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Posts Tagged ‘Manuales’

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Oct 23

GUETER

Como les comentaba, llevamos ya un mes instaladas en el Gueter. Lo llevamos bastante bien. La Nena sobretodo.

Ha encontrado mi Nena su alma gemela en este Geter africano: la nueva niñera que tenemos. Cada mañana a las 8.10 exactas salen de casa, con su mochila preparada, y se pasan la mañana en casa de la niñera, jugando con niños que yo, obviamente, no conozco. Una de las cosas que tengo que hacer es ir a ver dónde pasa mi Nena la mitad de su tiempo despierta. Vuelven a mediodía, llenas de polvo y barro (todavía llueve algo), oliendo a berberé y riendo como dos perturbadas. Un día, al entrar en casa, mi adorada Nena, muerta de la risa, me saludó “mami… you, you, you!”, que es lo que gritan los niños de Zway a los extranjeros. Muerta me quedé.

Le llegada al campo africano nos ha resuelto la confusión lingüística que exhibía mi Nena. Ahora se dedica a mugir las veinticuatro horas del día, para gran regocijo de la concurrencia. Si está contenta, muge en alto, y cuando se enfada hace “guá!”, que es una exclamación que usan los etíopes para amenazar, acompañada del acusatorio dedo índice, y empieza a mugir con un tono de una gravedad insólita para su pequeño cuerpo. Y allí, tengo que decirlo, acojona.

La casa donde vivimos, para que ustedes se hagan una idea, se parece a las que salen en ciertos reportajes de televisión. Concretamente en los reportajes que hablan del tráfico de drogas en la Cañada Real. Sólo que sin televisor de chopocientas pulgadas en el salón, entre muebles desvencijados y manchurrones de pintura vieja. Los muebles y los manchurrones sí los tenemos.

Mi vida actual haría las delicias de los partidarios del Slow Life. No porque tenga mucho tiempo libre –que no lo tengo, y de ahí la parálisis temporal de este blog- sino porque todo, todito, todo me lo tengo que hacer yo con estas manitas.

No se crean que me he dejado vencer por la adversidad. El primer día, al salir el sol, me eché a la calle y me compré tres cubos de plástico. Para hacer hogar. Y así hasta hoy. He cambiado el váter, el implante del lavabo, ordenado doscientos mil armarios y pintado la que será mi habitación con una precisión que ni los apartamentos de muestra del Ikea. Lo mejor que me dejaron los anteriores habitantes de esta casa fueron dos botes de Pronto, y así, yo el Pronto y yo el paño, tengo los muebles desvencijados que me lucen más que el sol.

A la Nena la casa le gusta bastante. Tenemos permanentemente atada una vaca (loca) en la puerta. Y tenemos dos perros. A ver ahora qué narices le regalo yo para su cumple. Había pensado un pato, pero me temo que los perros se lo comerán.

En uno de los capítulos de la Segunda Temporada de Orange Is The New Black, la protagonista, en prisión, se pasa el día buscando una cucaracha capaz de llevar cigarrillos sobre el lomo de una celda a otra. Nuestras cucarachas podrían moverte un armario. He instruído adecuadamente a mi progenie, y así la Nena ya no pierde los nervios: “Mamá, cuqui”, me grita; y allí llego rauda y veloz, armada de escoba y recogedor, a librarla de esa cucaracha que podría protagonizar una película de Disney, y hasta una serie de la HBO, grande como es.

Ustedes no lo saben, pero yo estuve dos años recogiendo fondos para que mi Santa Infancia tuviera un reluciente minibús para sus desplazamientos en Addis. Del citado minibús, he pasado a la bicicleta. Como si viviera en Amsterdan. Sólo que me está detrozando las posaderas.

Y así entre vacas, burros y caballos pasamos nuestros días. ¿Querías África? Pues toma dos tazas.

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Feb 05

PRUEBA SUPERADA

Hoy he acabado un viejo proyecto importante para mí. Hoy finalmente he empezado a llenar mi depósito de compost.

Decidí, hace ya algunos meses, construir un depósito de compost hecho de palés viejos. Sólo que en Etiopía nadie tira los palés viejos, y tampoco te regalan los palés viejos gratuitamente. Así pues, puse a mi Santa Infancia a atornillar maderas para construir los palés con los que construir el depósito de compost.

Finalizada la estructura de madera, la semana pasada aprovechando un día libre que nos cogimos por Timket, mientras el barrio se volvía loco con las procesiones, y el Arca y todos esos mitos que a la gente la tienen atontá fascinada, recubrí por dentro el depósito con tela de malla. Allí ya me dí cuenta que en los escuetos vídeos de youtube sobre depósitos de compost hechos de palé hay una cosa que no mencionan: pesan más que el David de Miguel Ángel.

Hoy he convencido a mi Santa Infancia para que me ayudara a transportarlo a su ubicación definitiva. Parecíamos un paso de Semana Santa, porque han dicho que llevarlo a hombros era más fácil. Luego todos nos hemos quedado con los hombros llenos de cortes de los clavos y las maderas. Estupen.

A pesar de mis esfuerzos, mi Santa Infancia todavía no ha entendido para qué sirve el depósito de compost, pero yo sé que se convencerán en cuanto empiece a producir compost. El Ingeniero, en frente de cuya casa he plantado el depósito, tampoco está muy convencido:
_ ¿Y si huele?
_ No va a oler
_ ¿Por qué?
_ Porque lo dice Internet
_ Internet no huele
_ Aunque huela, vivimos al lado del basurero. No te darás ni cuenta.

Y allí lo he convencido un poco más.

Brother House lo llama “la caja agujereada de Kaktus”. La Santa Infancia lo ha bautizado “la mierda ésa para el huerto”. Yo lo veo y me recuerda al Arca de Noé. Los dos servirán para repoblar la tierra. Es que me emociono con cualquier cosa.

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Feb 02

CON ESTAS MANITAS

Hay una cosa en la que la Santa Infancia es insuperable: en destrozar y romper cosas que nadie hubiera pensado que se podrían romper. Y así, acorralada por las circunstancias (se me desmenuza la casa encima), pues me he dado al bricolaje. Y que me está encantando, oyes.

Me he vuelto una mujer aún más polivalente de lo que ya era. Si antes era capaz de beber y criticar la música del bar contemporáneamente; ahora, lo mismo te cambio un interruptor que te pinto una pared. Sueño con ventanas rotas y me despierto con unas ganas locas de poner embellecedores sobre los cables al aire. Me he inventado hasta una canción. Dice así: “Plexiglás, plexiglás, qué flash”. Me la he inventado yo sola. Me faltan las estrofas, lo sé, pero no me negarán que la pilla Georgie Dan y tenemos canción pa’ tres veranos. Georgie, tío: si quieres, sírvete tú mismo.

La Santa Infancia ha acogido esta nueva ventolera mía con su habitual entusiasmo. Mientras yo sudo la gota gorda desatornillando marcos de ventanas en el porche, ellos juegan impávidos. Cuando ven que el desaliento se apodera de mí, me animan: “Betan goves nesh” (eres muy buena). Y siguen jugando a la pelota, para romper cuanto antes la ventana que tanto me está costando colocar. Se lo leo en los ojos, que no pueden esperar a que acabe de reparar las puertas para volver a colgarse de las manillas, hasta que me descuajeringuen todo. Pero yo soy más lista que ellos, y en vez de cristal estoy poniendo el ya mencionado plexiglás, que me está costando un ojo de la cara y tres dedos de los pies.

Como decía, estoy fascinada con esto del bricolaje. Ya me conocen en las ferreterías de la redolada y me estoy haciendo un bagaje en materia de compras de material. Mi proveedor del Merkato me regala siempre una Sprite en lo que me busca interruptores que no sean Made in China. Me ha cogido cariño, creo. Eso, y que, como digo, me estoy dejando un patrimonio comprando cosas a prueba de Santa Infancia. Porque, amiga, también en las ferreterías toca regatear, y yo voy sobrada de dones, pero el del regateo Dios no me lo concedió. No sé por qué, porque realmente me haría falta, la verdad (esto dicho sin rencor alguno).

Como toda pasión, también ésta tiene su lado oscuro. La Santa Infancia me dice que se me están poniendo manos de vieja. Y andares de fontanero, me temo, porque con dos destornilladores en cada bolsillo, me pesan los pantalones un montón y tengo que caminar con las piernas abiertas para que no se me caigan. Cuando vuelva a España -lo siento por el Mercadona-, directa al Leroy Merlin.

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Jun 07

OPERACIÓN COLLAR

    La pequeña G. acabó de darse cuenta de que algo no iba bien cuando su madre le estrelló una taza en la cabeza. Porque hasta en la desgracia hay grados, y la pequeña G., que es una persona bastante inteligente, sabe que una cosa es ser pobre y otra estar mal de la cabeza. El día en que la vajilla de la familia de G. voló de lado a lado de la chabola, los rumores que la madre de G. oía en su cabeza se habían transformado en alaridos.
    La mamá de G. tiene un marido borracho, las ya mencionadas voces en la cabeza y cuatro hijos maravillosos que la quieren contra viento y marea. En aquellos días aciagos para la familia de G., hicimos en clase un collar de cuentas de plástico. Cuando fui a anudar el collar de G. a su cuello, se negó:

  • _ Yo se lo regalo a mi madre, que ya verás que así se cura.

    Tengo que decir que esta idea denota en G. una iniciativa inusual por estos lares, dado que lo más normal es confiar tus penas al tzebel (aguas benditas) y esperar que Dios resuelva lo que tú ni siquiera intentas resolver.
Al día siguiente, vino G. excepcionalmente contenta.

  • _ Le dí el collar a mi madre
  • _ ¿Sí?, ¿y qué te dijo?
  • _ Me dijo que era gobes (algo así como buena chica), y no sabes lo mejor
  • _ ¿Qué?
  • _ Me dio un beso

    G. no lo sabe, pero ningún niño del mundo debería poder contar los besos que le da su madre. Como esto a G. nadie se lo ha dicho, G. consideró la “operación collar de cuentas de plástico” todo un éxito. El hecho es que, fuera por el collar de plástico, fuera por la medicación que empezó a tomar, la madre de G., poco a poco (muy poco a poco) parece que vuelve a fijarse en esos cuatro pares de ojos que la escudriñan cada día para saber si la jornada vendrá mal o bien.

    Lo que más llama la atención cuando uno trata con G. y sus hermanos es que son niños excepcionalmente bien educados. Si uno no conociera a la loca de su madre (dicho desde el cariño), uno pensaría que son niños educados en Eton. A mí, salvando las distancias y negando las apariencias, me recuerdan a los niños de Narnia. Sé que de vez en cuando les encantaría encontrar un armario en el que meterse.

    Sin armario y sin faunos, la pequeña G. es, a pesar de estas carencias, una niña alegre y muy despierta, que está convencida de que yo curé a su madre. Yo le dije que a su madre la habían curado los médicos y Dios. Dado que médico no soy, la pequeña G. dedujo que yo soy Dios (muérete de envidia, Aída Nízar). Es lo que tiene G., que de vez en cuando te meas de la risa con ella. De las canciones que a veces le canto mientras bailamos como perturbadas, la que más le gusta es Fame. Yo canto una línea, y luego ella la repite.

    Y es que la pequeña G. sonríe siempre, aguanta siempre, espera siempre. La pequeña G. no llora nunca.

    Y, ¿sabes qué?, she´s gonna learn how to fly. Descarao.

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