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Posts Tagged ‘Idioma’

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Oct 24

ENTRE DOS TIERRAS

Como se puede imaginar, la pertenencia de mi Nena a la cultura etíope plantea situaciones curiosonas, sobre todo desde el punto de vista frenji. Por ejemplo, algunos ejemplos:

. pipí en la calle: ahora lo controla mejor, pero durante las vacaciones en España del año en que dejamos el pañal (y los dos siguientes), donde le daban ganas, se bajaba los pantalones y antes de que te dieras cuenta, ya había plantado un pequeño pino en mitad de la linda terraza en la que te estabas tomando una horchata. Lo mismo con el pipí, obviamente. Es más, si estaba jugando al sol, se metía debajo de las sombrillas para hacer pipí, porque la canguro le explicó una cosa sobre el vapor del pipí en el suelo caliente que hace que te salgan granos en el potorrín. Inasequible a las miradas de horror de alguna gente (sobre todo cuando ya tenía tres florecientes años, que seguía haciendo lo mismo), me agencié unas bolsitas de esas de las cacas de los perros. Yo no sé por qué, si lo hacen los perros, no lo puede hacer la Nena. No entiendo de dónde venía el escandalizarse. De verdad que limpié/enjuagué cada deposición de la Nena.

. la fuente del parque. La primera vez que fue a beber en una fuente en los columpios en España en verano, después de beber, se lavó la cabeza, la cara y, quitándose los zapatos, los pies también. Cuando acabó, echó un escupitajo a la rejilla de la fuente. En ese punto, el resto de niños no podían dejar de mirarla. Quiero creer que la miraban fascinados.

. una vez, en misa, doblé la hoja de los cantos que nos habían dado y me la eché al bolso: “muy bien, mamá”, me animó en voz bien alta, “así luego nos limpiamos el culete”. Quise morir.

. Conversación mientras reviso Whatasapp: “Nena, el hijo de mi amiga se ha caído contra la acera y se ha hecho una brecha. Pobrino”. Respuesta: “¿qué es una acera?” Y yo sin saber muy bien qué responder, porque las personas y los coches y los animales aquí van todos al mogollón.

. Recientemente participamos en un encuentro de animadores juveniles aquí en Etiopía. Yo no soy joven, pero sí muy animada, así que allí estábamos con la Nena. Me dieron una de esas acreditaciones de colgar al cuello. La Nena me la pidió con gran interés. Se la dí. Ante mi asombro, se la colgó al cuello y empezó a besarla:

_ Gracias, mamá, así me proteje del mal de ojo– me soltó, confundiendo la acreditación con uno de los amuletos que los niños llevan aquí al cuello. Obviamente, tuve que mandar a la niñera a buscarme un amuleto de verdad, porque se pasó dos días con la acreditación colgada, que ni para dormir se la quitó.

. Siempre en el terreno de alcoba, la Nena en cuanto oye zumbar un mosquito, se tapa los oídos y duerme así, con las manos en las orejas. Los etíopes tienen un miedo ancestral a que les entren bichos en los oídos mientras duermen –no digo que el miedo carezca de fundamento- y, sobre todo los niños, muchas veces duermen tapándose los oídos.

. La Nena muchas veces me llama por mi nombre. En Etiopía es normal que los hijos llamen a sus madres por el nombre. Normalmente, sólo las llaman “mamá” o “mamayé” o “emayé” mientras son pequeños o cuando lloran o están disgustados. El verano pasado, la Nena se pasó las vacaciones llamándome por mi nombre de pila. La gente me preguntaba si no me daba cosica. Yo respondía que no, que a mí me hacía gracia. “Es como si me llamase la vecina del tercero”, decía yo toda flamenca. “Pues por eso”, me contestaba la gente, “¿no te da cosica?”. La verdad es que sólo me dio un poco de apuro el día en que una señora en el parque me preguntó “que eres, ¿trabajadora social?”, entendiendo que la Nena sería uno de mis casos. Como la criatura va un poco a péndulo, ahora se refiere el cien por cien del tiempo a mí como “enate” (mi madre) o “mamayé” (mi madre también), sin omitir jamás el posesivo, que hasta los etíopes le dicen “que sí, que ya sabemos que es tu madre”. También lo usa mucho para corregir a la gente:

_ No se llama “sister”. Se llama mamayé.

Y lo peor: _ No es frenji. Es mi mamá.

Con la raza tiene una cierta confusión. Con dos años, un día jugando le iba nombrando gente y ella respondía:

_ F., ¿qué es?

_ Abesha

_ ¿Y M.?

_ Frenji

_ ¿Y mamá?

_ ¿Mamá?…¡Chalada!

No diré que tiene altas capacidades… pero sí que muchas cosas las pilla al vuelo.

 

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Abr 04

EL GURAGHE

El viernes pasado me fui con una compañera de trabajo y una Señora Vulnerable al mercado de Butajira, una ciudad a cincuenta kilómetros de Zway. Íbamos a comprar juncos para unas cestas nuevas que queremos hacer con la señora T. La señora T. asegura que ella sabe hacerlas y, como ella es de Butajira, pues allí nos encaminamos un viernes por la mañana a comprar los juncos.

Volví, así lo digo, conmocionada. Lo más relevante que ustedes deben saber es que Butajira no es Oromia, sino que es ya la zona Guraghe. La mayoría de la gente que había en su mercado era Guraghe. Los guraghe tienen fama de buenos comerciantes. La canguro de la Nena es guraghe, y yo siempre había pensado “pues chica, como los catalanes”, identificando el estereotipo con una cierta mentalidad para los negocios, facilidad para sacar cuentas y carácter decidido, al menos en lo empresarial. Pues no. O no sólo.

Lo que más me impresionó aquella mañana fue la transformación de la señora T. que nos acompañaba. Ni los lagartos de V. De la señora anodina, que nunca levanta la voz y jamás tiene una opinión que ha aparentado ser en los tres meses que lleva en el proyecto, se transformó en alguien cuya seguridad no tenía nada que envidiar a la de Alicia Florrick en un tribunal. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Y lo hacía.

Le pedí que me ayudara a comprarme una calabaza para uso personal. Por supuesto. Con ademán seguro palpó las calabazas, rascando la corteza con la uña, encontró una que le gustó: “esta es. ¿Cuánto cuesta?”, le preguntó a la vendedora, una señora matusalénica que también cobró nueva vida al escuchar la pregunta.

“Treinta birr”, repuso. Al cambio, 1 euro y 10 céntimos. Una calabaza bastante hermosa. Criar calabazas en esta tierra árida no es exactamente fácil. Yo ya iba a coger la calabaza. T. me dio un golpe en la mano, más fuerte de lo que la educación sugeriría, coño, que soy Project Coordinator,: “Ni hablar. No la cojas. Nos vamos”, y seguimos al siguiente puesto de calabazas. Al final, después de media hora de rular de puesto en puesto y de discutir sobre cada una de las calabazas, me harté y compré una por 25 birr. Bien hermosota. “Buena”, me dijo la compañera de trabajo que estaba con nosotras. “No”, dijo T., “ha pagado demasiado”. “Tonta”, completó. “No vuelvas a hacerlo. Hazme caso”, remató con un tono de profundo reproche.

Y así con todo. Nos pasamos otra media hora contratando la compra de los juncos. El volumen de juncos que cogimos me llenó la mitad del Skoda que es mi coche: todo el maletero y el asiento del pasajero de detrás echado para adelante. Visto el volumen, entendí que la señora T, regateara. Algunas cosas las entendía, porque las hablaban en amárico, y otras no, porque se cambiaban al Guraghe. En el regateo, ambas dos, compradora y vendedora ponían el alma: “¿En serio? ¿A mí, que soy madre, a mí me pides ese dinero? “, y se señalaba la niña que llevaba a la espalda, “no tienes corazón”.

La vendedora tampoco se quedaba corta: “¿y tú, qué quieres, qué te haga mejor precio por venir con la frenji? ¡Me la sopla la frenji!” A veces se reían y a veces parecían a punto de lanzarse encima de la otra. Yo las observaba súper entretenida y un poco ya cansada. Hacía calor.

Al final, aparentemente, llegaron a un acuerdo. Nuestra compañera de curro, que no es Guraghe, preguntó, “bueno, ¿cuánto pagamos al final?”. 104 birr. Menos de cinco euros. Por un maletero generoso lleno de juncos. Yo porque era la primera vez que asistía al espectáculo, pero todavía hoy me pregunto por qué nuestra señora no pagó seis euros en siete minutos y se fue tan fresca. No era su dinero. No hubiéramos puesto pegas. Sigue siendo una miseria.

Mi conclusión es que lo lleva en la sangre. Es más fuerte que ella, y que toda la gente congregada en el mercado de Butajira. Hubo dos niñas de unos cuatro años que nos ayudaron a llevar los juncos al coche. Les dí un birr a cada una. Al minuto, aparecieron con un mango cada una. “Mira qué nos hemos comprado con el birr que nos has dado”, me dijeron orgullosas. “Un mango”. “Pues vale”, pensé.

Luego caí en que un kilo de mangos cuesta, al menos, quince birr. En un kilo de mangos suelen salir entre cinco y seis mangos. Los que aquellas criaturas llevaban en las manos eran hermosos y para nada estaban estropeados. Cómo coño habían conseguido que alguien les vendiera a un birr el mango aquellos mangos estupendos… ni idea. Cuatro años, tú. Y ya con el Guraghe en las venas.

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Abr 30

COLE

He ido hoy a buscar las notas al cole de mi Nena. Sí, a mi Nena la califican. Numericamente. Y le hacen exámenes. Y tiene tres cuadernos: uno para inglés, otro para amárico y otro para matemáticas.

La cartilla de notas estaba bastante bien: en teoría tendrían que evaluar aptitudes como el compartir juguetes, la concentración, la memoria, la capacidad de seguir instrucciones… sólo que en todas esas casillas las maestras pusieron el mismo número. Un número basado únicamente en la capacidad de leer y escribir de mi Nena, que en este momento es nula. Y así, nos han cascado un 50 sobre 100 en todas las “materias”, menos en deporte, que le han puesto 100, y en “honestidad”, que también les han puesto 100 a todos los niños. Creo que puede ayudar a entender la situación el contar que mi Nena tiene tres años y medio, que hace el equivalente a Primero de Infantil, y que creo que fue la niña con las notas más bajas de toda la clase (los demás tenían entre 70 y 90). Los cuadernos se notaba descaradamente que se los rellenan las maestras. Mi Nena no podría dibujar un “8” ni borracha. Tampoco sé por qué se los rellenan: yo ya sé que no sabe escribir.

Y este es el quid de la questión: quiero decir, yo no me preocupo. Me limito a pensar que mi Nena no está echa para el sistema educativo infantil etíope (o viceversa), que es todavía pronto para saber leer y escribir, y que los demás niños son algo más mayores que ella (algunos hasta dos años más mayores que ella, aquí cada quien empieza Infantil cuando se acuerda de empezarlo). Pero, dando vueltas al tema, me veo un poco como esas madres que mantienen contra viento y marea que sus hijos son normales, que sólo necesitan tiempo… y luego al final se encuentran con un marrón enorme porque el niño realmente tenía problemas y no se buscó la ayuda a tiempo. Aparte de que ignorar todo lo que me dicen en la escuela –básicamente que la niña se porta/reprime mega bien, juega normalmente, canta como un ruiseñor, pero no es capaz de hacer ningún ejercicio escrito- me parece un poco heavy. Quiero decir: si no tomo en cuenta nada de lo que me dicen las maestras, ¿por qué la mando al cole? Por socializar, me repito. Para que juegue, me repito. Según las maestras tendría que trabajar con ella en casa por lo menos una hora todas las tardes. Ya he dicho que tiene tres años y medio. Pasamos una hora todas las tardes en los columpios, y no sé si está dispuesta a cambiar columpios o juegos en la calle en el barrio por una hora de desarrollo de destrezas escritas. En el hipotético caso de que yo realmente fuera capaz de enseñarle destrezas escritas. O de que ese tipo de enseñanza se llamara “destrezas escritas”, que creo que me lo he inventado.

Y en el fondo me preocupa, porque no es que vea a la Nena “un poquitín” por detrás. Es que está a años luz de alcanzar el nivel que piden. Cuando le preguntas si sabe escribir, te responde “sí, sé escribir el cero”. Y te casca un cero que es un gozo. En los días inspirados, le dibuja rayos y lo convierte en un sol.

Y tampoco es tan indiferente a mi preocupación el hecho de que las niñas de mis Señoras Vulnerables analfabetas sí han sacado 80s y 90s. Y la Nena de la frenji… la última de la clase. Con Einstein, me consuelo, mientras rezo para que niña, al menos me aprenda cinco letras en amárico de aquí a final de curso. Así sólo le quedarán doscientas sesenta para el año que viene.

 

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Dic 20

LA NENA Y LAS LENGUAS

La Santa Infancia me la ha jugado. A traición y por la espalda.

Comenzaré el relato de mis cuitas diciendo que uno de los “puntos calientes” en mi recién estrenada maternidad son las lenguas. Los idiomas. Desde hace ocho años, mi vida profesional y personal se desarrolla en amárico, inglés e italiano. Prácticamente nunca en español. De hecho, cuando hablo en español, sobre todo al incio de mis vacaciones, cometo errores de guiri que constituyen siempre fuente de solaz y regocijo para mis amistades (algunas son algo crueles).

Obviamente, yo quiero que la Nena hable español como lengua materna. El nombre lo indica: lengua materna. De su madre. Mía. La estrategia más obvia, como se imaginarán, es hablarle siempre en español. Y allí estoy, que parezco una radio. Cuando me quedo sin conversación, le canto. He escuchado los Cantajuegos (soy una madre documentada), y, como no puedo evitar imaginarme el grupo de adultos lobotomizados cantando esas canciones, pues me dan bastante vergüenza ajena. Yo también escuchaba canciones infantiles de pequeña, pero entonces carecía de mi capacidad actual de análisis y crítica social. Como la Nena prefiere el organillo y el tambor, también le parecen sosos a ella. Así, entre libros y canciones (y Pocoyó) estamos con la granja y las partes del cuerpo. Empecé con la granja, pero es que luego me dí cuenta que la Nena no ha viso un cerdo o un pato en los días de su vida y le cuesta identificar el sonido con la imagen del cerdo o el pato. Vamos, no sabe lo que es un cerdo ni un pato y punto. Como brazos y piernas los tenemos más a mano, pues hemos cambiado lección.

El caso es que hace unos días, la Nena pronunció su primera palabra. Ulet. Quiere decir “dos”. En amárico. Cachis.

Investigando los orígenes de tan extraña elección, me dí cuenta de que cuando la Santa Infancia la ayuda a caminar le repiten and, ulet, and, ulet (uno, dos, uno, dos…) Y así, la Nena pasa siete kilos de la cargante de su madre y sabe decir ulet.

Inmune al desaliento, he tomado medidas. En menos de dos días, toda la Santa Infancia sabe ya decir “uno, dos”. Y ay de áquel que ose pronunciar en amárico los números mientras mi vástaga da sus primeros pasos.

Lo de los idiomas es una cosa que a la Santa Infancia le intriga bastante. Dan por supuesto que la vinculación burocrática con mi vástaga desencadena de forma inmediata y automática una capacidad especial en la Nena para hablar el español. Yo conozco niños de tres años que, puestos en la misma tesitura, hablan con fluidez tres idiomas. También conozco otros niños de tres años que, ante el caos de lenguas, acaban ladrando cuando se enfadan, o mezclando la estructura del amárico con el español (me “agusta” en vez de “no me gusta”, porque los verbos en amárico hacen el negativo poniendo una a delante).

A veces pienso que, si todo va bien, la Nena empezará a hablar sánscrito a los doce años. Antes de esa fecha, no pienso preocuparme.

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Jun 22

CUANDO SE ACABA EL ASFALTO

Soy persona de paso rápido. Un Coso (la calle mayor de mi ciudad natal) me lo hago en cinco minutos. Aquí también, cuando salgo con mi Santa Infancia, me es difícil acomodar mi paso al suyo, y normalmente tengo que pararme a esperarles, sobre todo si son pequeños. Hasta que se acaba el asfalto. El barrio de la Santa Infancia empieza exactamente allí: donde se acaba el asfalto.

Cuando entramos en el korkonch* hasta los niños de pecho caminan más rápido que yo. Cuando se acaba el asfalto me vuelvo más torpe, más lenta, más pequeña. No es mi mundo, y se nota. La Santa Infancia me marca el camino, me espera en lo que me arremango los pantalones para no manchar los bajos (momento “yo quiero ser percebeira”). No me quitan ojo, porque saben que me siento bastante perdida allí. Mis seguridades me esperan en la tienda pintada con el logo de la Pepsi.

Donde se acaba el asfalto el mundo se vuelve de color marrón. Todo es marrón: la gente, la calle, las casas… Chabolas a medio construir, o a medio derribar. Barro, mucho, por todas partes. De vez en cuando, el destello amarillo de esas monjas ortodoxas que parecen haber cumplido los ciento diez la semana pasada (aunque seguramente no lleguen a los sesenta). Niños que juegan en la calle, que me preguntan si Harry Potter se muere al final de las ocho películas. Gente que conozco, o que no, que me mira evaluando los motivos de mi visita a este lugar donde los pocos extranjeros que entran van con guitarra, rosario y pandereta (Dios bendiga a los protestantes).

El destino final de mis paseos suele ser alguno de los distintos recintos donde se arraciman las chabolas. Su estructura desafía toda lógica y, donde menos te lo esperas, te encuentras con otras dos chabolas que hay que alcanzar a través de pasillos donde hay que pasar de medio lado (y yo soy delgaína).

Los motivos que me llevan más allá del asfalto rara vez son alegres: enfermedades o dejadez familiar. Hablo con esas personas marrones, y me acuerdo de mis seguridades, que estarán ya tomándose la segunda Mirinda en la tienda de la Pepsi. En la tienda de la Pepsi no venden alcohol. Las señoras tienen un modo gracioso y muy dramático de expresarse. En algún momento de la conversación, especialmente si estamos tratando un asunto delicado, se señalarán el vientre, y me contarán su historia. La del vientre. “Este vientre ha parido cinco hijos”. O “Dios es el único dueño de este vientre”. Como si el vientre estuviera allí, escuchándonos. O como si Dios estuviera allí de pie, vigilando que nadie se lleve su vientre, cosa poco probable, visto que implicaría llevarse también a la momia que acarrea el vientre.

Y yo escucho lo mejor que sé. E intento decir cosas igual de dramáticas:
_ Yo no puedo más con mi nieta. No nació de mi vientre –y se señalan el vientre- Que Dios se ocupe de ella. Yo bastante tengo con rezar.
_ Yo no sé nada de Dios –humildad y honestidad ante todo-, pero sé que un día Dios le preguntará qué hizo con su nieta. No creo que le pregunte cuánto rezó, porque eso ya lo sabrá. Le preguntará cómo es que su nieta ha acabado en el bunna-bet. Y, entonces, señora, ¿qué responderá usted? – y me quedo callada, esperando que el vientre me haya entendido, porque mientras estudiaba el amárico cometí el gran error de menospreciar la importancia del tratamiento de respeto (usted), y no lo manejo tan bien como quisiera.
_ Quiere decir que la niña es su responsabilidad –traduce el elemento de mi Santa Infancia que me esté acompañando en ese momento. Ellos son más de concretar.

Es bastante frecuente que alguna de las personas que habitan en el recinto intente aportar su granito de arena. Sólo que a veces, en vez de un granito, te descargan el camión encima, y se pasan dos horas intentando mediar entre el vientre y la nieta. Suelen ser señoras con algún tipo de discapacidad (ciegos, leprosos..) y tienden a apoyarse más en la discapacidad que en su vientre a la hora de argumentar su posición: “estos ojos que Dios cerró lo han visto todo”, o “yo, que ya no espero nada de la vida, porque estoy enferma…” (y sabes que está enferma de esa enfermedad que tiene varias siglas).

Y luego vuelves al barro. Y te acuerdas de que, en tu ciudad natal, a ciertos bares los llallamaban “el barro”, porque, a partir de cierta hora, todo se amalgamaba. Aquí también: el agua de lluvia, el pipí, los restos de wot*, el vómito, los frutos de su vientre. Y vas despacito, lenta, pequeña, aturdida. Porque nunca entenderás el mundo que hay más allá del asfalto. Porque el barro te vuelve más torpe. Tus seguridades se han acabado la Mirinda, y te alcanzan cuando sales al asfalto. Recuperas tu paso. Vuelves a tu mundo.

*Korkonch: Tan sonora palabra denomina las calles sin asfaltar.
*Wot: la salsa que acompaña la injeera.

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Nov 16

RESISTENCIA

Aprovechando que yo estaba de vacaciones, dos unidades (individuos) de la Santa Infancia decidieron ir a robar piezas de hierro a una fábrica de ventanas china que tenemos en las inmediaciones. Su plan estratégico era “nos han contado que no hay seveñás”. Por supuesto que había seveñás. Los seveñás de la fábrica los pillaron con las manos en la masa, y durante varias horas les dieron la del pulpo, hasta que los llevaron a comisaría, de allí al juzgado, y de allí a pasar ocho meses en la prisión de Kaliti.
Tras preguntar a ambas familias qué hacía falta para entrar a verlos en la cárcel –basta que lleves tu tarjeta de identidad, me dijeron-, nos fuimos un domingo de mañanita yo, la madre de L. y la hermana de M. a visitarlos.

Y allí estaba yo, ya casi dentro de la prisión, pasando los múltiples controles (“lo que usted está palpando se llama salva slip”), cuando apareció el aschekari de turno. Aschekari es una palabra que me encanta. Viene de chikir (o chekir, o cheker), que quiere decir problema, y puedes hacer lo que te dé la gana con ella: puedes conjugarla, aschekeraleu, y quiere decir “doy problemas”; en impersonal “aschekeral”, el problema no lo darás tú, que lo dará una situación o una cosa; y si eres un “aschekari”, es que eres un problemático. El clásico follonero.

Llega el militar:
_ Buenos días, ¿qué hace usted aquí?
_ Vengo a ver a esta persona –nombre de uno de los niños-, que está aquí– mi primer impulso era contestar, “nada, buscando una rave”, pero me contuve.
_ Pues no puede entrar.
_ ¿Por qué?– soy una utópica, lo sé. Pedir explicaciones coherentes.
_ Porque usted no es etíope– allí me dí cuenta de que el aschekari tenía estudios.
_ ¿Y…?
_ Pues que no puede usted entrar
_ ¿Por?
_ Porque usted no es etíope– y nos quedamos enganchados en el bucle como unos dos minutos, hasta que me dí cuenta de que la hermana y la madre de los chavales seguían esperándome, y les indiqué que fueran entrando y que, ya si eso, o nos veíamos dentro o las esperaba en el coche en unas dos horas.

Y allí elaboré un plan de acción. Tenía delante de mí dos horas en las que, o entraba en la prisión, o esperaba a las dos chicas. O me dedicaba a amargarles la mañana a los guardianes de la entrada, vamos, lo que viene siendo aschekerar (una cosa que me encanta hacer es conjugar verbos amáricos en español o italiano. Me río sola y todo cuando lo hago).

Así, solicité ver al responsable directo del aschekari:
_ Es que la oficina del coronel no está aquí.
_ Pues lléveme adónde está –y me llevó a otro recinto cerca.
_ Es que el coronel está ocupado
_ Pues lo esperaré
_ Es que igual tarda
_ Pues que tarde –y me quedé de pie delante de la puerta. Que la gente espere de pie es una cosa que a los etíopes les causa gran desazón. No sé por qué, pero es así. Si te sientas, desapareces. Si esperas de pie, es como si tuvieran un palo finito metido por el culo. No les duele, pero les molesta mucho, mucho.
_ Siéntese, por favor– y me señalaba un banco cercano
_ No gracias, estoy bien
_ Pero es que el coronel igual tarda
_ No se preocupe, que yo lo espero
_ Pero es que estaría más cómoda sentada
_ Pues estoy más cómoda de pie
_ Pero es que no se puede esperar en medio de la puerta
_ ¿Por qué?
_ Por si entra un coche
_ Si entra un coche, me apartaré
_ Pero es que no puede esperar aquí
_ Es la vía pública. Es de libre circulación.
_ Es que usted no está circulando, está parada.
_ Pues ya me muevo –y empecé a patrullar la parte exterior de la verja de lado a lado, lo que todavía puso al guardia más de los nervios –¿así mejor?

El militar cada vez estaba más angustiado, y a mí ya me estaba entrando la risa. Como se puede imaginar, en ese punto de la discusión, el corrillo de curiosos era ya bastante nutrido.

En estas estábamos (“vamos, mujer, no haga eso, siéntese”, “entiéndalo, no me siento”), cuando salió el coronel a explicarme el racismo reinante en todas las instituciones etíopes. Me repitió que yo no podía entrar porque no era etíope. Yo le enseñé mi tarjeta de identidad expedida por el Gobierno Federal de la República de Etiopía, donde no dice que el titular no pueda entrar a la cárcel. Él me contestó que mi embajada tenía que pedir oficialmente que se me permitiera entrar en la prisión. Yo le contesté que era una solemne tontería, sobre todo teniendo en cuenta que una de las chicas que iban conmigo había entrado ¡con el carnet de la biblioteca de su colegio! Me dijo que era una cuestión de nacionalidad. Yo le dije que era una cuestión de racismo. Él me dijo que fuera como fuese no me iba a dejar entrar y punto. Y se piró.

Allí, volví a quedar en manos del primer seveña. Como todavía me faltaba media horita para que mis chicas volvieran, elaboré un plan B:
_ Pues yo no me voy hasta que no me dejen entrar.
_ Pero ya ha oído al coronel
_ Pues aquí me quedo hasta que cambie de idea – amenacé – y me quedo de pie.
Allí volvimos a empezar la discusión sobre la vía pública, los derechos de cada quien, la comodidad de estar sentado… Treinta minutos donde el señor intentó, por este orden:
. Convencerme por las buenas de que o me fuera o me sentara
. Convencerme por las malas de que o me fuera o me sentara. “Si me pone un dedo encima, entonces sí que van a venir los de mi Embajada”, y ya no me puso el dedo encima.

Al final, salieron mis chicas. Me dijeron que los niños estaban bien y que ya podíamos irnos.
_ Bueno, pues adiós –le dije al seveñá
_ ¿Y ahora se va, así sin más?
_ Sí
_ ¿Y no se podría haber ido hace dos horas, sin más?
_ No, tenía que esperarlas.
_ Pues menuda mañana me ha dado.
_ Ya, es que no soporto estar sin hacer nada– cosa que es radicalmente cierta. Soy culo inquieto.
_ ¡Aschekari!
_ ¡Presente!
Cuando yo les contaba mis avatares a la Santa Infancia, ayudada por la hermana de M. que, de lo que había escuchado incluso dentro de la prisión dedujo parte de la diversión, se meaban de la risa, aunque no acababan de entender por qué no me había resignado a esperar pacíficamente sentada. Les expliqué que era una cuestión de principios: no podían decirme que no sólo por mi nacionalidad. Yo sólo quería una razón válida para no dejarme entrar. Me parecía que se estaban vulnerando mis derechos. Y se reían todavía más, con la sola idea de que a veces quedarse de pie es mejor que sentarse a esperar. Son gente de humor fácil, y en el fondo lo que les encanta es verme perder los nervios cuando lucho por ellos.

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Oct 10

YO VENGO DEL CAMPO

Nuestra niña Mariamawit finalmente no sabemos si se llamará Mariamawit. Papá Soltero apareció y, a sus tiernos veinte años, decidió cambiarle el nombre antes de desaparecer nuevamente. Estrategia guerrilla: golpea fuerte y desvanécete en el aire. Según él, Mariamawit se debería llamar Shewaye, que viene de la región de Shoa, que es donde se ubica Addis Abeba. La traducción de este nombre es: “como yo soy más de pueblo que una boina, quiero que todos sepan que mi hija ha nacido en Addis Abeba y será una ciudadana cosmopolita y panaafricana”. Otra traducción, en esta Etiopía llena de prejuicios y racismos, es “a la niña le tomarán el pelo por cateta durante toda la Primaria y la Secundaria hasta que, si llega a la High School, decida renunciar a su identidad y se cambie el nombre, y se ponga Mary, Helen, Samerawit, Selam (paz) o Niggist (reina), que se ve que son socialmente más aceptados”.

Lo mismo aplica para otros nombres como Ketama (que literalmente quiere decir “ciudad”); o nombres que se identifican con gente mayor como Turiye (“mi bien”), Tiliksew (persona grande), Belachew (que no tengo muy claro si quiere decir “me lo dijo” o “me pegó”), Gashaw (escudo); nombres de cosas típicas del campo como Godada (que es un tipo de grano, aunque no tengo muy claro cuál), o Masresha (cosecha); o con nombres demasiado comunes como “Habtamu” (rico) y todos sus derivados, o “Tiggist” (paciencia). A mí se me escapa un poco la distinción entre nombres cools y nombres no cools, pero la gente aquí la tiene bastante clara. Una muestra de ello es que nuestra M., a la sazón madre de la niña Mariamawit, se ha negado en redondo a aceptar lo de Shewaye, provocando el primer desencuentro en esta pareja circunstancial.

Y es que, a pesar de la pasión con que se viven las Semanas Culturales y de todos los orgullos patrios, los Komche son siempre Komche, y nunca son “señores” o “señoras”. Tú vas al mercado, compras un baúl de madera de veinte kilos, y no te llaman un “chico” para que te ayude a llevártelo. Te llaman un “komche”. Y cuando tu les puntualizas que el “komche” es un “chico” se te quedan mirando como diciendo “mira la lista, que no sabe ni siquiera qué es un komche”. Y uno esperaría que, ante estas acometidas, siguiendo el tópico del orgullo local, los komches se reafirmaran en su identidad, pero lo cierto es que no les gusta un pelo lo de ser komches. Y así queman sus vestidos verdes y sus pantalonetas, se ponen la primera camiseta del Barsa que pillan, se aprenden el estribillo de “Loca, loca, loca” (y eso que muchos no conocen la misteriosa conexión entre ambos elementos), y se creen que son más felices en la ciudad. Benditos ellos.

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Abr 17

FOLLOW ME

Como nuestros informados seguidores ya sabrán (y, espero, también los que se informan menos), la lengua oficial de Etiopía, además del amárico, es el inglés. El inglés es una lengua maravillosa. Esto lo digo para desanimar de un plumazo a todos los lectores que cursan la ESO.

Si hay algo que nos hermana a españoles y abeshás es la dificultad genética para hablar en lenguas pertenecientes a culturas allende los mares. Los abeshás, eso sí, son más lanzados que los españoles y lo intentan, con resultados bastante divertidos. A continuación, en esta fuente de pérdida de tiempo que es Tariké, un elenco de cosillas graciosas que los ojos de servidora han visto en estos años:
_ “We wash you all the best”. Esto escrito por las señoras de la limpieza en una tarjeta de despedida a una persona que pasó varios meses aquí. Lo encontré súper simbólico.
_ “When you fill some pain, take one tab”. Receta de un médico. A lo mejor hay una cantidad de dolor que todos tenemos que cubrir en la vida y, sólo entonces, podemos tomarnos la pastillita.
_ “I live you”. Esto me lo escribió uno de la Santa Infancia en un dibujo que me regaló, en el que había un corazón enorme. Lo más bonito es que a lo mejor tenía razón.
_ “One cup of tea and a peace of bread”. Las señoras de esta cafetería se ve que dieron mucho más que comida a sus clientas aquel día, y así lo reflejaron en su factura. El pan debía estar súper rico.

Más allá de éstas, que encuentro verdaderamente hilarantes (yo es que soy mucho de la risa tonta), tenemos las comunes divisiones de palabras que normalmente van juntas, como break fast, well come, o –en un libro de texto- el explorador Living Stone. Hilarious.

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Mar 10

Boquita de Piñón

La Santa Infancia tiene un punto de oscuridad caracterial que resulta bastante inquietante. Por otro lado, es verdad que siempre decimos que nuestro centro es como una gran familia, y, en esta línea, resulta bastante gratificante ver cómo nuestros pupilos se insultan y se pegan como buenos hermanos. Y así, fruto de mis largas horas de recreo, hoy les traigo un elenco de lo más granado en lo que a insultos y exabruptos en amárico se refiere.
. Balegué: Yo lo traduzco como desgraciado. Es un insulto bastante insultante, que lo llevan siempre colgando del labio. Vamos, que les sale muy espontáneo, muy natural. Como un yogur con bífidus activo. Pero con afrenta.
. Moñ: Éste es más suave. Quiere decir “tonto”. Una cosa que digo mucho y que la Santa Infancia identifica como una muletilla mía, es “ye moñoch buden, sefi neu”, que quiere decir “el equipo de los tontos es amplio”. Así, les doy a entender que yo los quiero a todos por igual, en toda su tontería.
. Wusa: Perro. Muy común. Y muy feo.
. Yekomata liy: Literalmente, “hijo de leproso”. Resulta bastante extraño lo frecuentemente que lo usan, teniendo en cuenta que un porcentaje bastante significativo de ellos son, efectivamente, hijos de leprosos. Yo pensaba que era un modo de autoafirmarse, pero no. Es un improperio. Aunque seas hijo de leproso.
También se usa komata (leproso), sin la precisión de ser “hijo de”.
. Chekañ: Cruel. En amárico también queda bastante fino, por lo que no lo usan mucho.
. Afer bela/ Afer Bey / Afer belú: Literalmente “come (o comed) tierra”. Sería un “vete a tomar por culo”, pero interculturado.
. Men agebah/ Men agebash: Literalmente, “¿qué tienes tú que ver?”. Traducido y adaptado: “¿a tí qué coño te importa?” Pues eso, que no es asunto tuyo y ya. Pero no es bonito que te lo digan así.
. Gurreña: Creído, macarra, chulo pera.
. Dedeb: Estúpido, no inteligente.
. Kofo: Cabeza hueca.
Y hasta aquí los más normales que entiendo yo. Paso a la parte gore, recabada ex profeso para este post entre mis informantes:
. Enat tibeda: Mecagüentuputamadre. O al menos así lo traduzco yo. La Santa Infancia me ha dicho que quiere decir “mother fucker”. Dí que sí.
. Shale, buda o shermuta: Ambas tres puta, ramera y/o zorra. Con saña.

Y ya, que se me está poniendo mal cuerpo. Lógicamente hay más, pero no los conozco. Ni ganas, mire usted.

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Ene 21

NAIROBI

Hay una cosa de la que yo no hablo nunca, porque me da reparo. Del voluntariado. Aquí donde ustedes me ven, yo parezco una don nadie, una pringá. Y probablemente lo soy. Pero hay gente que ve más allá de mi evidente belleza física, y confía en mí para tareas de alto calado, y así recientemente me eligieron como representante de los voluntarios que trabajan en Etiopía con la congregación religiosa a la que pertenece el proyecto de la Santa Infancia, y me han mandado a Nairobi cuatro días a un encuentro de voluntarios laicos del África africana. Comparto habitación con una muchacha de Jo’burg, que yo pensaba que era el modo que tenían los enteraos de decir Yohannesburg, pero no debe de ser así porque la muchacha esta dice todo el nombre completo, como la gente normal.
Nairobi
A mí ya el programa del encuentro éste me tocó un poco los pies, porque yo del África, como digo frecuentemente, no he visto nada, y, ya que te traen a Nairobi, lo mínimo que te podrían enseñar sería un rinoceronte. Pero no. Nos han planificado una visita a un slum. A ver pobres nos llevan, como si no viéramos bastantes cada uno en nuestro respectivo país. Luego he entendido que gran parte de los participantes trabajan en oficinas de coordinación de proyectos, y los pobres los ven poco, y a ellos, que sí saben lo que es un safari, pues les tira más el slum para turistear. Porque en este encuentro no sólo hay voluntarios, sino también gente con un sueldecillo que ha viajado. Y que son un rollazo, porque se pasan la vida mencionando otros países distintos: huy, esta carne es como la que hacen en Ghana; ostras, ésos kaktus también crecen en Kinsasha; hala, el crepúsculo me recuerda a Bujumbura; pues los plátanos en Kigali son más sabrosos. Y así. Yo es que la gente viajada no la soporto.

Ayer tuvimos una especie de velada donde cada quien aportó lo que buenamente pudo. Y de allí la delegación de Etiopía salimos un poco chafaos, porque nos dimos cuenta de que vivimos en el África triste, y, de repente, nos apetecía vivir en el África alegre, que tiene unos cantos preciosos. Porque, reinas, qué bonita música la de los otros países. Qué divertidos los de habla portuguesa, y qué camisas coloridas. Los que venían del Congo intentaron consolarnos asegurando que la música allí también apesta, pero creo que lo decían por solidaridad. Yo ya estoy escribiendo a CCC para ponerme a aprender francés.

Y del voluntariado en sí, pues ya os contaré otro día. Tampoco es tan importante.

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