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Archive for abril, 2009

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Abr 29

NOCHE DE FIESTA (Y 3)

    En la pediatría encontramos un nuevo doctor que parece bastante enfadado por el hecho de que M. tenga trece años. Nos dice, en cualquier caso, que llamará al cirujano. Nos cierra la puerta de la consulta en las narices. Cuando la vuelve a abrir, nos comunica que M. no será operado antes de las seis de la mañana, por lo que podemos irnos. Antes de esa hora, dice, no habrá material para la operación. Después de esa hora, dice, tampoco puede garantizar nada. Las enfermeras nos miran con lágrimas en los ojos. La Doctora me llama por teléfono por enésima vez -ha estado siguiendo nuestro periplo a distancia toda la noche- y me dice que tenemos que conseguir que le pongan suero y antibióticos para ganar algo de tiempo. Pedimos esos cuidados, y el doctor nos dice que tenemos que irnos, que no podemos pasar allí la noche. Nos ofrecemos a llevar el material necesario, y el doctor nos dice que no aceptan material de fuera. Las enfermeras nos dicen que no vamos a conseguir nada, que M. no aguantará hasta la mañana, y que lo mejor que podemos hacer es probar suerte en otro lado. Sólo que ni siquiera ellas mismas saben decirnos dónde podemos probar, y el tiempo se nos acaba.

    La abuela de M. apuesta por tirar la toalla. “Habéis hecho ya bastante”, me dice, “vámonos a casa. No quiero que muera aquí”. No puedo prometerle que no se va a morir porque, francamente, empiezo a dudarlo un bastante.

    Vuelvo corriendo sola a las emergencias generales, donde les cuesta creer que no vayan a operarlo inmediatamente. No pueden hacer nada en contra de la opinión del cirujano. Me preguntan que qué pensamos hacer.
_ Probaremos en la B. Clinic
_ Sí, buena idea, allí tienen servicio de Emergency
_ También aquí hay servicio de Emergency. Dos. Y otro en el Kedus Paolos. Y dos más en el Black Lyon. I’m so fed up about emergencies.
_ Lo sentimos. Good luck.

    La gente que espera en la pediatría nos ayuda a montar a M. en la parte trasera del coche. Sigue vomitando.

    Llegamos a la B. Clinic. Es un centro privado. Como allí no hay distinción entre urgencias pediátricas y generales, no tenemos problemas. Llaman al cirujano de guardia (que está en su casa) y nos dicen que lo operarán por la mañana. Que, para pasar la noche, le pondrán suero y antibióticos. Nos garantizan que aguantará. Hasta que llegan los resultados de los análisis de sangre.

    Vuelven a llamar al cirujano, que llega en media hora. A la una de la mañana lo operan. A las dos sale del quirófano. El cirujano nos explica que el apéndice estaba ya todo infectado, pero todavía sin perforar, por lo que no ha sido demasiado complicado. La operación nos ha costado lo que media lavadora (aquí el sector lavadoras tiene unos precios bastante europeos). Nosotros podemos pagar.
Abba Libreto y yo decidimos volver al Yekatit para dar las gracias a las enfermeras que tan bien nos habían tratado, y para decirles que la aventura termina bien. Se emocionan un montón por el gesto. Llegamos a casa a las tres menos cuarto.

    A las siete y media me despierto llorando. No me despierto y lloro. Abro los ojos, y los tengo llenos de lágrimas. Lloro un rato, no sé muy bien por qué. Me levanto, me ducho y voy al centro. Hace un día precioso. Poco a poco, el sol y los niños me despiertan de la pesadilla. Salgo del cubo, de la oscuridad de ese patio, de los pasillos del cuartel sanitario. Consigo, por primera vez en muchas horas, levantar los hombros, estirar los brazos, mirar arriba. Me sacudo el frío y me alegro de estar viva. De que todos estemos vivos.

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Abr 27

NOCHE DE FIESTA (2)

    Llegamos al Yekatit, ubicado en un edificio que resume a la perfección el aire decididamente vintage que rodea a la sanidad pública etíope: todo parece recuperado directamente de principios del siglo pasado. El Yekatit, concretamente, parece un cuartel abandonado hace varias décadas, en el que un grupo de personas hubiera tratado de establecer, sin conseguirlo del todo, un hospital. Aroma de cotolengo y memoria de leprosería. Lo pilla el Vogue como localización y se soluciona un especial otoño-invierno.

    Son ya las diez de la noche. M. ha comenzado a vomitar con bastante frecuencia. Sigue caminando, aunque cada vez habla menos. El guardián de la puerta nos indica que, dada la edad del paciente, nuestro sitio son las emergencias pediátricas.
Llegamos allí y sacamos la card. Acude el doctor.
_ ¿Por qué está aquí? Tiene trece años. La pediatría llega hasta los doce.
Mierda, mierda y cien mil veces mierda.

    Abba Libreto se hace el simpático con las enfermeras y éstas, a su vez, con el doctor, que accede, al menos, a hacer los análisis pertinentes. Sangre y orina. Recogemos la muestra de orina en un baño con la luz fundida. M. mea mientras yo le alumbro con el móvil. Maravillas de la tecnología.

    Volvemos a la consulta y las enfermeras llaman por teléfono al doctor, que ha aprovechado para ir a cenar. El doctor informa de que no tiene ninguna intención de llevar nuestro caso y que debemos acudir a las urgencias generales del mismo hospital. Las enfermeras le hacen notar que en la pared -tal y como le habían mostrado antes- hay un aviso que dice que las emergencias pediátricas cubren hasta los quince años. El doctor replica -siempre por teléfono- que él no ha sido informado de ese aviso.

    Cruzamos el patio totalmente sumido en la oscuridad. Paramos dos veces a vomitar. Llegamos a las urgencias generales. La doctora y el enfermero de guardia nos informan de que nos hemos equivocado: con los trece años de M., nuestro sitio es la pediatría. Les explicamos nuestro largo periplo por pediatrías y general emergencies. La doctora se solidariza -entendemos que no es la primera vez que le pasa algo así- y nos dice que va a llamar al doctor que nos ha enviado erróneamente allí. Mientras esperamos a que vuelva, el enfermero nos dice que nos tranquilicemos, que el ala de cirugía es la misma para todos, que sólo están decidiendo quién lo envía a cirugía y que hay camas suficientes.

    M. ya no puede estar de pie, y el enfermero le deja tumbarse en una cama. M. dice que le duele mucho más que antes, y quiere llorar y no puede porque está completamente deshidratado. Su abuela y yo, cogidas de la mano, rezamos cada una al Dios que mejor nos parece.

    Vuelve la doctora, y nos dice que tenemos que volver a cruzar el patio en dirección a la pediatría. Que de allí nos mandarán a cirugía. Que si tienen alguna duda en pediatría, pueden llamar por línea interna, pero que no tenemos que volver allí. Como M. no puede levantarse, nos dejan una camilla con ruedas. Cruzamos el patio los cuatro: M., su abuela, Abba Libreto y yo. Tengo la sensación de estar en Cube: saltamos de un cubo al otro, cada uno es peor que el anterior, y los miembros más frágiles de nuestro equipo cada vez están más débiles. Es como una pesadilla: hace un frío que pela (le he dejado mi jersey a M. y voy en camiseta y pantalón pirata), y sumidos en la oscuridad empujamos una camilla de hierro por un patio sembrado de escombros. Sólo que no conseguimos despertarnos.

(continuará…)

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Abr 24

NOCHE DE FIESTA

Un número.
Una superstición.
Una mierda.

    M. empieza a vomitar a las cuatro de la tarde. En lo que esperamos a La Doctora, lo envío con dos de los mayores a hacerse un examen de heces. Tardan bastante porque M. se tiene que parar cada pocos metros a sentarse.
    A las cinco y media llega La Doctora. Primera hipótesis: apendicitis.
    Confiada en la pediatría del Black Lion, me pongo en camino. Nos lleva Abba Libreto.
_ Pues para ser apendicitis, se queja muy poco
_ Ya. Eso es lo que me da más miedo

    Entre preguntarme si estaba casada e intentar conseguir mi número de teléfono, el doctor de guardia apoya la hipótesis de La Doctora. Voy a sacar la card (un carnet que te dan en el hospital, y que indica que te han abierto una ficha hospitalaria).
_ Nombre
_ M.B.
_ Edad
_13 años
_ No puedo darle la card. No es pediatría. La pediatría acoge pacientes sólo hasta los doce años.

    Vuelvo a la consulta del doctor interesado en mi persona y le comento esta circunstancia. Él insiste en pedirme el número de teléfono. Intento negociar: mi número de teléfono a cambio de poner doce años en el expediente de M. No funciona. Me dirijo a General Emergencies. El doctor se queda sin mi número de teléfono.
Las General Emergencies parecen una maqueta de un hospital de campaña (considerando que hay hospitales de campaña infinitamente mejor equipados). Voy al único doctor que tiene varias docenas de expedientes encima de la mesa. Examina a M:
_ ¿Cuántos años tiene?
_ Trece
_ Entonces es paciente de pediatría
_ No -repongo-, nos han echado de la pediatría
_ Pues aquí no hay camas

    En la pediatría sí había camas. En la General Emergency, no. El doctor me aconseja que pruebe suerte en el Saint Paul (Kedus Paolos), y me escribe una referal letter (como un volante donde explica toda la situación). “Good luck”, me dice. A mí me vienen escalofríos, porque a los frenjis nadie suele desearnos good luck por aquí, dado que existe la creencia generalizada -no digo que equivocada- de que, en habiendo dinero, a quién le importa la suerte.
M. parece llevarlo bastante bien. Comunico a Abba Libreto nuestro nuevo destino, y acude a recogernos con la abuela de M. (la madre de M. se piró hace varios años al countryside). La señora me besa las manos.
Llegamos al Saint Paul. Explicamos nuestro caso. Viene una doctora a evaluar la situación.
_ ¿Cuántos años tiene?
_ Trece
_ Es un paciente pediátrico. Aquí no tenemos cirugía pediátrica.

    Le hacemos notar que la referal letter que llevamos procede de las urgencias generales del Black Lyon, y que, en cualquier caso, no le estamos llevando un niño de seis meses. Es un chaval de la misma estatura que la doctora. No hay manera. No hacen cirugía pediátrica. Nos recomienda un tercer hospital: el Yekatit.

(continuará…)

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Abr 21

EL DIABLO VA DESCALZO

    El otro día tuvimos sarao corporativo. Esto es, tras una intensa tarde de torneos varios y diversos, Brother D. y yo teníamos que presentarnos en el centro de la ciudad para una misa y su posterior cena. Mientras Brother D. acababa de ultimar unas cosas con la Santa Infancia, yo aproveché para vestirme de persona. Una vez maqueá, volví al centro a recoger a Brother D. y a ayudarle a ultimar sus cosas con la Santa Infancia.

    En el tema vestuario, todo hay que decirlo, la Santa Infancia es de un agradecido que da gloria. A nada que te pongas te lo valoran un montón. Dado el carácter religioso del encuentro -adiós a las lentejuelas-, yo había optado por una sencilla camisa blanca local, pantalones negros y mis fabulosas DocMartens. Rancieta pero integrada, vamos.

    Iba yo toda orgullosa con mis botas, porque hacía tiempo que no me las ponía, y este año por fin me he decidido a hacerles un sitio en la maleta, porque estoy firmemente convencida de que jamás pasarán de moda. El par de Martens que tengo ahora ha pisado varios continentes y, hace más de un lustro, me costaron la friolera de trece mil pesetazas.

    El caso es que llego yo con mi camisica, mis pantalones apañaos y mis súper Martens, sintiendo nueva vida en mis pies, un andar más firme que recorría todo mi ser. Y la Santa Infancia que me dice que estoy ideal. Y yo que les digo que ni me toquen, que la camisa está recién lavada y todos sabemos que el color blanco en nuestro centro es un oxímoron en sí mismo.

    Les gusta la camisa, les gustan los pantalones…¿y las botas?, pregunto subiéndome los pantalones para que puedan apreciar mejor la nítida limpieza de sus líneas, ¿no os gustan las botas?

    _ Ye komata.
    _ ¿?
    _ Ye komata chama

    Chama quiere decir zapato. Ye es un “de” posesivo. Komata quiere decir leproso. La Santa Infancia me informa simpáticamente de que en el Alert (el hospital del barrio) dan unos zapatos iguales idénticos -eso dicen ellos- a los leprosos en tratamiento. Aseguran que es la primera vez que ven que alguien que tiene diez dedos en los pies los lleva puestos así, por gusto. No acaban de entender mi ilusión por llevar zapatos de leprosa, pero lo respetan.

    Y yo que pensaba que la Santa Infancia me había llamado ya de todo. Pero no, mira, leprosa todavía no me habían llamado. Seguro que a Sienna Miller tampoco se lo han llamado nunca.

Doc Martens Sienna Miller | tariKe | Kaktus

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Abr 20

ANALFABETISMO CORPORATIVO

    Cuando una se zambulle en las turbulentas aguas de la cooperación al desarrollo entra a formar parte del mundo Power Point. Aparentemente, los trabajadores y organismos de la cooperación al desarrollo presentan una disfunción sectorial que les impide leer más de dos párrafos seguidos, por lo que todos los documentos de trabajo tienen que adoptar la forma de cuadritos, arbolitos o mapas, y presentar una densidad bastante elevada de flechas y otras Autoformas. La Cooperación al Desarrollo contempla el mundo a través de filtros Word y Excel. Como en Matrix.

    El problema más evidente de los cuadros que intentan aprender la realidad en celdas, filas y columnas, es que caben pocas letras. Y esto nos aboca al apasionante mundo de las siglas y acrónimos: C.T.L.C.M. (Como Te Lo Cuento, Maritú). En este mi segundo día de workshop he aprendido que la Santa Infancia no se llama Santa Infancia, se llaman OVC (Orphan and Vulnerable Children). Y yo sin enterarme. Los trabajadores sociales comunitarios son CSW(Community Social Worker) y los grupos de mujeres son SHG (Self-Help Group). Amazing, que diría la californiana. Si ya entramos en harina sanitaria o nutricional, no te quiero contar la cantidad de siglas que se usan cotidianamente. La Doctora está estudiando un máster en H&M (letras que, además de la franquicia, responden a Health and Management) y rara es la palabra que viene escrita completa.

    Lo peor del tema es que engancha bastante, porque hablar en siglas da una impresión como de enteradillo, como de “este sabe lo que se dice”. Así, tras unas tres horas de escuchar siglas, te sorprendes a tí misma diciendo:
    Los CSW deberían ser los encargados de realizar periódicamente M&E (Monitoring and Evaluation) sobre la marcha de los SHG y la influencia de los mismos sobre las condiciones de vida de los OVC.

La guinda al pastel la ha puesto hoy TBD. A mí, cuando la he visto en uno de los múltiples cuadritos que nos han dado, me daba la sensación de TB Department (yo es ver TB y ponerme a toser), pero no me pegaba con el contexto del caso. Al final, dado que el hecho de ser MFV (Mujer Frenji Voluntaria) ayuda a que todo el mundo espere las cosas más insospechadas de mis intervenciones, me he decidido a preguntar qué quería decir TBD. To Be Discussed.

OMG

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Abr 17

ON-GOING FORMATION

    Hoy he participado en un encuentro de formación en calidad de personal local. Me ha fascinado. Era un taller organizado por una ONG para explicarnos a varios proyectos como se monitorea y evalúa lo que nos van a pedir que monitoricemos y evaluemos. Que yo pensaba que estos conocimientos (ambos conceptos y diferencia entre ellos) eran como el ABC del project management, pero se ve que no, porque todos los project manager que allí había no lo tenían nada claro. Vaya por delante que yo, entre frenyi, voluntaria y mujer, no cuento como project manager. Radical libre soy.

    El taller lo daba una chica rubia de la California californiana. La tía era una profesional de la formación a grupos locales del África. Se le notaba. Era proactiva hasta el vómito. “Great”, “fabulous”, “interesting”, “you’re cracks”, “enormous”, excellent”… No, no hemos acabado de elaborar el que será el acuerdo de paz definitivo para los asentamientos palestinos de la franja de Gaza y Cisjordania. Simplemente, estábamos diferenciando entre el strategic objective y los results. El Barrio Sésamo de la cooperación al desarrollo. Great. Con todo, en este aspecto me ha decepcionado. Le ha faltado decir “awesome”, que es una cosa que Serena Van DerWoodsen dice tanto y que yo siempre he soñado decir, pero que hasta ahora no me he atrevido. La chica del California también se ha contenido, y no lo ha dicho. Lástima.

    Obviamente, la chica del California pretendía transmitirnos su proactividad e invitarnos a participar, haciéndonos sentir valorados y confiados, escuchando todas nuestras aportaciones (tampoco demasiado, que no han cambiado ni una coma de lo diseñado para nuestros proyectos) y animándonos como si fuéramos personas válidas para el desarrollo de nuestro trabajo. Sólo que yo creo que verdaderamente somos personas válidas para el desarrollo de nuestro trabajo. Y que tampoco hace falta animar tanto al personal que -exceptuando servidora- era todo pagado pagadísimo y con per diem exorbitante para vivificarlos más todavía (animarlos-vivificarlos…me encanta la herramienta de sinónimos del Word).

    Para empezar nos han obligado a perpetrar una de esas dinámicas de “I like, I dislike” para presentarnos. Fabulous. Yo he dicho que me gustaban los zapatos de plástico y la gente se ha reído. Yo también me hubiera reído cuando uno de los organizadores ha dicho que a él lo que le gustaba era la puntualidad (hemos empezado más de una hora tarde), pero yo soy más educada y no me río de las aportaciones ajenas.

    A la hora del lunch (la tirana del California sólo nos ha dejado media hora para comer) me ha dado como una pájara anímica. En el restaurant había una televisión con la BBC puesta y me he dado cuenta de que entregaron los Globos de Oro hace ya un huevo de tiempo y yo ni siquiera me había enterado. De verdad lo digo, que se me saltaban las lágrimas. Con lo que yo he sido.

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Abr 14

TEKUR AMBESSA

A mí lo que verdaderamente me gustaría visitar sería Lalibela o Harar, como hace la gente normal. En lugar de eso, mi particular agencia de viajes -esto es, el azar que trae de la mano diariamente la Santa Infancia- me lleva a sitios tan curiosos como Koshe o el Black Lion.

El Black Lion (en amárico, Tekur Ambessa) es el hospital de referencia para toda Etiopía. Para que nos entendamos, dentro de la sanidad pública, el más mejor de todos. La Santa Infancia y yo solemos ir cuando presagiamos intervención quirúrgica o cuando se nos rompe algún hueso (a la Santa Infancia, que a mí, como soy frenyi, no me atienden).

A pesar de ser un hospital importante, el ambiente en las urgencias de pediatría (a Dios gracias, están separadas de las generales) es bastante informal. Una vez fui en una jornada especialmente intensa, y aquello parecía una postal de Unicef. El pasillo de espera era un compendio de tópicos sobre los dramas del subdesarrollo que hubiera hecho las delicias de cualquier consorte real europea: niños malnutridos durmiendo sobre cartones, adolescentes asmáticos tumbados en bancos medio descuajeringados con los goteros sujetados con celo a la pared desconchada, dobletechos inexistentes y cables al aire, olor general a orina… En aquel momento, el corredor de espera me pareció lo más parecido a la antesala del infierno, si es que los niños pueden ir al infierno, cosa que dudo seriamente. Como digo, debía ser aquella una jornada muy intensa porque las demás veces que he vuelto la cosa no era tan dramática.
etiopia - kaktus - tarike
La informalidad del ambiente la da el caos organizativo. Básicamente tú llegas, asomas la nariz por la puerta de la consulta -así, sin previo aviso- y tratas de captar la atención visual de alguien que lleve bata blanca. Como soy frenyi, esta primera parte del trámite es bastante fácil para mí. El señor o señora de bata blanca te hace un gesto para que entres a una habitación que parece el trastero de una botica bombardeada en la Segunda Guerra Mundial (y que nadie hubiera jamás rehabilitado), todo gris, con las cortinas de las ventanas caídas, la pintura de las paredes presente únicamente de forma parcial, una camilla sin sábanas y una mesa tras la que pasan consulta tres doctores al mismo tiempo, que hacen preguntas a varios pacientes simultáneamente. El concepto de intimidad en esa habitación es como la mencionada pintura: que destaca más por su ausencia que por otra cosa.

¿Que por qué yo, una frenji hecha y derecha, con una cuenta bancaria en euros, lleva a la Santa Infancia a ese trastero sin luz? Porque, dentro de la melma sanitaria etíope, no está mal. El Black Lion es el único hospital donde siempre encuentras un traumatólogo y un pediatra, donde hay doctores las 24 horas del día y, al final, los tiempos de espera, son los mismos o menores que en los hospitales privados. Al ser gubernativo, es barato y prescriben y ejecutan sólo aquello estrictamente necesario (es verdad que a veces ni siquiera eso ejecutan). Y los doctores y enfermeras, que cobran bastante miserablemente, son gente normalmente concienciada, que ha visto de todo, y que frecuentemente sabe lo que se hace (no siempre, pero sí frecuentemente). De vez en cuando hacen (grandes) cagadas, sí, pero al menos esas grandes cagadas no te salen tan caras como las grandes cagadas que también perpetran en los hospitales privados.

En la última visita, no había demasiada gente y durante al menos cinco minutos tuvimos a los tres médicos para nosotros solos. Bueno, algunos parcialmente. Uno de ellos empezó a preguntarme si yo sabía quien era Chris Brown, a la sazón novio de Rihanna. Acto seguido, ante mi perplejidad, sacó un móvil que parecía más un portátil y me puso el último video de Chris Brown. Yo, amablemente, sugerí que era mejor focalizar nuestra atención en T. (miembro de la Santa Infancia), que tenía síntomas de apendicitis. Por las caras de los tres doctores, deduje que había incurrido en tremenda descortesía, y, recuperándome con rapidez felina, le pregunté si tenía en el móvil algo de Beyonce, que a mí me encantaba (mentira cochina), y que, una vez atendido T. yo volvía a contemplar con el señor doctor el último video de Beyuca. En el volante para los análisis escribieron “URGENT, PLEASE”.

Siguiendo con las informalidades, fuimos a los análisis. Asomamos el hocico en mitad del laboratorio y, una vez extraída la sangre, nos fuimos a recoger la muestra del segundo análisis que, como podéis imaginar, eran heces (soy afortunada, lo sé). Como T. estaba bastante flojeras y me daba miedo que se cayera en el baño (también me daba miedo que cogiera unas heces que no fueran las suyas, posibilidad no tan remota como pudiera parecer) entré con él, conteniendo el aliento (por la emoción). Cuando volvimos con nuestra muestra, no había luz en el laboratorio. Me dí una vuelta por las cercanías y volví para informar que en la parte de la farmacia sí que había luz, por lo que era un problema exclusivo del laboratorio. Con una de las técnicos abrimos el cuadro de luces y ella -que, al fin y al cabo, estaba cubierta por un seguro profesional y llevaba guantes de goma- le dio al automático y retornó la luz. Yo aplaudí de la emoción, pero nadie me secundó. A veces me ilusiono demasiado. Estoy trabajando en ello.

Así volvimos a la consulta de los tres doctores, y nos tocó esperar un poco más, porque aquello estaba lleno de musulmanes. Normalmente, en la pediatría del Black Lion uno suele respetar bastante los turnos, más que nada porque todos los pacientes que son admitidos para examen suelen ser casos humanos de cierta gravedad, y una cosa es colarse y otra matar a alguien en la espera. Esta elemental norma de respeto no aplica para el colectivo islámico que -de esto hablaremos otro día- muestra una reticencia natural a la fila, y suele colarse siempre. Así, nos tocó esperar a que velos y chilabas resolvieran sus cuitas y, cuando pudimos pasar, ya no estaba el doctor del móvil de Chris Brown (no hay mal que por bien no venga).

Al final, T. no tenía apendicitis. Me sugirieron que puede tener tuberculosis, pero también me sugirieron que la tuberculosis no es una urgencia y que fuera al médico de cabecera (T. no tiene médico de cabecera, pero esto no se lo dije). De momento, infección de orina y a casita, que ya era casi de noche. En total, tres horas de esperas y trámites, donde, la verdad sea dicha, hubo un montón de gente -enfermeras, pacientes, familiares de pacientes…- que me ayudaron a orientarme. Me gusta el ambiente informal del Tekur Ambessa. Además, te da tema de conversación cuando cenas con otros frenjis que nunca tendrán la oportunidad de ir al Tekur Ambessa. A Conchita le daría para un recopilatorio con versiones de grandes clásicos de la depresión y la ansiedad, pero a mí me da sólo para tema de conversación, y para este bonito blog.

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Abr 12

I HAD A DREAM

    Soñé que vivía en África. Soñé que cuidaba de cuatrocientos niños que no hacían más que repetir “Kaktus, Kaktus” con un acento muy raro que daba a mi nombre nuevos significados. Soñé que, estando yo con esos niños, llegaba un grupo de extranjeros, y querían ver el centro donde yo trabajaba, que era un centro para la Santa Infancia. Y yo veía a uno de estos extranjeros de espaldas, y pensaba “ostras, todavía hay quien lleva el peinado a lo Anasagasti”, y el señor se daba la vuelta, y era calcadito a Anasagasti. Y este señor, que tanto se parecía a Anasagasti, pero que, en buena lógica, no podía ser Anasagasti, me saludaba: _ Hola, Iñaki, encantado. Y yo flipaba, porque lo más cerca que he estado de un famoso ha sido de Sara Montiel, que coincidimos en un vuelo a Miami.

    El señor, al que llamaremos Anasagasti, iba a acompañado de cuatro señoras más, que alguien decía que eran parlamentarias, y de una niña rubia muy guapa, a la que la Santa Infancia se le subía encima constantemente. Y entonces yo les explicaba a todo el grupo lo que hacíamos en el centro, los proyectos que teníamos… y parecía una persona muy segura de mi misma y muy conocedora de la realidad real de Etiopía. Y así recorríamos toda la misión, y en un cierto punto aparecía S. una de las pequeñas de la Santa Infancia, y llevaba unas gafas de sol Ray Ban que le había prestado momentáneamente Anasagasti, y que el mismo Anasagasti nos contaba que se las habían dado los del Caiga Quien Caiga. Y a mí me parecía súper raro ver a la pequeña S., con su sonrisa inmensa, su falda gris con recuerdos rosas, y las gigantescas gafas de sol Ray Ban del Caiga Quien Caiga, pero nadie a mi alrededor entendía por qué la situación era rara.

etiopía - kaktus - tarike

    Después de un rato viendo todo, el señor que tanto, pero tanto se parecía a Anasagasti se retiraba con las otras señoras. Una de ellas me daba la mano y llevaba un tatuaje árabe en la muñeca. Y yo pensaba que, para ser de Teruel, esa señora (aunque era bastante joven) debía de haber visto mucho mundo y muchas Santas Infancias. Luego se subían a una furgoneta gris y se iban todos, Anasagasti y sus las mujeres. La Santa Infancia y yo les saludábamos con la mano, como si los fuéramos a echar de menos.

    Soñé luego que me despertaba, y que trabajaba en una oficina, añorando los tiempos en los que cogía vuelos a Miami con Sara Montiel. Y me daba tanta, tanta pena trabajar en una oficina que decidía apagar el ordenador e irme a vivir a un sitio donde hubiera cientos de tipos de cubos de plástico distinto. En el sueño, no sé por qué, me gustaba el plástico cuando estaba despierta. Estando despierta, además, añoraba ser la persona del sueño que estrechaba la mano de un señor igualito que Anasagasti, y que le mostraba la vida más allá de la margen izquierda.

    Al final, decidía dormirme para volver a soñar con niños de risas inacabables.

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Abr 10

BLUF

    A. es un niño que me encanta. Es rubio. Tiene cinco años y una pelusilla rubia súper cuqui en la cabeza. Es como un muñeco. Literal, tiene cara de duende. Hasta hoy, me parecía sumamente fashion tener un abeshá rubio. Lo veía ya en las pasarelas. Me encanta cómo le brilla la cabeza cuando le da el sol. Además, de vez en cuando, me mira y me comunica que es genial que los dos tengamos el pelo más o menos igual.

    La Doctora me ha dicho que me deje de fantasías estéticas, y comience a darle vitaminas. Afirma que el rubio no es natural, que es carencia vitamínica.

    A veces la vida real puede ser tan, tan decepcionante.

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Abr 01

KOSHE TOUR 2009

     Como llevo poco tiempo aquí, todavía me encanta coger el transporte público. Me fascina la aglomeración de gente, el olor de las cebollas que cargan las señoras que van a venderlas al mercado, mezclado con la peste a gasolina de la lata que todos los minibuses llevan para un por si acaso. Me encanta discutir para que se me apliquen los mismos parámetros de cobro que a los locales. Hasta me permito hacer bromas. Y las señoras de las cebollas se ríen conmigo. Y yo me siento súper integrada (me autoengaño con facilidad).

     Hoy me he lanzado al vacío de una nueva ruta que no conocía. A la vuelta, me he quedado colgada con uno de los niños a una hora andando del centro, en una carretera desierta como una parroquia de Chueca. E. (el niño que me acompañaba), me ha dicho que no me preocupara, que él conocía el camino perfectamente, y que estábamos súper cerca. E. piensa que su casa está súper cerca, y yo fui una vez y casi tengo que buscar un baño a mitad de recorrido.
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     Por supuesto, el camino que conocía E. pasaba bordeando Koshe.
Koshe es para la Santa Infancia lo que Internet para el adolescente medio español: un sitio donde puedes encontrar cosas que no interesan a nadie más que a ti, al que te encanta acudir, aun cuando en el fondo sabes que todo es basura. En Koshe, la basura es literal, porque es el vertedero de gran parte de Addis Abeba.

     En Koshe la basura la queman indiscriminadamente a cualquier hora del día, creando un humo tan denso que no puedes ver más allá de tus narices. Tal vez porque era mediodía y hacía lo que viene siendo un calor de mil pares de narices, no había nadie rebuscando. Así, estábamos rodeados por el humo, el polvo, la peste y el silencio. Una peste que te hacía plantearte la conveniencia de no volver a ingerir alimentos sólidos jamás, un humo que te escocía en la garganta y los ojos, y un silencio que daba bastante yuyu, así como de muerte. Igual me ha dado la impresión de muerte porque la escena venía enmarcada con una bandada de cuervos que nos sobrevolaba graznando. Puede ser, porque yo soy muy peliculera. Momento Blade Runner.

     De cerca, la basura sigue siendo bastante amorfa. Yo pensaba que ganaría en concreción, pero no. Es un poco como la montaña de basura de Fragel Rock, sólo que no habla ni da consejos (lástima). Mayormente, lo que aparecía a la vista eran bolsas de plástico en una melma marrón. Aquí y allá cristales desperdigados, botes vacíos de antirretrovirales, fruta en distintos estadios de descomposición y, digno del mejor Dalí, una montaña de pezuñas de vaca. Algunas de las pezuñas todavía tenían las tibias pegadas. En España, normalmente las acumulaciones de basura contienen varios sanitarios viejos (váteres o lavabos). Aquí de eso no había (porque poca gente tiene sanitarios, supongo). Tampoco había vajillas de porcelana descascarillada. En mi humilde opinión de profana, había poco que aprovechar. Yo no sé cómo la gente sale de allí con esos sacos enormes llenos de cosas para revender. Yo he echado un ojo y, la verdad, no me ha llamado la atención nada. Supongo que hay que saber buscar, porque la Santa Infancia encuentra verdaderos chollos allí donde yo sólo veo mierda descompuesta. Tampoco he mirado mucho, porque casi me tropiezo con una de las pezuñas.

     Cuando he llegado al centro, la Santa Infancia me ha echado la bronca. Han descubierto que había estado en Koshe. Por el olor, me han dicho. Me han echado en cara que, desde luego, con lo prohibido que les tengo ir a Koshe, parece mentira que no me haga caso a mí misma. Les he explicado que yo pensaba pasar elegantemente por delante de Koshe, cómodamente sentada en un minibus. Excusas, me han contestado. La verdad, no me había dado cuenta de que la ropa me apestaba a pezuña de vaca muerta. De hecho, no sabía que las pezuñas de vaca muerta olieran. Pensaba que eran como las uñas o como los salvaslips, con huelen a lo mismo que las nubes (a nada). Qué cosas.

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