preveer qué actividades vas a desarrollar, tienes al menos 20 kilos de maleta para llevar lo que necesites. Y, si no puedes llevar lo que necesitas, significa que tendrás que pensar en necesitar menos.
  3. Miss Niño Encantador del Verano. Es casi imposible pero, en caso de que vayas a un proyecto con niños, intenta no privilegiar descaradamente un niño sobre los demás. No es tu hijo. Dentro de un mes, no volverás a verlo en la vida. Es más el daño que le haces (luego no tendrá esa atención, y se resentirá) que la alegría de compartir treinta días contigo. Entiende que muchos proyectos tienen que pensar en el conjunto de niños que acuden al proyecto. Sería maravilloso que pudiéramos satisfacer todas las necesidades emocionales, materiales y educativas de todos y cada uno de nuestros niños, aprovechando sus particularidades y potenciando sus capacidades. En la práctica, semejante grado de individualidad es imposible. A lo mejor a ti te parece un Einstein incomprendido, pero seguramente todos los niños del proyecto, vistos de cerca, son genios. Siempre vas a llevarte mejor con unos grupos que con otros, es normal, pero intenta que no sea un solo niño.
  4. Tú lo vales, aunque no des nada material. La tentación fundamental es dar zapatos al que va descalzo, y un jersey al que va en camiseta. Coger tu Niño Favorito del Alma y ducharlo y vestirlo entero, y llevarlo a pasar la tarde a un centro comercial. ¿De verdad piensas que los responsables del proyecto no se han dado cuenta de que el niño va descalzo? Dar zapatos es súper fácil. Lo difícil es conseguir que el padre se quite veinte birr de alcohol para comprar zapatos a su hijo. Y seguramente el proyecto está trabajando en ello. No te metas. Si quieres dar algo, dalo a los responsables del proyecto que se ocuparán de distribuirlo a quien más lo necesita. Los más sucios no son los más pobres, sino los que menos se lavan. Estás premiando la dejadez y castigando al que se remienda los pantalones. Y, sobre todo, estás incentivando que todos los voluntarios sean evaluados por su capacidad de dar cosas materiales. Sé honesto, ofrece lo que eres. Toma el camino difícil y trata de pensar que, como persona, tienes valor sin necesidad de dar nada material a nadie. Cree que tu servicio es mucho más que dar zapatos.
  5. No juzgues. Nadie es perfecto. Como espero que haya quedado claro en este blog, quien pasa aquí todo el año se enfrenta cotidianamente a sus debilidades y sombras. Muchas de las decisiones del proyecto tienen motivaciones que en un me no alcanzarás ni siquiera a vislumbrar. Se basan en relaciones y trabajo de años. No pretendas, en quince días, saber todo lo que yo debería saber pero que, en ocho años, todavía no he conseguido averiguar. Observa todo lo que puedas, intenta ser lo más compasivo posible, y trata de entender a quien, al final, es la persona que se quedará aquí cuando tú estés en casa actualizando tu blog. Que vivamos en un país africano, o que hayamos decidido dedicar nuestra vida gratuitamente al servicio de los demás, no nos convierte en seres perfectos. Podemos ser igual de rastreros y mezquinos que el resto del mundo. A veces lo somos. Si fueras a hacer prácticas a una empresa, no esperarías que tu jefe fuera la Madre Teresa. Hay quien espera que nosotros lo seamos, y, obviamente, rara vez estamos a la altura de las expectativas. Hay menos héroes de los que parece. Y, por cierto, en un conflicto entre un voluntario y un trabajador, puede ser que el proyecto le dé la razón al trabajador y no al voluntario. Si uno de prácticas se pelea con la secretaria, puede ser que la empresa le dé la razón a la secretaria. O puede que no, si no la tenía. Pero, desde luego, no asumirá inmediatamente que el de prácticas tiene razón.
  6. No eres un turista. Puede ser que te pierdas la visita al monumento nacional de país en cuestión. Puede ser que nadie quiera llevarte a ver campos de refugiados (no son Disneylandia), o puede ser que te pases todo el mes sin salir del recinto del proyecto. Un mes es poco tiempo, va a haber muchas cosas que te quedes sin ver y sin saber. Pero, ¿has venido a ver o a trabajar? Los responsables del proyecto tienen como responsabilidad principal la gestión del proyecto, no la gestión de los voluntarios. Es su deber darte algo que hacer, pero no es su deber enseñarte todos y cada uno de los rincones del país. Si quieres ser turista, viaja como turista. Y, por cierto, salvo que los proyectos se incluyan en un circuito de turismo “solidario”, tener visitantes es siempre una carga. Si todos los visitantes de Calcuta van a visitar la casa central de las MOC, no sé cómo puñetas pueden acoger visitantes y trabajar. Y, salvo que seas japonés (y en ese caso estamos hablando de una pulsión patológica), no hace falta que saques fotos las 24 horas del día.
  7. No salvarás ninguna vida. Hazte a la idea. Vienes un mes. En una empresa normal, te dejarían, como mucho, contestar al teléfono la última semana de tu período de prácticas. No pretendas tener la responsabilidad total del proyecto en un mes. Tampoco pretendas que se organicen actividades exclusivamente para que tú te sientas realizado y útil. Puede ser que exista la posibilidad (hospitales que se dedican exclusivamente a cirugías oculares durante una semana) o puede que no, pero, en cualquier caso, la validez de una actividad la determina el grado de servicio que se ofrece a los beneficiarios del proyecto, no lo bonitas que le queden las fotos al voluntario. Tampoco pretendas resolver la vida de todos los beneficiarios en un mes. Seguramente, ni siquiera llegarás a conocer todos los nombres. Y si en España al hijo de tu vecino no se te ocurriría darle antibiótico si no eres médico, en Etiopía tampoco lo hagas. Todo el mundo tiene derecho a servicios de calidad. Si no eres enfermero, mantente alejado de la enfermería, y deja que los responsables del proyecto hagan lo que sea que hagan normalmente cuando se presenta una emergencia médica. No hagas cosas que obviamente requieren una actuación profesional si no eres un profesional (aquí incluyamos el conducir camiones o tractores o vehículos de más de treinta asientos si no lo has hecho en tu vida. Si en España ni se te ocurriría asumir la responsabilidad de conducir un autobús de sesenta plazas cargado de niños, no lo hagas tampoco en África. La responsabilidad es la misma, pero el seguro es peor, sobre todo si tu carnet de conducir no es válido en el país).
  8. Escoge el proyecto adecuado. Busca el proyecto que más se ajuste, no sólo a tus capacidades, sino también a tus creencias. Si te pasas todo el año despotricando como un loco sobre la Iglesia Católica, no te vayas con monjas en verano. No digo que a los proyectos de iglesia católica sólo puedan ir voluntarios católicos practicantes (de hecho, en nuestro proyecto no es así), pero, al menos, tiene que ser gente que no odie a la Iglesia Católica. No es tanto pedir.
  9. Entiende que de vez en cuando te dirán que no. Ningún proyecto puede acoger a todos los voluntarios que lo solicitan. Ningún responsable de proyecto puede decir que sí a todas las ideas que tengan los voluntarios. Aunque tú te ofrezcas de buena fe, aunque a ti te parezca que es beneficioso para todos, intenta entender que a lo mejor el proyecto no está preparado para acogerte o no puede garantizarte una experiencia que sea mínimamente útil tanto para ti como para el proyecto.
  10. Que no se acabe en el otoño. La finalidad fundamental de acoger voluntarios a tiempo breve, salvo que se trate de trabajos concretos (ingenieros que vienen a construir un puente, doctores que viene para una serie de cirugías, gente que viene para impartir un curso…) es reducir la distancia física que separa el proyecto de sus simpatizantes y/o donadores. Aunque estemos en continentes distintos, una finalidad de nuestro proyecto es también sensibilizar en Europa sobre la necesidad de un cambio que favorezca a los más pobres. Ayúdanos a conseguirlo. Si vuelves a casa y nunca más participas en ninguna actividad relacionada con desarrollo y sensibilización, date cuenta de que esa experiencia habrá tenido más de egoísmo (te habrás limpiado la conciencia) que de otra cosa. No hace falta irse al África para hacer voluntariado. A dos pasos de tu casa seguramente hay una sede de Cáritas o de cualquier otra organización que puede ofrecerte experiencias de voluntariado. Eso sí, las fotos quedan peor en Facebook. Allí, como todo, depende de lo que estés buscando. Y de lo que estés dispuesto a ofrecer.
  11. El servicio de las pequeñas cosas. Lo más útil que pueden hacer los voluntarios a tiempo breve suele ser pequeños servicios: presencia en el recreo, organizar juegos, pintar paredes, limpiar ventanas que no se limpian en todo el año, ordenar almacenes… No hay servicios o trabajos pequeños o grandes, sino personas pequeñas o grandes. Lo que hagas, hazlo lo mejor que puedas. A lo mejor no es el trabajo de tu vida, pero recuerda que sólo vas a hacerlo durante un mes. No tiene por qué cambiarte la vida (aunque puede que lo haga), sólo tiene que servir a alguien para estar mejor.

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Mar 23

VEINTE AÑOS

El otro día, unas monjas italianas que trabajan en el mítico barrio de mi Santa Infancia, me contaron esta historia. Comienza en 1994. El barrio había sido transformado de leprosario a campo de refugiados (no todos podemos nacer en Manhattan). Los etíopes residentes en Eritrea, así como las familias mixtas (la mayoría militares que se habían juntado con mujeres eritreas, o mujeres etíopes con maridos eritreos) fueron expulsados por el gobierno eritreo y el gobierno etíope decidió plantarlos en Mekanissa.
Un día cualquiera, a la puerta de la pequeña misión de estas monjas, llegó un señor no del todo joven, con un bebé en brazos. Era una niña y, según el señor, la madre había fallecido al dar a luz. El señor quería abandonarla porque no podía criarla solo. Las monjas, como siguen haciendo hoy en día, se negaron a aceptar el abandono. La niña tenía síntomas evidentes de desnutrición y deshidratación, por lo que creyeron que llevaba varios días sin madre que la amamantara. Le propusieron al señor quedársela durante el día y que él por la noche fuera a buscarla para que durmiera con el resto de la familia (había varios hermanos y hermanas). Además de la niña, las monjas se comprometieron a acoger durante el día a una de las hermanas de siete años.
Después de varios meses, el acuerdo se reveló abiertamente ineficaz: el señor no cumplía con su parte del trato (no pasaba a buscar a las niñas) y la hermana, que en teoría debía ayudar a criar al bebé, era demasiado pequeña para hacerlo. Ante la insistencia de este señor, las monjas contactaron otra congregación que sí se dedicaba a las adopciones y el bebé, de aproximadamente un año y medio, se fue a Italia con su nueva familia, después de que el padre biológico firmara los pertinentes documentos.
La sorpresa de las monjas fue mayúscula cuando, algunos meses más tarde, el padre biológico apareció con otro bebé. La madre no había fallecido, sino que estaba ingresada en un hospital psiquiátrico. Las monjas apoyaron también a este segundo bebé. Como era chico, el padre aceptó quedárselo.
Algunos años más tarde, el señor empezó a meditar su decisión de dar a su hija en adopción. Fue a las monjas, exigiendo la vuelta de la niña, pero, obviamente, era demasiado tarde. Enfados, gritos y frustración mil.
Hace un par de semanas, llegó un coche a la misión. De él bajó una chica de unos veinte años. La limpiadora más antigua, exclamó inmediatamente: “es la hija del señor G.”. Y sí, era ella.
La bebé que se fue de Etiopía creció. El rebote adolescente lo focalizó en su familia adoptiva, y así lleva varios años convencida de que fue una niña robada (sí, estoy simplificando el rebote). Volvía a buscar sus orígenes en este barrio perdido.
La limpiadora se erigió en investigadora privada y se comprometió a localizar a la familia biológica de la bebé, afirmando que estaba convencida que seguían en el barrio. Y así, una semana más tarde, se produjo el reencuentro entre los padres biológicos, algunos de los hermanos y la bebé. El señor le dijo que él había pedido a Dios volverla a ver antes de morir, y que Dios se lo había concedido. Las monjas le explicaron su situación antes de la adopción. La bebé expresó su alegría al saber de dónde venía: aparentemente, llevaba años convencida de que había sido abandonada en la calle, de que cuando nació nadie la quiso. Según dijo, el saber que venía de una familia, que alguien había querido para ella un futuro mejor, que su familia biológico era consciente de la adopción, le servía para llenar el vacío de pensarse abandonada. Allí las monjas estuvieron bastante hábiles y le presentaron la situación en un conveniente blanco y negro: “papá no podía alimentarte, y quiso lo mejor para ti”, olvidándose de que el siguiente hermano sí permaneció con la familia y de que, en su momento, al padre se le habían ofrecido otras alternativas que le hubieran permitido conservar a su hija y que no tuvo la voluntad de continuar.

Esa noche la bebé habló con su madre adoptiva, y consiguieron cerrar algunas heridas abiertas. Aparentemente, se dio cuenta de cómo hubiera sido su vida en caso de haber permanecido en Etiopía. Seguramente, aprendió que podía considerarse afortunada porque mucha gente, en distintos momentos, quiso lo mejor para ella. Entre todos los materiales que conservaba, había un viejo video en VHS donde una monja la acunaba en brazos. Inmediatamente reconoció a esa monja, con bastantes canas de más. La misma monja, la misma cocina de barro, el mismo amor para con los últimos, los mismos brazos todavía tendidos. Y habrá quien crea que en la Iglesia Católica todo es Banca Vaticana.

Varios días más tarde, la bebé celebró el día previo al inicio del ayuno cuaresmal con su familia biológica. Pasó todo el día con ellos. Vino incluso otra hermana que vive en Nazret. Después, pasó un mes de voluntaria en un orfanato en el Norte. Aparentemente, iba para esteticien, pero ha decidido retomar los estudios y tratar de hacer algo relacionado con Trabajo Social.

La bebé no pasó a despedirse de las monjas, pero su madre adoptiva sí. Les agradeció en el alma toda la información y la charla con la bebé. A las monjas lo que más les impresionó fue esto último: cómo la madre adoptiva había, en todo momento, priorizado los deseos y necesidades de su hija. “Todo lo hizo por amor a su hija”, concluyeron, y volvieron a sus miserias y a sus miserables.

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Mar 10

DESPERATE HOUSWIFE

Uno lee este blog y le parece que mi vida es súper interesante, que vivo siempre en una intensidad emocional brutal, y que el peso del mundo descansa sobre mis hombros. Al menos, esa es mi intención. Así que el post de hoy les va a decepcionar. Mis cuitas de hoy se reducen a una sola: estoy sin babysitter. Y al borde del colapso.

La señora que nos ayuda habitualmente tiene a su madre enferma. Cosas que pasan. El problema es que la enfermedad fundamental de la madre es que tiene 80 años. Y eso no se le va a pasar ni hoy ni mañana. Ustedes dirán que soy despiadada, pero no. Soy tan encantadora que le dije: “no te preocupes, tómate tu tiempo, lo importante ahora es tu madre. Yo ya encontraré a alguien” Never mind, I’ll find someone like you, que diría Adelle. Ya. No sabía yo lo que estaba diciendo.

Después de pedir consejo a múltiples personas, llegó a nuestras vidas Abebayew, una chica joven. Ya el tercer día se presentó a mediodía, alegando que estaba enferma. Se le había infectado un pelo en la pierna. Yo he trabajado normalmente con pelos infectados en las ingles. Tuve que medicárselo, para asegurarme que viniera el día después. No la mandé a paseo porque a la Nena le caía bien. Tenía unas tetas enormes que a la Nena, aparentemente, le daban seguridad. Lo sé porque desde entonces no hace más que mirarle las tetas a todo el mundo y, si le dejas, aposenta la mano entre ellas. Así, calentita.

Una semana después, Abebayew se tomó otro día libre. El pelo infectado se le había curado, pero le habían entrado a robar en casa, y tenía que ir a la policía a poner la denuncia. O eso dijo. Otro día perdido.

Abebayew nos avisó el sábado de que hoy, lunes, no vendría. Dijo que le dolía la cabeza. Por otras fuentes he sabido que ha encontrado otro curro, pero ella me dijo que le dolía la cabeza y que seguramente el lunes también le iba a doler. Yo iba a contestarle que ni yo era su marido, ni quería sexo con ella, pero no lo hice y la dejé marchar.

El domingo encontré otra señora que hoy ni siquiera se ha presentado. La Nena ha estado toda la mañana llorando, y creo que echa de menos las tetas de Abebayew. Mira las mías, y rompe a llorar (estoy bastante, bastante menos dotada que Abebayew).

Y así las cosas, he puesto a la Nena a dormir, y me he dado a la vida de la perfecta Housewife. Ya me he visto dos episodios de Modern Family y este es el tercer post que escribo (la Nena duerme mucho). ¿Trabajar? Las señoras bien y las babysitters estamos exentas.

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Mar 08

RUSO PARA POBRES

Cuando era pequeña leí un cuento que estaba contenido en una antología para niños de cuentos populares rusos. Se narraba la historia de un señor rico que pasaba todos los días delante de un mendigo. Un día, queriendo ayudar al mendigo, le compró una vaca. Varios días más tarde, se volvió a encontrar con el mendigo que había retomado su actividad mendicante: la vaca había muerto. El señor rico, inasequible al desaliento, le compró entonces una casa al mendigo. Varios días más tarde, encontró al mendigo en el mismo punto de mendicidad: la casa se había quemado. Así, el rico optó por la vía más directa, y le dio un caldero lleno de oro. Al día siguiente, lo encontró muerto: unos ladrones le había robado el oro y lo habían matado. Como el rico se preocupaba por él, le pagó el funeral. Al embalsamarlo, le encontró en el bolsillo una nota que decía: “yo pobre lo quise, tú rico lo quieres. Resucítalo si puedes”. La firmaba Dios.

La misma antología te explicaba la moraleja diciendo que este señor rico había intentado cambiar lo que era la voluntad de Dios, y por eso había fracasado. No entraré aquí en la crueldad de ciertos libros que leíamos de pequeños, pero el hecho es que aquel relato se me quedó grabado. Cuando lo leí no me paré a meditarlo demasiado, fundamentalmente porque no debía de tener ni diez años, y esa edad me parecía que todo lo que se decía en los libros, desde la Biblia hasta el Zipi y Zape, era Verdad Revelada.

Estos días sigo recordándolo, y sobre todo me cuadra el hecho de que fuera un cuento ruso: allí también son ortodoxos.

Z. tiene diez años y una malformación en las manos: tres de los dedos están unidos por el extremo opuesto a la palma de la mano. Aparentemente, bastaría cortar la unión y, aunque igual no perfectos, sí que tendría más capacidad para hacer cosas con esa mano. Sus padres son los dos seropositivos y, escudándose en eso, hace años que se niegan a trabajar y reciben ayuda de varios proyectos. En la parte positiva, eso debería dejarles bastante tiempo libre para dedicar a sus hijos.

Hace años que lucho con ellos para que vayan al centro de salud a que les hagan el volante para el hospital público del barrio, donde sí hacen cirugía ortopédica. Por el momento, nadie ha hecho nada y, conforme Z. crece, la mano más se atrofia. La semana pasada solicitamos cita para varios niños con problemas parecidos en un hospital privado. Hoy por la mañana, todas las madres con sus hijos tenían cita para venir a las siete. A las siete y media ha partido el grupo con un voluntario extranjero que conducía el coche del proyecto y los acompañará durante todo el día. Z. y su madre han venido a las ocho. Yo he llegado a las ocho y media, y me los he encontrado diciéndole a la enfermera que habían llegado tarde porque el grupo se ha ido a las seis, y ellos tenían hora a las siete. Allí he intervenido, y he puntualizado que realmente el grupo los había esperado media hora antes de irse. También he matizado que nosotros habíamos pedido la cita, poníamos el coche, el chófer, el acompañante y habríamos pagado la consulta. Ellos sólo tenían que llegar a tiempo.

“ Y entonces, ¿qué hacemos?”, me ha preguntado la madre. “Lo que hubieráis tenido que hacer hace años: os vais al centro de salud, que os hagan el volante, y pedís cita en el hospital del barrio”.

_No pienso hacerlo

_ Pues así se va a quedar el niño

_ Será la voluntad de Dios

Allí la he hecho pasar a la oficina (no me parece de buena educación gritar ourdoors), y le he dado la consabida charla sobre la confusión entre la voluntad de Dios y “no me sale de los huevos mover un dedo”.

A nadie se le escapa que una parte importante de las posibilidades de mejora de una persona, en cualquier ámbito, se basa en la capacidad para distinguir las oportunidades que se presentan y saberlas aprovechar en tu propio beneficio. Todo ello (ver las oportunidades, actuar para aprovecharlas…) requiere de un esfuerzo. Y ese es el problema por aquí: cuando pides un mínimo esfuerzo, a veces no lo encuentras.

Obviamente, no creo que la voluntad de Dios sea que esta señora sea estúpida integral o que su hijo tenga que pagar una y otra vez su falta de interés. La pregunta que queda siempre en el aire es: ¿hay que volver a intentarlo? ¿Tenemos que volver a intentar llevar al niño al hospital? Porque en el hipótetico caso de que sí se presenten a tiempo a una nueva cita, y de que el cirujano acepte operar al niño, el niño va a necesitar que alguien pase con él varios días en el hospital, y que alguien le acompañe a rehabilitación durante varios meses. Si no podemos garantizar la correcta rehabilitación, muchas de estas operaciones de cirugía ortopédica resultan dolor inútil para los niños. La opción que a su madre se le presenta como evidente es que nosotros nos hagamos cargo de todo. Pero es que yo trabajo diez horas al día y tengo también una hija, y ella y su señor marido, aunque tienen más hijos, se pasan los días mano sobre mano. Y el hijo es suyo, coño.

Y lo peor es que en estas situaciones las madres y yo nos envolvemos en una negociación absurda que tiene como moneda de cambio e instrumento de chantaje lo único que ellas tienen y que a mí me interesa: sus hijos. En los casos más extremos, la salud de sus hijos. Lo más peor de lo peor es que sé que ellas siempre llevarán la apuesta más lejos, llegarán más al límite, hasta que algo, la salud de sus hijos, o nuestra compasión, ceda al chantaje. A veces sientes que te encuentras pequeñas notitas en los bolsillos de los cadáveres de estas discusiones. Tus notitas dirían “¡pardilla!, has vuelto a caer”. Y a lo mejor también las firmaría Dios.

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Mar 06

LA NENA Y EL MANUAL

Soy una madre de manual. De manual de la madre desastre, se entiende. Para empezar, ya me he leído los dos libros: Duérmete niño y Bésame mucho. Error. Debería haberlo sabido, visto que los dos tienen títulos en imperativo. Soy de voluntad débil y tiendo a pensar que todo el mundo sabe más que yo. Los dos escritores (curiosamente, ambos dos hombres) te dan patrones bastante radicales –al menos desde mi punto de vista- sobre como criar a tu progenie. Ambos dos, como recordaba hace tiempo Madre de Marte, tienen legiones de seguidores y fans. Yo es que, desde que conseguí superar Beverly Hills 90210 (no por nada, pero eso ya era una serie, y ahora hay series bastante más basura), no he sido fan de nada. Los Backstreet Boys me pillaron un poquitín mayor, y a los One Direction no alcanzo ni a entenderles el pelo. A nivel nacional, Pereza me da eso, pereza, y el tío de El Canto del Loco me parece que tiene la expresividad de una piedra. Y que el pop-rock español cada vez me gusta menos. Como las series españolas.

Volviendo a los libros, ambos dos sugieren que, ante todo, la familia debe estar de acuerdo en el método a seguir. Y allí llego al primer problema. Yo, por mí, sería más bien Gonzalista. La Nena, en cambio, me ha salido Estivilista recalcitrante.

Empecé con Duérmete niño y, como ya dije, quedé bastante satisfecha. Gracias al orfanato, la Nena duerme como el bebé que es. Me deja siempre un par de horas libres después de comer y otra hora desde que ella se acuesta hasta que me acuesto yo. Así puedo dedicarme con calma a cosas que me satisfacen y me llenan como persona, como planchar. Para poderme apuntar a yoga o a pilates, la Nena debería dormir veinte horas al día y yo debería vestirla con sacos de plástico y darle de comer piedrecitas del recreo.

Luego me lancé con Bésame mucho y descubrí que mi Nena es profundamente desgraciada, porque ni la he amamantado, ni colechamos. Lo de dar el pecho (la biología me impediría amamantar eficazmente, salvo que la Nena se pasara semanas chupando ininterrumpidamente) hay quien lo propone como incentivo para el vínculo (se vinculará más mejor). La Nena ya tiene bastantes dientes, y cuando se emociona tiende a morder. Si la abrazo más de diez segundos, me muerde las orejas con pasión. Y ya en las orejas duele. Cuando le doy el bibe, que maneja de manera autónoma desde que la conozco, me sonríe con adoración.

Como soy madre primeriza, no quiero perderme nada de la experiencia maternal. Pero la Nena no piensa lo mismo, y rechaza dormir conmigo. Hemos mejorado, y ahora sí me soporta en la misma habitación. Las primeras semanas, si se despertaba por la noche, no se volvía a dormir hasta que yo me iba al sofá. Sí que me pide que la coja en brazos, pero, aunque estuviera diez horas con ella en brazos, no se dormiría. Quien viajó conmigo desde El Cairo hasta Madrid puede dar fe de ello. Para dormirse en mis brazos, primero tiene que pasar por todos los estadios posibles de frustración, estrés y enfado. Al final, como nada es eterno, se duerme exhausta.

Me consuelo pensando que Bésame mucho se basa en seguir las demandas de los niños. Si siempre tienen razón cuando solicitan dormir con los padres, supongo que no podemos contradecirlos cuando demandan dormir solos. Sé que el Dr. González me diría que es todo fruto de las rutinas del orfanato (donde, aunque no habían leído el libro, se ve que eran fanes de Estivill, lo cual te hace también reflexionar sobre la humanidad de este último método: es el que siguen en las instituciones, consciente o inconscientemente, luego es el más eficaz cuando no puedes atender como debieras a tu hijo), pero, siguiendo con el método del Dr. González, que compara frecuentemente la conducta infantil con la adulta, si a ti, de la noche a la mañana, una desconocida (simpaticona, pero desconocida) te forzara a dormir con ella sólo para satisfacer sus ansias de maternidad, igual te mosqueabas.

Así que la niña duerme en su cuna, a los pies de mi cama. A veces me tumbo al lado y, cuando se despierta, nos miramos a través de los barrotes y nos sonreímos. Como si estuviéramos en la cárcel. Mi Nena sonríe siempre por las mañanas. Yo no, pero estoy aprendiendo. Como a todo.

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Mar 05

DE VUELTA

Es mi primer día en el trabajo. T.  entra en la oficina, y comienza a mirar a un lado y a otro, buscando algo. La mayoría de la Santa Infancia, en un modo u otro, ya me ha saludado. Él, aunque me ha visto, no ha dicho nada:

_ ¿Puedo ayudarte?– le pregunto. Me gusta fingir que mi oficina es una oficina normal, y que yo soy la secretaria perfecta

_ La Nena… ¿dónde está?

_ En casa

_ Oí que estaba enferma…

_ Sólo fueron unos análisis raros,- le explico-, y nos tuvimos que quedar un poco más

_ Pero… ¿está bien?

_ Sí, está bien

_ ¿Y cuándo vendrá?

_ Luego la traigo

_ Vale… entonces me quedo para verla

Y así, cuando traigo a la Nena, T. recupera el control de la sillita de paseo, y, como ya hacía antes de Navidad, le da cien vueltas por el porche. A veces se para, y le dice cosas bajito en el oído. La Nena se ríe.

Estamos contentas de haber vuelto.

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